Stabat Mater (en latín Estaba la Madre) es una secuencia católica del siglo XIII atribuida a Inocencio III y al franciscano Jacopone da Todi. Esta plegaria que comienza con las palabras Stabat Mater dolorosa (estaba la Madre sufriendo) medita sobre el sufrimiento de María la Madre de Jesús durante la crucifixión. Es una de las composiciones literarias a la que más se le ha puesto música; cerca de 200 artistas diferentes. Múltiples compositores de distintas épocas de género, de estilos y de visión musical han compuesto por este texto medieval. Entre los compositores se cuentan Giovanni Pierluigi da Palestrina,Joseph Haydn, Alessandro Scarlatti, Domenico Scarlatti, Antonio Vivaldi, Stabat Mater (Rossini), Giacomo Meyerbeer, Franz Liszt, Antonín Dvořák, Karol Szymanowski, Francis Poulenc, Krzysztof Penderecki y Salvador Brotons, siendo la más reproducida, la composición de Giovanni Battista Pergolesi. Se incluyen tres versiones y la meditación de SOR MARÍA GERTRUDIS DE LA CRUZ HORE, religiosa de fines del siglo XVIII
1.Versión latina medieval Stabat Mater dolorosa Iuxta crucem lacrimosa, Dum pendebat filius. Cuius animam gementem Contristantem et dolentem Pertransivit gladius. 2. O quam tristis et afflicta Fuit illa benedicta Mater unigeniti Quae maerebat et dolebat. Et tremebat, cum videbat Nati poenas incliti. 3. Quis est homo qui non fleret, Matrem Christi si videret In tanto supplicio? Quis non posset contristari, Piam matrem contemplari Dolentem cum filio? 4. Pro peccatis suae gentis Jesum vidit in tormentis Et flagellis subditum. Vidit suum dulcem natum Morientem desolatum Dum emisit spiritum. 5. Eja mater fons amoris, Me sentire vim doloris Fac ut tecum lugeam. Fac ut ardeat cor meum In amando Christum Deum, Ut sibi complaceam. 6. Sancta mater, istud agas, Crucifixi fige plagas Cordi meo valide. Tui nati vulnerati Iam dignati pro me pati, Poenas mecum divide! 7. Fac me vere tecum flere, Crucifixo condolere, Donec ego vixero. Juxta crucem tecum stare Te libenter sociare In planctu desidero. 8. Virgo virginum praeclara, Mihi jam non sis amara, Fac me tecum plangere. Fac ut portem Christi mortem, Passionis eius sortem Et plagas recolere. 9. Fac me plagis vulnerari, Cruce hac inebriari Ob amorem filii, Inflammatus et accensus, Per te virgo sim defensus In die judicii. 10. Fac me cruce custodiri, Morte Christi praemuniri, Confoveri gratia. Quando corpus morietur Fac ut animae donetur Paradisi gloria. Amen. | 1.Traducción literal Estaba la Madre dolorosa junto a la Cruz, llorosa, en que pendía su Hijo. Su alma gimiente, contristada y doliente atravesó la espada. 2. ¡Oh cuán triste y afligida estuvo aquella bendita Madre del Unigénito!. Languidecía y se dolía la piadosa Madre que veía las penas de su excelso Hijo. 3. ¿Qué hombre no lloraría si a la Madre de Cristo viera en tanto suplicio? ¿Quién no se entristecería a la Madre contemplando con su doliente Hijo? 4. Por los pecados de su gente vio a Jesús en los tormentos y doblegado por los azotes. Vio a su dulce Hijo muriendo desolado al entregar su espíritu. 5. Ea, Madre, fuente de amor, hazme sentir tu dolor, contigo quiero llorar. Haz que mi corazón arda en el amor de mi Dios y en cumplir su voluntad. 6. Santa Madre, yo te ruego que me traspases las llagas del Crucificado en el corazón. De tu Hijo malherido que por mí tanto sufrió reparte conmigo las penas. 7. Déjame llorar contigo condolerme por tu Hijo mientras yo esté vivo. Junto a la Cruz contigo estar y contigo asociarme en el llanto es mi deseo. 8. Virgen de Vírgenes preclara no te amargues ya conmigo, déjame llorar contigo. Haz que llore la muerte de Cristo, hazme socio de su pasión, haz que me quede con sus llagas. 9. Haz que me hieran sus llagas, haz que con la Cruz me embriague, y con la Sangre de tu Hijo. Para que no me queme en las llamas, defiéndeme tú, Virgen santa, en el día del juicio. 10. Cuando, Cristo, haya de irme, concédeme que tu Madre me guíe a la palma de la victoria. Y cuando mi cuerpo muera, haz que a mi alma se conceda del Paraíso la gloria. Amén. | 1.Versión por Lope de Vega La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía. Cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía. 2. ¡Oh, cuán triste y cuán aflicta se vio la Madre bendita, de tantos tormentos llena! Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena. 3. Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor? Y ¿quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera sujeta a tanto rigor? 4. Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo tormento la dulce Madre. Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre. 5. ¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo. 6. Y, porque a amarle me anime, en mi corazón imprime las llagas que tuvo en sí. Y de tu Hijo, Señora, divide conmigo ahora las que padeció por mí. 7. Hazme contigo llorar y de veras lastimar de sus penas mientras vivo. Porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo. 8. ¡Virgen de vírgenes santas!, llore ya con ansias tantas, que el llanto dulce me sea. Porque su pasión y muerte tenga en mi alma, de suerte que siempre sus penas vea. 9. Haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio. Porque me inflame y encienda, y contigo me defienda en el día del juicio. 10. Haz que me ampare la muerte de Cristo, cuando en tan fuerte trance vida y alma estén. Porque, cuando quede en calma el cuerpo, vaya mi alma a su eterna gloria. Amén. |
MEDITACIÓN
De los dolores de la santísima Virgen
PUNTO PRIMERO.—Considera que no sin razón llama la Iglesia a la santísima Virgen Reina de los Mártires: ninguno de estos héroes cristianos padeció un martirio más doloroso que el de ésta afligida Madre. ¿Quieres tener una justa idea de los dolores de la santísima Virgen? Comprende, si puedes, cual fue la ternura, la grandeza, el ardor y pureza de su amor para con su querido Hijo. Los tormentos que se padecen en el cuerpo pueden hallar alivio, y aun dulzura en las suavidades interiores que vierte Dios en una alma: se han visto Mártires que han encontrado un refrigerio y una frescura indecible en medio de los braseros, como sucedió a los tres jóvenes hebreos; pero ¿quién puede suspender y endulzar las penas y dolores del alma? El martirio del alma es un suplicio puro y sin mezcla. ¡Qué dolorosa es la herida cuando la espada llega a traspasar el alma! Pues tal fue el martirio de la santísima Virgen: Tuam ipsius animam pertransibit gladius. Sentirás el más vivo dolor, la dijo Simeón cuando presentó a su querido Hijo en el templo: los ultrajes que se harán a tu Hijo, serán para ti otros tantos puñales que se te clavarán en el pecho. Jamás madre alguna amó a su hijo en el grado que la santísima Virgen amó al Salvador: nadie ignora lo que padeció el Salvador en el discurso de su vida mortal: ¡qué humillaciones, qué pobreza y qué persecuciones! Y durante su pasión, ¡qué dolores, qué oprobios! Concibe lo que padecería la santísima Virgen, que fue testigo de todo lo que padeció su querido Hijo. Jamás hubo martirio más largo: los treinta y tres años de vida del Salvador fueron la medida de la duración del martirio de su divina Madre. Sus penas se anticiparon a la misma vida del Salvador.
¡Qué no debió sufrir la santísima Virgen viéndose a punto de parir en Belén, desechada de todos sus moradores, reducida a refugiarse en un establo, sin socorro y sin otro alivio para un niño Dios, que el aliento y el vaho de dos viles animales, y un puñado de paja! Comprende lo que padecería en esta ocasión la más tierna, la más apasionada de las madres, tanto en su persona, como en la de su querido Hijo. Represéntate sus sobresaltos cuando supo el cruel, el impío designio que tenía Herodes de hacerle morir; ¿qué no tuvo que sufrir en su viaje y en su mansión en Egipto? ¿Estuvo más tranquila, o a lo menos fue más feliz, según el mundo, en Nazaret? ¡Qué santas inquietudes en la continúa necesidad de todas las cosas a que la reducía su estado pobre y oscuro! ¡Con qué pena no estuvo los tres días que Jesucristo se quedó en Jerusalén! Pero ¿qué no tuvo que sufrir viendo la ingratitud con que los judíos pagaban los beneficios de su querido Hijo, y sabiendo hasta qué grado llevaban su odio y su envidia los escribas y fariseos? Sería necesario conocer la perfección del corazón de María para comprender lo que padeció
a vista de los tratamientos que le hacían a su divino Hijo.
PUNTO SEGUNDO.—Considera lo que la santísima Virgen padeció, particularmente durante la pasión y en la muerte del Salvador. Se ha mirado siempre como un exceso de inhumanidad, y como el más cruel de todos los suplicios, obligar a los hijos a ser testigos de los tormentos que se han hecho sufrir a sus padres, y estar presentes a su muerte. Comprendamos, pues, qué exceso de dolor, y qué aflicción tan mortal sería para la santísima Virgen el saber la indignidad, los ultrajes y la crueldad con que el Salvador fue llevado por la ciudad de Jerusalén, el sacrílego desprecio con que fue tratado en casa de los pontífices, en la de Pilatos, en la de Herodes, y en todos aquellos impíos tribunales. No la consideres simplemente padeciendo como la más tierna de todas las madres, mírala como a una tierna Madre que sabe que ese Hijo tan amable, a quien tratan con la mayor infamia, es el único y verdadero Dios. Cuando lo vio azotar, ¿qué golpe de azote caería sobre el Hijo, que no descargase sobre el corazón y el alma de la Madre? No teniendo ya figura de hombre, lo ponen a la vista de aquel pueblo, para ver si un espectáculo tan lastimoso le movía a compasión; y aquel pueblo, el horror y la execración del género humano, como si fuera una bestia feroz, se muestra más sediento de su sangre, y clama que se le crucifique.
¡Qué impresión haría en el corazón de esta Madre desconsolada este triste objeto! ¡Qué puñaladas no serían para su corazón aquellos bárbaros gritos! Sin embargo, no basta en los designios del Padre eterno el que la Virgen consienta al sangriento sacrificio de su querido Hijo: es menester que esté presente a él, que
lo vea con sus propios ojos sin fuerzas y sin sangre caer bajo el peso de su cruz; es menester que oiga todos los golpes del martillo que se den sobre los clavos que taladran sus pies y sus manos; es menester, en fin, que lo vea levantado sobre esta cruz, ultrajado sobre esta cruz, y expirar finalmente sobre esta cruz entre los más crueles y más agudos dolores. ¿Qué herida, qué tormento y qué dolor hubo en Jesucristo, que María no lo padeciese en su alma? Sin uno de los más grandes milagros, ¿no debía la Madre expirar antes que el Hijo? ¿Podía, a lo menos, sobrevivirle? ¿Se vio jamás martirio más cruel que el que padeció por nuestro amor la santísima Virgen?
¿Qué título más justo y más bien adquirido que el de Reina de los Mártires con que la saluda la Iglesia? Pero acordémonos que padeció por nuestro amor, y por el deseo de nuestra salvación, con tanta resignación, en silencio y sin quejarse. ¡Qué sentimientos de amor, de ternura, de veneración y de reconocimiento no debemos tener para con esta Madre de Dios, que se precia también, digámoslo así, de ser nuestra Madre! Señor, por la intercesión de la santísima Virgen os pido me deis estos piadosos y religiosos sentimientos: dignaos recibir y confirmar para siempre el sacrificio que hago de mí mismo a vuestra santísima Madre.
JACULATORIAS.—Madre, fuente del amor, hazme sentir el dolor de que estuvo penetrada tu alma, para que junte mis lágrimas con las tuyas. (La Iglesia). Haz, Madre mía muy amada, que yo junte mis sollozos con los tuyos, y que el resto de mi vida yo contigo comparta los dolores que padeciste al pie de la cruz de mi Salvador. (Ibidem).
PROPÓSITOS
1. Una compasión seca y puramente especulativa muestra que se interesa uno poco en los bienes o males del que padece. Parte, divide y alivia los dolores de una persona afligida quien los siente verdaderamente. Si el Salvador padece y muere por nuestra salud, el mismo motivo empeña a la santísima Virgen a padecer un tan largo y tan cruel martirio: ¡qué dureza, y qué ingratitud más negra, que el ser tan poco sensibles a lo que la santísima Virgen padeció por nuestra causa! Échate en cara, y repréndete esta insensibilidad. ¡Ah Señora! ¿Quién piensa en honrar, y en agradecer lo que padeciste por nosotros? ¡Cuántas gentes mueren sin haber pensado jamás en ello! Repara este irreligioso olvido, mostrándote desde hoy en ser mucho más celoso en honrar con toda suerte de ejercicios de devoción esta fiesta: celébrala confesando y comulgando con esta intención, y ten una devoción particular a la Virgen santísima bajo el título de Nuestra Señora de los Dolores.
2. Es un ejercicio de devoción muy religioso rezar todos los viernes del año, y todos los días de esta octava, es decir hasta el Viernes Santo, el himno Stabat Mater dolorosa. Propón hacerlo desde hoy sin falta: venera particularmente los misterios que llaman dolorosos, de esta santa Reina de los Mártires: contempla estos misterios todos los viernes al rezar el Rosario. Estos misterios dolorosos son: La agonía de Nuestro Señor cuando oró en el huerto, sus azotes, la corona de espinas, cuando llevó a cuestas el pesado madero de la cruz, su crucifixión y muerte: medita un misterio a cada diez del Rosario: entra en la cofradía o esclavitud de Nuestra Señora de los Dolores: la Iglesia autoriza estas devociones. Por mucho que hagamos, nunca haremos demasiado para honrar a la santísima Virgen, y merecer su protección.
EL «STABAT MATER» GLOSADO Y TRADUCIDO POR SOR MARÍA GERTRUDIS DE LA CRUZ HORE A FINES DEL SIGLO XVIII POR FRÉDÉRIQUE MORAND Doctora en Estudios Hispánicos, Université Paris VIII606 FRÉDÉRIQUE MORAND Hispania Sacra, LVIII 118, julio-diciembre 2006, 579-607, ISSN: 0018-215-X