El bien común se encuentra en la base de la construcción de la sociedad. Esta muestra didáctica permite conocer, a través de una de las obras más destacadas del arte medieval, la visión de cómo sólo la búsqueda del bien común permite construir una sociedad acorde con el inconmesurable deseo de bien que constituye al ser humano.
Un buen libro que nos cuenta lo que el artista plasmó y que se ofrece ahora en Lima en esta mjestra.
El artista y la filosofía política. El Buen Gobierno de Ambrogio Lorenzetti
Quentin Skinner.
Edición de E. García y P. Aguado
Trotta Editorial / Fundación Alfons Martín Escudero
Madrid, 2009
152 páginas
Entre 1337 y 1340, Ambrogio Lorenzetti pintó una célebre serie de frescos en la Sala de los Nueve del Palazzo Pubblico de Siena en los que representó la idea del Buen Gobierno. Lorenzetti supo hacerse cargo del legado de los primeros humanistas italianos, que habían codificado las aspiraciones de la autonomía republicana de acuerdo con una tradición que se remontaba hasta la antigüedad romana y que, en la formulación clásica de Sobre los deberes de Cicerón, prescribía cuáles debían ser las cualidades de quienes ejercieran los poderes públicos. Uno de los conceptos más importantes, aunque más elusivos, de esa tradición era el concepto de representación. El Buen Gobierno era representativo por naturaleza, pero, para serlo verdaderamente, debía representar las cualidades que ya se encontraban en los ciudadanos. El Buen Gobierno era, al mismo tiempo, la consecuencia y la garantía de la excelencia cívica. En los frescos de Lorenzetti, la narración seguía un doble hilo que provenía de las figuras de la sabiduría y de la justicia, que la concordia trenzaba y que un grupo de ciudadanos -representados en pie de igualdad- llevaba consigo para sujetar la mano de la misteriosa figura central, la figura del Buen Gobierno, que, en una posición eminente, estaba rodeada por las virtudes de la fortaleza, la prudencia, la magnanimidad y la templanza. Lo que Lorenzetti plasmaba en sus frescos no era tanto una entidad social como una forma de gobierno, una política ciudadana que podía resumirse en la idea de que el ser humano sólo es libre en un régimen constitucional de participación ciudadana. Mediante una sutil combinación plástico-semántica, Lorenzetti habría fundido la imagen del Buen Gobierno con la de los propios ciudadanos. Los buenos ciudadanos son el Buen Gobierno. La señal más relevante de la pax de la ciudad sería la alegría, representada por un grupo de danzantes. Una ciudad justa es una ciudad alegre, que encarna elotium cum dignitate. El historiador de las ideas políticas Quentin Skinner interpreta de una manera magistral los frescos de Lorenzetti en su libro El artista y la filosofía política.
Las ciudades italianas corrieron, sin embargo, la misma suerte que las antiguas ciudades griegas. Lorenzetti había advertido de los peligros de la división o de la guerra, y la única forma que tuvieron las ciudades renacentistas de conservar la seguridad fue la de perder su independencia. Ésta es una vieja lección aprendida de la historia europea. El Buen Gobierno es el gobierno local. Las pequeñas ciudades griegas o italianas no pudieron hacer frente a la tentación imperial, pero su legado sigue estando vigente en una Unión Europea que depende, para su correcto funcionamiento, del principio de subsidiaridad: todo cuanto puedan hacer las administraciones menores no deben hacerlo las mayores, y las administraciones menores pueden hacer muchas cosas y hacerlas bien, fundamentalmente porque son el lugar de la vida pública en el que la participación es casi directa o no hay que tirar demasiado del hilo para sujetar a los representantes. El principio de subsidiaridad es un principio normativo que se basa en la moderación de la vida política, en la delimitación de las responsabilidades de los poderes públicos y en una participación espontánea y recíproca de los ciudadanos. En el lenguaje de los tratadistas en los que Lorenzetti abrevaría, el principio de subsidiaridad equivaldría a la uguaglianza y el entreservizio, la igualdad y el servicio mutuo que no nacen de una supuesta sociabilidad natural, sino de una exigencia de justicia y de educación.
Lorenzetti también pintó el mal gobierno. En la pared oeste de la sala, la justicia está derribada por el suelo, la tiranía se ha entronizado y a su lado campean el furor, la discordia, la guerra, el fraude, la traición y la crueldad. Por encima de la tiranía, triunfan la soberbia, la avaricia y la vanagloria. Ninguna de estas palabras ha quedado obsoleta: el triunfo de la soberbia, de la avaricia y de la vanagloria, además de la práctica del fraude o de la traición, sigue siendo posible aun cuando, cambiando de contexto, las ciudades europeas se hayan librado de la guerra o de la crueldad. Como Skinner señala, los frescos de Lorenzetti no eran una alegoría. Hay un Buen Gobierno y hay un mal gobierno.