Esta mañana me venían todos esos días como un río impetuoso, y anegaban mi alma provocando un grito insistente: ¡Es Otro el que me da la vida, aquí y ahora! Un vértigo que todavía no ha desaparecido de mis huesos. Es un misterio como el Misterio nos alcanza y nos despierta.
Un nudo en la garganta se ha apoderado de mí un minuto antes de empezar la Eucaristía. Toda mi vida ha pasado a una velocidad impresionante delante de mis ojos, con un estribillo cuaresmal que podía oír perfectamente: ¡polvo eres y en polvo te convertirás! La fugacidad de la vida, la dependencia total y absoluta de mi vida en manos de Dios se han convertido en el pensamiento dominante, pensamiento que iba acompañado de la llamada impetuosa a no perder ni un segundo de mi vida, a vivir cada instante como protagonista de la historia.
Las imágenes evangélicas sobre la necesidad de estar preparados a la venida del Señor han desfilado una detrás de otra en mi pensamiento. Era un fluir incesante de frases, personajes, actitudes... imposibles de vadear.
Y en esta vertiginosa pendiente ha llegado el momento de la consagración, donde se me ha hecho patente el sentido de la vida de Marcos, de mi vida, y de la vida de todos los hombres. Nuestra vida es amada hasta el extremo, amada por Cristo en la carne frágil y ungida de la Iglesia. Mi corazón se ha inundado de alegría al ver que era el mismo abrazo el que estábamos recibiendo Marcos y yo en ese momento: el abrazo de Cristo a través de la vida y el carisma de Don Giussani, precisamente hoy que conmemoramos el décimo aniversario de su paso de este mundo al Padre. La plenitud de la comunión que como prenda ya experimentaba Marcos en esta compañía se hacía patente en ese instante en el abrazo de Cristo glorioso. Me ha venido a la memoria las palabras que Don Giussani, ya muy enfermo, le dijo a una amiga y que se actualizaban hoy para Marcos: «yo me iré al paraíso antes que tú, pero cuando tú llegues yo estaré allí esperándote y abriré la puerta y detrás de la puerta allí estaré». Solo esta comunión vivida como primicia en nuestra carne mortal hace posible la certeza de la esperanza de la vida eterna. El que ha comenzado en nosotros esta obra buena, esta experiencia de correspondencia en la historia a través de esta comunidad de testigos, Él mismo la llevará a término (cf. Flp 1, 6).
Como Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro, también las lágrimas corren por mis mejillas, pero es un llanto con esperanza, con la esperanza de volver a vernos. ¡Hasta luego, Marcos!
"Era imposible estar con Marcos más de media hora sin que se acabase hablando de Jesucristo"
Hace unos días, la diócesis de Barcelona tuvo que enfrentarse a la triste noticia del fallecimiento de uno de sus seminaristas, Marcos Pou Gallo, que murió en un accidente de moto. En la homilía de su funeral, su tío Iago Gallo recordó la entrega de Marcos y el valor de su sí al Señor, que es un ejemplo para todos los cristianos.
Asimismo, este sacerdote quiso subrayar cómo era imposible estar cerca de este seminarista sin acabar mirando al cielo: "Era imposible estar con Marcos y no girar el cuello para intentar sorprender presente a Aquél que hacía a Marcos".
Aquí reproducimos esta homilía en la que se resalta la vocación al sacerdocio de Marcos, sus ganas de entregarse al servicio de los demás y la aceptación alegre de la voluntad de Dios, a veces difícil de entender para los hombres:
Algunos privilegiados -porque así lo había decidido él- unos poquitos (no sé cuantos, supongo que éramos dos o tres), sabíamos, hace ya tiempo (años incluso), que Marcos iba a sorprender (aunque a sorprender a medias, porque allí donde iba le preguntaban si era seminarista). Pero sabíamos que al término de su carrera de física, Marcos iba a sorprender con la noticia de que ingresaba en el Seminario de la Diócesis de Barcelona.
Y así fue. Se cumplió su sueño de ver llegar ese día. Ese día precioso de poder comunicar a todos por qué estaba viviendo cómo estaba viviendo. Y por fin desvelaba la incógnita. "¿Y ahora que terminas la carrera, qué vas a hacer?, y nos despistaba a unos y a otros con balones despejados".
La noticia era "quiero ser sacerdote". "Quiero entrar en el seminario". Y fijáos, ha sido precioso poder acompañar a Marcos en estas semanas. Viendo cómo se cumplía este sueño tan atesorado por él, tan mimado, tan custodiado; tan absolutamente querido. Y se juntaba a los sacerdotes y miraba a los sacerdotes. Pero quería ser sacerdote, no por el quehacer sacerdotal, sino por el rostro de Jesucristo.
Nos ha explicado estas semanas -aunque lo hemos visto en cómo ha vivido estos últimos años de su vida- nos ha explicado, ¡nos ha mostrado! casi, mejor dicho, cómo para él, en su experiencia, Jesucristo era algo tan absolutamente real, algo tan concreto, tan experimentable; como dice San Juan: "lo que mis ojos vieron, lo que mis oídos oyeron y lo que pude tocar con las manos". Cristo era tan hermoso y estaba tan presente, que Marcos se atrevió a decirLe que sí. A decirle que sí para siempre.
Y se jugó sus amores humanos, se jugó su honra; se lo jugó todo. "Me voy a hacer cura". En este momento histórico. "Me voy a hacer cura". Es como si nos dijese (fijáos y me entendéis): "no es verdad que han pasado dos mil años. Cristo está vivo. Cristo está vivo. Cristo -como decimos en el ángelus todos los días- habita entre nosotros".
Y el sacerdote, no es una descripción nada teológica, pero el sacerdote es aquél que, de la mano de Jesucristo, porque, esta manera de ser, este caminar entre los hombres así lo inventó Jesucristo; es aquél que estirando los brazos, estirando mucho los brazos; estirando los brazos todo lo que puede, con un brazo, con una mano, aferra a Dios, con la otra mano, aferra al hombre, y les lleva -al hombre y a Dios- a la comunión.
El sacerdote es aquél que a pesar de sus miserias humanas, y por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, consigue que el hombre y Dios se encuentren. Y fijaos: Marcos no ha pasado por el sacramento del Orden. No le ha hecho falta a nuestro Señor. Pero Marcos ya era sacerdote. Marcos, todo su hacer; todo su caminar; todo su hablar, era sacerdotal.
La mayoría de los que estáis aquí le conocéis. Habéis tratado con él. Y era imposible. Era absolutamente imposible estar con Marcos más de media hora, sin que se acabase hablando de Jesucristo.
Era imposible seguir un poco la pista de sus viajes, del modo en el que empleaba su tiempo; era imposible ver cómo sonreía, ver cómo bromeaba, ver cómo chinchaba (especialmente a Mateo y a Juan – sus hermanos pequeños-) sin descubrir que ahí había algo grande. Era imposible estar con Marcos y no girar el cuello para intentar sorprender presente a Aquél que hacía a Marcos.
Y Marcos le dijo que sí: Marcos al Señor le dijo que sí. Y le dijo que sí de verdad. ¡Le dijo que sí de verdad! Marcos, -no nos habituemos a esto-, le dijo que sí a Dios. Y Dios, con ese designio suyo que ¡gracias a Dios nos supera!, gracias a Dios supera el nuestro; Dios acogió su sí. Y como era un sí gratuito, sin condiciones, Dios ha hecho con el Sí de Marcos lo que le ha dado la gana.
Porque Marcos le dio su sí a Dios. Le pertenecía a Dios. Y Dios dijo: yo con esto hago lo que quiero. Y miramos al Señor y le decimos: "¡Caramba Señor! Parece que te sobran los sacerdotes. Porque pocos que somos, y este valía la pena, y te lo llevas".
Y el Señor nos está diciendo: "Porque voy a bendeciros de otra manera; porque voy a cuidar la diócesis de Barcelona y la Iglesia de otra manera." "Porque lo puedo hacer yo también". Porque Marcos lo puede hacer desde el cielo. Porque Marcos puede acompañarnos desde el cielo. Marcos, de la mano de nuestro Señor, Marcos resucitado, puede hacerlo.
Pensaba yo anoche, cuando ya me metí en la cama, después de la jornada de ayer tan preciosa; pensaba en lo siguiente: ¡Si es que es verdad, caramba! ¡Si es que es verdad que Cristo y Marcos se querían; se quieren! ¡Es que es verdad! Y pensaba: ¿me voy a meter yo en esa relación? ¿Voy a opinar yo sobre "cómo se quieren Cristo y Marcos", "cómo se quieren Marcos y Cristo"? ¿Voy yo a opinar que debería haber sido de otra manera? ¿Me voy a atrever yo a decirle a Marcos: no se quiere así al Señor, porque mira lo que te hace? ¿Me voy a atrever yo a decirle al Señor, con el sí de mi sobrino: "eso no es justo"? ¿Me voy a atrever?
Fijaos que, -es algo que he tenido presente ayer, porque ayer y hoy han sido un día precioso-, Dios, ¡nos ha hecho trampas! ¡Nos ha hecho trampas Dios! Pero no con la muerte de Marcos: nos ha hecho trampas, ¡con la vida de Marcos! ¡Porque nos lo ha regalado! Nos lo ha puesto delante, ¡y nos ha enamorado! Y en el mirar a Marcos -y era normal, eh, Marcos era normal-; en el mirar a Marcos (salvo que uno fuese muy torpe, o muy ciego); en el mirar a Marcos uno decía: "es evidente que hay alguien que hace a este tío". Es evidente que hay uno que hace que Marcos sea así de atractivo. ¡Es evidente! En el rostro, en el gesto, en la voz, en el abrazo de Marcos. ¡Es evidente! Y Dios nos ha hecho trampas ahí: porque en el mirar a mi sobrino, en el mirar a Marcos, ¡los ojos se te iban al cielo! Y pensaba yo ayer: ¿cómo me voy a enfadar yo con éste que me ha hecho trampas! ¿Cómo me voy a enfadar yo con el que me ha regalado a Marcos -fijaos-, a cambio de nada? ¡Porque nos lo ha regalado "a cambio de nada"!
¿Alguien ha pagado un precio por poder ser amigo de Marcos? ¿Alguien ha pagado un precio? ¡Si es gratis! Nos lo han regalado gratis. Y no nos lo han arrebatado. Nos lo han regalado gratis, y nos lo siguen regalando gratis.
Siempre digo, porque es así: Dios no da para luego quitar. Dios da para dar. Y a Marcos nos lo ha dado. Y nos lo ha dado para siempre. Ahora ciertamente, como hemos escuchado en la liturgia, de una manera distinta, pero para siempre.
Estos días le agradezco infinitamente a Marcos, con su vida y con su muerte, y agradezco infinitamente a nuestro Señor que me mostrase de una manera que yo pudiera entender, y ojalá podamos todos entender, esta frase que hemos trabajado en estos meses en Escuela de Comunidad: "la vida no es un quehacer: la vida es un afecto". Y el afecto, en Marcos, se cumple. Marcos quería al Señor. Marcos quiere al Señor.
Fijaos: nosotros podemos seguir viviendo así. Podemos seguir viviendo en el afecto. No sé cuantos cientos de abrazos estamos recibiendo en estos días, pero son todos reales. Son todos de verdad. Todos de verdad. Son abrazos que vienen de lo alto.
Vamos a poner a Marcos en las manos de la Virgen para que lo acompañe hasta su casa. Hasta su nueva casa, donde le encontraremos el día que a nosotros también se nos llame. Así sea.
TAM PATER NEMOS
(Nadie hubo ni puede haber tan Buen Padre)
Queridos amigos, familiares y conocidos;
Entre las 23.30 del sábado 21 de febrero de 2015 y las 00.00 del día siguiente, domingo 22, mi hermano Marcos falleció en un accidente de moto, a la edad de 23 años, una semana y media después de entrar en el seminario.
No está siendo, como es lógico, nada fácil. Es mi hermano, con quien he crecido desde que nací, con quien he descubierto desde pequeño la vida, con su bien y su mal, su sufrimiento y su consolación, su belleza y su fealdad, lo divertido y lo aburrido, lo grande y lo pequeño. Con quien me he peleado, reído hasta llorar, con quien he llorado, y con quien he descubierto lo más grande que se pueda descubrir nunca ante los ojos de un pobre hombre como él y como yo.
Estos tres días están siendo los más duros de mi vida. Constante es el recuerdo de Marcos, de todo lo que hemos vivido juntos, lo bueno y lo no tan bueno. Es duro estar en casa porque es difícil caer en la cuenta de que ya no va a entrar por la puerta gritando '¡Minions!' (Refiriéndose a Juan y Mateo, mis hermanos pequeños), o en mi habitación, donde él dormía. Es duro vivir, es doloroso. Lo más duro es despertarse por la mañana, porque es como si te dieran la noticia de nuevo. Es dolorosa esta nueva vida sin Marcos en la forma que ha estado siempre, tal y como la conocíamos. Lo sabéis bien aquellos que le conocisteis, aunque fuera por poco tiempo, aunque sólo cruzarais un par de frases con él. A muchos os habrán hablado de él. Y para otros quizá era 'hermano de', o 'hijo de Itziar y Paco'.
A todos vosotros os quiero contar lo que he visto estos dos días. Antes de la misa del domingo por mi hermano, tuvimos la oportunidad de besar por última vez a mi hermano. Estaba precioso, en un ataúd sencillo, como el de Juan Pablo II. Vestido de blanco, puro. Mi familia y yo pudimos estar rezando junto a él. Pidiendo por su intercesión por nosotros, para que comprendamos y nos fiemos del Señor. La misa fue el primer regalo de todos. Fue un verdadero espectáculo. La Iglesia estaba llena, hasta los topes, los dos días. Por delante de mí pasaban todos los rostros que el Señor acarició a través de Marcos. Todo lo que Dios ha generado a través de él, de toda su persona. Estaban las monjas del comedor social donde ayudaba (caritativa) desde hacía 3 años, sus compañeros y los míos del primer colegio en el que estuvimos, profesores de ese colegio, un gran número de profesores del Abat Oliba, alumnos de allí, los amigos con los que jugó al fútbol en La Salle cuando era pequeño, con los que jugó no hace tanto y con los que jugaba este año, incontables amigos suyos y míos de Madrid, matrimonios de allí que le conocieron y vinieron a acompañarnos y a despedirse, toda la comunidad de CL de Barcelona, toda mi familia… Me dejo a mucha gente, perdonadme. Celebraron misa por él en Siberia, Nueva York, Milán, Roma, Madrid, Las Azores, Méjico, Santander… y muchos sitios más donde rezaron por él. A todos gracias por vuestras oraciones y vuestra compañía. Son un verdadero testimonio de todo lo que genera el Padre a través de la débil carne de mi hermano.
Amigos míos y de Marcos. Dios y mi hermano me regalan a cada segundo el amor que os tiene desde el cielo, y que siempre os ha tenido. Tengo la certeza, nítida, que Marcos siempre ha tenido. Tengo esa paz, esos ojos conquistados por el Señor, que Marcos tiene. Me da la sensación de que los abrazos que os doy, los besos y las caricias, son de parte de Marcos. Me sorprendo amándoos un pequeño porcentaje de cómo él os quería, y eso es enorme. Lloro y sufro, le echo de menos, me gustaría abrazarle una última vez. Pero está conmigo. La relación con Marcos es única. Continuamente le oigo decirme que me fíe. Le veo sonreír, le veo feliz, donde toda su vida ansiaba estar. Marcos nos ha hecho el mejor regalo que nadie puede hacer. Nos ha puesto ante la vida, y ante Cristo. Siempre ha sido esa su intención, presentarnos a Cristo, mirad: 'He visto el mismísimo rostro de Cristo, la ternura con la que Dios ama, he visto cómo me quiere y me da vértigo. ¿¡Por qué tanto!? Dios me prefiere, y en las palabras de Giussani, me prefiere "porque soy nada, porque soy como esa chica de Nazaret de 15 años, nada. O como su marido, un hombre lleno de dudas, confundido, humilde, carpintero, nada"'. Y estos días lo hace de una forma radical y espectacular, con la misa, el funeral y lo que vendrá. Nos presenta el infinito. Cada canto, cada lectura y cada salmo, cada abrazo que me habéis dado, cada rostro que he besado, son signo del Dios bueno que habita en Marcos. Es una sobreabundancia que jamás había experimentado, ni podía imaginar. Sufro con gran dolor, pero soy profundamente feliz. Porque ¿quién soy yo para recibir semejante regalo del cielo, como es la certeza de Marcos? ¿Quién soy yo para ser llamado a una relación con el Misterio como la que él tenía? La Misericordia que Dios tiene conmigo dándome esto se sale de toda medida. Nos da este regalo: ahora sólo lo infinito nos bastará. Ahora solo Dios bastará a nuestros desgarrados corazones de hombres.
La política, la economía, lo que estudiamos o donde trabajamos, lo que vivimos ahora, las relaciones con nuestros seres queridos y amigos, todo vuelve a ser verdadero. Porque todo está revestido de esta espera y esta pregunta: ¿Hay algo que sea para siempre? Si. Existe. Porque lo hemos visto y lo vemos. Siempre quiso presentar a Dios al mundo. Y estos días lo hace de una forma radical. O todo o nada, como ha sido él. Y Cristo está. Amigos, no es incompatible el sufrimiento de perder una 'forma' de relación, con la paz y la seguridad de que Dios está. No es incompatible el desgarro con la alegría que Dios presente nos da. Todo lo que nuestros corazones desean, y hoy más que nunca, existe. Lo vimos en Marcos y lo vemos entre nosotros hoy. Lo vemos en la unidad de un pueblo donde el Señor quiso crear a Marcos. Lo tenía todo pensado. Para llevarse a Marcos tenía que estar seguro de que él daba su 'sí' libremente y feliz. Y os lo demuestro: Marcos escribía el 11 de febrero esto. 'ENTRADA EN EL SEMINARIO: Vértigo y confianza plena, soy Tuyo Cristo. Que este sea un camino de santidad. ¡Feliz de darte la vida! Domina más esto que lo que no apetece, da pereza o parece ser una futura fatiga. A ti me encomiendo María. Virgen de Lourdes, ¡hazme fiel! ¡Hazme santo!'
¿Lo veis? Marcos se fue plenamente feliz, como nunca lo había sido. Y nos quiere regalar esta paz. Dejad que entre en vuestros corazones el dolor, bucead en el sufrimiento para descubrir el deseo de infinito que a Marcos caracterizaba. Pero sumergíos también en la vida. Estad atentos a lo que Dios nos regala, estad atentos a la realidad que fascinaba a Marcos. Porque es allí donde encontraremos la paz que Dios nos da. No tapéis vuestro dolor, vuestras preguntas, vuestro sufrimiento, el echar de menos, o las ganas de estar con él. Vividlas hasta que esas preguntas os definan. De lo contrario, despreciaremos el regalo que Marcos nos hace. Contaos lo que os fascinaba de Marcos, recordad lo que os decía, contaos y recordad a Cristo, que se hacía más carne a través de mi hermano. Que el sí que él dio sea también nuestro sí a vivir este sufrimiento y esta gracia. Pidamos su cercanía con el Señor, su relación privilegiada con el Padre y celebremos que él es ahora feliz para siempre. Descansad en esta certeza, en la imagen de su sonrisa desde el cielo.
Mi relación con Marcos es mejor ahora que nunca. Ahora que no puedo tocarlo ni abrazarlo, es más mío, está más en mí, que nunca. Marcos hoy se me regala más que hace tres días. Lo mejor de Marcos, Cristo, está infinitamente más presente hoy que nunca. Es más nuestro amigo hoy que nunca. Me llegan ya las cosas que están sucediendo. Me envían muchas personas los testimonios de lo que Dios y Marcos hacen desde el cielo. A Dios tengo que agradecer ser testigo de semejante espectáculo. No dejéis de contármelo, por favor. Ya está sucediendo.
Os pido que os acompañéis entre vosotros, que os recordéis esto. Os pido que no cerréis vuestro corazón, que lo abráis al dolor y al presente. También pedid por mi familia: Francisco, Itziar, Natalia, Juan, Mateo y yo. Acompañadnos y dejaros acompañar por nosotros. Pedid por mis tíos y mis primos, a quien agradezco tan especial cuidado por nosotros.
Abrazo especialmente a Rocío, Javi, la familia Andreo. Alfon, Rafa, Leo, Igna, Jordi, Suca, Talía, Virginia, Peter, Alex, Ferrán, Silvia… Me dejo a mil personas. Y lo siento por no hacer especial mención, pero duraría este texto unas mil páginas. Lupita, un enorme abrazo desde Barcelona. Nos acordamos mucho de ti. A toda la comunidad de Comunión y Liberación, gracias por vuestras oraciones y vuestra compañía. A Francisco Javier González Candela un abrazo gigantesco. A Miquel Carreras y su familia, que no me dejo de acordar de vosotros, como también de Ángel Vázquez. Ahora, con Rocío y los más cercanos a Marcos, entramos en vuestro club de privilegiados. A mi tío Yago, por su testimonio y compañía infinita. Miguel Ramón y José Fernando, gracias por cuidarnos.
No lograré jamás expresar con palabras el agradecimiento a José Miguel García, por la compañía que ha hecho a Marcos, y que hoy nos hace a nosotros. No existen palabras que puedan expresarlo.
En la última conversación que tuvimos, Marcos me decía esto, ante su traslado al seminario de Barcelona: 'Los caminos nos separan, y eso desgarra. Pero en el gran camino vamos juntos'. Es así.
Pido por vosotros, para que esta herida sea fértil para cada uno de nosotros. Pido para que esta espera y certeza que se me dan ahora, no hagan más que crecer, como en Marcos era. Prietas las filas, amigos míos. La aventura de esta nueva vida ha empezado. Me siento indigno de tal grandeza. Tengo ganas de abrazaros.
Nico Pou Gallo
p.d. Os pido que este milagro que con pobres palabras consigo explicar, llegue a todos vosotros sin excepción.
VENI SANCTE SPIRITUS, VENI PER MARIAM
«Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos». Son estas palabras de San Pablo las primeras que me han venido a la memoria cuando he recibido con consternación la noticia de la muerte de nuestro querido Marcos. No creo que podamos encontrar otras más apropiadas para describirle. Quienes hemos tenido la dicha de conocerle hemos visto que no vivió para otro sino para el Señor. Su alegría desbordante tenía su origen en Él. Y su muerte no ha sido otra cosa que morir para el Señor. Nosotros no podemos mirar la vida y la muerte de Marcos sin tener ante nuestros ojos que "para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos". El que ha sido Señor de su vida, es ahora Señor de su muerte. Participando de la muerte de Cristo, Marcos participa ahora de su resurrección, de la compañía de quien fue todo en su vida y que ahora nadie le podrá arrebatar. No lo podremos disociar en nuestra memoria de Cristo, de cuya plenitud ya vive. El desgarro que sufrimos por su alejamiento no podrá prevalecer sobre la felicidad de que Marcos goza en la compañía de su amigo del alma, Cristo. Su dicha acabará por vencer nuestra pena, haciéndonos entender la ley de la existencia cristiana: "En la vida y en la muerte somos del Señor". La memoria de Cristo es el único bálsamo para una herida tan profunda. Sostengámonos los unos a los otros, amigos, en esta memoria.
Un fuerte abrazo,
Julián Carrón
Milán, 25 de febrero 2015
«Yo estoy con vosotros»
Carta de Marcos publicada en el número de Huellas de septiembre 2014
Querido Julián:
A lo largo de estos meses nos has insistido en que nos preguntásemos «cómo se puede vivir» cualquier circunstancia. Y ahora, siguiendo al Papa, también nos has provocado con la pregunta sobre lo esencial para vivir, invitándonos a descubrirlo no reflexionando sino sorprendiéndonos en acción. Intento contestar contándote una experiencia reciente.
En el mes de junio José Miguel García me invitó a visitar la comunidad de México para acompañar a los chicos del CLU. Me impresionó su propuesta porque me sentía indigno, pero me fie y acepté haciendo memoria de lo que dice don Giussani en los Ejercicios: «El movimiento camina exclusivamente por el afecto a Cristo». Así que me adherí a su propuesta pidiendo a la Virgen la gracia de ser leal y verdadero con lo que el Señor me mostrase. Cuando llegué, la realidad del país me superó, me vi inadecuado, me pilló desprevenido. La pobreza extrema y la miseria de algunas zonas cuestionaban mi certeza. Al ver a ciertas personas, me preguntaba a menudo: «Y este, este tan concreto, ¿también deseas salvarlo, Cristo, también vas a venir a buscarle?».
Al cabo de dos días, comiendo con los responsables, comencé a hacerles preguntas sobre la situación social. Escuchándoles contar ciertas anécdotas me quedé aterrado por la violencia extrema, con el corazón algo encogido y asustado. Y cuando uno de ellos me contaba que incluso había sido secuestrado en una ocasión me surgió inmediatamente la pregunta: «Pero, ¿cómo se puede vivir aquí?». Es decir, me di cuenta de lo humana y oportuna que es la pregunta que nos has hecho.
Con el paso de los días, esta perplejidad crecía. Tanto que me sorprendía comprobando demasiado a menudo si mi pasaporte estaba en la maleta para asegurarme la vuelta. Me di cuenta entonces de que ante algo que no entendía, ponía mi seguridad en la posibilidad de huir. Pero a la vez, esto aumentaba la sospecha de que verdaderamente en ciertas circunstancias no se podía vivir. Pero si uno no resuelve estas cuestiones acaba perdiendo la fe, es decir, domina la sospecha de que el Señor no vence en cualquier circunstancia y en cualquier momento. Al ver mi incerteza y ver dónde estaba poniendo mi seguridad empecé a pedir al Señor que me hiciese entender qué es lo que permite vivir también ahí, descubrir de dónde nace la certeza. Y quise ir hasta el fondo de lo que tenía delante.
Empecé a fijarme en la gente del movimiento y no tanto en mi perplejidad, porque ellos no huyen de ahí, viven sin escapar. Un día tuve la oportunidad de pasar el día con Lupita, una chica de los Memores Domini, profesora de arte, que vive en DF. Visitamos algunos lugares significativos de la ciudad con un grupo de alumnos suyos. Un grupo muy variado: católicos, protestantes, ateos... Había de todo. Y en todos se palpaba de una forma o de otra el drama de la violencia que sufre este país. Todos tenían un familiar perdido o fallecido intentando cruzar a EEUU. Pero al ver cómo los trataba Lupita, se me hizo tan atractivo su modo de vivir que se me olvidó el miedo y la duda. En ella descubría un afecto, un abrazo, una pasión por el destino de cada uno de ellos. Veía un tipo de humanidad que solamente puedo identificar con la de Jesús. Y me invadió un silencio y una gran paz. Y me sorprendí apegado a ella, cada vez más tranquilo. Era paradójico, ella no era un policía que resolviese la inseguridad, ni resolvía el drama de los chicos, pero introducía una humanidad que permitía hablar de ciertos dramas con los chicos con una mirada de esperanza.
Al final del día fuimos juntos a la villa, a ver a la Virgen de Guadalupe. Me arrodillé un buen rato para rezar. Estaba dominado por el asombro por lo que había visto ese día, y por el deseo de entregarle mi vida a la Virgen. Pero delante de ella me surgió una pregunta, como si me la hiciese ella misma: ¿estarías dispuesto a darme la vida en el lugar que yo decida? ¿Estarías dispuesto a quedarte con mis hijos si yo te lo pidiese? Y, reconociendo cómo Cristo a lo largo del día se había hecho compañía cercana a mí, me surgió inmediatamente una respuesta cierta: «sí». Me invadió una certeza mucho mayor que las dudas, las incomodidades, o la nostalgia de todo lo que tengo en España. En ese momento entendí qué necesito para vivir, qué es lo que de verdad busco: la compañía concreta de Cristo, su Presencia presente. Si Él es fiel a la promesa que nos hizo («yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo») puedo vivir allá donde el Señor me lo pida y de la forma que me lo pida. Mi consistencia es su presencia, mi certeza está en su fidelidad.
Marcos, Barcelona (España)