APORTES DE LA IGLESIA CATÓLICA A LA NACIÓN PERUANA EN EL BICENTENARIO
José Antonio Benito
Si partimos del Perú como patria, nación y estado -desde el momento de la Independencia-, conviene recordar el concepto de peruanidad como realización de la síntesis viviente que la integra, tal como lo definiese Víctor A. Belaunde. En esta larga trayectoria, siempre la Iglesia ha caminado de la mano de la nación, tanto en la época virreinal como la republicana. Resaltamos sus aportes en estos doscientos años de vida independiente.
Así, podemos constatar cómo la Iglesia católica contribuyó con la gesta emancipadora con próceres destacados, entre ellos Toribio Rodríguez de Mendoza quien fue Rector del Real Convictorio de San Carlos que contribuyó a la formación de líderes patriotas, varios de los cuales participaron en el primer Congreso y en la gesta patriota independentista.
Considerando la geografía eclesial en el momento de la Independencia, la Iglesia católica contaba sólo con seis diócesis: Lima, Cuzco, Trujillo, Arequipa, Huamanga y Maynas-Chachapoyas. En el momento del Bicentenario, 2021, las jurisdicciones eclesiásticas -diócesis, prelaturas, vicariatos- son 46, incluyendo al Obispado Castrense
Jorge Basadre reconoce que la Iglesia tuvo una significativa contribución en la perspectiva de vida peruana que se concretó en un ideal de superación individual y colectiva que debía ser obtenido por el aprovechamiento de sus riquezas, la defensa y acrecentamiento de su población, la creación de un mínimo de bienestar para cada ciudadano y de oportunidades adecuadas para todos. Las formas de materializarla eran, por un lado, la preocupación ideológica, espiritual, tendiente a la afirmación patriótica de la nacionalidad; y por otro la búsqueda del desarrollo material del país[1].
El mismo General San Martín propuso a Santa Rosa de Lima como Patrona de la Orden del Sol, institución creada con el objetivo de premiar los servicios que personas civiles y militares hubieran realizado en favor de la emancipación nacional. Por otro lado, San José fue declarado Patrono de la República del Perú en1828 por el Congreso Constituyente, restituyendo la fiesta del Santo Patriarca en el calendario de fiestas de guardar.
Preclaros padres de la patria fueron clérigos, tales como Francisco Javier de Luna Pizarro, Bartolomé Herrera, Deán Valdivia. Basadre mismo sostiene que el sacerdocio en el Perú contribuyó a fundar la Patria; alentó a los libertadores; estuvo íntimamente ligado tanto a la vida pública como a la vida social y privada; trabajando por la cultura, orientando desde el aula y la tribuna, defendiendo los más altos valores espirituales y morales, compartiendo las grandes festividades y los más luctuosos momentos de la nacionalidad.
La Iglesia en la época y posteriormente promovió la escolarización de los hermanos indígenas, la educación gratuita propiciada por el Estado, la incorporación de las artes plásticas y musicales a través de la educación, creando centros de educación básica y universitaria, impulsando la enseñanza técnica, la educación secundaria, profesional y superior femenina, la educación de huérfanos, la educación de adultos, el sindicalismo apostólico de profesores; renovando la formación pedagógica, así como la participación de los padres de familia en la escuela, aportando con eminentes educadores y educadoras. Siempre quedarán los casos emblemáticos de las dos universidades más destacadas del Perú, la Universidad de San Marcos fundada por la Iglesia por la congregación de los Dominicos en 1551 y la Pontificia Universidad Católica del Perú en 1917 por el Padre Jorge Dintilhac de los Sagrados Corazones.
El mismo Jorge Basadre lo pone de relieve en su ponencia "La obra civilizadora del Clero en el Perú Independiente" (Lima 1951) al destacar que como grupo selecto de la Iglesia "contribuyó a fundar la Patria; alentó a los libertadores; estuvo siempre unido a la vida pública como a la vida social y privada; trabajó por la cultura; orientó desde el aula universitaria y la tribuna del Congreso; ganó tierras y almas en la selva desde el convento de Ocopa; defendió los más altos valores espirituales y morales en todo momento; enseñó un vivir más alto y a bien morir; compartió las grandes festividades y los más luctuosos momentos de la nacionalidad".
También la Iglesia jugó un rol clave en la fundación de las ciudades, el cuidado de las fronteras, la organización de Monasterios y conventos, así como Concilios, Juntas, Sínodos, que permitieron el desempeño territorial de la República con la incansable labor de los Misioneros y de maestros en el arte, la arquitectura, la escultura, la pintura, la lingüística.
Sobresalieron desde mucho antes Santos, beatos, venerables, siervos de Dios con conmovedora labor caritativa y social. Las propias Fiestas patronales fueron convertidas en patrimonio cultural y genuinas expresiones de religiosidad popular y de veneración mariana como son la Candelaria de Puno, Chapi, Cocharcas o la Virgencita de La Puerta de Otuzco. Con razón el Papa Francisco pudo referirse al Perú como "tierra encantada". Recientemente -en mayo del 2021- el Vaticano ha aprobado el martirio de la religiosa Agustina Rivas, hermana del Buen Pastor, víctima del ciego terrorismo de Sendero en 1992. Los santos, mártires y misioneros constituyen el gran tesoro del Perú, el mejor contrapunto a la indiferencia y olvido de los peruanos más olvidados.
La Nación peruana y la Iglesia fueron, son y serán aliadas en los tiempos actuales, tal como recoge la misma Constitución vigente, reconociendo a la Iglesia r como "elemento importante en la formación histórica, cultural y moral". Es una relación de autonomía e independencia que se manifiesta en la mutua y fecunda colaboración que se manifiesta permanentemente como ahora en la lucha contra la covid-19 y en su papel mediador en la contienda electoral.
Tal espíritu fue recogido por el Papa Francisco en su gozosa visita al Perú en el 2018 cuando afirmó: «Quiero renovar junto a ustedes el compromiso de la Iglesia Católica, que ha acompañado la vida de esta Nación, en este empeño mancomunado de seguir trabajando para que Perú continúe siendo una tierra de esperanza». Para seguir forjando la peruanidad en un clima de libertad, reconciliación, desarrollo de toda la persona y de todos los peruanos, fieles a su identidad, pero abiertos a la globalización, nos dejó una fórmula que es un legado y un desafío de nuestra Iglesia: Caminar unidos en la esperanza.
[1] Cfr. Basadre, Jorge, Historia de la República del Perú, 1822-1933. Tomo I, El Comercio.