Amigos:
Les comparto una profunda reflexión por parte de mi decana de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades Universidad Católica Sedes Sapientiae. Más allá de la polémica, del pleito, nos conduce al núcleo del asunto: Nuestro derecho irrenunciable a comunicar la propia identidad en un mundo plural. Ojalá se animen a expresar sus reflexiones en algo que nos va la vida: el ser o no ser, nuestro propio ADN. Cordialmente
JAB
CASO PUCP: MÁS ALLÁ DE LOS PLEITOS
¿Existe todavía, en nuestra sociedad pluralista, el derecho a educar, es decir la
posibilidad de comunicar a otros la propia identidad y visión de la vida?
Plantear con claridad esta pregunta y contestarla con honestidad es la imprescindible
condición para afrontar, de forma seria y adecuada, el actual debate entre la Iglesia
Católica y las autoridades de la PUCP, por el contrario, no afrontarla, altera
inevitablemente los términos del problema y reduce todo a un mezquino juego de poder.
Un sujeto cultural presente con una precisa identidad en el contexto social ¿puede dar
vida a una obra que nazca y sea la expresión, lo más coherente posible, de dicha
identidad?
Si se admite este fundamental e inalienable derecho –y ¿cómo podríamos hablar de
libertad y negarlo?- se reconocerá, consecuentemente, la legitimidad de defender tanto
esos bienes que permitan realizar el proyecto como la preocupación y el cuidado para
que la obra se realice según la inspiración por la cual ha nacido.
Estos tienen que haber sido también los inicios de la PUCP impulsados por el deseo de
una iniciativa educativa tensa a «mostrar la pertinencia de la fe a las exigencias de la
vida» es decir, a documentar que la hipótesis cristiana comprende y valora, como
ninguna otra, el auténtico anhelo del corazón humano y lo cumple.
Pero, luego ¿qué ha pasado? ¿por qué donde había unidad de concepción, se introdujo
una dicotomía que, en el tiempo, se ha vuelto explícita contraposición y enemistad?
Se podrían quizás hacer muchos análisis puntuales, pero la experiencia personal e
histórica nos indica, de forma evidente, que este tipo de fractura siempre se insinúa
como consecuencia de un juicio de valor, es decir cuando, de alguna manera, otra
concepción de la vida se vuelve más atractiva y estimada de la que nace de la fe.
Es así como, para la persona, la Iglesia cesa de ser una experiencia viva a la que se
adhiere libremente, para volverse la «Institución» que con sus reclamos limita y frena la
libre expresión y la aventura de la investigación.
Pero la Iglesia ¿cómo ha sabido dialogar con esta recurrente tentación del hombre
cristiano de buscar, afuera de su origen, la posibilidad de una plena realización?
¿Habrán sido sus palabras e iniciativas el signo presente de esa incomparable
humanidad de Cristo –su forma de juzgar, de comprender, de perdonar– única y
verdadera riqueza del cristiano?
«Es el mundo que ha abandonado a la Iglesia o la Iglesia que ha abandonado el
mundo?»
La dramática pregunta de Eliot en su «Coros de la piedra» muestra toda su actualidad.
¿De quién es la responsabilidad si hoy, para muchos, incluso creyentes, la propuesta
cristiana parece menos atrayente, persuasiva y capaz de dar plenitud a la vida?
¿De la Iglesia que no sabe hablar a los hombres de nuestro tiempo o de los hombres que
no se atreven a esperar que Cristo cumpla su promesa «He venido para que tengan vida
y vida plena»?
Difícil penetrar ese misterio de libertad en que se originan las decisiones últimas de los
hombres, y, por lo tanto, difícil formular un juicio definitivo, pero es imposible no
coincidir, esencialmente, con la radical y simplificante afirmación de Dostoievski
cuando, interviniendo en un debate cuyos términos no eran muy distintos de los que nos
ocupan, afirma con coraje y lucidez:
«Ciertamente se puede discutir… pero nosotros sabemos como vosotros que todo esto
no es más que un absurdo… sabemos que ninguna ciencia realizará jamás el ideal
humano y sabemos que la paz para el hombre, fuente de la vida, salud, y condición
indispensable para la existencia de todo el mundo, está contenida en estas palabras: “El
verbo se hizo carne” y en la fe en estas palabras».
Dra. Giuliana Contini
Decana de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades
Universidad Católica Sedes Sapientiae