Manuel Mª Carreira, S.J. - Navidad 2009
Hace mucho tiempo nuestro Dios, que es todo cariño, estaba triste porque la gente del mundo no se daba cuenta de lo mucho que Él los quería, y no le querían a Él. Le respetaban -aunque no todos- y pensaban que tenían que hacer lo que Él mandaba para que no los castigase. Pero muy pocos pensaban que le podían querer de veras: no deseaban estar con Él, ni tenerle cerca o contarle cosas, como hacemos con nuestros papás y hermanos o con nuestros amigos, porque sabemos que nos quieren y estamos a gusto con ellos.
Entonces Dios mandó a ángeles al mundo, para que viesen a qué clase de gente se quería más en todas partes, aunque fuesen sitios con maneras distintas de vivir y con personas de distintos colores, jóvenes y viejos. Los ángeles fueron a ciudades y aldeas, viendo a ricos y pobres, niños y gente importante. Y luego volvieron a contar a Dios lo que habían visto.
Un ángel dijo: "Yo he estado en muchas ciudades, y he visto que la gente se entusiasmaba con sus reyes. Se juntan a miles cuando el Rey se asoma a un balcón, y aplauden y gritan que le quieren y que por él irán aun a la guerra, aunque puedan morir allí. Y cantan himnos y aseguran que son felices de seguir a su Rey. Realmente parece que quieren mucho a esos jefes".
Otro ángel contó: "Yo vi plazas enteras llenas de gente -sobre todo jóvenes- que parecían locos de contento por escuchar a músicos que cantaban horas enteras, y se agolpaban para verlos de cerca y poder tocarlos, y todos querían estar con ellos, sin parecer cansarse ni pensar en otra cosa. Hasta se desmayaban de emoción si les parecía que se fijaban en ellos. Luego todos querían comprar sus canciones y sus retratos, y los llevaban a casa para acordarse siempre de sus ídolos. Yo pienso que los querían más que a ningún Rey".
"Yo creo", añadió otro ángel, "que a los que la gente más quiere es a aquellos que les dan cosas. En un país oí decir: Amigo que no da, y cuchillo que no corta, que se pierdan poco importa. Pero cuando hay alguien que tiene dinero y que hace regalos, siempre tiene amigos. Parece que esto es verdad en todas partes, con cualquier clase de gente: la mejor manera de que le quieran a uno es tener dinero y con él dar muchos regalos".
Un ángel muy serio comentó:"Todo eso es verdad, pero a mí me impresionó que la gente más apreciada son los que hacen algo muy bien, en un deporte, o porque son muy sabios o aparecen mucho en el cine o la televisión o en los periódicos. La gente se siente feliz de tener su autógrafo, de poder saludarlos, de aparecer en público con ellos. Si alguien es famoso, siempre tiene gente a su alrededor, y les invitan a toda clase de fiestas y a dar conferencias. Incluso dan su nombre a calles y hacen sus estatuas para que todos les conozcan y admiren aun después de muertos".
Dios no había dicho nada de todas esas opiniones. Y se fijó en un ángel más pequeño, que escuchaba todo aquello sin atreverse a hablar. Con una sonrisa -para darle ánimo- Dios le preguntó:" ¿Qué puedes contarme tú de tu visita a los hombres?".
Y el ángel, como dándole vergüenza, contestó: "Yo vi algo que no parecía ser importante... Pero era verdad en todas partes, entre ricos y pobres, famosos y humildes, jóvenes y ancianos: todos se deshacían en cariños, besos y abrazos, cuando veían a un bebé. Decían que era como ‘un paquetito de alegría’ o ‘un puñadito de amor’. Un trabajador llegaba a su casa y, en cuanto veía a su bebé que le sonreía, era feliz, olvidaba lo cansado que estaba, lo apretaba contra sus mejillas y no pensaba más que en la alegría de tenerle en sus brazos. Y los más famosos se olvidaban de su fama cuando llegaban a la cuna de su pequeñín y se pasaban el tiempo diciéndole mimos, sin hacer discursos. Los ancianos parecían volverse jóvenes de pura alegría cuando un nietecito descansaba en sus rodillas. Y el bebé no tenía que decir nada, ni dar nada: bastaba con que mirase y sonriese, contento de saber que se le quería y que él también daba cariño y era así la felicidad de los que le tenían tan cerca de su corazón".
Entonces Dios dijo:"Yo quiero ser un bebé". Los ángeles se asustaron: ¿cómo pensar que Dios, que lo sabe todo y lo puede todo, va a ser un bebé que no sabe ni hablar y que necesita que lo cuiden constantemente para no morir? Pero Dios se preparó la mamá más guapa y cariñosa -la Virgen María- y nació en Belén. Y así Dios pudo tener besos y abrazos. Y también nosotros podemos dárselos: es nuestro hermanito, nos quiere más que nadie.