Créditos: Sara Manjón de Garay
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La devoción al Señor de los Milagros, patrimonio inmaterial del Perú
José Antonio Benito Rodríguez, CEPAC, 31 de octubre del 2013
"Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos". Las inmortales palabras escritas por Antoine de Saint-Exupéry en "El Principito" cuadran muy bien para el patrimonio inmaterial y específicamente para una devoción que se expresa multitudinariamente en la procesión.
Parto de dos declaraciones oficiales estatales sobre el Señor de los Milagros. La primera del año 2005, la Resolución Directoral Nacional Nº 1454/INC del Instituto Nacional de Cultura, y su declaración de la "Festividad del Señor de los Milagros" como Patrimonio Cultural de la Nación. La segunda, el Proyecto de Ley Nº 4022/2009-PE, convertido en Ley Nº 29602, por la
que se declara al Señor de los Milagros como Patrono del Perú, "símbolo de religiosidad y sentimiento popular" del Perú.
En torno a la procesión del Señor de los Milagros de Nazarenas, en Lima (Perú) brotan múltiples realidades culturales (Hermandad, Monasterio de Nazarenas, Liturgia, Devotos, Autoridades civiles y eclesiásticas, Comerciantes, Prensa…) que la convierten en una vivencia espiritual compartida por cientos de miles de peruanos, tanto en Lima como fuera de la metrópoli. En un país tan social, cultural, económica y étnicamente diverso, el Señor de los Milagros asume un rol integrador que no es ni transitorio ni meramente simbólico. Frente al avance de la tecnología globalizada y de la modernidad en la cultura contemporánea, el acontecimiento del Señor de los Milagros está logrando
humanizar, personalizar, revitalizar aquellos lugares del mundo donde la modernidad tiende a deshumanizar y despersonalizar a la sociedad. No sólo porque la migración internacional ha trasladado este culto por casi todo el mundo (EEUU, Europa, Asia), sino porque aprovecha eficazmente la tecnología de la comunicación mundializada para difundir su impacto religioso.
Del Perú se ha dicho que es un camino permanente por el que han peregrinado sus gentes a lo largo de su historia milenaria. El motor de este caminar es el fervor religioso, patrimonio auténtico de nuestros pueblos, alma del cuerpo social peruano y estimulante de sentimientos, actitudes, gestos.
La "devoción" –como escribe Manuel Marzal- es una verdadera forma de fe-confianza, por la que se establece una relación profunda entre el Señor de los Milagros y la persona, el "devoto", como él mismo se define. Él sabe que puede contar con el Señor y que nunca se verá defraudado. La devoción, que puede nacer por tradición familiar, se convierte paulatinamente en una relación cada vez más personal, alimentada por los milagros del Señor y expresada por el devoto con términos de intenso y profundo cariño. Uno de los momentos más tiernos se da al "velar"; efectivamente, el devoto deja la vela encendida para simbolizar que deja su corazón delante del Señor, que no lo olvida. Pero el rasgo más entrañable de este amor del limeño o la limeña al Señor de los Milagros es la presentación de los niños ante la imagen; lo que desea un padre o una madre al presentar a su hijo es que ese niño sea siempre un devoto del Señor de los "Milagros. Resultan conmovedoras también las distintas formas que el devoto adopta para conectar con el Señor en personalizada oración: mirar el icono y dejarse mirar por él, cargar el anda, colocar flores, orar, cantar, participar en los sacramentos (confesión y comunión), caminar (casi siempre en compañía), ofrecer un sacrificio, llevar el hábito, dar una limosna, recibir la bendición.
Algunos de los múltiples aspectos del rico patrimonio inmaterial vivo, se concretan en las crónicas elaboradas, poemas, himnos, canciones, oraciones, hermandades, congregaciones. Pienso que la clave de la lozanía y creciente devoción al Señor de los Milagros está en dos motores permanentes que la galvanizan a diario: Las Carmelitas Nazarenas y las cuadrillas de la Hermandad. Un excelente testimonio de la valoración positiva del mismo, lo representa el actual Papa Francisco, quien clausuró el pasado domingo 5 de mayo con una Misa en la Plaza de San Pedro las Jornadas de las Cofradías y de la Piedad Popular del 3 al 5 de mayo en Roma con motivo del Año de la Fe. Este acontecimiento en el que participaron más de 50.000 personas permitió que las cofradías de los países donde la tradición es más fuerte, entre ellos Italia, España, Malta, Francia, Polonia e Irlanda diesen «testimonio de las diferentes tradiciones locales como resultado de una religiosidad que se ha expresado a través de los siglos con iniciativas y obras de arte que duran hasta nuestros días». Citando a Benedicto XVI, el Papa Francisco destacó la importancia de la 'evangelicidad' de las Hermandades y la riqueza de manifestaciones de la piedad popular, que los obispos latinoamericanos definen como una espiritualidad, una mística, un espacio de encuentro con Jesucristo. Concluyó su homilía valorando la trascendental misión de dejando a los fieles un mensaje programático con tres consignas: «Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero".
DEVOCIÓN MULTISECULAR MESTIZA GLOBALIZADA
Conviene destacar que ya en la génesis del acontecimiento del Señor de los Milagros, los protagonistas no son peruanos sino extranjeros. El primero, parece que de nombre Benito y apellido Angola por su procedencia, era africano y pintó la imagen del Señor de los Milagros alrededor del año 1650, a pedido de sus hermanos de una cofradía del barrio de Pachacamilla, en la ciudad de Lima.
Otro protagonista singular de nuestra historia lo constituye Sebastián de Antuñano el "vizcaíno español" como reza en la lápida del santuario. En 1684, Antuñano se había dirigido a la ermita del Señor de los Milagros y, mientras contemplaba la santa efigie, había sentido una voz interior que le susurraba claramente: «Sebastián, ven a hacerme compañía y a cuidar del esplendor de mi culto». Puesto de rodillas ante la imagen, le había ofrecido un servicio incondicional hasta la muerte. Terminadas las obras, un violento terremoto asoló la ciudad de Lima, Callao y las localidades vecinas, sembrándolos de muerte y ruinas, en la madrugada del 20 de octubre de 1687. Por la tarde de aquel día, Sebastián de Antuñano tuvo la idea de sacar en procesión un lienzo que era copia del Cristo del mural. Fue así que se inició la primera procesión de las tradicionales procesiones de octubre del Señor de los Milagros de las Nazarenas. En su primer recorrido llegó hasta la Plaza Mayor y al Cabildo limeño, donde recibió muestras de fervor por parte de los fieles y vecinos de ambos lugares. Se tiene la seguridad que aquella replica es la misma que hoy en día nos sigue acompañando en los meses de octubre en su recorrido por la gran Lima. Gracias a un documento de 12 de octubre de 1700, conocemos la compra efectuada por Antuñano en 1699 al Maestre de Campo don Diego Manrique de Lara del "sitio que llaman del Santo Cristo de los Milagros, que es una cuadra en cuadro y otra cuadra en cuadro de diferentes personas y en ella está incluso un pedazo que compré al convento de Santo Domingo y asimismo está incluso otro solar que es sobre el que estaba el muladar grande de Pachacamilla" en 1688 La tercera protagonista fue una mujer ecuatoriana, Antonia Lucía de Maldonado o del Espíritu Santo, nacida un 12 de diciembre de 1646 en Guayaquil y, quien, muerto su padre, se había instalado con su madre en el puerto del Callao. Se casó aquí con Alonso Quintanilla, pero, después de algunos años de matrimonio vivido en castidad, conscientes de que el Señor les había destinado para una vocación especial, convinieron en separarse. Él entró en los franciscanos y ella fundó un beaterio que denominó Colegio de Nazarenas; beaterio que fracasó por exigencias excesivas de los donantes. Antonia de Maldonado también decidió entregarse al culto del Cristo y fundó el Beaterio, y posteriormente Monasterio, de las Nazarenas, adscrito al santo Cristo, a comienzos del Siglo XVIII. Antonia empezó su obra en el Perú con la creación de un beaterio en el Callao. Posteriormente, se trasladó a Lima para perfeccionar su trabajo.
Todo parecía caminar bien cuando surgió el primer obstáculo: la institución necesitaba una autorización real para poder funcionar Antes de lograrlo, murió la M. Antonia Lucía. El Beaterio designó por superiora a la M. Josefa de la Providencia, que, a los dieciocho años de muerta la Venerable, logró transformar el Beaterio en convento, cuando en febrero de 1720 el Rey de España, Felipe V, dio licencia para la fundación del Monasterio de las Nazarenas. Por parte de la Santa Sede, la aprobación fue dada por la Bula del Papa Benedicto XIII, el 27 de agosto de 1727: observarían las Constituciones de las Carmelitas Descalzas y vivirían -como era deseo de la M. Antonia Lucía del Espíritu Santo- como nazarenas. Notemos que los tres protagonistas más importantes son extranjeros, ninguno peruano, pero sin embargo están plenamente identificados con Perú, al punto que todos mueren en Perú. De hecho Lima y Perú convertirán al Señor de los Milagros en su patrono. Esta incipiente globalización y gradual mestizaje, a través de las instituciones, se refleja con toda claridad en los símbolos de su insignia principal: el escudo nazareno creado en 1980. Coronados por la cruz nazarena se dividen en cuatro campos: a) la figura del esclavo Angola pintando al Señor, b) el escudo de la ciudad de Lima, c) la figura del roble, símbolo de Vizcaya (España), el lugar de origen de Sebastián de Antuñano, y d) la fachada de la Iglesia de las nazarenas; en el vértice inferior una cinta roja, con el emblema, lema y año de fundación de la Hermandad; y sobre el fondo, el hábito morado con el cordón blanco (vestimenta tradicional nazarena). Hallamos entonces una representación de los actores centrales de esta historia: los afrodescendientes, la autoridad civil local, los devotos (encarnados en la figura del español Antuñano), la orden de religiosas Carmelitas Descalzas Nazarenas, y por supuesto la Hermandad.
(Artículo completo en http://jabenito.blogspot.com/search?q=milagros "La devoción al Señor de los Milagros, patrimonio inmaterial del Perú" Simposium (XXI Edición) San Lorenzo del Escorial, 5 al 8 de septiembre del 2013, Vol. II, pp.817-842, con foto de Sara Manjón