Mario Vargas Llosa, nuestro Nóbel de Literatura, peruano universal, a pesar de estar bautizado y estudiar con los salesianos, se confiesa "agnóstico". Su mentalidad queda reflejada en su obra. con motivo de su artículo "Chacas y el cielo" sobre la obra del p.hugo de censi, celebró su 76 cumpleaños en compañía de la comunidad de la o.m.g. y los fieles de chacas, en la semana santa del presente 2013. les comparto un profundo y agudo análisis del colega y amigo dr. gustavo sánchez en su obra "más allá de las letras" (Círculo encuentro, lima, 2013, pp-189-216
La religión en vargas llosa
Una postura ambivalente
Los tres novelistas franceses que señalábamos como fuerte influencia en la visión del ser humano en Vargas Llosa tienen otra característica común: son ateos. No creen en Dios, y en el caso de Sartre, se trata de un ateísmo militante y combativo, alimentado además por sus convicciones marxistas radicales posteriores. Es claro que dicha influencia marca la imagen que el escritor peruano tiene acerca de la religión.
En lo personal, Vargas Llosa tiene diversas y hasta contradictorias opiniones acerca de Dios y lo religioso. En sus memorias, por ejemplo, recuerda que de niño era muy piadoso, característica que le venía por parte de la familia materna, y hasta cierto punto resulta conmovedora la descripción que hace de su piedad infantil, lo que ciertamente llama la atención:
"Mientras estuve en Bolivia, hasta fines de 1945, creí en los juguetes del Niño Dios, y en que las cigüeñas traían a los bebes del cielo, y no cruzó por mi cabeza uno solo de aquellos que los confesores llamaban malos pensamientos; ellos aparecieron después, cuando ya vivía en Lima. Era un niño travieso y llorón, pero inocente como un lirio. Y devotamente religioso. Recuerdo el día de mi primera comunión como un hermoso acontecimiento; las clases preparatorias que nos dio, cada tarde, el hermano Agustín, director de La Salle, en la capilla del colegio y la emocionante ceremonia —yo con mi vestido blanco para la ocasión y toda la familia presente— en que recibí la hostia de manos del obispo de Cochabamba, imponente figura envuelta en túnicas moradas cuya mano yo me precipitaba a besar cuando lo cruzaba en la calle o cuando aparecía por la casa de Ladislao Cabrera (que era, también, el consulado del Perú, cargo que el abuelo había asumido ad honorem). Y el desayuno con chocolate caliente y pastelillos que nos dieron a los primeros comulgantes y a nuestras familias en el patio del plantel"[1].
Una serie de experiencias problemáticas, entre ellas la aparición de su padre, a quien creía muerto, y con quien tuvo una relación pésima, además de situaciones negativas con gente de Iglesia, y un despertar sexual no guiado por una correcta instancia moral, hicieron que perdiera la fe[2], lo que luego reivindica presentándose o bien como ateo, o bien como agnóstico. Desde esta perspectiva descreída es como juzga a la religión, a veces con cierta benevolencia, otras veces como crítico feroz. Así, preguntado por lo religioso como elemento propio de la identidad cultural latinoamericana, responde:
"Creo que la religión es un componente de nuestra cultura, sin ninguna duda. Es un hecho, forma parte de nuestra manera de ver las cosas, de nuestra historia, de nuestra sensibilidad. Y la religión, evidentemente es inerradicable. Cuando una sociedad ha intentado erradicarla o de hecho se ha vuelto laica y secularizada, en el sentido de descristianizarse para el caso de América Latina, inmediatamente han surgido unas formas de credo o ritual, prácticas que reemplazan a la religión y que resultan no solamente sus caricaturas sino que pueden ser tremendamente nocivas"[3].
Sorprendentes declaraciones, si tenemos en cuenta que lo más frecuente son las que con-sideran a la religión de manera bastante negativa y la ven como un mal antes que como un bien. Cuando Vargas Llosa estuvo como candidato a la presidencia del Perú en 1990 su agnosticismo fue un tema muy manido. Lo que en esa época pensaba sobre la religión se evidencia en el siguiente comentario:
"A lo largo de la campaña tuve varias reuniones con pastores y dirigentes de iglesias protestantes, pero nunca quise establecer alguna forma de relación orgánica entre ellos y mi candidatura ni hice a aquéllos otra promesa que, durante mi gobierno, se respetaría a carta cabal la libertad de cultos en el Perú. Precisamente por haberme declarado agnóstico, me cuidé durante los tres años de evitar que la cuestión religiosa metiera su cabeza en la campaña, aunque nunca rehusé recibir a los religiosos, de cualquier confesión, que quisieron verme. Recibí a decenas, de las más variopintas denominaciones, con-firmando, una vez más, en esas entrevistas, que nada atrae a la locura (ni la excita tanto) como la religión"[4].
Al presente, la manera como Vargas Llosa entiende y valora la religión ofrece aspectos sorprendentemente cambiantes, extremos y hasta en ciertos sentidos chocantes. Así, en su discurso durante la entrega del Premio Nobel, cuando critica los males de este mundo y especialmente los de América Latina, dice:
"Detesto toda forma de nacionalismo, ideología —o, más bien, religión— pro-vinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales".
Sin embargo, en un reciente artículo periodístico, comentando la Jornada Mundial de la Juventud realizada en Madrid en agosto del 2011, Vargas Llosa se expresa del catolicismo de una forma tan desusadamente positiva que ha causado sorpresa y admiración. No sólo porque considere necesaria la presencia de la religión en general, y del catolicismo en particular, como elementos valiosos para la sociedad democrática y para la cultura de la libertad, sino por sus palabras tan encomiásticas sobre Benedicto XVI. Comparando al Papa Ratzinger con Juan Pablo II, dice:
"Es difícil imaginar dos personalidades más distintas que las de los dos últimos Papas. El anterior era un líder carismático, un agita-dor de multitudes, un extraordinario orador, un pontífice en el que la emoción, la pasión, los sentimientos prevalecían sobre la pura razón. El actual es un hombre de ideas, un intelectual, alguien cuyo entorno natural son la biblioteca, el aula universitaria, el salón de conferencias. Su timidez ante las mu-chedumbres aflora de modo invencible en esa manera casi avergonzada y como disculpándose que tiene de dirigirse a las masas. Pero esa fragilidad es engañosa, pues se trata probablemente del Papa más culto e inteligente que haya tenido la Iglesia en mucho tiempo, uno de los raros pontífices cuyas encíclicas o libros un agnóstico como yo puede leer sin bostezar (su breve auto-biografía es hechicera y sus dos volúmenes sobre Jesús más que sugerentes)"[5].
Con lucidez y honestidad reconoce que las ideologías de corte positivista que anunciaban la desaparición de la religión no eran más que sueños errados, y que es utópico suponer que la cultura reemplace a la religión:
"Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que ésa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Y sabemos, también, que aquella función que los librepensadores decimonónicos, con tanta generosidad como ingenuidad, atribuían a la cultura, ésta es incapaz de cumplirla, sobre todo ahora. Porque, en nuestro tiempo, la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia, que intentó ser en el pasado, y se ha transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y, en otro, en una cábala de especialistas incomprensibles y arrogantes, confinados en fortines de jerga y jerigonza y a años luz del común de los mortales"[6].
De aquí concluye el Nobel peruano la necesidad de la religión, y no como un mal necesario, antes bien como algo valioso, obvia-mente dentro de los parámetros ideológicos de Vargas Llosa:
"Mientras no tome el poder político y éste sepa preservar su independencia y neutralidad frente a ella, la religión no sólo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática. Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos por eso de lo ocurrido en Madrid en estos días en que Dios parecía existir, el catolicismo ser la religión única y verdadera, y todos como buenos chicos marchábamos de la mano del Santo Padre hacia el reino de los cielos"[7].
Presencia de la religión en sus novelas
Más allá de sus opiniones, lo cierto es que el tema religioso está presente en casi todas sus novelas, aunque en la mayoría de éstas sólo se mencionen algunos elementos y se trate esta cuestión de manera muy dispar. En La ciudad y los perros está reflejado en el capellán del Cole-gio Militar y en las ocasionales alusiones que se hacen sobre temas morales[8]. En La casa verde lo religioso está presente en las figuras de las religiosas que viven en Santa María de Nieva, en la selva peruana, y en el padre García, que en Piura despotrica contra la casa de citas que se ha instalado en la ciudad[9]. La novela Historia de Mayta concede un papel relevante a la religión católica, y trae la novedad de una presentación "moderna" de lo católico visto como compromiso político, muy en la línea de la teología marxista de la liberación de Gustavo Gutiérrez[10]. Esta visión, asociada al revolucio-nario Pedro Mayta, está al servicio de otra idea–fuerza de Vargas Llosa, que es la concepción de la religión como fanatismo. También son destacadas las consideraciones sobre la religión que hace en El paraíso en la otra esquina, en la línea represora que mencionábamos anterior-mente[11]. Pero sin duda es en dos novelas singulares donde la religión adquiere un papel casi central, indesligable de los personajes y de las situaciones. Nos referimos a La guerra del fin del mundo —a mi juicio, la mejor novela de Vargas Llosa— y su última obra, El sueño del celta.
El tema de La guerra del fin del mundo es la revuelta de Canudos, en el norte de Brasil, un acontecimiento histórico ocurrido a fines del siglo XIX, suscitado por lo que se consideró la actitud fanática del predicador itinerante Antonio Mendes Maciel, llamado también Antonio Consejero, que llevó al rechazo de la República y a la instauración de una sociedad teocrática, apartada de la vida política ordinaria. La novela cuenta las sucesivas guerras que tuvieron lugar para sofocar la secesión de los 'fanáticos religiosos' y la ferocidad de la lucha por ambas partes, guerra que culmina con la destrucción de la ciudad de Canudos. Tomando inspiración de la obra clásica de Euclides da Cunha, Os Sertões[12], que narra estos sucesos desde una perspectiva marcadamente positivis-ta y antirreligiosa, Vargas Llosa propone en esta novela una reflexión sobre el fanatismo de todo tipo, manifestado en cuatro figuras prototípicas del mismo a todos sus niveles: el fanatismo religioso, tipificado por el Consejero; el fanatismo ideológico, representado por el anarquista escocés Galileo Gall; el fanatismo militar, encarnado en la figura del Coronel Moreira César; y finalmente el fanatismo machista, propio de la cultura popular, representado por el pistero Rufino[13].
Sin embargo, es la figura de Antonio Consejero la más llamativa y central de la novela. Personaje misterioso, que no se sabe de dónde viene, comienza a predicar a lo largo del sertão nordestino un catolicismo exigente, radi-cal, criticando los vicios de los clérigos y re-construyendo las iglesias ruinosas de los pueblitos por donde pasa, provocando numero-sas conversiones entre los más miserables de los miserables: asesinos, filicidas, bandidos, desposeídos, enfermos, etc. Conversiones es-pectaculares en número y en cambio existen-cial, que pronto llegan a miles de seguidores. Cuando se proclama la República, el Consejero desconoce el nuevo orden político, acusándolo de anticatólico, protestante y masón, y pre-sentándolo como el Anticristo llegado a la tie-rra, como el Can o el Perro que va a morder a los verdaderos creyentes. Parte con sus seguidores y funda en medio de la nada una ciudad, Canudos, concebida como la Nueva Jerusalén donde esperarán el fin del mundo. Las guerras que emprende la República contra estos insurgentes, quienes son acusados de promonárquicos y agentes del imperialismo británico, son llevadas a cabo con un fanatismo rayano en la locura. Todo ello en medio de conspiraciones políticas que reflejan también cómo la manipulación ideológica, periodística y cultural impide conocer la realidad creando mentiras que se presentan como verdades y criticando la verdad como una gran mentira.
Finalmente, la última novela de Vargas Llosa, El sueño del celta (2010)[14], cuenta la historia del irlandés Roger Casement (1864–1916), uno de los primeros europeos en denunciar los horrores de la dominación colonial en el Congo Belga y también las atrocidades cometidas contra los nativos en la Amazonía peruana en las primeras décadas del siglo XX. Personaje de leyenda, aventurero y diplomático al servicio de Gran Bretaña, cambia sus convicciones políticas cuando "descubre" que en Irlanda los ingleses sometían a sus compatriotas irlandeses a una opresión semejante a la que él había denunciado en África y en América del Sur, y trabaja intensa y clandestinamente por la liberación de Irlanda, a tal punto que comienza, en pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial, a tratar con los alemanes para que le ayuden en la independencia de su patria. Es capturado, sometido a juicio y ejecutado por traición.
Más allá de la trama, es en lo relativo a la cuestión religiosa que venimos analizando donde surgen algunas sorpresas. En primer lugar, es casi un lugar común en anteriores obras de Vargas Llosa la crítica, muchas veces la burla, a las personas que encarnan la religión, sobre todo cuando se trata de la Iglesia Católica. En esta novela hay una mirada favorable hacia los católicos en general —la madre de Roger Casement es católica y aparece muy bien presentada[15], en contraste con la severidad y dureza de su padre, que es protestante— y hacia los sacerdotes y religiosos en particular. Recordemos que los sacerdotes europeos en el Congo Belga, y sus pares en la amazonía peruana, son retratados como personas buenas, defensores de los pobres nativos maltratados por los blancos sedientos de sangre y codicia. El mismo Casement, a pesar de su homosexualidad oculta, abandona la fe anglicana en la que fue criado, y se convierte al catolicismo en que fue secretamente bautizado por su madre, muriendo en paz con la Iglesia después de una confesión sincera que —justo es reconocerlo— es una de las páginas más conmovedoras del libro[16].
Principales rasgos de su aproximación a la religión
La rápida revisión del contenido religioso en estas novelas nos permite señalar algunos rasgos de la forma como Vargas Llosa plantea la religión, sobre todo la católica, que, al fin y al cabo, es la más tocada y descrita en sus relatos. Expresándolo en pocas palabras, el modo como Vargas Llosa entiende la religión es, por decir lo menos, insuficiente y, por lo mismo, conduce a una imagen errónea de lo que ella es. Indicamos también sumariamente cuatro aspectos que se desprenden de su novelística:
a.Exteriorismo. Da la impresión de que el literato peruano concibe la religión como mera práctica de ritos, acciones que tienen que ver con el culto, pero nada más[17]. No hay descripciones de una vivencia interior de sus personajes religiósos, no se cuenta nunca la experiencia interior de los mismos. Esto es patente en el caso de Antonio Consejero, en La guerra del fin del mundo y ello es tanto más llamativo cuanto que del interior del Consejero es de donde han surgido todo lo que ha llevado a la guerra trágica y al drama de Canudos.
En la misma novela hay personajes ligados al Consejero que supuestamente viven su fe de una forma fanática. Pero nunca se narra la vivencia interior de los mismos, sólo se sabe que se "convirtieron". Tampoco se detalla la evolución interior religiosa que los lleva a abandonar el pecado y asumir una nueva vida. Es lo que encontramos, por ejemplo, con el Beatito, el segundo al mando de la comunidad espiritual después del Consejero, o con Joao Abáde, un bandido asesino, violador y ladrón con innumerables crímenes en la conciencia, y que de repente pasa a la condición de "santo" únicamente por escuchar al Consejero. Y así con otros muchos personajes. La ausencia de esta dimensión interior hace que en el plano religioso, La guerra del fin del mundo refleje una serie de estereotipos que, al menos en lo que se refiere a esta cuestión, dan una imagen de gran superficialidad[18].
b. Horizontalismo. Lo propio de la religión es el vínculo trascendente de comunión con Dios, la religación (= re–ligare) con lo que no pertenece a este mundo. Pues bien, esta trascendencia no se percibe en las descripciones de los personajes de Vargas Llosa. Cuestiones como la preocupación por el más allá, las realidades sobrenaturales como la vida de la gracia, la caridad y otras están completamente ausentes de los hombres y mujeres religiosos en sus novelas. Pensemos, por ejemplo, en la misma actitud del Consejero ante la guerra. Nunca se plantea el dilema de si sus acciones responden a la caridad cristiana, que manda amar a los enemigos y sufrir el mal antes que cometerlo, ni tampoco se cuestiona las miles de muertes producidas por su prédica. Y la manera como entiende la vida sobrenatural nunca se menciona, más allá de las consabidas acciones externas, como procesiones, actos piadosos y prácticas semejantes.
Lo mismo se puede decir de Roger Casement en El sueño del celta. Si bien la cercanía de la muerte parece empujarlo a la conversión, no se ve tampoco en su caso una experiencia que lo vincule a una realidad trascendente, como lo enseña la fe católica. Un ejemplo es la manera como el rebelde irlandés va rumiando las enseñanzas de la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, que lee en su celda[19], quedándose únicamente en los aspectos más prácticos y sin ninguna alusión a los contenidos más teológicos y dogmáticos —que los tiene en abundancia— de este libro tan clásico. Lo que nos lleva al siguiente aspecto, que es el del…
c. Moralismo. Consiste en la reducción de la religión a moral, dejando de lado todos los otros elementos esenciales a ella. Es el vicio típico del pensamiento de la modernidad, y hay que decir que se encuentra muy presente en Vargas Llosa. La religión es vista como buena o mala según sea el obrar moral de los personajes religiosos, independientemente de la doctrina. Así, los seguidores del Consejero se han santificado no porque vivan en cercanía e identificación con Dios, por medio de Jesucristo y con la gracia que derrama el Espíritu Santo en los corazones, sino porque "se portan bien". Los sacerdotes son juzgados según su obrar moral, independientemente de otras consideraciones. Por eso el padre Joaquim, que apoya a los rebeldes, lucha con ellos e incluso muere fusil en mano, es considerado un "buen cura", a pesar de que en el pasado vivió en concubinato y tuvo hijos. En El sueño del celta los sacerdotes, tanto en África como en la Amazo-nía peruana, son vistos como "buenos" por su actitud compasiva y solidaria para con los nativos oprimidos y explotados. No hay la consideración de buen sacerdote por el reflejo de una santidad que consista en la identificación sobrenatural —no sólo moral— con Jesús. Son consideraciones que están completamente alejadas del trabajo literario de Vargas Llosa.
Por supuesto que la dimensión moral es fundamental en la religión, y es imprescindible. Pero lo que no se puede admitir es que la religión sea únicamente moral, lo que en sí es un vicio por lo demás muy antiguo, que refleja una incomprensión y un desconocimiento de la religión. En el caso de Roger Casement la valoración de su vida religiosa, hecha en los últimos momentos de su existencia, previa a la ejecución, se da sólo desde la perspectiva moral, concretamente desde la homosexualidad del personaje, ajena a toda consideración más elevada. Compárese este episodio con las últimas páginas de otra novela que Vargas Llosa conoce muy bien, El poder y la gloria de Graham Greene, para percibir la diferencia abismal que hay entre las dos aproximaciones[20].
d. Ausencia de doctrina. Más allá de lugares comunes, como "irse al cielo", "condenarse al infierno" y ese tipo de expresiones, no vamos a encontrar en las novelas de Vargas Llosa ninguna descripción profunda sobre los grandes contenidos de la religión: Dios, Jesucristo, la gracia, la Iglesia. A lo más, cuando menciona alguna de estas realidades, las dice como de paso y sin que ninguna preocupación lo lleve a ahondar en ellas, tan esenciales para la existencia que muchos hombres, de una u otra forma han dado su vida por ellas. Volviendo a La guerra del fin del mundo, si miramos el contenido de la predicación del Consejero, notaremos que se presentan algunos puntos doctrinales de relevancia, como por ejemplo el juicio final, el fin del mundo —asunto éste que da nombre a la novela—, el diablo, los novísimos y otros. Pero más allá de los enunciados, no encontramos un ahondamiento crítico en ninguno de dichos puntos. Si nos atenemos a la sola novela, no sabríamos si son herejías o son la enseñanza católica común, y si los contenidos del Consejero son vistos como heterodoxos es porque alguna mención propia de la Jerarquía local así lo señala.
Una comparación con la obra literaria de Camus nos puede ilustrar. Sabemos que Camus era ateo, pero su reflexión sobre el misterio del mal y el sufrimiento del inocente, tal como lo plantea en su novela La peste, al menos alcanza niveles metafísicos, y aunque trate de expresar la comprensión católica sobre esta temática —intento en el que, dicho sea de paso, falla— sin embargo queda al menos el intento de plantear esta problemática de manera profunda. Pues bien, nada de esto encontramos en Vargas Llosa, ni en el plano del intento ni tampoco en el de las concreciones. Y la razón es comprensible: no hay en el Nobel peruano el conocimiento de la religión que da la experiencia religiosa; por lo tanto sus descripciones sobre el particular expresan esa insuficiencia que indicábamos líneas arriba. Y no puede esgrimirse la excusa de que se trata de una visión literaria sobre la religión, porque otros literatos, incluso ateos, dan una imagen más profunda, y por lo mismo más correcta de la religión, según hemos podido apreciar.
Conclusión
A lo largo de esta somera revisión de la obra literaria de Mario Vargas Llosa hemos podido constatar que para el escritor peruano la religión es sinónimo de fanatismo. Si bien puede que en algunas ocasiones se haya vivido de esa forma, la religión no se identifica nunca con el fanatismo, sino que en todo caso es su deformación, como tampoco se identifica un órgano con la deformación que la enfermedad produce en él. Considerar la religión como fanatismo revela ligereza y acaso falta de conocimiento de nuestro Nobel en este asunto tan trascendental.
Nos encontramos, además, como hemos podido ver en este breve recorrido, frente a un autor que tiene una postura cambiante frente a la religión y que se declara agnóstico, las más de las veces respetuoso o "neutro". Ello porque —se dice—, a diferencia del ateo militante, el agnóstico no afirma ni que exista ni que no exista Dios, sino que se mantiene en la neutralidad fruto de su no saber. Pero como bien señalaba el Cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, "la cuestión de Dios no es para el hombre un problema teórico (…). Al contrario, la cuestión sobre Dios es una cuestión eminentemente práctica que tiene consecuencias en todos los campos de nuestra vida. Si yo, por tanto, en teoría opto por el agnosticismo, en la práctica debo decidirme entre dos posibilidades: vivir como si Dios no existiera, o bien como si Dios existiera y fuese la realidad normativa para mi vida. Si elijo lo primero, prácticamente he adoptado una postura atea y además he puesto como base de toda mi vida una hipótesis que podría resultar falsa (…). Como pura teoría parece muy brillante, pero el agnosticismo es por su propia naturaleza algo más que una teoría: está en juego la práctica de la vida. Y cuando se intenta practicarlo en su verdadera dimensión, desaparece como una pompa de jabón: se deshace, porque no se puede evitar la elección que el agnosticismo quisiera evitar"[21].
Desconocimiento, ligereza y acaso superficialidad. La imagen de la religión que muestra Vargas Llosa en sus novelas está enraizada en su concepción del hombre, que, como hemos visto, está a su vez asociada al modelo existencialista —y por lo tanto ateo— de Sartre, Camus y Malraux, una visión que por definición filosófica es cerrada a lo trascendente y se autopriva de la dimensión religiosa.
Pero el ser humano tiene siempre en su interior ese anhelo de infinito y de trascendencia, por lo que busca trascender de diversos modos. Sin embargo, Dios siempre está allí como el eterno buscado, sea por la utopía, por el anhelo de la exaltación de la vida, o incluso por los afanes de una política que se rebela contra lo injusto y lo opresivo, porque hay una Libertad (con "L" mayúscula) que es el fundamento y la garantía de todas las libertades.
[1]. Mario Vargas Llosa. El pez en el agua, o.c., p. 20.
[2]. Cfr. Ricardo Setti. Diálogo con Vargas Llosa, San José de Costa Rica; Cosmos 1989, pp. 114–115.
[3]. La entrevista aparece en Jaime Antúnez Aldunate. De los sueños de la razón al despertar. Nueva crónica de las ideas. Santiago de Chile; Zig–Zag 1990, pp. 199–200.
[4]. Mario Vargas Llosa. El pez en el agua, o.c., p. 508.
[5]. Mario Vargas Llosa. "La fiesta y la cruzada". Publicado en el Diario "La República", Lima–Perú, edición del 29 de agosto de 2011.
[6]. Ibid..
[7]. Ibid. Sarcasmos aparte, llama la atención este punto de vista en Vargas Llosa. Si se considera en relación con la posición sostenida en la entrevista de Jaime Antúnez (ver nota 23), entonces se ve que parece volver a una perspectiva favorable a la religión que ya tenía, pero que por diferentes motivos cambió por una visión negativa y extrema, tal como se refleja en su Discurso al recibir el Nobel. Como indicaremos más adelante, su última novela refleja también esta mirada "positiva" sobre los hombres religiosos y sobre la religión católica.
[8]. Cfr., por ejemplo, Mario Vargas Llosa. La ciudad y los perros. Lima; PEISA 2001, p. 108.
[9]. Cfr. Mario Vargas Llosa. La casa verde. Lima; Alfaguara 2005. Sobre esta novela, y sobre los personajes religiosos de la misma, aparecen interesantes comentarios en Francisco Interdonato. El ateísmo en el mundo actual. Estudio aplicado al Perú, o.c., pp. 150–153.
[10]. Cfr. Mario Vargas Llosa. Historia de Mayta. Lima; Alfaguara 2005.
[11]. Cfr. Mario Vargas Llosa. El paraíso en la otra esquina. Lima: Alfaguara 2003. Muy interesantes comentarios al respecto en Roland Forgues. Mario Vargas Llosa: ética y creación, o.c., en el capítulo correspondiente a esta novela.
[12]. Cfr. La edición crítica de esta obra: Euclides da Cunha. Os Sertões. Sao Paulo; Editora Brasilense 1985, 728 pp.
[13]. Un excelente comentario a La guerra del fin del mundo en esta línea está en Seymour Menton. La nueva novela histórica de la América Latina, 1979–1992. México D.F.; Fondo de Cultura Económica 1993, pp. 67–98. Esta misma interpretación es avalada por Vargas Llosa cuando dice: "Para mí, quizá esto es lo que tiene Canudos de ejemplar para un latinoamericano, porque eso, esa ceguera recíproca, a partir de la visión fanática de la realidad, de la que participan tanto republicanos como jaguncos, es la misma ceguera para admitir la crítica que la realidad hace a la visión teórica". Ricardo Setti. Diálogo con Vargas Llosa, o.c., p. 48.
[14]. Cfr. Mario Vargas Llosa. El sueño del celta. Lima: Alfaguara 2010. No han aparecido aún muchos comentarios críticos a esta novela. Sin embargo, algunos critican fuertemente a Vargas Llosa señalando la poca calidad literaria de su última obra. Ver, por ejemplo, Javier Murguía. "El sueño del celta". Análisis crítico. En: www.revistadeletras.net/el–sueno–del–celta–de–mario–vargas–llosa/.
[15]. Ver el capítulo II de la novela, pp. 21 ss.
[16]. Ibid., pp. 440–441.
[17]. Véase, por ejemplo, la cita indicada en la nota 25.
[18] Son iluminadoras las reflexiones del padre Francisco Interdonato al respecto: "A diferencia de otros itinerarios de Vargas Llosa al fondo de sus personajes (políticos, etc) su descenso al abismo del alma religiosa no revela ningún misterio. El novelista, reconocido con razón como maestro de la palabra, clásico del lenguaje en todos los campos, en el religioso se envuelve de silencio, o en frases abstractas e indirectas. Sus personajes, tan vivos y ricos en los otros aspectos, nacen uniformes y estereotipados en el religioso". "La temática religiosa en La guerra del fin del mundo de Mario Vargas Llosa", a.c., p. 302.
[19]. Cfr. El sueño del celta, o.c., pp. 374–376.
[20]. Puede verse el comentario a esta novela en La verdad de las mentiras, o.c., pp. 187–194.
[21]. Joseph Ratzinger. Mirar a Cristo. Ejercicios de fe, esperanza y amor. Valencia; EDICEP 1990, p. 19.