Isa Solá: “Experimenté que el hambre te empuja a hacer lo que sea”
Publicado el 16.12.2011 Religiosa española en Haití
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Isa Solá, religiosa de Jesús-María nacida hace 46 años en Barcelona, conoce perfectamente el alma haitiana. Y es que ya llevaba un año en su capital, Puerto Príncipe, el 12 de enero de 2010en que esta copó la atención mediática mundial cuando un terremoto la devastó. Los más de 200.000 muertos y la destrucción de miles de casas ponían un (durísimo) hito más en la historia del país más pobre de América Latina, que, además, arrastra el terrible peso de una herencia de siglos de esclavitud, guerras, saqueo de recursos por sus colonizadores y caos gubernamental.
Ese día, Isa sufrió un aldabonazo en lo más íntimo de su ser. Siempre segura de su vocación –tanto que a los 19 años ya ingresó en su congregación– y de su afán por servir a los demás –antes de Haití, pasó 14 años como directora de una escuela en Guinea Ecuatorial, pues su sueño siempre fue “ser misionera en África y vivir entregada a los hermanos, especialmente a los más pobres”–, aquel 12 de enero, en solo un instante, se vio rodeada de muerte y destrucción.
El seísmo le cogió fuera de la escuela en la que impartía clases. Llegó a lo que eran sus ruinas. Aún se escuchaban voces infantiles bajo los escombros pidiendo ayuda. Hasta que una segunda sacudida las apagó. Y con ellas, la esperanza.
Lo mismo ocurrió con la residencia de su comunidad, reducida a la nada, con algunas de sus hermanas heridas. Alojada en una tienda de campaña, se dedicó en los días siguientes a poner en práctica sus estudios de Enfermería (que, junto a Magisterio, realizó por encargo de la orden para poder ser misionera).
En plena calle, sin instrumental y sin médicos, los días previos a que llegaran los equipos especializados, tuvo ella misma que realizar las tareas más difíciles, como amputar brazos y piernas. No tenía fuerzas. Llevaba días sin comer.
Todo esto supuso un impacto que le hizo plantearse muchas cosas: “La gente deambulaba por las calles. Algunos se ponían violentos porque tenían hambre. Yo misma experimenté que el hambre te puede empujar a hacer lo que sea”. También había otras personas que “daban gracias a Dios por estar vivas, aunque hubieran perdido su casa o estuvieran heridas. Yo solo sentía tristeza. No entendía por qué había pasado aquello… Solo veía mi cobardía y mi debilidad”.
Pero pronto recuperó su confianza en Dios. Con la fuerza que da saber que se puede ayudar a muchas personas, dando esperanza a quien no la tiene. Y es que en Haití, por el peso que el vudú (herencia del origen africano del país) aún tiene entre la gente, a los mutilados se les ve como seres malditos, castigados por Dios:“Aquí, un amputado no vale nada, se le rechaza en todos los sitios. Lo que supone que, además de haber quedado dañado de por vida, se le cierran las puertas hasta para poder encontrar un trabajo”.
Centro para amputados
De ahí que, sin dudarlo, con la ayuda de la Fundación Juntos Mejor (de las religiosas de Jesús-María), Cáritas Barcelona y dos asociaciones de amputados de España, haya puesto en marcha un centro de atención para personas a las que le han sido amputadas las piernas. En sus diez meses de vida, ya han pasado por él 92 personas.
A todas les entregan gratuitamente las prótesis y se les hace un seguimiento personalizado, para enseñarles a andar con ellas. Además, se les ofrece un tratamiento psicológico –“les pedimos que nos cuenten cómo perdieron las piernas para ayudarles a superarlo”– y, en algunos casos, les ayudan con un programa de microcréditos para que puedan impulsar ellos mismos su propio negocio.
Dos años después del terremoto, Isa sigue caminando. Y acompaña en su camino, ofreciendo piernas y oportunidades para andar por sí mismos, a quienes carecen de ambas. Porque “Dios me dio la vida y esta ya no tiene sentido si no es para darla”.
EN ESENCIA
Un libro: el Evangelio.
Una película: El chico, de Charles Chaplin.
Una canción: Smile, en versión de Rod Stewart.
Un deporte: la carrera del día a día.
Un recuerdo de la infancia: cuando me regalaron una guitarra a los 7 años.
Un rincón del mundo: aquí y ahora.
Un sueño: un mundo sin hambre y sin guerras.
La mayor tristeza: el terremoto del 12 de enero de 2010.
La mayor alegría: estar en Haití en estos momentos.
Un valor: todo el mundo es mi hermano.
Un regalo: estar viva y sana.
Una persona: Jesús de Nazaret.
Que me recuerden por… haber vivido para los demás.
En el nº 2.781 de Vida Nueva.
La Navidad, vivida desde Haití: Dios estaba con nosotros, incluso ese día
A menudo, me preguntan cómo puedo encontrar a Dios en un país tan castigado y sufriente como Haití; me han preguntado también
dónde estaba Dios ese fatídico 12 de enero que desoló la ciudad… No tengo muchos razonamientos claros para esto. Me resulta un
misterio, pero mi vivencia entre los pobres siempre me ha llevado a creer más en Dios. Es verdad que la tragedia que sucedió ese día me
provocó una inmensa rebeldía contra Él. Recordaré toda mi vida cuando deambulé por las calles como un alma en pena buscando a mi
gente, sorteando muertos y heridos destrozados, llorando y gimiendo: ¿Dios mío, por qué nos has abandonado?
Pero siempre he dicho también que la reacción de los haitianos cambio radicalmente mi corazón. El haitiano no duda de que Dios
existe y estaba con ellos incluso ese día. El haitiano no se enfada con Él por lo que pasó o lo que perdió, no le reprocha nada, no le
da la espalda por el dolor que le hizo pasar o por lo que le quitó. El haitiano levanta las manos, grita, reza, llora y acepta el misterio
sin esperar más que la fuerza para seguir adelante. Yo creo que es esta actitud, tan humilde y fiel, la que los hace tan humanos. Y su
grandeza es su pequeñez, su humanidad.
Cuando, más que tener las necesidades vitales cubiertas, se tienen sobrecubiertas de banalidades, Dios no hace falta. Cuando nos
creemos que tenemos todo, o que podemos todo, no hay espacio para Él. Y la vida se llena de cosas que no llenan. En cambio, cuando
tienes el estómago vacío, cuando luchas por el agua, por la comida, por una casa, por la vida de cada día, por sobrevivir y por renacer
de entre los escombros…, Dios está presente en todo lo que haces, porque le llamas y le necesitas. Se descubre el valor de todo lo
realmente importante, porque te sale un inmenso gracias ante cada pequeño milagro de comer, beber, dormir bien, levantarte vivo y
sano…
Y es que a Dios se le encuentra mejor en la precariedad, en la necesidad…, porque, cuando te sientes necesitado, allí está Dios para
hacerte comprender su forma de venir al mundo. Que no optó por nacer en una clase noble; nació en lo más pobre y miserable. ¡En
un comedero de animales! ¡Qué grande es Dios que baja tan abajo! Por eso los de abajo lo entienden mejor, lo sienten tan cerca. Estas
experiencias les son muy familiares.
El haitiano entiende fácilmente la situación de María y de José, y el montón de miserias que pasaron para que naciera Jesús. Les es
muy fácil comprender lo que es tener necesidad de posada, de casa y de seguridad. La mujer haitiana sabe lo que es tener un hijo a la
intemperie como María; y el hombre haitiano sabe lo que es no poder hacer gran cosa por su familia, como José.
Aquí, Navidad no son luces de colores en las calles ni villancicos a todo volumen. Aquí te estremeces porque lo que lees en el
Evangelio del nacimiento de Jesús es lo que se vive diariamente, y la gente sabe que eso no es un cuento del pasado. Es el hoy y es el
ahora. Por eso, aquí Dios sigue naciendo cada día. Sin ninguna duda.
¡Feliz Navidad desde Puerto Príncipe, el pesebre del Caribe!
Isa Solà, rjm
Religiosa de Jesús-Marí
(ALFA Y OMEGA, 5 DE ENERO 2012)