CUSTODIO ILUSTRADO DE LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ
P. TÉOFANES EGIDO, IMPULSOR DEL CENTRO JOSEFINO ESPAÑOL
José Antonio Benito
Si algo lleva en el corazón el carmelita Teófanes Egido López (Gajates, Salamanca, 1-abril-1936) es el centro josefino español en su Valladolid de adopción, que me mostró con una generosidad inolvidable en el marco de mi participación en el congreso sobre Isabel la Católica y la evangelización de América, en octubre del 2019.
Profesor de Historia Moderna y Contemporánea; y catedrático de Historia Moderna, en la Universidad de Valladolid, hasta su retiro en 2001; "Cronista Oficial" ("intrépido" y "humilde") de la ciudad desde entonces hasta el 2018. El Ayuntamiento de Valladolid le rindió un cálido homenaje en el 2019 publicando una antología de casi 600 páginas con lo mejor de su obra La mirada de Teófanes Egido, cronista de Valladolid.
La Junta de Castilla y León acaba de concederle el Premio Castilla y León de Ciencias Sociales y Humanidades, en su edición correspondiente a 2020 "por su permanente y brillante dedicación a la docencia e investigación histórica, que ha proporcionado a la historiografía del siglo XVIII hispano unas vanguardistas líneas de investigación con una especial incidencia en la historia de las mentalidades". El Jurado ha señalado, asimismo, que "sus estudios han sido determinantes en la identificación de los orígenes judeoconversos del linaje familiar de Teresa de Jesús o en el acercamiento crítico a la obra de Martín Lutero, proporcionando la primera traducción al castellano de sus obras, abriendo nuevos cauces de estudio e interpretación de la religiosidad del Barroco, lo que le ha convertido en uno de los grandes maestros de historiadores de Castilla y León".
El Centro Josefino Español del que es gestor y animador se ubica en edificio del histórico monasterio benedictino hoy regentado por los PP. Carmelitas de Valladolid. Alberga en sus muros más de 15.000 libros y artículos en torno a san José. Se trata de estudios bíblicos, teológicos y folletos devocionales de los siglos XVII hasta el XX. Junto a los anaqueles, permanecen recostadas algunas pinturas con escenas sobre la vida de San José, que sus propietarios envían a este Centro para que sean interpretados y analizados por los llamados josefólogos.
También hay espacio en los estantes para cuentos, obras teatrales infantiles, y para los varios cientos de relatos que diferentes autores hicieron protagonizar al esposo de María y padre de Jesús. Desde joyas bibliográficas, como el Sumario de las Excelencias de San José, escrito en 1597 por el fraile Gerónimo Gracián, o el gran poema narrativo Vida, excelencias y muerte del gloriosísimo patriarca San José, de José de Valdivielso, editado en Toledo, en 1604; hasta novelas contemporáneas, como El pomposo viaje de Pomponio Flato, de Eduardo Mendoza, En el nombre de la madre, de Erri De Luca y El lenguaje de las fuentes, de Gustavo Martín Garzo y hasta un extenso tratado sobre el también patrono de los carpinteros y de la justicia social, editado en Alemania y titulado, San José: teología, arte y piedad popular en los espacio germanófilos. Yo mismo le envié el primorosamente ilustrado de Mons. Joâo Scognamiglio Clá Dias, San José, ¿quién lo conoce? (Heraldos del Evangelio; Pág. 462 Lima 2018)
Todas tienen un hueco en esta singular biblioteca, porque incluyen entre sus personajes protagonistas a este «santo silencioso», como lo define nuestro maestro y amigo P. Teófanes. Nos dice que, «aunque no se registrara ni una palabra de San José, contra lo que suele insinuarse, no es tan poco lo que de él dicen los evangelios». Sin embargo, «su presencia a lo largo de la vida de la Iglesia ha sido algo desconcertante y no ha tenido excesiva suerte, a diferencia de lo acontecido con otros santos». Como experto en historia moderna nos recuerda que, hasta el siglo XV, se le representaba como un personaje viejo y de espaldas al nacimiento. Fueron los pensadores Humanistas quienes cambiaron la imagen de un José viejo «por la más acorde con su misión de esposo y padre, es decir, la de José joven».
Teresianista como pocos nos comparte que fue la Santa Teresa la gran difusora del culto a San José, «gracias a sus calurosas exhortaciones y experiencias reflejadas en el capítulo sexto del libro de su Vida, por la coherencia de dedicar sus monasterios a San José y por el compromiso de su orden con el santo, al que consideraba casi como cofundador».
El P. Egido constata que si bien "la misión de san José en la Iglesia tardó en ser reconocida oficialmente; el reconocimiento eclesial de san José llegó de forma estupenda con la proclamación solemne de su patrocinio sobre la Iglesia universal, en circunstancias especiales, casi trágicas, de la Iglesia por aquel año de 1870, con Pío IX al frente de la Iglesia, en uno de los momentos más críticos de la historia de la iglesia en que el Concilio Vaticano I tenía que ser aplazado para no reanudarse ya; por avatares de la guerra entre Francia y Prusia, y por el proceso de la unidad de Italia, el Papa se había quedado sin dominios territoriales, sin su mermado ejército, sin la Urbe y, como decía él mismo, prisionero en el mermado reducto romano. En aquel clima de temores y de miedos apocalípticos, Pío IX se hizo eco de las peticiones de los fieles, de las elevadas por los Padres conciliares, y, justamente en la fiesta de la Inmaculada de 1870, declaró a san José Patrono y abogado de la Iglesia, para que cuidara de ella, en aquellos tristísimos tiempos, como cuidó de su familia de Nazaret, verdadera y primera Iglesia naciente".
Nuestro acogedor anfitrión, excelente conocedor de la historia contemporánea de la Iglesia, nos aporta cuáles fueron las benéficas consecuencias de la decisión: "Comenzaron a abundar Congregaciones religiosas llamadas de san José y de la Sagrada Familia; fueron más frecuentes aún los nombres de José impuestos en los bautismos; se dedicaron al santo cofradías, asociaciones, parroquias e iglesias; se escribieron libros de alta teología y de piadosa devoción en un movimiento creciente hasta el Concilio Vaticano II. Los Papas, todos, manifestaron paladinamente su devoción con gestos eclesiales. León XIII, en la fiesta de la Asunción de 1889, publicaría la primera (y única hasta ahora) encíclica josefina, la Quamquam pluries, con la oración más popular: A vos, bienaventurado san José, y con clara intención social, al igual que la autorización de la fiesta de la Sagrada Familia. Pío XII, también con sentido social, instituyó la fiesta de San José Obrero en 1955".
El espacio del artículo desborda cuanto el P. Teófanes nos comenta de la devoción de los recientes papos, especialmente san Juan XXIII, quien incluyó el nombre de san José en la misa (en el Canon, en 1962) y lo declaró Patrono del Concilio «cabeza augusta de la Familia de Nazaret y protector de la Santa Iglesia». De igual modo Juan Pablo II, quien publicó, en agosto de 1989, su Exhortación apostólica Redemptoris custos -Custodio del Redentor-. Benedicto XVI, en el 2010 consagró el templo de Antonio Gaudí, Sagrada Familia, en el marco de del aniversario de su patrocinio. Sin olvidar la tierna devoción del actual papa Francisco, quien inició su pontificado justamente en la fiesta del santo y ha tenido la feliz iniciativa de dedicarle el presente año.