En vísperas de la fiesta de la Inmaculada, les presento la bella imagen de Pedro de Nogera, escultor catalán que entre 1623 y 1640, realizó la obra de ensamblaje de la sillería del coro de la catedral de Lima, que se considera su obra más destacada y una de las más representativas del arte hispanoamericano.
Por aquellos días vivía Lima un gran fervor mariano. Florecen las cofradías y congregaciones de Nuestra Señora (en particular la de "la Pura y Limpia Concepción" del Hospital de San Bartolomé) los romeros y danzantes de la Virgen. Los serenos cantaban también a María al dar la hora en las calladas noches; fachadas adornadas con el anagrama de María o con los versos (en zaguanes o esquinas con imágenes de María):
«Nadie traspase este umbral
que no diga por su vida
que es María concebida
sin pecado original».
Don Diego de León Pinelo, hermano del célebre primer biógrafo de Santo Toribio, bachiller por Salamanca, y luego estudiante, catedrático y rector (1656-8) de San Marcos, escribió un alegato apologético en defensa de la Universidad de San Marcos en 1648, que culmina refiriéndolo todo a la Virgen Inmaculada como quien "perfecciona las obras de los doctores [...] preside la Teología, los sagrados libros, la Jurisprudencia, la Filosofía: ella que presidió aquel divino Colegio de los Apóstoles"; y concluye: "¡Oh María, que doquiera eres María, doquiera piadosa, doquiera misericordiosa, guárdanos, dirígenos, para que cada día florezca nuestra Academia, que más bien es tuya, a la cual proteges como Señora del mundo y de los cielos".
Años antes, en 1618, había publicado en la imprenta de Francisco del Canto, la obra "Relación de las fiestas que a la Inmaculada Concepción de la Virgen Nuestra Señora se hicieron en esta ciudad de los reyes del Perú". Entre las numerosas comparsas que por aquellos días recorrieron Lima, destacó una formada por quince niñas menores de diez años. Vestidas de ángeles, con túnica de raso azul y sobre ella otra de velo de plata, con coronas de oro, perlas, rubíes, diamantes, esmeraldas y topacios. Cuando la máxima autoridad, el príncipe virrey de Esquilache, se asomó al balcón de palacio para ver tan tierna comparsa, una de las chiquillas, futura marquesa de Villarubia de Langres, representado a San Miguel, capitán de aquel coro de ángeles, se dirigió a Su Excelencia y le dijo:
Soy correo celestial,
Y por noticia os traía
que s concebida María
sin pecado original.
Don José de Mugaburu nos relata profusamente las fiestas de "la Limpia Concepción" de 1656 con los "mayores fuegos que ha habido en esta ciudad...el sexto, otro carro con una imagen de la Limpia Concepción...Y fue aquella noche de los fuegos que no ha habido más que ver. El domingo siguiente hubo un gran sermón y procesión alrededor de la iglesia y sacaron a la Virgen Santísima de la limpia Concepción, la chapetona, que está en San Francisco...
El Diario de Lima (1640-194) de Mugaburu recoge el mismo gesto para la capital del virreinato: "Martes siete de diciembre de 1655, víspera de la Pura y Limpia Concepción, votaron la Audiencia y Cabildo eclesiástico y secular, guardar su fiesta, y que fuera con vigilia; y defender su limpieza, y la nombraron por patrona de todo el reino. Y aquél día hubo muchas fiestas".
Este ambiente lo recoge magistralmente este texto del socarrón y mago de nuestra lengua Ricardo Palma en sus "Tradiciones Peruanas".
Hacia 1640, en la bulliciosa Lima virreinal, hervidero también de portugueses judaizantes, vivía un hombre de baja estatura, de nombre Don Juan Manrique que se hacía descender de uno de los siete infantes de Lara. Pues resulta que un día que estaba la ciudad congregada en la plaza Mayor a las doce del día, se presentó nuestro hombre con caparazón morado y blanco, recamado de oro, estribos de plata y pretal de cascabeles fines, cabalgando un ágil caballo. El jinete relucía con armadura de acero, gola, manoplas, casco borgoñón, con gran penacho de plumas y airones y embrazaba adarga y lanzón, ciñendo alfanje de Toledo y puñal de misericordia con punta buida. Visible en el pecho, una banda blanca cruzada con letras de oro, destacaba esta divisa: El caballero de la Virgen. El pueblo, sorprendido por el gesto de tal jinete en tan brioso corcel, aplaudió al verle entrar y detenerse frente a palacio. Nuestro nuevo Quijote con cuerpo de Sancho frenó con elegancia el caballo, alzó la visera y lanzó con fuerza el siguiente pregón:
- ¡Santiago y Castilla! ¡Santiago y Galicia! ¡Santiago y León! Aquí estoy yo, D. Juan Manrique de Lara, caballero de la Virgen, que reto, llamo y emplazo a mortal batalla a todos los que negasen que la Virgen María fue concebida sin pecado original. Y así lo mantendré y haré confesar, a golpe de espada y a bote de lanza y a mojicón cerrado y a bofetada abierta, si necesario fuese, para lo cual aguardaré en vigilia en este palenque, sin yantar ni beber, hasta que Febo esconda su rubia caballera. El judío que sea osado, que venga, y me encontrará firme mantenedor de la empresa...!Santiago y León!
Y arrojó el guante sobre la arena de la plaza. El pueblo, que no esperaba esta pepitoria de los romancescos caballeros andantes, vitoreó con entusiasmo. Ni que el campeón hubiera sido otro Pentapolín, el del arremangado brazo...Don Juan Manrique permaneció ojo avizor sobre las cuatro esquinas de la plaza, esperando que asomase algún malandrín infiel a quien acometer lanza en ristre. Pero sonaron las seis de la tarde y ni Durandarte valeroso, ni desaforado gigante Fierabrás, ni andariago embreado, ni encantador follón se presentaron a recoger el guante. El dogma de la Inmaculada Concepción quedaba triunfante en Lima...D. Juan se volvió a su casa acompañado de los vítores populares. Desde ese día quedó bautizado con el mote de "El caballero de la Virgen".