¿Hay algo más peruano que el ceviche o el Machu Picchu? Pregúnteselo en octubre a los más de dos millones de compatriotas que viven fuera del Perú. La gran mayoría tendrá en la mente y en el corazón la devoción al Señor de los Milagros. Y sea en el extranjero o en el Perú, el mes morado será la oportunidad de algo nuevo para su vida. Será la visita a la iglesia, la reunión familiar, participar en la procesión... Lo que es seguro es que provocará diversos encuentros para ser tocado por algún milagro, porque en este nuevo kairós el sentirá como nunca que Dios se hace peruano.
El paso del Señor de los Milagros avanza incontenible, se hace arrollador, con el paso del tiempo. Se habla de la procesión más larga de América, de símbolo emblemático de la identidad peruana (¿podría figurar en el escudo del Perú), de expresión cultural afroperuana, cuaresma limeña, del gran misionero de Lima, aglutinante de los peruanos migrantes, la mayor fuente de trabajo para los informales de octubre, el principal estandarte religioso de los mega eventos católicos, el paradigma asociativo para todo tipo de corporaciones y grupos.
La Doctora María Rostworowski Díez Canseco Pachacámac y el Señor de los Milagros, (Lima 1992) destaca su inmenso poder de convocatoria y cómo "entre las apretadas filas de sus fieles todas las razas del Perú se hermanan y unen en una misma fe, en una misma oración. El Señor une en su culto a indios, negros y blancos. He ahí su verdadero milagro, la esencia de su fuerza y del respeto cada vez mayor que el pueblo le tributa". El Doctor Juan Ossio –antropólogo- enfatiza su rol de supremo ordenador de la sociedad por ser el auténtico centro del cosmos y de la historia, más que un Viracocha o un Pachamacac, haciendo vivir a cuantos participan de sus actos un auténtico "Pachacútec", o tiempo propicio, o kairós (tiempo de gracia).
Se dice que en Sevilla (España), una vez terminada la Semana Santa y la Pasión del Señor, no saben qué hacer con Cristo Resucitado. En Perú, al Señor se le siente vivo en el Mes Morado; de hecho, se han acuñado expresiones familiares relativas a las salidas procesionales: "el Señor duerme en la Catedral; el Señor almuerza en San Marcelo...". Pero, si uno se acerca al Santuario de las Nazarenas fuera de este mes, se perciben de igual manera sus latidos. En la afluencia de personas ante el Muro, en el confesionario, en la Misa, en las visitas al Santísimo, en la ayuda solidaria con su obra social, en la participación de los actos de la dinámica Hermandad...Sí, el Cristo Morado no es un punto de llegada sino un Puente para la vida; para afianzar más los lazos de los peruanos, tanto de los que están acá como los que viven fuera, y también de los que viven en Perú aunque no hayan nacido acá. El Señor de los Milagros se ha convertido en Puente solidario que abraza culturas y etnias, desde la orilla de la tierra hasta la del Cielo.
La imagen original del Señor de Los Milagros se encuentra en la pared que ahora constituye el muro testero de la iglesia de las Nazarenas, tras el altar donde cada día se celebra la Misa ante numerosos fieles, además de las religiosas carmelitas nazarenas. En ella está representado Cristo en la Cruz, con María a su derecha y, a su izquierda, un segundo personaje –que algunos identifican como María Magdalena y otros como San Juan Evangelista. La imagen arrodillada es ambivalente, puesto que su identidad no aparece con claridad visual. De igual modo sucede en la documentación. Así, en la "Relación de Antuñano" menciona indistintamente a Magdalena y a San Juan, "El día deseado" cita "la Imagen del Señor Crucificado, con su Madre y la Magdalena al pie de la Cruz", el P. Vargas Ugarte: "las figuras de la Virgen y de San Juan fueron añadidas más tarde, en 1671". Conformando un eje vertical, se encuentra la Santísima Trinidad: en la parte alta, Dios Padre, Creador del Cielo y de la Tierra; en la parte baja, Cristo en la Cruz; entre el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo, representado por una paloma que desciende, rodeada de luz, del Padre hacia el Hijo. Al fondo, un cielo tormentoso y luminoso a la vez se alza sobre un paisaje a uno de cuyos lados se encuentra el perfil de una ciudad; en sentido horizontal, aparecen María, Cristo y un tercer personaje (Juan o Magdalena). Cristo es mostrado verdadero Dios (personaje de la Trinidad en eje vertical) y verdadero Hombre (miembro de una comunidad, familia terrena, en el plano horizontal). En la parte superior aparece Dios Padre, con el brazo derecho extendido y la mano derecha mostrando la palma y con los dedos índice y medio extendidos, en actitud de crear y bendecir; en la mano izquierda sostiene una esfera, símbolo del universo, coronada con la Cruz. Cristo, personaje central del cuadro, aparece en la Cruz con los brazos extendidos y las palmas de las manos cerradas. Cristo es moreno, de cabellos negros, bigotes y barba.
El paisaje del entorno habla de esta humanidad de Cristo. El cielo aparece entre luminoso y tormentoso, justamente en el momento de la muerte de Cristo, cuando de repente todo el cielo se obscureció y sólo entonces se reconoció la Divinidad de Cristo. A un lado, detrás el personaje inclinado, aparece una ciudad, que algunos relacionan con Lima. A los pies de la Cruz, a la derecha, aparece María, Dolorosa, como se narra en el Evangelio. Con las manos juntas, en posición suplicante, María aparece también, como rezando ante la Cruz, recordándonos el papel de Intercesora que la tradición eclesial le atribuye.
Juan Pablo II, en la visita que hizo a su país natal en junio de 1979, expresó su convicción de que "no es posible entender sin Cristo la historia de la nación polaca… Si rehusamos esta clave de interpretación, nos exponemos a un equívoco sustancial. No nos comprendemos entonces a nosotros mismos" (2 de junio de 1979). Puede decirse lo mismo del Perú, cuyo pasado histórico y cuyo presente no puede ser entendido sin la clave de interpretación del Cristo Crucificado, cuya máxima expresión es el Señor de los Milagros.
Grande es la fe del pueblo peruano, que une sus dolores y su vida a la Vida y Pasión del Cristo sufriente; grande el entusiasmo por edificar un país más justo y reconciliado, como pidiera el Santo Padre en su visita al Perú; grande la confianza en que, junto con la abundancia de las gracias divinas, se vivirá la Civilización del Amor, en el Tercer Milenio.