UN FILÓSOFO QUE SUPO ARMONIZAR FE Y RAZÓN PARA
ALCANZAR LA SANTIDAD
Conocí a Andrés Aziani por intermedio del Dr. José Antonio Benito Rodríguez, quien me lo presentó una tarde de Octubre de 1996 en el antiguo local de Miraflores de la Universidad Marcelino Champagnat. Posteriormente, solía encontrarlo en diversas conferencias, fórums, exposiciones, presentaciones de libros, etc. relacionadas con los ambientes universitarios y culturales donde la Iglesia lleva a cabo su misión de evangelización de la cultura. A partir del 2001, empecé a verlo con más frecuencia en la recién creada Universidad Católica Sedes Sapientiae, de la cual Andrés fue uno de los profesores fundadores. Siempre lo consideré un intelectual muy riguroso, apasionado como pocos por la búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia, presto a dar razones convincentes de la fe y esperanza que sostenían su entusiasmo misionero.
Su actividad evangelizadora de la cultura era incesante y contagiante. Al igual que todos los santos, él no perdía el tiempo en ningún momento; incluso, después del almuerzo, en lugar de descansar un rato como lo recomienda la ciencia médica, se le veía preparando los materiales de sus clases, o revisando textos, o fotocopiando separatas. Su ideal fue sin duda descubrir a la juventud la belleza y la pertinencia de la fe a través de la Filosofía y de la Teología, tarea inmensa para la cual estuvo singularmente capacitado por su sólida formación académica y amplios conocimientos de las disciplinas filosóficas en general.
Pasaron unos años, y una noche de finales de Julio del 2008 ocurrió un acontecimiento extraordinario en la Iglesia de San Pedro de los Padres jesuitas, ubicada a dos cuadras de la Basílica Catedral, en el centro histórico de Lima. Esta iglesia es uno de los más hermosos e importantes templos coloniales de la capital, por sus impresionantes altares neoclásicos y barrocos, sus bellas imágenes, y por ser el Santuario Arquidiocesano del Corazón de Jesús. Yo acababa de oír misa de 6 p.m. y estaba retirándome, cuando alcancé a ver que en una banca del lado izquierdo de la nave principal, a la mitad más o menos del templo, se encontraba Andrés Aziani arrodillado en una actitud de profunda oración y recogimiento, como nunca antes lo había visto, pues en muchas otras ocasiones habíamos coincidido en misa en la Basílica Nuestra Señora del Pilar de San Isidro, o en la parroquia más próxima al local principal de la UCSS, y en ninguna de ellas lo pude ver tan concentrado en la oración como en ésta.
La impresión que me llevé fue grande por varias razones. En primer lugar, a juzgar por la hora en que aquello sucedió, casi las 7 p.m., estimo que Andrés llevaba ya orando un buen rato, pues la misa había terminado a las 6.30 p.m. aproximadamente. En segundo lugar, y esto es lo más importante, la forma en que oraba era muy especial: de rodillas y con tal reverencia y sumisión, que parecía estar compareciendo ante alguien de mucho poder y majestad, donde las palabras son innecesarias y únicamente cuenta la presencia. De pronto, tuve la sensación de que el tiempo se había detenido y vi por un momento la iglesia vacía, y a Andrés solo, de rodillas, como presentándose ante ese alguien poderoso.
Permanecí absorto por varios segundos observando la escena y, temiendo caer en la excesiva curiosidad o indiscreción, salí del templo impresionado por lo que había visto. Camino a casa, iba pensando cuál sería el significado profundo de este hecho tan singular. La conclusión inicial a la que entonces arribé fue que Andrés Aziani tuvo aquella noche una experiencia de oración contemplativa, difícil de darse en intelectuales analíticos y racionales como él, pero no imposible. Fue uno de los pocos filósofos de nuestro medio que, junto a un alto nivel intelectual, alcanzó también un elevado nivel espiritual y de servicio a la Iglesia. Aspirando a la santidad, supo armonizar perfectamente Fe y Razón, el ideal al que debemos apuntar todos los que transitamos por los caminos de la ciencia y de la cultura; sin duda, una gracia muy especial que Dios le concedió.
No pasó una semana de aquel sorprendente acontecimiento, cuando el 30 de julio del 2008, recibí una llamada de José Antonio Benito, comunicándome muy apesadumbrado el inesperado fallecimiento de Andrés Aziani. Entonces, acabé de comprender lo que aún no entendía: la muerte no lo había cogido desprevenido, sino preparado para dar el gran paso; su presencia aquella noche en San Pedro era parte de esa preparación. El llamado ya se había producido, y al acudir Andrés al Santuario del Corazón de Jesús, estaba como anticipando su presencia definitiva ante el Absoluto, que se produciría pocos días después.
Andrés Aziani, con su sapiencia intelectual, probada virtud y empuje misionero, contribuyó notablemente a la movilización del laicado y a la evangelización de la cultura, dos retos cruciales que enfrenta actualmente la Iglesia. Llevó a altas cumbres el desarrollo simultáneo de la Fe y la Razón, esas dos vías maestras que tenemos a nuestra disposición para encontrar la Verdad. Donde la mayoría de los intelectuales ve oposición entre ambas, Andrés, fiel a la gracia y al carisma de su fundador Monseñor Luigi Giussani, no la vio; al contrario, logró con maestría equilibrarlas y complementarlas, alcanzando de este modo la sabiduría.
Trayectorias vitales como las de Andrés Aziani son generadoras de mucha Esperanza; por eso, sin temor a equivocarnos, podemos afirmar, junto con la Gaudium et spes, que el porvenir de la humanidad está en manos de quienes como Andrés, sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar.
Lima, 03 de Junio del 2016 – Solemnidad del Corazón de Jesús
Econ. y CPC. Álvaro Vera Gastañaduí
Diplomado en Doctrina Social de la Iglesia por la UCSS
(La foto está tomada en el patio central de la UCSS. El autor del artículo se encuentra en el medio, al fondo)