sábado, 20 de junio de 2020

EL CARITATIVO CURA CABRERA “DESCUBRIDOR” del pacovicuña

EL CARITATIVO CURA CABRERA "DESCUBRIDOR" del pacovicuña

 

El francés Paul Marcoy[1] nos brinda un entrañable relato de un ejemplar sacerdote de Puno, el canónigo, Juan Pablo Cabrera, cura interino de ... Macusani. Este poblado concentra y aún mantiene la diversidad genética de las dos razas de alpacas (huacaya y suri) y sus bióticos, convirtiéndose en el centro del primer cruce dirigido entre alpaca y vicuña, de donde se obtuvo el "Pacovicuña -en pleno periodo independentista de 1824 a 1845- hecho que valió que el gobierno de Ramón Castilla expidiera un decreto de ley el 29 de agosto de 1854 a favor del citado presbítero. Con esta experiencia se logró obtener una mayor y más fina fibra.

Tiene sus orígenes en un premio que le concedió el Congreso de la Republica, al cura de Macusani, Padre Cabrera, allá por 1850, por haber cruzado la vicuña con la alpaca y "haber creado una nueva raza de abundosa y fina fibra: el Paco-vicuña". Hacendados exportadores que tenían licencia para exportar fibra de vicuña, introducían a sus rebaños de vicuñas, algunas alpacas para producir el cruce y obtener especímenes de mayor producción de fibra. Por ejemplo, en la Raya en la década del 60, se encontró un rebaño de Paco-vicuñas de todos los colores y de diversas producciones, herencia de la ex-Granja Modelo de Auquénidos de la Raya del Ministerio de Agricultura. Según los entendidos; a la fecha, si bien el cruce es viable, siendo dominante el color y el temperamento de la vicuña, su producción no es rentable.

Lo que nos importa es rescatar la entrañable y celosa figura sacerdotal descrita por nuestro inquieto y grato viajero. Dios quiera que alguien le dedique un libro a nuestro querido y olvidado cura Cabrera. Al menos, gocémonos con el presente delicioso texto.

 

El intrépido viajero se encontró en el museo de Lima, en un rincón de la sala donde se halla el árbol genealógico de los incas, un retrato del cura de Macusani, don Juan Pablo Cabrera, y declara que "aquella relación de una vida tan laboriosa y santa" le conmovió de tal modo que se prometió no dejar América sin haber "conocido al hombre venerable pintado en el retrato".  Cuando llegó hasta Cabaña el anciano sacerdote, ciego, con el rosario en la mano, le acoge con una gran ternura y le narra su vida:

"He nacido en Canima, una aldeíta de Puno y no en Macusani, como dicen mis biógrafos. A veinte y cinco años era sacerdote y cura párroco en la provincia de Carabaya. Mis dos hermanas Verónica y Epifanía que se quedaron solas después de la muerte de nuestros padres vinieron a vivir conmigo. Penetrado de la grandes de mi ministerio, emprendí la obra de sacar del embrutecimiento en que se hallaban sumergidos a los infelices indios que me había dado Dios a título de rebaño. Abrir los ojos de su espíritu a la luz verdadera, hacer de ellos los hermanos en Jesucristo, indisolublemente unidos por los lazos del cariño, tal fue mi ilusión antes de tomar las órdenes y tal la idea a que resolví consagrar mi vida una vez que había entrado en el sacerdocio.

Al cabo de un año que pasé desempeñando mis funciones y en cuyo tiempo reedifiqué a mi costa la iglesia de Macusani que se caía en ruinas, comprendí toda la dificultad de mi misión apostólica […]

Durante largo tiempo estudié a aquellos seres degradados por los males y por el miedo, buscando un punto vulnerable por donde pudiera penetrar la palabra evangélica, pero me cansé de tal estudio una vez reconocida su inutilidad: aquellas almas endurecidas habrían necesitado uno de esos prodigios particulares en cuya virtud Dios comunica los tesoros de su gracia a los pecadores que quiere convertir.

Cuando me hallaba en el colmo del abatimiento porque veía perdidas todas mis ilusiones, estalló la revolución de 1824 que nos trajo la república. Grandes instituciones se hundieron en un día, los escombros se amontonaron por todas partes y un momento creí que este trastorno político y social resultaría algo grande y útil que comenzaría una era afortunada para nuestras poblaciones, pero mi esperanza no duró mucho: la forma de las cosas cambió, el fondo continuó siendo el mismo. La palabra libertad inscrita en el estandarte de simón Bolívar no fue más que un letrero engañoso colocado sobre el nuevo poder; a los virreyes sucedieron los presidentes y el pueblo no salió de su ignorancia y de su miseria y lo que es peor, se mostró satisfecho de su condición o se consoló de sus males bebiendo.

De ahí la parte de mi ida que no figura en la biografía que acompaña a mi retrato, por la razón de que la han ignorado los hombres; y si yo he querido ocultársela como una llaga secreta, ha sido porque no habría despertado en ellos más que la incredulidad, la indiferencia o la burla, en vez de las simpatías que entre otros habría merecido.

Ahora voy al hecho que me ha valido el honor de figurar en el museo de Lima como uno de los fomentadores de la industria peruana. Un día que erraba yo por la parte montañosa que media entre Macusani y los primeros valles de Carabaya, encontré en el hueco de un peñasco una alpaca macho que había nacido la víspera y cuya madre huyó al verme. Tomé el pequeñuelo en mi sotana y le traje a mi casa confiándole al cuidado de mis hermanos y la alpaca creció en compañía de una vicuña que teníamos. Ahora bien, al cabo de quince meses estos animales nos dieron un vástago cuya lana era admirable y habiendo enviado una muestra de ella a comerciantes de la provincia, llamó en tal alto grado su atención que mis hermanas vieron en el cruzamiento de las razas pachoca y vicuña un medio de rehacer la fortunita que San Martín y los independientes nos habían quitado. Yo las ayudé en la ejecución de su proyecto y después de muchas correrías por las montañas logramos reunir algunos animales de ambas razas que a los siete años componían un rebaño de setenta cabezas. Pero ¡cuánto no nos costó este resultado!"

[Todo ello le valió una condecoración por parte del Congreso de la República, se acuñó una moneda en su honor y que eligieses en el departamento de Cuzco la parroquia que más le conviniera. Por modestia y celo, y por el cariño que a la gente le tenía tras sus 30 años de dedicación pastoral, no quiso salir. Sin embargo, la envidia y maledicencia hizo que envenenaran a sus animales y les obligasen a salir hasta llegar a Cabaña, donde a los dos años se quedó ciego. El obispo debió reemplazarlo nombrando cura párroco en Cabañilla. Al carecer de recursos, sus hermanas se dedicaron a la labranza, criaron gallinas y lechoncillos, hilaron para personas caritativas de Lampa]

"Cuatro años hace ya que llevamos los lazos de nuestro cariño a medida que nos acercamos al término en que la muerte viene a desunirlos". El cura cesó de hablar y su cabeza se inclinó lentamente como agobiada con el peso de un pensamiento secreto. Verónica continuaba hilando, impasible.

Había llegado la hora de recogerse. Yo me quedé solo con el cura, quien después de haberme dado las buenas noches se volvió a la pared y durante un momento le oí rezar en voz baja, mezclando algunos suspiros con sus oraciones".

[Al día siguiente, al despedirse, le ofreció interceder por él ante sus influyentes amigos de Arequipa y Lima y si quería algo. El buen padre le contestó]:

-Absolutamente nada, me respondió. Me quedan muy pocos días que pasar en la tierra para que la protección de los hombres me sea útil ya. Que Dios os guíe, hijo mío; las oraciones del anciano a quien habéis venido a ver de tan lejos no os faltarán mientras viva.

Y el venerable cura me estrechó en sus brazo y Verónica y Epifanía me estrecharon la mano como a un antiguo amigo".

 




[1] MARCOY, Paul. Segunda etapa. De Arequipa a Lampa In : Viaje a través de América del Sur. Tomo I: Del Océano Pacífico al Océano Atlántico [en ligne]. Lima: Instituto français d'études andines, 2001 (généré le 20 juin 2020). Disponible sur Internet: <http://books.openedition.org/ifea/1218>. ISBN: 9782821826670. DOI : https://doi.org/10.4000/books.ifea.1218.

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