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CONTINUIDAD ENTRE "APARECIDA" Y "EVANGELII GAUDIUM"
Quien lee con atención la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium no sólo encuentra numerosas citas del documento de Aparecida, como de ningún otro documento del magisterio eclesial, sino que advierte que dicha Exhortación está en continuidad y bajo fuerte influjo de Aparecida. El Papa propone directivas para el camino del pueblo de Dios y de todos sus "discípulos misioneros". Ahora se trata de asimilarlas bien y aplicarlas creativamente.
En primer lugar, todos y cada uno de los latinoamericanos y, en primer lugar todos y cada uno de ese 80% de bautizados en América Latina, tienen que sentirse directamente implicados en las primeras palabras del papa Francisco, cuando en la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium "invita a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso" (n. 3).
En efecto, no nos engañamos con la retórica de nuestro "continente católico". La tradición católica es el mayor tesoro de nuestros pueblos, pero está sufriendo desde hace tiempo una gradual, profunda erosión. La secularización avanza por doquier, sobre todo en las grandes metrópolis y en toda la red urbana de América Latina. Han sido muchos millones los bautizados católicos migrantes hacia las cálidas comunidades evangélicas o pentecostales, como también a variadas sectas, a los que no se han sabido dar respuestas adecuadas a su sed religiosa. Para muchos el bautismo ha quedado sepultado bajo tierras de indiferencia y olvido. ¡Cuánta ignorancia religiosa entre las nuevas generaciones! ¡Cuánta confesión cristiana sin ninguna influencia en el entramado de la propia vida! ¡Con qué frecuencia prevalecen formas arbitrarias para componer el propio "mix" de creencias, según agendas y opiniones dictadas por los poderes mediáticos, sin una referencia fiel al "Credo" de la Iglesia, al "Catecismo de la Iglesia católica"! ¡Cuánto los cristianos nos dejamos esclavizar por las idolatrías del dinero, del poder y del placer efímero! ¡Cómo nos cegamos ante la presencia de Cristo que completa su pasión en la carne de los pobres, de los enfermos y excluidos! Por todo esto, escuchamos al Papa Francisco, en su lenguaje expresivo y muy nuestro, referirse críticamente a los "cristianos al agua de rosas", "de confitería", "cristianos que balconean", "cristianos que viven como paganos", cristianos tristes, tibios, de vida mediocre, tentados - como lo describe la "Evangelii Gaudium" - por el fariseísmo, el clericalismo, el escepticismo, el derrotismo, carentes de auténtica esperanza.
La más grave amenaza y reto es la de la cultura global dominante, de impronta relativista y hedonista, que opera como un nuevo opio de nuestros pueblos, siembra confusión sobre el sentido de la vida, rompe los vínculos de pertenencia y convivialidad, empobrece el temple humano de las personas, induce actitudes y comportamientos cada vez más lejanos e incluso hostiles a la tradición católica. La traditio de la fe católica se convierte, también en América Latina, en tarea ardua y exigente.
"No hemos da dar nada por presupuesto y descontado - escribieron los Obispos latinoamericanos en aquel documento de Aparecida, que tuvo al Cardenal Jorge M. Bergoglio como responsable de su Comisión de redacción -. Todos los bautizados estamos llamados a 'recomenzar desde Cristo', a reconocer y seguir su Presencia con la misma realidad y novedad, el mismo poder de afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros discípulos a las orillas del Jordán, hace 2000 años, y con los "Juan Diego" del Nuevo Mundo. "Sólo gracias a ese encuentro y seguimiento, que se convierte en familiaridad y comunión - proseguía dicho documento - por desborde de gratitud y alegría, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y salimos a comunicar a todos la vida verdadera, la felicidad y esperanza que nos ha sido dado experimentar y gozar" (n. 549). Por eso, el papa Francisco escribe en la "Evangelii Gaudium" que no se cansará de repetir aquella expresión del papa Benedicto XVI en su Encíclica "Deus caritas est", que lleva al corazón del Evangelio: No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida y, con ello, su orientación decisiva" (n. 1).
Para convertirnos en una Iglesia llena de ímpetu y audacia evangelizadora, tenemos que ser siempre de nuevo evangelizados y crecer como fieles auténticos discípulos del Señor. Si nos dejamos encontrar por Cristo, su gracia abraza toda la vida de la persona y va cambiando, no obstante distracciones y resistencias, todas las dimensiones de la existencia y convivencia: la vida matrimonial y familiar, la educación de los hijos, los afectos y amistades, el estudio y el trabajo, el modo de usar el tiempo libre y el dinero, la mirada sobre toda la realidad. Todo lo abraza con un amor transfigurador, unificador, vivificante; todo lo convierte en más humano, más verdadero, más feliz. De tal modo, crece la creatura nueva que somos por el bautismo, no en sentido retórico o simbólico sino desde todo su realismo ontológico, en cuanto protagonistas nuevos dentro del mundo, testigo de vida nueva. Ser cristianos, con toda la radicalidad y fidelidad que ello implica, requiere cada vez más - come repite el Papa Francisco - remar contracorriente, ser signo de contradicción pero, a la vez, en un mundo que tiende a ser post-cristiano, de inaudita novedad.
CONVERSIÓN PASTORAL Y MISIONERA
El papa Francisco no se cansa de llamar a esa conversión personal. Desde el comienzo de su pontificado, no hace otra cosa que intentar llegar - por gracia de Dios y de su experiencia pastoral - al corazón de los hombres que tiene por delante. Y la primera condición para ello es ese exponerse a sí mismo, implicarse en primera persona, en su testimonio personal, fuera de toda pantalla u obstáculo que creen dificultades para esa comunicación de corazón a corazón. Y la gente se siente tocada al percibir el abrazo de un amor misericordioso, misterioso y desbordante, lleno de afecto, ternura y compasión.
Esa conversión personal a la que todos estamos llamados ha de ser inseparable de la "conversión pastoral y misionera" que el Papa Francisco y el episcopado latinoamericano están planteando a todas las comunidades cristianas. Se pide en Aparecida y en la "Evangelii Gaudium" una conversión pastoral de las estructuras, comunidades eclesiales y planes pastorales, para que no se fosilicen por inercia y pierdan dinamismo evangelizador. "La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de conservación a una pastoral decididamente misionera" (Aparecida, 370). Y esta actitud "implica escuchar, con atención y discernir 'lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias' (Ap. 2, 29), a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta, entre los cuales las transformaciones sociales y culturales de los contextos de encarnación y misión de la Iglesia.
"Salir" es el verbo más usado por papa Francisco: salir de nuestra autosuficiencia, salir de nuestra autorreferencialidad y ensimismamiento eclesiásticos, salir de nuestras capillitas complacientes. E ir al encuentro de las periferias societarias y existenciales en las que está especialmente en juego la vida y el destino de personas, familias y pueblos. ¿Acaso no practicó el Cardenal Jorge Mario Bergoglio ese "salir" e ir al encuentro de las "villas miserias", periferias interpelantes de esta gran metrópolis?¿Acaso no podemos considerar América Latina como una gran periferia que emerge en el concierto mundial y en la catolicidad? Son también periferias todos los "aerópagos" donde aún no se conoce al Salvador, los ambientes más secularizados de la cultura intelectual, el mundo autorreferencial de la política, del poder y la riqueza, las redes de la indiferencia y, la vez, de las búsquedas afanosas de un sentido de la vida y significado de la realidad?
El Pontificado de Jorge Mario Bergoglio da toda otra fuerza y luz a la ya impetuosa convocatoria de Aparecida para la "misión continental", hoy convertida en misión universal. Hoy tendría que resonar incluso con mucha más fuerza lo que escribían nuestros Obispos en Aparecida, en esta hora del nuevo pontificado, deseando "despertar la Iglesia en América Latina para un gran impulso misionero". "No podemos desaprovechar esta hora de gracia", decían ayer y ¡qué tenemos que decir hoy! "Necesitamos un nuevo Pentecostés. Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de 'sentido', de verdad y amor, de alegría y de esperanza! No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que El nos convoca en Iglesia y quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en nuestro continente" (n. 548). No dejemos que esto se vuelva retórica eclesiástica ni pretenda traducirse en planes, estructuras y estrategias de "marketing" para hacer más vendible el producto.
La misión requiere estar bien compenetrados, "por la connatural comprensión afectiva que da el amor", con la vida de nuestros pueblos, con sus sufrimientos y esperanzas, en "projimidad" misericordiosa, evangelizadora y solidaria. El pontificado del papa Francisco nos interpela para dar cada vez mayor ímpetu, creatividad, concreción a la misión continental en el seno de nuestros pueblos de América Latina. Salir e ir al encuentro persona a persona, casa por casa, por todos los barrios, por todas las periferias, por todos los ambientes que son areópagos para el anuncio que queremos compartir con todos, sin discriminaciones preventivas ni exclusiones. Es la mejor respuesta que podemos dar para seguir al Papa.
UNA SOLICITUD APOSTÓLICA UNIVERSAL
Agregaría algo más: ese ímpetu de nueva evangelización que abrace a nuestros pueblos tiene que desbordar nuestras fronteras eclesiásticas y latinoamericanas. El hecho inédito de un pontificado de un latinoamericano tiene que despertar mucha mayor solicitud apostólica universal de parte de nuestras Iglesias locales, para colaborar efectivamente con el ministerio universal del Papa. ¡Dar de nuestra pobreza! Ya hay muchos sacerdotes latinoamericanos que acompañan la evangelización de los hispanos en los Estados Unidos y en muchos otros países. Los hay también que cooperan en el reflorecimiento del Evangelio en tierras europeas resecas. Paguemos la deuda histórica de la trata de esclavos, especialmente por parte de la Iglesia del Brasil, con la cooperación efectiva con las Iglesias del Africa. ¿Ya nos olvidamos que el primer mártir latinoamericano lo fue en Japón en los albores de la evangelización del Nuevo Mundo, allá cuando la nao de México a las Filipinas nos unía en común devoción a Nuestra Señor de Guadalupe? ¿Dónde se están formando y alentando los adelantados misioneros de la "alianza del Pacífico" (y no sólo sacerdotes y religiosos, sino, como en la Iglesia primitiva, familias misioneras, funcionarios, militares, comerciantes…)? ¿O acaso todo esto nos resulta hoy ciencia ficción?
TESTIMONIO Y ATRACCIÓN
Existen hoy grandes posibilidades para la educación y la evangelización. El pontificado de papa Francisco está suscitando por doquier una gran atracción y especialmente en nuestros pueblos latinoamericanos. El Cardenal Bergoglio había quedado muy impresionado cuando el papa Benedicto decía, en la homilía de la Misa de inauguración de la V Conferencia General de Aparecida, que el cristianismo crecía, no por proselitismo, sino por atracción. La misión nace - dijo el papa Francisco al episcopado brasileño - de la fascinación divina y el estupor de un encuentro. ¿Qué es la misión - a la que el Papa Francisco nos impulsa con vehemencia - si no una atracción, la atracción de una belleza en la vida -¡esplendor de la verdad! -, que despierta los corazones dormidos, que rompe la capa de la indiferencia, que va haciendo caer prejuicios y resistencias, que pone en marcha los deseos más profundos del corazón de la persona, que suscita presentimientos curiosos y preguntas llenas de expectativas? Es hoy tiempo providencia de gracia, para proponer nuestro testimonio cristiano, con humildad y sencillez de corazón, y dar razón de la esperanza que anima nuestra vida. Por eso mismo, todas las comunidades cristianas - Iglesias locales, parroquias, comunidades religiosas, asociaciones, movimientos, comunidades eclesiales de base y pequeñas comunidades - están llamadas a un exigente examen de conciencia: ¿cuánto hacemos visible a Cristo, cuánto somos portadores de Cristo - ¡cristóforos! -, no obstante la opacidad de nuestro pecado? ¿Cuánto son nuestras comunidades casas y escuelas de comunión, oración y vida nueva, que no sólo sostienen y hacen crecer la vida de los cristianos ante la intemperie de la secularización, sino que también dan testimonio sorprendente de esa fraternidad que sorprende en sociedades atomizadas, desgarradas, polarizadas? Es esa fraternidad que queremos que sea fuerza transformadora y constructora para una nueva América Latina.
Como decía el papa Francisco, no será una fe "licuefacta", "asimilada al espíritu de este mundo", sometida a contaminaciones ideológicas, la que dará testimonio de su verdad y belleza, sino una fe acogida y vivida con fidelidad, radicalidad y alegría. La alocución del Papa al CELAM es bien interpelante al respecto.
Además, es claro que si se quiere atraer la gente a Dios no se puede partir de los "no", ni siquiera de aquellos "no" descontados en una Iglesia que sabe que no puede negociar nada de lo que es sustancial en su doctrina y en sus enseñanzas morales.
RATIFICAR Y POTENCIAR LA OPCIÓN POR LOS POBRES
El papa Francisco es bien consciente que vivimos en un mundo de heridos. Las crónicas hablan de guerras sangrientas, de crueles represiones, de violencias en las calles, de los muchos que sufren soledad, de los que ven destruida su vida matrimonial y familiar, de los desocupados, de los excluidos e incluso "descartados" - como dice el Papa -, de los esclavos y víctimas de los ídolos del dinero, del poder, del placer efímero. Aparecida nos ponía delante todos aquellos rostros que sufren en la propia carne lo que falta a la pasión de Cristo, heridos en el cuerpo y en el alma: pobres, migrantes y refugiados, mujeres abandonadas, ancianos solos, infancia vulnerable incluso desde el seno materno, drogadictos, los que están en cárceles por lo general inhumanas, las víctimas de la trata de seres humanos…Convivimos con ellos, arrastrando nuestras propias heridas. Por eso, el papa Francisco habla de la Iglesia como "hospital de campo", cuya mejor medicina es el amor misericordioso, ante todo experimentada en la propia persona.
La Iglesia de América Latina está también llamada, como lo hizo nuevamente en Aparecida y lo desarrolló en modo iluminante el papa Francisco en la "Evangelii Guadium", a ratificar y potenciar muy concretamente la "opción preferencial por los pobres", propia de discípulos y testigos de un Dios que rico se hace pobre hasta lo inverosímil y se identifica especialmente con los pobres, enfermos y excluidos, que son como la "segunda eucaristía del Señor". De lo que hemos hecho por ellos seremos juzgados. Como San Francesco - dice el papa Francisco - no hay que separar nunca "la imitación de Cristo y el amor a los pobres", para que éste no se desgaste en moralismos (¡la Iglesia reducida a ONG!) o quede contaminado política e ideológicamente. Las imágenes de papa Francesco que lava los pies en la cárcel de menores en Roma, que encuentra los migrantes en Lampedusa - ¡los vivos y los muertos! -, que abraza los tóxico-dependientes en el hospital de Río de Janeiro, que visita la favela de Varginha, que privilegia encuentros con refugiados, que dedica todo el tiempo necesario para estar con los enfermos…nos muestra el Evangelio vivido, el abrazo de la caridad, el don conmovido de sí. Así nos muestra también lo que espera de las comunidades cristianas de América Latina, de sus compromisos, prioridades y obras. ¡Una "Iglesia pobre y para los pobres"!
UNA NUEVA AMÉRICA LATINA
Sin embargo, los "buenos samaritanos" han de ser también los protagonistas de la "caridad política". Hay, sí, que socorrer las necesidades más urgentes, pero convirtiéndose al mismo tiempo en protagonistas, en la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, para la transformación de estructuras socio-económicas, actitudes políticas y legislaciones que atenten contra la dignidad humana y el bien común de la sociedad. Hay una dimensión social y política del Evangelio - como el papa Francisco la desarrolla en la "Evangelii Gaudium" - que exige compromisos inteligentes y valientes. Basta sólo citar los títulos de algunos retos mayores, entre muchos otros, que se plantean en América Latina: una revolución educativa e inversión en el capital humano, una reconstrucción del tejido familiar y social, una seria política de infraestructuras físicas, energéticas y financieras, una inversión de fuertes valores agregados a nuestras riquezas naturales desarrollando una red de cadenas productivas y comerciales, un desarrollo económico con equidad por más justa distribución de ingresos y beneficios, una lucha contra la pobreza que no se reduzca al asistencialismo, una pacífica convivencia que sea muro contra la violencia, un combate sin rendiciones contra el narcotráfico y la difusión de las drogas, un camino hacia mayor madurez democrática, un salto cualitativo en los procesos de integración mercosureños, sudamericanos, latinoamericanos y caribeños. Es imposible afrontar la magnitud de estos retos desde la persistente, agresiva y obsesiva confrontación, destinada siempre a restar y dividir, nunca a sumar. Al contrario, se requieren grandes acuerdos y consensos sociales en pos de objetivos nacionales, así como ir conformando y reformulando un gran movimiento popular de vasta participación plural y liderazgos políticos adecuados, para ir abriendo paso a patrias inclusivas, justas, reconciliadas y fraternas. Necesitamos la inspiración de grandes proyectos nacionales, latinoamericanos. No hay que tener miedo a reconocer que para construir una nueva América Latina - tanto las patrias nativas cuanto la Patria Grande - se necesita mucho amor a los propios pueblos, mucha verdad, una pasión por grandes ideales de solidaridad y fraternidad, la educación hacia una cultura del encuentro y del trabajo compartido, así como políticas inteligentes que sepan dejar atrás los mesianismos secularizados, las burocracias autorreferenciales y la utopía del mercado autorregulador, que dejan sólo secuelas de iniquidad. Más que nunca, el compromiso protagónico de quienes consideren prioritario el respeto y promoción de la la dignidad de la persona humana, la custodia de la vida y la familia, las cusas de los pobres y el bien común de los pueblos, pueden sentirse animados, sostenidos y potenciados por la compañía cercana del papa Francisco. Es tiempo para ir apuntando y encaminándose hacia nuevos modelos de desarrollo, integral y solidario.
Todavía en tiempos del pontificado del papa Benedicto XVI, cuando resonaban sus palabras sobre la "revolución del amor", indicando al cristianismo como "la mutación más radical de la historia", mi maestro y amigo Alberto Methol Ferré afirmaba que, después del agotamiento y fracaso históricos de la tradición revolucionaria sin Dios, contra Dios, sólo la Iglesia podía retomar con credibilidad el lenguaje de la revolución. No sé si lo leía entonces Jorge Mario Bergoglio que, como Papa Francisco, nos llama a ser testigos y protagonistas de esa revolución del amor, de la "revolución de la fe", de la "revolución de la gracia", ciertamente la más revolucionaria porque cambia radicalmente a la persona e imprime incansablemente dosis de amor y verdad, de solidaridad y fraternidad, en la vida de los pueblos. ¡Personas y pueblos, que son los sujetos de la historia, bajo la luz y la fuerza del Señor de la historia! Es la "fuerza imparable de vida" de la resurrección (E.G. n. 276). ¿Acaso no es una revolución evangélica que estamos viviendo en tiempos del papa Francisco? Hoy estamos desafiados a demostrar, en los hechos y no sólo por palabras, que el Evangelio es la mejor respuesta, la más adecuada y conveniente, a la sed de felicidad y justicia que laten en el corazón de los latinoamericanos y en la cultura de sus naciones.
Cuando tuve el honor de recibir el "doctorado honoris causa" de esta Universidad, hace dos años, afirmaba que estábamos a los albores de una nueva primavera eclesial y latinoamericana, embarcados en una oportunidad histórica que no se puede desperdiciar. ¡Qué tendría que decir hoy, al año del pontificado de papa Francisco! Estamos viviendo en tiempos de una revolución evangélica en ciernes. Hoy se nos impone repensar toda la historia de América Latina, su realidad actual y sus caminos de transformación y construcción, a la luz del acontecimiento del pontificado del papa Francisco. Es una posibilidad impresionante de "resurgimiento católico" y de profundas repercusiones y esperanzas para nuestra América Latina.
Recemos por el papa Francisco…y también por todos nosotros. Sin encuentro con el Señor en la liturgia de la Iglesia, en los sacramentos, en la oración y adoración - nos advierte el Papa - "las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga" (E.G., n. 261). Sólo corrientes de santidad reforman la Iglesia para su más inculturado y fecundo servicio a los pueblos y naciones. Dios nos pone ante tremendos desafíos, que parecen desproporcionados, pero nunca falta su gracia para sostenernos.
Dr. Guzmán M. Carriquiry Lecour
Secretario
Comisión Pontificia para América Latina
Quien lee con atención la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium no sólo encuentra numerosas citas del documento de Aparecida, como de ningún otro documento del magisterio eclesial, sino que advierte que dicha Exhortación está en continuidad y bajo fuerte influjo de Aparecida. El Papa propone directivas para el camino del pueblo de Dios y de todos sus "discípulos misioneros". Ahora se trata de asimilarlas bien y aplicarlas creativamente.
En primer lugar, todos y cada uno de los latinoamericanos y, en primer lugar todos y cada uno de ese 80% de bautizados en América Latina, tienen que sentirse directamente implicados en las primeras palabras del papa Francisco, cuando en la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium "invita a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso" (n. 3).
En efecto, no nos engañamos con la retórica de nuestro "continente católico". La tradición católica es el mayor tesoro de nuestros pueblos, pero está sufriendo desde hace tiempo una gradual, profunda erosión. La secularización avanza por doquier, sobre todo en las grandes metrópolis y en toda la red urbana de América Latina. Han sido muchos millones los bautizados católicos migrantes hacia las cálidas comunidades evangélicas o pentecostales, como también a variadas sectas, a los que no se han sabido dar respuestas adecuadas a su sed religiosa. Para muchos el bautismo ha quedado sepultado bajo tierras de indiferencia y olvido. ¡Cuánta ignorancia religiosa entre las nuevas generaciones! ¡Cuánta confesión cristiana sin ninguna influencia en el entramado de la propia vida! ¡Con qué frecuencia prevalecen formas arbitrarias para componer el propio "mix" de creencias, según agendas y opiniones dictadas por los poderes mediáticos, sin una referencia fiel al "Credo" de la Iglesia, al "Catecismo de la Iglesia católica"! ¡Cuánto los cristianos nos dejamos esclavizar por las idolatrías del dinero, del poder y del placer efímero! ¡Cómo nos cegamos ante la presencia de Cristo que completa su pasión en la carne de los pobres, de los enfermos y excluidos! Por todo esto, escuchamos al Papa Francisco, en su lenguaje expresivo y muy nuestro, referirse críticamente a los "cristianos al agua de rosas", "de confitería", "cristianos que balconean", "cristianos que viven como paganos", cristianos tristes, tibios, de vida mediocre, tentados - como lo describe la "Evangelii Gaudium" - por el fariseísmo, el clericalismo, el escepticismo, el derrotismo, carentes de auténtica esperanza.
La más grave amenaza y reto es la de la cultura global dominante, de impronta relativista y hedonista, que opera como un nuevo opio de nuestros pueblos, siembra confusión sobre el sentido de la vida, rompe los vínculos de pertenencia y convivialidad, empobrece el temple humano de las personas, induce actitudes y comportamientos cada vez más lejanos e incluso hostiles a la tradición católica. La traditio de la fe católica se convierte, también en América Latina, en tarea ardua y exigente.
"No hemos da dar nada por presupuesto y descontado - escribieron los Obispos latinoamericanos en aquel documento de Aparecida, que tuvo al Cardenal Jorge M. Bergoglio como responsable de su Comisión de redacción -. Todos los bautizados estamos llamados a 'recomenzar desde Cristo', a reconocer y seguir su Presencia con la misma realidad y novedad, el mismo poder de afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros discípulos a las orillas del Jordán, hace 2000 años, y con los "Juan Diego" del Nuevo Mundo. "Sólo gracias a ese encuentro y seguimiento, que se convierte en familiaridad y comunión - proseguía dicho documento - por desborde de gratitud y alegría, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y salimos a comunicar a todos la vida verdadera, la felicidad y esperanza que nos ha sido dado experimentar y gozar" (n. 549). Por eso, el papa Francisco escribe en la "Evangelii Gaudium" que no se cansará de repetir aquella expresión del papa Benedicto XVI en su Encíclica "Deus caritas est", que lleva al corazón del Evangelio: No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida y, con ello, su orientación decisiva" (n. 1).
Para convertirnos en una Iglesia llena de ímpetu y audacia evangelizadora, tenemos que ser siempre de nuevo evangelizados y crecer como fieles auténticos discípulos del Señor. Si nos dejamos encontrar por Cristo, su gracia abraza toda la vida de la persona y va cambiando, no obstante distracciones y resistencias, todas las dimensiones de la existencia y convivencia: la vida matrimonial y familiar, la educación de los hijos, los afectos y amistades, el estudio y el trabajo, el modo de usar el tiempo libre y el dinero, la mirada sobre toda la realidad. Todo lo abraza con un amor transfigurador, unificador, vivificante; todo lo convierte en más humano, más verdadero, más feliz. De tal modo, crece la creatura nueva que somos por el bautismo, no en sentido retórico o simbólico sino desde todo su realismo ontológico, en cuanto protagonistas nuevos dentro del mundo, testigo de vida nueva. Ser cristianos, con toda la radicalidad y fidelidad que ello implica, requiere cada vez más - come repite el Papa Francisco - remar contracorriente, ser signo de contradicción pero, a la vez, en un mundo que tiende a ser post-cristiano, de inaudita novedad.
CONVERSIÓN PASTORAL Y MISIONERA
El papa Francisco no se cansa de llamar a esa conversión personal. Desde el comienzo de su pontificado, no hace otra cosa que intentar llegar - por gracia de Dios y de su experiencia pastoral - al corazón de los hombres que tiene por delante. Y la primera condición para ello es ese exponerse a sí mismo, implicarse en primera persona, en su testimonio personal, fuera de toda pantalla u obstáculo que creen dificultades para esa comunicación de corazón a corazón. Y la gente se siente tocada al percibir el abrazo de un amor misericordioso, misterioso y desbordante, lleno de afecto, ternura y compasión.
Esa conversión personal a la que todos estamos llamados ha de ser inseparable de la "conversión pastoral y misionera" que el Papa Francisco y el episcopado latinoamericano están planteando a todas las comunidades cristianas. Se pide en Aparecida y en la "Evangelii Gaudium" una conversión pastoral de las estructuras, comunidades eclesiales y planes pastorales, para que no se fosilicen por inercia y pierdan dinamismo evangelizador. "La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de conservación a una pastoral decididamente misionera" (Aparecida, 370). Y esta actitud "implica escuchar, con atención y discernir 'lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias' (Ap. 2, 29), a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta, entre los cuales las transformaciones sociales y culturales de los contextos de encarnación y misión de la Iglesia.
"Salir" es el verbo más usado por papa Francisco: salir de nuestra autosuficiencia, salir de nuestra autorreferencialidad y ensimismamiento eclesiásticos, salir de nuestras capillitas complacientes. E ir al encuentro de las periferias societarias y existenciales en las que está especialmente en juego la vida y el destino de personas, familias y pueblos. ¿Acaso no practicó el Cardenal Jorge Mario Bergoglio ese "salir" e ir al encuentro de las "villas miserias", periferias interpelantes de esta gran metrópolis?¿Acaso no podemos considerar América Latina como una gran periferia que emerge en el concierto mundial y en la catolicidad? Son también periferias todos los "aerópagos" donde aún no se conoce al Salvador, los ambientes más secularizados de la cultura intelectual, el mundo autorreferencial de la política, del poder y la riqueza, las redes de la indiferencia y, la vez, de las búsquedas afanosas de un sentido de la vida y significado de la realidad?
El Pontificado de Jorge Mario Bergoglio da toda otra fuerza y luz a la ya impetuosa convocatoria de Aparecida para la "misión continental", hoy convertida en misión universal. Hoy tendría que resonar incluso con mucha más fuerza lo que escribían nuestros Obispos en Aparecida, en esta hora del nuevo pontificado, deseando "despertar la Iglesia en América Latina para un gran impulso misionero". "No podemos desaprovechar esta hora de gracia", decían ayer y ¡qué tenemos que decir hoy! "Necesitamos un nuevo Pentecostés. Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de 'sentido', de verdad y amor, de alegría y de esperanza! No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que El nos convoca en Iglesia y quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en nuestro continente" (n. 548). No dejemos que esto se vuelva retórica eclesiástica ni pretenda traducirse en planes, estructuras y estrategias de "marketing" para hacer más vendible el producto.
La misión requiere estar bien compenetrados, "por la connatural comprensión afectiva que da el amor", con la vida de nuestros pueblos, con sus sufrimientos y esperanzas, en "projimidad" misericordiosa, evangelizadora y solidaria. El pontificado del papa Francisco nos interpela para dar cada vez mayor ímpetu, creatividad, concreción a la misión continental en el seno de nuestros pueblos de América Latina. Salir e ir al encuentro persona a persona, casa por casa, por todos los barrios, por todas las periferias, por todos los ambientes que son areópagos para el anuncio que queremos compartir con todos, sin discriminaciones preventivas ni exclusiones. Es la mejor respuesta que podemos dar para seguir al Papa.
UNA SOLICITUD APOSTÓLICA UNIVERSAL
Agregaría algo más: ese ímpetu de nueva evangelización que abrace a nuestros pueblos tiene que desbordar nuestras fronteras eclesiásticas y latinoamericanas. El hecho inédito de un pontificado de un latinoamericano tiene que despertar mucha mayor solicitud apostólica universal de parte de nuestras Iglesias locales, para colaborar efectivamente con el ministerio universal del Papa. ¡Dar de nuestra pobreza! Ya hay muchos sacerdotes latinoamericanos que acompañan la evangelización de los hispanos en los Estados Unidos y en muchos otros países. Los hay también que cooperan en el reflorecimiento del Evangelio en tierras europeas resecas. Paguemos la deuda histórica de la trata de esclavos, especialmente por parte de la Iglesia del Brasil, con la cooperación efectiva con las Iglesias del Africa. ¿Ya nos olvidamos que el primer mártir latinoamericano lo fue en Japón en los albores de la evangelización del Nuevo Mundo, allá cuando la nao de México a las Filipinas nos unía en común devoción a Nuestra Señor de Guadalupe? ¿Dónde se están formando y alentando los adelantados misioneros de la "alianza del Pacífico" (y no sólo sacerdotes y religiosos, sino, como en la Iglesia primitiva, familias misioneras, funcionarios, militares, comerciantes…)? ¿O acaso todo esto nos resulta hoy ciencia ficción?
TESTIMONIO Y ATRACCIÓN
Existen hoy grandes posibilidades para la educación y la evangelización. El pontificado de papa Francisco está suscitando por doquier una gran atracción y especialmente en nuestros pueblos latinoamericanos. El Cardenal Bergoglio había quedado muy impresionado cuando el papa Benedicto decía, en la homilía de la Misa de inauguración de la V Conferencia General de Aparecida, que el cristianismo crecía, no por proselitismo, sino por atracción. La misión nace - dijo el papa Francisco al episcopado brasileño - de la fascinación divina y el estupor de un encuentro. ¿Qué es la misión - a la que el Papa Francisco nos impulsa con vehemencia - si no una atracción, la atracción de una belleza en la vida -¡esplendor de la verdad! -, que despierta los corazones dormidos, que rompe la capa de la indiferencia, que va haciendo caer prejuicios y resistencias, que pone en marcha los deseos más profundos del corazón de la persona, que suscita presentimientos curiosos y preguntas llenas de expectativas? Es hoy tiempo providencia de gracia, para proponer nuestro testimonio cristiano, con humildad y sencillez de corazón, y dar razón de la esperanza que anima nuestra vida. Por eso mismo, todas las comunidades cristianas - Iglesias locales, parroquias, comunidades religiosas, asociaciones, movimientos, comunidades eclesiales de base y pequeñas comunidades - están llamadas a un exigente examen de conciencia: ¿cuánto hacemos visible a Cristo, cuánto somos portadores de Cristo - ¡cristóforos! -, no obstante la opacidad de nuestro pecado? ¿Cuánto son nuestras comunidades casas y escuelas de comunión, oración y vida nueva, que no sólo sostienen y hacen crecer la vida de los cristianos ante la intemperie de la secularización, sino que también dan testimonio sorprendente de esa fraternidad que sorprende en sociedades atomizadas, desgarradas, polarizadas? Es esa fraternidad que queremos que sea fuerza transformadora y constructora para una nueva América Latina.
Como decía el papa Francisco, no será una fe "licuefacta", "asimilada al espíritu de este mundo", sometida a contaminaciones ideológicas, la que dará testimonio de su verdad y belleza, sino una fe acogida y vivida con fidelidad, radicalidad y alegría. La alocución del Papa al CELAM es bien interpelante al respecto.
Además, es claro que si se quiere atraer la gente a Dios no se puede partir de los "no", ni siquiera de aquellos "no" descontados en una Iglesia que sabe que no puede negociar nada de lo que es sustancial en su doctrina y en sus enseñanzas morales.
RATIFICAR Y POTENCIAR LA OPCIÓN POR LOS POBRES
El papa Francisco es bien consciente que vivimos en un mundo de heridos. Las crónicas hablan de guerras sangrientas, de crueles represiones, de violencias en las calles, de los muchos que sufren soledad, de los que ven destruida su vida matrimonial y familiar, de los desocupados, de los excluidos e incluso "descartados" - como dice el Papa -, de los esclavos y víctimas de los ídolos del dinero, del poder, del placer efímero. Aparecida nos ponía delante todos aquellos rostros que sufren en la propia carne lo que falta a la pasión de Cristo, heridos en el cuerpo y en el alma: pobres, migrantes y refugiados, mujeres abandonadas, ancianos solos, infancia vulnerable incluso desde el seno materno, drogadictos, los que están en cárceles por lo general inhumanas, las víctimas de la trata de seres humanos…Convivimos con ellos, arrastrando nuestras propias heridas. Por eso, el papa Francisco habla de la Iglesia como "hospital de campo", cuya mejor medicina es el amor misericordioso, ante todo experimentada en la propia persona.
La Iglesia de América Latina está también llamada, como lo hizo nuevamente en Aparecida y lo desarrolló en modo iluminante el papa Francisco en la "Evangelii Guadium", a ratificar y potenciar muy concretamente la "opción preferencial por los pobres", propia de discípulos y testigos de un Dios que rico se hace pobre hasta lo inverosímil y se identifica especialmente con los pobres, enfermos y excluidos, que son como la "segunda eucaristía del Señor". De lo que hemos hecho por ellos seremos juzgados. Como San Francesco - dice el papa Francisco - no hay que separar nunca "la imitación de Cristo y el amor a los pobres", para que éste no se desgaste en moralismos (¡la Iglesia reducida a ONG!) o quede contaminado política e ideológicamente. Las imágenes de papa Francesco que lava los pies en la cárcel de menores en Roma, que encuentra los migrantes en Lampedusa - ¡los vivos y los muertos! -, que abraza los tóxico-dependientes en el hospital de Río de Janeiro, que visita la favela de Varginha, que privilegia encuentros con refugiados, que dedica todo el tiempo necesario para estar con los enfermos…nos muestra el Evangelio vivido, el abrazo de la caridad, el don conmovido de sí. Así nos muestra también lo que espera de las comunidades cristianas de América Latina, de sus compromisos, prioridades y obras. ¡Una "Iglesia pobre y para los pobres"!
UNA NUEVA AMÉRICA LATINA
Sin embargo, los "buenos samaritanos" han de ser también los protagonistas de la "caridad política". Hay, sí, que socorrer las necesidades más urgentes, pero convirtiéndose al mismo tiempo en protagonistas, en la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, para la transformación de estructuras socio-económicas, actitudes políticas y legislaciones que atenten contra la dignidad humana y el bien común de la sociedad. Hay una dimensión social y política del Evangelio - como el papa Francisco la desarrolla en la "Evangelii Gaudium" - que exige compromisos inteligentes y valientes. Basta sólo citar los títulos de algunos retos mayores, entre muchos otros, que se plantean en América Latina: una revolución educativa e inversión en el capital humano, una reconstrucción del tejido familiar y social, una seria política de infraestructuras físicas, energéticas y financieras, una inversión de fuertes valores agregados a nuestras riquezas naturales desarrollando una red de cadenas productivas y comerciales, un desarrollo económico con equidad por más justa distribución de ingresos y beneficios, una lucha contra la pobreza que no se reduzca al asistencialismo, una pacífica convivencia que sea muro contra la violencia, un combate sin rendiciones contra el narcotráfico y la difusión de las drogas, un camino hacia mayor madurez democrática, un salto cualitativo en los procesos de integración mercosureños, sudamericanos, latinoamericanos y caribeños. Es imposible afrontar la magnitud de estos retos desde la persistente, agresiva y obsesiva confrontación, destinada siempre a restar y dividir, nunca a sumar. Al contrario, se requieren grandes acuerdos y consensos sociales en pos de objetivos nacionales, así como ir conformando y reformulando un gran movimiento popular de vasta participación plural y liderazgos políticos adecuados, para ir abriendo paso a patrias inclusivas, justas, reconciliadas y fraternas. Necesitamos la inspiración de grandes proyectos nacionales, latinoamericanos. No hay que tener miedo a reconocer que para construir una nueva América Latina - tanto las patrias nativas cuanto la Patria Grande - se necesita mucho amor a los propios pueblos, mucha verdad, una pasión por grandes ideales de solidaridad y fraternidad, la educación hacia una cultura del encuentro y del trabajo compartido, así como políticas inteligentes que sepan dejar atrás los mesianismos secularizados, las burocracias autorreferenciales y la utopía del mercado autorregulador, que dejan sólo secuelas de iniquidad. Más que nunca, el compromiso protagónico de quienes consideren prioritario el respeto y promoción de la la dignidad de la persona humana, la custodia de la vida y la familia, las cusas de los pobres y el bien común de los pueblos, pueden sentirse animados, sostenidos y potenciados por la compañía cercana del papa Francisco. Es tiempo para ir apuntando y encaminándose hacia nuevos modelos de desarrollo, integral y solidario.
Todavía en tiempos del pontificado del papa Benedicto XVI, cuando resonaban sus palabras sobre la "revolución del amor", indicando al cristianismo como "la mutación más radical de la historia", mi maestro y amigo Alberto Methol Ferré afirmaba que, después del agotamiento y fracaso históricos de la tradición revolucionaria sin Dios, contra Dios, sólo la Iglesia podía retomar con credibilidad el lenguaje de la revolución. No sé si lo leía entonces Jorge Mario Bergoglio que, como Papa Francisco, nos llama a ser testigos y protagonistas de esa revolución del amor, de la "revolución de la fe", de la "revolución de la gracia", ciertamente la más revolucionaria porque cambia radicalmente a la persona e imprime incansablemente dosis de amor y verdad, de solidaridad y fraternidad, en la vida de los pueblos. ¡Personas y pueblos, que son los sujetos de la historia, bajo la luz y la fuerza del Señor de la historia! Es la "fuerza imparable de vida" de la resurrección (E.G. n. 276). ¿Acaso no es una revolución evangélica que estamos viviendo en tiempos del papa Francisco? Hoy estamos desafiados a demostrar, en los hechos y no sólo por palabras, que el Evangelio es la mejor respuesta, la más adecuada y conveniente, a la sed de felicidad y justicia que laten en el corazón de los latinoamericanos y en la cultura de sus naciones.
Cuando tuve el honor de recibir el "doctorado honoris causa" de esta Universidad, hace dos años, afirmaba que estábamos a los albores de una nueva primavera eclesial y latinoamericana, embarcados en una oportunidad histórica que no se puede desperdiciar. ¡Qué tendría que decir hoy, al año del pontificado de papa Francisco! Estamos viviendo en tiempos de una revolución evangélica en ciernes. Hoy se nos impone repensar toda la historia de América Latina, su realidad actual y sus caminos de transformación y construcción, a la luz del acontecimiento del pontificado del papa Francisco. Es una posibilidad impresionante de "resurgimiento católico" y de profundas repercusiones y esperanzas para nuestra América Latina.
Recemos por el papa Francisco…y también por todos nosotros. Sin encuentro con el Señor en la liturgia de la Iglesia, en los sacramentos, en la oración y adoración - nos advierte el Papa - "las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga" (E.G., n. 261). Sólo corrientes de santidad reforman la Iglesia para su más inculturado y fecundo servicio a los pueblos y naciones. Dios nos pone ante tremendos desafíos, que parecen desproporcionados, pero nunca falta su gracia para sostenernos.
Dr. Guzmán M. Carriquiry Lecour
Secretario
Comisión Pontificia para América Latina