domingo, 1 de julio de 2018

GÉNERO. Sobre la confusión actual en su torno. P. César Buendía, Rector de la UCSS, párroco misionero en Lima Norte

Sobre la confusión actual en torno al género

por cesarbuendia

Sobre sexo o género

 Oigo sin cesar llamar al sexo género. El sexo es algo real, el género no. La mesa es del género femenino por convención. La mujer no es por convención, sino por creación. La convención es humana, la creación divina.

¿Hay alguien masculino o femenino, entre los seres humanos, por convención? No.

El género es convencional, el sexo natural y real. Llamar género al sexo es declararlo convencional, es decir, que, como es convencional, no correspondería a la realidad creada por Dios sino que obedecería a la voluntad humana.

Sobre lo convencional Dios no tendría derecho. Y, por tanto, tampoco la Iglesia. Los de la ideología de género  reducen la moral natural a una moral de costumbres particulares, que no se puede imponer a los demás, y que no posee ni legitimidad ni racionalidad.

La reducción de la moral natural a moral particular de los católicos significa que ésta pierde su autoridad universal y queda reducida a los caprichos de una religión que quizá no tiene más legitimidad que  cualquier otra.

De la inocuidad de la sexualidad se deriva la inocuidad de su ejercicio y su significado.

Se predica desde los medios la idea de que no existe el pecado.

Desde el pensamiento de que no existe la moral natural, que tendría autoridad universal, se concluye que nada, ninguna acción humana, tiene un significado objetivo que lo califique con el criterio del bien y del mal. Especialmente en los ámbitos de la sexualidad y la vida. Los últimos intentos de normalizar el aborto, la eutanasia, la manipulación de embriones, la venta de vientres, o la incursión en el campo de la información genética significa que ninguna cosa, excepto el dinero, es sagrada.

Todavía nos escandalizamos de la trata de personas, pero todo es cuestión de acostumbrarse. La "manada", esa jauría infernal de abusadores españoles que se reía de cualquier norma que no sea la pura fuerza, es un símbolo del destino que espera a los seres humanos. Si pensamos que el ser humano sólo es materia, ninguna barrera moral puede oponerse a los que detentan el poder, actualmente, sobre todo, mediático, pero, en cualquier caso, a los que mandan sobre la mente ajena, los que se ríen de Dios, los que se creen dios, porque no hay nada por encima de ellos .

Y así, el mundo se vuelve algo donde no existen reglas de juego y sólo vale la ley del más fuerte. Las realidades sagradas pierden todo significado.

Y, perdido el significado, todo es confuso.

No hay así por qué obedecer a ninguna autoridad, porque son las autoridades las que no obedecen la ley divina. La ley divina consiste en este caso en que la autoridad es como un padre que busca el bien de sus hijos, y, por reconocer la ley divina, los que están a su cargo le obedecen. Es el cuarto mandamiento: honrarás a tu padre. Pero si la autoridad no obedece a Dios ¿cómo pide obediencia?

Estamos en un momento nazi. Aquellos decían que el derecho es la fuerza. De alguna forma, todos los que niegan a Dios, lo hacen para ponerse en su lugar. Pero son sólo ídolos.

De ahí vamos a legalizar, con la droga (¿a quién le importa si se mata el prójimo?), el incesto, la pedofilia, la zoofilia, y la x filia. Es el individualismo y el egoísmo. Y a eso llamamos civilización.

Pero habíamos dicho que el dinero, que representa el poder, es la excepción. Todo lo puedes manosear menos el dinero. Por él sí se pelean. No por Dios, ni por el Bien, sino por la plata.

Es el hombre sin alma.

Pero si el hombre no es simplemente algo que se compra y se vende, si el hombre no es simplemente materia, si tiene alma, por viejo o niño que sea, sea cual sea su estado, entonces el hombre debe ser calificado por su alma. Y ésta no puede ser troceada, separada o reducida a otra cosa más que a su relación con Dios. El hombre no es su cuerpo, es alguien en relación con su defensor, Dios.

El ser humano, con su alma libre y racional, manda de su cuerpo. Por eso la sexualidad es vehículo de su entrega en amor, tiene su lugar, no tiene vida propia ni puede ser separada de su misión y de su significado. No es algo indiferente. Y tampoco su ejercicio es indiferente. Es el modo natural de significar la unión y el amor entre el hombre y mujer y la apertura definitiva a la paternidad o a la maternidad.

¿Es esto discriminación de los homosexuales? El discurso no discriminaba la persona, lo que hacía era aclarar la cosa. Si estamos en relación con Dios, la sentencia es de Dios, no del hombre. Y Dios ha dejado claras las cosas. Lo peor que podemos hacer ante Él es no reconocer que estamos desnudos y esconder nuestro pecado. Si pedimos perdón grande es Dios para reconstruir al ser humano.

Pero ¿qué perjudica a los demás los pecados personales? ¿No son míos y sólo míos? ¿No soy digno de ser aceptado como soy en medio de los seres humanos? ¿Es esto caridad?

Es que todo lo que tú eres nos afecta. La relación con el bien es una relación de todos juntos, que somos una sola familia, con el bien, es decir con Dios. Pero, precisamente porque estás entre los demás, tu mal nos exige por caridad, ayudarte a reconocerlo y a salir de él.

Haríamos un pecado mayor si calláramos. ¿Para qué sirve un perro guardián que no ladra si ve un peligro?

Por otro lado, si la sexualidad, que es de enorme fuerza, no es controlada, será, como un tirano, dueña de nosotros. Nunca tendremos bastante. Las violaciones aumentarán. La inocencia desaparecerá. Enseñaremos el mal. No podremos ejercer la misión de la paternidad ni podremos vivir la fidelidad.

Pero todavía quiero decir algo más. La total identidad entre lo que ha sido revelado por Dios y que retenemos comos verdadero en nuestra fe católica y lo que corresponde a la moral natural no sólo no convierte en caprichosa la moral de la Iglesia sino que manifiesta claramente la verdad de la misma revelación. Por eso la Iglesia es Católica, es decir, Universal, porque sólo hay un Dios, una Verdad, y un Mediador entre Dios y los hombres, el fundador de la Iglesia, Cristo Jesús.

Llamar a las cosas por su nombre es hacer un bien.

Y Dios nos ayude y nos salve


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