San Ildefonso
Arzobispo de Toledo Este santo ha sido considerado como una de las mayores glorias de la Iglesia de España, la cual le honra como Doctor de la Iglesia. El santo era sobrino de San Eugenio, Obispo de Toledo a quien debía suceder en el cargo.
A pesar de la oposición paternal, San Ildefonso tomó los hábitos religiosos desde temprana edad, en el convento de Agalia, muy cerca de Toledo, del que fue más tarde Abad.
Fue ordenado diácono en el año 630, y posteriormente, siendo todavía un monje, fundó un convento de religiosas en los alrededores. Siendo Abad asistió al séptimo y octavo Concilio de Toledo, en 653 y 655, respectivamente.
Uno de los rasgo más característicos de la obra literaria de San Ildefonso es el entusiasmo casi exagerado con que el santo habla de la Santísima Virgen, y que se debe fundamentalmente al lenguaje mariano que se impuso en Toledo por aquella época.
Es unánimemente reconocido que el siglo VII fue para la Iglesia española un período de esplendor sin rival en las naciones cristianas de su tiempo. Esta prosperidad fue obra, sobre todo, de obispos tan extraordinarios como San Leandro (+667) y San Isidoro (+636), en Sevilla; San Eugenio (+657), San Ildefonso (+667) y San Julián (+690), en Toledo; San Braulio (+651) y Tajón (+683), en Zaragoza. Toledo, capital del Reino, era, antes de la conversión del pueblo visigodo, el bastión del arrianismo. Durante el siglo VI, lógicamente, los focos de vida espiritual y cultural estaban en la periferia peninsular.
Pero un hecho histórico, de enorme trascendencia, va a trasladar de la periferia al centro el eje de la vida española. el 8 de mayo de 589, en el concilio III de Toledo, se realiza la unidad católica de España. El heroico Masona de Mérida, desterrado de su diócesis en tiempos de Leovigildo a causa de su fe, preside la abjuración del arrianismo del Rey Recaredo, y de la reina y de gran multitud de nobles, y escucha la declaración de la fe católica como la religión oficial del Reino. Esta presidencia de Masona parece el símbolo del florecimiento de Mérida en la segunda mitad del siglo VI. A Mérida sucede Sevilla, de la mano de San Leandro, alma de la conversión del pueblo visigodo, y de San Isidoro, el hombre de mayor influjo en la nación.
A la muerte de San Isidoro (+ 636) la preeminencia de Sevilla, pasa a Toledo. San Eugenio, San Ildefonso y San Julián, tres metropolitanos de Toledo, son hitos señeros del llamado renacimiento isidoriano. San Eugenio, teólogo, escriturista, músico e inspirado poeta, eleva a altas cotas el prestigio de la ciudad regia. Con San Ildefonso, la escuela toledana llega a su apogeo, continuado y aumentado uno años más por San Julián, padre de la escatología, que tan bien ha estudiado y difundido el padre Cándido Pozo.
A fines del año 657 San Ildefonso es consagrado obispo de Toledo. Como la mayoría de los obispos de la época procedía de la escuela monástica, fue monje y estimado abad del monasterio agaliense, en los alrededores de Toledo. Tomó parte en los concilios VIII (653) y IX (655), colaborando en aquellas magnas asambleas que regularon la vida religiosa y fijaron la liturgia, conocida más tarde con el nombre de mozárabe y dictaron excelentes leyes sociales y políticas. El testimonio de su celo por las salvación de las almas encontró cauces de expresión en la enseñanza teológica sobre asuntos de la mayor actualidad, entonces y hoy, en la liturgia y en los símbolos de fe. De ahí el poderoso y benéfico influjo de su ciencia y su piedad en el pueblo cristiano, cuya memoria ha quedado testimoniada después de su muerte.
En el tratado teológico sobre el Bautismo estudia ampliamente el misterio trinitario, que tanto contribuyeron a esclarecer los Concilios de Toledo, tan cuidado en la liturgia mozárabe y en los símbolos de la fe, muy difundidos fuera de España, por su calidad doctrinal. Ligado al dogma trinitario, desarrolla su pensamiento cristológico –sobre María, siempre en íntima unión con Cristo- expone una incipiente, pero completa mariología en su "de perpetua virginitate, como ha mostrado el P. Llamas en su ponencia-, y su doctrina sobre la Iglesia. (El tratado incluye una sugerente -cc. 36 a 95- exposición del credo).
Buen testimonio de ello son las resonancias trinitarias que aparecen en su exégesis de textos veterotestamentarios en su tratado sobre la perpetua virginidad de María, que la tradición anterior ya refería –como anuncio profético- la Mujer Madre virginal del Unigénito del Padre por obra del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos (Gal 4, 4)- de la que habla siempre en clave cristológica. He aquí un ejemplo: "En los Salmos se dice: Esta tierra dio su fruto; esto es, engendró a nuestro Cristo, en el que nos bendijo nuestro Dios, para que nos bendiga Dios y seamos bendecidos por Dios, repitiendo tres veces su nombre. A la cual Trinidad, que es un solo Dios, teman todos los confines de la tierra".
Otra ocupación pastoral le movió a escribir La perpetua virginidad de María, contra tres infieles. En este tratado empuña San Ildefonso la pluma contra los que se oponen a ella. Es la obra cumbre del santo Arzobispo, muy leída en la Edad Media cristiana, la más difundida, la que le ha procurado mayor estima y aprecio dentro y fuera de nuestras fronteras, difundiendo por doquier la genuina devoción mariana.
Su difusión fue tal que sólo es "comparable a la que siglos más tarde obtendría la ^ Imitación de Cristo, del Venerable Tomás Kempis". Después de los libros sagrados y de las Etimologías, tal vez sea la obra de los Padres españoles de la cual se hayan sacado mayor número de copias. De la estima de que fue objeto en Francia son testigos personas tan célebres como Godescalco y Luis IX. Como dice el docto benedictino P. Pérez de Urbel que, "fuera de los libros litúrgicos, tal vez sea el De Virginitae el que más repetidas veces se encuentra en documentos de donaciones y fundaciones medievales". En sustancia, la obra ^ De perpetua virginitate es un tratado de teología polémica, compuesto para honrar a la Madre de Dios y defender su integridad virginal contra los que la negaban. La obra fue calificada como libro de los sinónimos, porque toda ella está empedrada con frases sinónimas, es decir, expresiones de significado y contenido análogo, tendentes a conseguir una exposición de viveza ascendente.
Menéndez y Pelayo, hablando de los libros de los sinónimos de San Isidoro –y lo mismo podría decirse del ^ De perpetua virginitate- anota: "La obra de San Isidoro no tienen acción ni se hizo para representarse, y, sin embargo, tiene forma semi dramática; por esta razón, algunos han creído ver en esta obra la primera muestra del teatro cristiano". Podría considerarse tal, pienso yo, como precedente remoto, como se ha dicho respecto a la ópera de los oratorios para jóvenes de San Felipe Neri.
En el monólogo constante, casi shakespeariano, de toda la obra –escribe su biógrafo F. Rivera-, Ildefonso dialoga con sus opositores de forma viva y dramática como si representase una escena. Fue redactada en la juvenil plenitud de su autor y en el sosiego monacal de Agaliense, sin prisas ni agobios de tiempo. Se opone en ella, en un tono polémico de gran dramatismo, a tres adversarios de la integridad virginal de María. Son los herejes Elvidio y Joviano de la segunda mitad de siglo IV y –en la mayor parte del libro- contra un judío, que personificaba al adversario más actual.
Es evidente la intención pastoral del autor. La doctrinas heréticas podían ser peligrosas y nocivas dado el substratum arriano, que, como rescoldo no apagado continuaba vivo en el alma del pueblo visigodo. El tercer personaje es un judío anónimo al que refuta, a causa de la poderosa minoría judaica afincada en Toledo, que se mofaba de las creencias cristianas. Con frases acres y punzantes apostrofa a los contradictores de la virginidad perpetua –que pueden resultar excesivas para nuestra sensibilidad actual, pero no menos que las de aquellos con quienes polemiza- comenzando por los dos herejes ya refutados dos siglos antes por San Jerónimo:
"Escucha tú, Joviniano (…) no quiero que rompas su virginidad por la salida del que nace, no quiero que a la madre le prives de la plenitud de la gloria virginal.
… Virgen antes de la salida del Hijo, Virgen en el nacimiento del Hijo, virgen después del nacimiento del Hijo… (120 ss)
Escúchamé también tú Elvidio, Dios entró sin vestidura corporal y salió con vestidura de carne. Vino a la casa de su obra; solamente tomó vestidura de carne. Volvió el mismo que había llegado, pero salió de distinta manera de la que había entrado. Al entrar no quitó el pudor de esta casa, sino que al salir la enriqueció con su integridad…" (168 ss).9
Después se lanza contra el judío, al que increpa de la siguiente manera:
"¿Qué dices, judío? ¿Qué propones? ¿Qué inventas? ¿Qué opones? ¿Qué objetas? He aquí que nuestra virgen es tuya por estirpe, tuya por raza, tuya por descendencia, tuya por país, tuya por pueblo, tuya por generación, tuya por origen. Pero por fe es nuestra, por creencias es nuestra, por honor es nuestra, por glorificación es nuestra, por gloria es nuestra, por defensa es nuestra…" (266 ss)
Para convencerle derrocha Ildefonso citas y más citas bíblicas, las cuales ciertamente no tenían gran validez para el judío. Pero intenta probar la venida del Mesías en el Seno virginal de María, con los libros del Antiguo Testamento, citando sólo los aceptados por ellos en el canon judío palestinense. El Prof. Luis Diez Merino estudia en su ponencia el peculiar tratamiento de la Escritura en los textos marianos de San Ildefonso, con una exégesis fundada en la analogía de la fe bíblica, no técnica, sino teológica y pastoral, siguiendo la tradición patrística, cuyo eco es fácilmente perceptible. De este uso de la Escritura puede recibir beneficiosa inspiración –así ha sido en mi caso- el estudio de la base irrenunciablemente bíblica –leída "in Ecclesia"- de la Teología Josefina.
Fuente: Joaquín Ferrer Arellano
(http://ensayoes.com/docs/194/index-36506.html.....A)
Oremos
Tú, Señor, que concediste a San Ildefonso un conocimiento profundo de la sabiduría divina, concédenos, por su intercesión, ser siempre fieles a tu palabra y llevarla a la práctica en nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
A ti acudo, única Virgen y Madre de Dios. Ante la única que ha obrado la Encarnación de mi Dios me postro.
Me humillo ante la única que es madre de mi Señor. Te ruego que por ser la Esclava de tu Hijo me permitas consagrarme a ti y a Dios, ser tu esclavo y esclavo de tu Hijo,
servirte a ti y a tu Señor.
A Él, sin embargo, como a mi Creador y a ti como madre de nuestro Creador; a Él como Señor de las virtudes y a ti como esclava del Señor de todas las cosas; a Él como a Dios y a ti como a Madre de Dios.
Yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo. Tú eres mi Señora, porque eres esclava de mi Señor.
Concédeme, por tanto, esto, ¡oh Jesús Dios, Hijo del hombre!: creer del parto de la Virgen aquello que complete mi fe en tu Encarnación; hablar de la maternidad virginal aquello que llene mis labios de tus alabanzas; amar en tu Madre aquello que tu llenes en mi con tu amor; servir a tu Madre de tal modo que reconozcas que te he servido a ti; vivir bajo su gobierno en tal manera que sepa que te estoy agradando y ser en este mundo de tal modo gobernado por Ella que ese dominio me conduzca a que Tú seas mi Señor en la eternidad.
¡Ojalá yo, siendo un instrumento dócil en las manos del sumo Dios, consiga con mis ruegos ser ligado a la Virgen Madre por un vínculo de devota esclavitud y vivir sirviéndola continuamente!
Pues los que no aceptáis que María sea siempre Virgen; los que no queréis reconocer a mi Creador por Hijo suyo, y a Ella por Madre de mi Creador; si no glorificáis a este Dios como Hijo de Ella, tampoco glorificáis como Dios a mi Señor. No glorificáis como Dios a mi Señor los que no proclamáis bienaventurada a la que el Espíritu Santo ha mandado llamar así por todas las naciones; los que no rendís honor a la Madre del Señor
con la excusa de honrar a Dios su Hijo.
Sin embargo yo, precisamente por ser siervo de su Hijo, deseo que Ella sea mi Señora; para estar bajo el imperio de su Hijo, quiero servirle a Ella; para probar que soy siervo de Dios, busco el testimonio del dominio sobre mi de su Madre; para ser servidor de Aquel que engendra eternamente al Hijo,
deseo servir fielmente a la que lo ha engendrado como hombre.
Pues el servicio a la Esclava está orientado al servicio del Señor;
lo que se da a la Madre redunda en el Hijo;
lo que recibe la que nutre termina en el que es nutrido,
y el honor que el servidor rinde a la Reina viene a recaer sobre el Rey.
Por eso me gozo en mi Señora,
canto mi alegría a la Madre del Señor,
exulto con la Sierva de su Hijo, que ha sido hecha Madre de mi Creador
y disfruto con Aquélla en la que el Verbo se ha hecho carne.
Porque gracias a la Virgen yo confío en la muerte de este Hijo de Dios
y espero que mi salvación y mi alegría venga de Dios siempre y sin mengua,
ahora, desde ahora y en todo tiempo y en toda edad
por los siglos de los siglos.
Amén.
ORACIÓN A MARIA
De San Ildefonso de Toledo
(del Libro de la perpetua virginidad de Santa María)