miércoles, 1 de septiembre de 2021

Razones para la esperanza en tiempos de pandemia. CARLOS DÍAZ, 1-09.2021, México

Razones para la esperanza en tiempos de pandemia[1]

 

I.                  El escenario Frankl

 

        a) La vida nos pone ante las preguntas vitales a las que debemos responder. La pregunta más vital de todas es la pregunta por el sentido de la vida: "Debemos entendernos a nosotros mismos, a nuestra vida, como un ser preguntados. Los preguntados somos siempre nosotros, la vida es la que nos plantea las preguntas vitales a las que debemos responder"[2]. Ahora bien, la respuesta a la pregunta puede ser buena o mala, mejor o peor, pero "nadie puede saber si es uno quien está en posesión de la verdad, o el otro. Claro que existe sólo una verdad. Pero ninguno puede saber quién acierta. Creo que existe la verdad objetiva y la veracidad, pero siempre de un modo relativo a una determinada persona y a una situación determinada"[3]. Según esto no es demostrable la existencia de respuestas universales.

 

 b) Según Frankl, "lo esencial de la condición humana es  auto trascenderse (Sich Selbst zu transzendieren), es decir, que haya algo o alguien más en mi vida que yo mismo"[4]. Frankl no va más allá de Aristóteles, para quien todos buscamos la felicidad pero ésta es relativa a cada sujeto. La autorrealización, añade Frankl, aun  siendo importantísima, es un  producto secundario de la autotrascendencia (Übersichselbshinausweisen, ir más allá de sí mismo). Tampoco de este modo hemos superado el socrático conócete a ti mismo. Esta posición de Frankl es compartida por muchos, desgraciadamente; por ejemplo, según Erik Fromm, "trascender mi yo significa saltar dentro del mundo"[5]. Pero quien salta dentro de no salta más allá de sí mismo. No trasciende quien sólo autotrasciende[6].

         c) No extrañará que, sin una clara distinción entre la trascendencia y la autotrascendencia, las creencias religiosas puedan utilizarse como refuerzo terapéutico instrumental, como último Gran Recurso Psiquiátrico: "He llegado últimamente a una definición operacional de Dios. Entiendo por definición operacional que Dios es el referente de nuestros monólogos más íntimos"[7]; "siempre que nos hablamos a nosotros mismos con sinceridad y en soledad, aquel a quien nos estamos dirigiendo puede designarse como Dios"[8]. O sea que, si algo funciona como si fuera de Dios, es Dios; si con agua sigue funcionando, sígale dando. Sin embargo la sinceridad y la honestidad son igualmente necesarias para hablar con las personas. Así entendida por Frankl, la fe en Dios, deviene una categoría trascendental a la manera kantiana.      

                 

          d) Aunque no pocos de los planteamientos metafísicos de Frankl son inconsistentes, hay que reconocerle su gran mérito como antropólogo de la diada sufrimiento-esperanza. No hay homo sapiens sin homo patiens, "ninguno de nosotros puede evitar el encuentro con el sufrimiento ineludible, con la culpa inexcusable y con la muerte. Las palabras de Nietzsche 'quien tiene algo por qué vivir es capaz de soportar cualquier cómo' pudieran ser una motivación en todas las acciones. Tenemos que aprender y, después, enseñar a los desesperados. No sólo hemos de esperar algo de la vida, también la vida espera algo de nosotros.

        La pregunta que debemos formularnos es: ¿cómo podemos decir sí a la vida a pesar de todo su aspecto trágico? La vida, a pesar de todos sus aspectos negativos, puede tener un sentido en todas sus condiciones y circunstancias. Hay que asumir la vida como es, quien no acepte con resolución, incluso con alegría, la dimensión terrible de la vida, nunca disfrutará de los poderes de nuestra existencia, quedará marginado y a la hora de la verdad no estará vivo ni muerto. Sólo un concepto límite como el de suprasentido se ofrece como respuesta al anhelo de sentido"[9], y "se revela al final, a las puertas de la muerte"[10]. "No debes –dice- aferrarte a tu dolor, puedes sumergirlo en el dolor general"[11].

        Si la vida tiene sentido, también el sufrimiento: "La vida no se colma solamente creando y gozando, sino también sufriendo. Preguntémonos honradamente si estamos dispuestos a suprimir de nuestra vida las experiencias desventuradas en materia amorosa, a borrar de ella las vivencias dolorosas o desdichadas, y nos contestaremos, sin ningún género de duda, que no. La plenitud -de dolor no significa, ni mucho menos, el vacío de la vida. Por el contrario la persona madura en el dolor y crece en él; y estas experiencias desgraciadas le dan mucho más de lo que habrían podido darle grandes éxitos amorosos. Entre las obras de música inmortales no se cuentan solamente las sinfonías incompletas, sino también las 'patéticas'. El sufrimiento crea en la persona una tensión fecunda y nos atreveríamos a decir que hasta revolucionaria haciéndole sentir como tallo que no debe ser. Llorar lo irreparablemente perdido es algo tan inútil y tan absurdo como el lamentar acciones pasadas que ya no es posible cancelar; sin embargo en la historia interior de la persona ambas emociones, las del duelo y la del arrepentimiento, tienen su sentido. Esta posibilidad de convertir lo ya acaecido en algo fecundo para la historia interior de la persona no se halla, ni mucho menos, en contradicción con su responsabilidad, sino que forma una unidad dialéctica. Quien ante el golpe de infortunio se aturde o trata de distraerse no aprende nada. Trata de huir de la realidad. No hay en la vida ninguna situación que el ser humano no pueda ennoblecer haciendo algo o aguantando. La vida es siempre una ocasión para algo mejor"[12].

        Ahora bien, o cambiamos nosotros el destino, en la medida en que esto sea posible, o lo cargamos voluntaria y responsablemente[13] sobre nosotros, en la medida en que sea necesario. Al sufrimiento hay que plantarle  cara; no se puede decir 'tengo cáncer, pero no me dejo operar'. Hay que intentar cambiar primero la situación dolorosa eliminando si se puede las causas del dolor"[14]         

                 

        e) Para Frankl la religión expresa la búsqueda de sentido de la existencia, importan más las inquietudes del hombre religioso, que la religión en cuanto tal, que en sí misma es algo secundario. Sin embargo, no como terapeuta, pero sí como creyente, el judío Frankl escribe: "En Auschwitz la fe débil se apagó, pero la fe fuerte, la verdadera fe, sin duda se volvió más fuerte. La verdadera fe se acrecentó, la débil se apagó. La fe fuerte de quien tiene fe activa en Dios es la fuerte del amén[15]. El Frankl creyente abraza una antropología del amén. Ni siquiera en Theresienstadt, Auschwitz, Kaufering y Türkheim estuvo dispuesto a abandonar la recitación de los salmos: "El hombre es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero también el ser que ha entrado en esas mismas cámaras de gas con una oración en los labios"[16]. El acceso al Dios judío tiene sobre todo lugar desde la fe en el ser humano[17] a través de la misericordia con los demás y de la aceptación de la gracia de Dios. A pesar de la triada de sufrimiento, culpa y muerte, un optimismo trágico hace a Frankl mejor, más noble y capaz de convertir el sufrimiento en un valor positivo. Frankl es un creyente del amén. Amén significa que ratifico mis palabras en la vida, que algo es forme, estable, consistente: "el fiat quiere decir que así sea, mientras que el amén significa así es"[18]. Cuando un hebreo dice amén, lo dice a lo que es hoy y a lo que será mañana, que se sitúa ya en el presente, por más que aún  no haya sucedido: "lo que hacemos una vez cuando captamos y aprovechamos la oportunidad única de realizar el sentido, lo hemos hecho de una vez para siempre, lo hemos eternizado, lo hemos creado en el pasado, donde ha sido preservado, donde ha sido conservado bajo custodia"[19].

        "Estoy convencido de que las milenarias palabras del profeta Isaías consolad, consolad a mi pueblo, no sólo siguen siendo actuales en nuestros tiempos, sino que van también dirigidas al médico"[20]. "A los hombres hay que saber perdonarlos. Por tanto, queremos no sólo recuperar a los muertos, sino también perdonar a los vivos. De este modo tendemos la mano a los muertos más allá de todas las tumbas, más allá de todo odio. Y, cuando decimos ¡honor a los muertos!, queremos añadir: ¡y paz a los vivos de buena voluntad!"[21]. "Dios nos deja mudar la piel de serpiente que nos ha oprimido e impedido crecer"[22].

 

II. El escenario griego

Cuentan la Teogonía Hesíodo y el Protágoras [23]  de Platón que Zeus, padre de todos los dioses decide castigar el robo de las semillas de Helios (el fuego) llevado a cabo por su hijo bastardo, el titán Prometeo, y a tal efecto le envía una caja con todos los males y desgracias. Prometeo ordena a su hermano menor Epimeteo mantenerla cerrada, pero éste la entrega en custodia a su mujer Pandora (pan dora, la que recibe todos los regalos), la cual, llevada por la curiosidad, la abre escapando entonces de ella los males; cuando acierta a cerrarla, sólo queda dentro la esperanza, elpis (Ελπis).

Para los griegos, pues, la esperanza no solamente no era un regalo bueno, sino todo lo contrario, la mayor tragedia, consistente en desear lo que no se tiene y, en consecuencia, vivir insatisfecho. La elpidia, era peor que la diselpidia o desesperanza, y de ahí la convicción de epicúreos y de Spinoza, cuyo lema era vivir nec spe nec metu, sin esperanza ni miedo pues, si donde hay esperanza hay miedo, donde hay desesperanza no lo hay; quien espera desespera, y quien no espera no desespera, y así también en el budismo. Desesperanza, pues, no es desesperación, sino el método para evitarla.

El aún no contiene dos aspectos, uno negativo (la no plenitud) y otro positivo (el encaminamiento hacia la plenitud). Desde luego, el miedo paraliza y desactiva los mecanismos existenciales, hace vivir a la defensiva y potencia el monstruo verde y viscoso de la culpa. Según Sir Francis Bacon, la esperanza es un buen desayuno pero una mala cena, y Nietzsche fue más lejos al defender que la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre.

Distinguían los griegos entre eudaimonía (felicidad humana) y makariotes (felicidad de los dioses). Entre ambas, eudemonismo y macarismo, la tradición cristiana fraguó el término beatitudo, felicidad reservada a quien alcanza la santidad o está en condiciones de ello.

         Sin embargo quien rechaza la felicidad rechaza la humana condición que los griegos llamaron eudaimonía, y que Kant caracterizó como ideal de la imaginación, una utopía necesaria. Según Aristóteles, "casi todo el mundo está de acuerdo en cuanto a lo que significa la felicidad, pero acerca de qué es felicidad dudan, y no lo explican del mismo modo el vulgo y los sabios"[24]. No existe posibilidad alguna de plantear la vida personal sin dejar abierta en el horizonte la idea de felicidad: la persona es digna de ser feliz, eudemónica[25]. Ahora bien, sólo hay felicidad si lo definitorio de un acto puede ser elevado a definitivo, y por esto es por lo que la felicidad constituye el bien último del hombre, la posibilidad de las posibilidades. La esperanza máxima coincide con el máximo deseo: el de ser felices,

 

III. La diselpidia

 

"Hay que tener esperanza", "esperemos…", se dice; pero ¿por qué?, ¿es que acaso todo es resoluble?, ¿no se asimila ese tantra a una especie de resignación-desesperación? Quienes esperan, pero no hacen por salir de la casa en llamas, llevan en su rostro la huella de la muerte; el manido "tengo esperanza de que las cosas mejoren" no vale nada sin intentar  hacer algo para que las cosas mejoren.  Es de tontos aguardar que la tarea se resuelva por sí sola y procrastinar mientras tanto. La esperanza no es el fruto de ningún árbol cuya fruta caiga madura. Nuestra naturaleza está en la acción el reposo presagia la muerte. No se merece la esperanza quien no la trabaja. Es una esperanza parásita.

        De todos modos, las esperanzas irracionales (aunque no todas las formas de esperanza lo sean) son preferibles a las desesperanzas por no aceptación de la muerte, de la enfermedad irreparable, y de la finitud, esas tres metamorfosis de las Erinias, que desesperan de la inmanencia y del Dios trascendente. Los así reclamantes padecen de analexia mental, pues ignoran que todo lo creado es finito y caduco, no lo reconocen, no se resignan.

Otra forma de desesperación, de signo contrario, consiste en dejarse morir, suicidarse, abandonarse como aquellos musulmanes de los campos de concentración según testimonio de Frankl. Son zombis, muertos en vida.

En nuestros días se da un recalentamiento de la sociología utilitarista Jeremy Bentham: "Les daremos la felicidad que les conviene. Les persuadiremos para que no se enorgullezcan; les haremos trabajar, pero durante sus horas de descanso organizaremos su vida al modo de un juego de niños, con canciones infantiles, coros y danzas inocentes; estarán exentos de la gran preocupación y de la gran angustia que se deriva de elegir por sí mismos. Y todos serán felices, millones y millones de criaturas". Cuando uno contempla la afirmación aristotélica de que "el bien es aquello a que todas las cosas tienden", y lo compara con la afirmación contenida en la Declaración de Independencia de los EEUU (1776) de que todos los americanos tienen el derecho a la felicidad siente que, si ellos tuvieran menos derechos a la felicidad ajena, el mundo ganaría. En el poema de Byron pregunta Caín a Lucifer ¿sois feliz, y éste le responde soy poderoso, y el otro medio tras las del pragmatismo americano, en cuya línea argumental William James afirma que la felicidad es la prueba de la verdad. Si el criterio de verdad fuera el criterio de felicidad, el loco feliz con su crimen creería que la verdad está en el crimen, y el egoísta feliz creería que la verdad está en ese su egoísmo. Con tantas felicidades como gustos, ¿quién podría definir finalmente la verdad? El relativismo se haría difícilmente superable. Sin masoquismo, hay que perder el miedo a las felicidades baratas reivindicando la dignidad.

Hay también una franja intermedia, tibia, que Emmanuel Mounier señaló como la esperanza de los desesperanzados, aquellos existencialistas, que llevados por su dignidad convierten su desesperanza en rebeldía militante contra las fuerzas del mal, aun sabiendo que el Mal pueda tener la última palabra.

        Dicho esto, hay en el fondo de la realidad una especie de frustración latente, que se traslada a muchos estados de ánimo de otro modo inexplicables.

La esperanza humana no es como la rosa de Angelus Silesius, que sin porqué florece porque florece (es blüht weil es blüth), lo cual viene a ser una modalidad de juego al azar al esperar contra lo ininteligible. Quien así esperanza deviene un aferramiento a un clavo ardiendo.

 

         IV. La estructura elpídica del ser personal

 

         a) En la lengua hebrea, esperar se expresa con la raíz qwh, posiblemente relacionado etimológicamente con qaw, cuerda, hilo, que convierte a tiqwal (esperanza, hilo) en un vocablo ambivalente, como ocurre en nuestra expresión un hilo de esperanza. En efecto, en el libro de Job su vida aparece como una fibra vital que se ha roto: "Mis días corren más rápidos que la lanzadera, se desvanecen sin que me quede un hilo de esperanza (tiqwah)"[26]. Pero recupera su felicidad por no haber perdido la esperanza. Ella no es un cebo que nos pone el futuro para burlarse de nuevo, ni una buena comida pero una mala cena, ni una lástima para quien vive de utopideces.     

         ¿Cuál es la materia de los sueños de la esperanza? La construcción; nadie puede dejar de construirla y cada palo debe aguantar su vela: "Nadie me puede obligar escribía Kant- a ser feliz, pero sólo es lícito buscarla como mejor le parezca, siempre y cuando no perjudique la libertad de los demás para pretender un fin semejante".         

         Para que algo sea objeto de esperanza ha de reunir las siguientes condiciones: a. Que se trate de un bien (un mal no lo esperamos, lo tememos). b. De un bien futuro (lo que ya tenemos no lo esperamos, lo disfrutamos). c. De un bien futuro y necesario (un capricho no lo esperamos, se nos antoja). d. De un bien futuro, necesario y posible (lo imposible no lo esperamos, nos desespera). e. De un bien futuro, necesario, posible y difícil de conseguir (lo que está al alcance de nuestra mano no lo esperamos, lo codiciamos; además lo fácil de conseguir no se echa de menos). f. De un bien futuro, necesario, posible, difícil de conseguir y que tenga como objeto una vida más plena (no anhelos destructivos). g. De un bien futuro, necesario, posible, difícil de conseguir, que tenga como objeto una vida más plena y que entrañe inconformismo, pues la esperanza por lo nuevo y la insatisfacción por lo viejo se dan a la vez (sin contentarse con la situación actual, ni propia ni ajena). h. De un bien futuro, necesario, posible, difícil de conseguir, que tenga como objeto una vida más plena, que entrañe inconformismo y que sea esperado pacientemente (la impaciencia del ahora mismo impide que algo se sustancie y el proyecto madure). i. De un bien futuro, necesario, posible, difícil de conseguir, que tenga como objeto una vida más plena, que entrañe inconformismo, que sea esperado pacientemente y que de forma activa lleve el sueño a su despertar. La esperanza mantiene el espíritu despierto, es la memoria del futuro, un tiempo abierto contrario al cerrado de la desesperación. j.  De un bien futuro, necesario, posible, difícil de conseguir, que tenga como objeto una vida más plena, que entrañe inconformismo, que sea esperado pacientemente, que de forma activa lleve el sueño a su despertar, y que no se cierre a la Esperanza (pues una esperanza que se toma a sí misma como meta se autodestruye antes o después). En resumen, la esperanza da crédito a la realidad.

 

         b) Esperanza, confianza  y paciencia son concomitantes

         En un jardín crecen más cosas de las que siembra el jardinero; con el paso del tiempo se perdonan las ofensas y se descubren nuevos paisajes; la esperanza nos enseña a descubrir que sigue existiendo el paisaje cuando atravesamos el túnel. Permanecer es propio de la naturaleza elpídica humana. La esperanza no echa las campanas al vuelo antes de tiempo, sino que sigue con ese trabajo duro que uno realiza cuando se cansa de hacer el trabajo duro ya ha realizado, por eso el perseverante se establece y estabiliza. El per-se-verante (es decir, el que es verdadero de por sí) no promete nada irrealizable; cuando es dominado por un gran enfado, no contesta ninguna carta. La esperanza es la más pequeña de las virtudes, y sin embargo tan grande, que sólo por ella la dura espera termina floreciendo.

         En la medida en que yo condicionara mi esperanza abriría las puertas a la angustia, pues la frustración trae consigo la decepción y la desesperación. La confianza en que la esperanza puede restaurar la integridad de un orden viviente, y no un mero sentimiento psicológico perteneciente únicamente al orden del sentir, me lleva a amar la realidad. El crédito que la esperanza concede a la realidad salta con los ojos abiertos por encima de la realidad visible de este momento concreto y a creer en la fundamentalidad y en la obsecuencia de la vida. El sustantivo crédito (creditum) viene de credere, creer con los ojos abiertos, porque ese salto nunca puede ser seguro dadas nuestras inseguridades y cautelas, confiamos. Ser fiel a no connota conformarse con, eso sería muy pobre.

         La esperanza no daría crédito a la realidad si no te diera crédito también al que hace posible que la realidad sea la que es para mí: "el temple de un ser se reconoce y se experimenta por la fidelidad de que es capaz"[27]. No pocos creen posible ser felices sin ser justos, ni si los malvados son dignos de felicidad. Ahora bien, quien roba a las viudas y a los huérfanos es una criatura monstruosa con pico de águila, garras de tigre, dientes de hiena y colmillos de víbora.

         Gabriel Marcel distingue al respecto las dimensiones de cautividad y de comunidad. La cautividad es el sentimiento de imposibilidad de acceder por los propios medios a la plenitud. La comunidad hace que yo espere en ti y para nosotros. Por eso no sólo preguntamos ¿qué me pasará a mí mañana si no hago hoy lo que debo?, sino también ¿qué les pasará a ellos y a ellas si yo no hago lo que debo?

         La esperanza nos la otorgan también los otros, como dijo Martin Buber. Vivimos de crédito, del crédito que los demás nos conceden. Podemos matar a una persona retirándole el crédito, no esperando ya nada de ella, no concibiendo para ella ningún futuro. Pensemos en esos matrimonios acostumbrados que están sentados uno enfrente de otro pero ni se miran ni se escuchan. ¡Se han visto ya tanto! Cuando uno empieza a hablar, el otro piensa: "¡Vamos a ver qué tontería dirá ahora!". Y así, arrebatándose recíprocamente la esperanza, devienen -cruel oficio- asesinos de posibilidades.

         Por muy abatida que se encuentre una persona, si descubre que no está sola, que hay alguien que la quiere y que confía en ella, despuntará la esperanza en su corazón. Porque otro ser humano está a su lado podemos soportar las peores perspectivas. Sólo porque un adulto confía en él, desarrolla el niño sus potencialidades; si, por alguna razón, un niño es incapaz de ver el futuro con optimismo, se produce una interrupción inmediata del desarrollo. Una niña, tras un periodo prolongado de terapia, salió finalmente de su autismo y expresó lo que para ella caracterizaba a los padres buenos: esperan algo de ti. Sus padres se habían portado mal porque ninguno de ellos había sido capaz de tener esperanza ni de transmitírsela. Todo padre que se preocupe por el estado de ánimo de su hijo sabrá decirle que las cosas cambiarán y que algún día todo le irá mejor.

         Dejamos de tener razón cuando ya no la esperamos en los demás. Desesperar de un ser es negarlo en tanto que tal, tenerlo por muerto para nosotros. Amar a alguien es darle la posibilidad de responderle; quien no espera, esteriliza la posibilidad de una relación creadora: sólo se puede hablar de esperanza cuando existe esa interacción entre el que da y el que recibe, esa conmutación que es el sello de toda vida espiritual. Muchas personas que están sufriendo un grave problema se encuentran hundidas y desesperanzadas porque ven toda su existencia a la luz de ese problema y, por lo tanto, lo ven todo negro. Esas personas podrían recuperar la esperanza si alguien se interesara no solamente por ese problema, sino por el conjunto de su vida. No se trata de quitar importancia al problema que padece; si tiene importancia hay que dársela. Se trata más bien de invertir la perspectiva: no ver toda la vida a la luz de ese problema, sino de ver el problema a la luz del conjunto de su vida.

 

         c) La esperanza convierte la fianza en con-fianza y la espera en esperanza, esperando sin desesperación

         La esperanza no es una fábrica de nubes, pide actividad y osadía, mueve a magnanimidad, a proyectos tan arriesgados como la razón y la prudencia consientan y a la resolutiva ejecución de lo proyectado en ellos. Quien espera llegar a la meta, camina; a quien le desaparece la esperanza se le quiebran las piernas. Fue la energía inmensa de la esperanza quien sacó a la humanidad de las cavernas y la puso en marcha por los caminos de la historia. Cuando una sociedad pierde la esperanza languidece y sus iniciativas se paralizan antes de que hayamos comenzado a ejercerlas. Es la claudicación la que vuelve permanente la derrota.

         La vida es un barco que surca el océano de la vida llevado por la esperanza; no es precisa la magia si estamos atentos a cuanto de positivo nos está ofreciendo la realidad. La esperanza se alimenta hoy de pequeños signos visibles, de los cuales resultará mañana lo todavía no visible. Si hasta que se extingue la luz de la lámpara sigue brillando sin perder luz, ¿se apagará en ti antes la esperanza? Vergonzoso es que tu alma desfallezca cuando tu cuerpo no, afirmaban los estoicos. La esperanza nos ayuda a superar los errores y a tratar de corregir los obstáculos con tesón, pero si desaparece la esperanza, el hombre se marchita y reseca. Cuando Don Quijote pierde definitivamente la ilusión y dice "yo ya no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano", Sancho intenta animarle: "¿Qué tonterías dice mi señor, cómo no va a ser Don Quijote? Venga, venga, vamos, ánimo, que la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía".

         Todo enfermo terminal pasa por tres estadios con mermas sucesivas. En el primero se interesa todavía por lo que ocurre fuera de la clínica; en el segundo por lo que pasa en su habitación; en el tercero únicamente por sus propias constantes corporales. El arte de la psicología consiste en mantener al paciente en buen estado de ánimo en los tres estadios.      

         Cuando las esperanzas son bellas, el adiós equivale a una fiesta. La esperanza es el sueño del despierto, un árbol en flor que se balancea suavemente al soplo de las ilusiones, el ave canta -aunque la rama cruja- porque conoce sus propias alas. Primavera, esperanza; verano, luz; otoño, plenitud; invierno, vuelta de la esperanza. De las nubes más negras cae el agua limpia. Ánimo, aliento, ilusión, optimismo, confianza, todo eso es efecto de una esperanza que está hecha para difundirse y compartirse: no sabremos todo lo que valemos hasta que no podamos ser junto a los demás lo que podemos llegar a ser.      Quien sabe esperar sabe estar, quien sabe estar podrá ser. El esperar se malograría sin la paciencia del mientras tanto. El idioma francés distingue entre attente (acto de aguardar), espoir (espera vital), y espérance (esperanza). El árbol: si es cortado, aún puede retoñar y no dejará de echar renuevos. Si del francés pasamos al latín, hay situaciones de espera (sperare) que también lo son de expectación (expectare: etimológicamente ex alio spectare, esperar de otro), lo que no hay es espera sin expectativa y sin prospectiva, sin pies (pes). Y a más expectación es necesaria más paciencia: la esperanza se realiza en la paciencia. Frente a los estados de diselpidia hipotónica o hipertónica, quien desee sanar deberá superar la desmedida y el desorden.

         Cada época sueña la siguiente, de la que es motor, por eso un mapa de la tierra donde faltara Utopía no merecería la pena ser mirado. Es al buscar lo imposible como el hombre ha realizado y reconocido siempre lo posible, y quienes se limitan "prudentemente" a lo que les parece posible no han avanzado nunca un solo paso. Cuando el dedo señala a la luna el imbécil mira al dedo. El águila no puede despegar del suelo raso; debe saltar trabajosamente sobre una roca para, desde allí, elevarse. En el águila está el colibrí, en el trasatlántico la canoa. Quien no sueña al águila no percibe al colibrí; quien no idea un trasatlántico no construye la canoa. Normalidad y heroísmo no son incompatibles. La esperanza resulta inversamente proporcional a la frecuencia de reiteración de lo trivial y rutinario, a la nostalgia conformista con la tediosa beatitud de lo pretérito, al sofisma de que el futuro es una variante de lo sido y la esperanza su recuerdo. La vida en su conjunto aparece como una aventura a quien descubre las diferencias de cada instante y explora sus posibilidades sin permitir que su memoria se estanque en el pasado o su imaginación divague por un futuro cuya posibilidad no late entre las virtualidades del ahora. El destino se esculpe, y quien no esculpe su destino es escupido por el infortunio.

         Cuatro elementos hacen falta para la aventura de la vida: coraje para vivir, generosidad para convivir, prudencia para sobrevivir, amor para desvivirse. No hay nube, por negra que sea, que no tenga un borde plateado. El optimista ve una oportunidad en la calamidad, y el pesimista ve una calamidad en la oportunidad. Optimista es el que nos mira a los ojos, el pesimista a los pies, mientras clama: ¡es curioso lo malo que se vuelve el mundo de un tiempo a esta parte! Y luego se sienta al borde del camino y llora amargamente. Pero si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas inútiles te impedirán ver las estrellas: hay lágrimas que nacen de la bondad del corazón, pero otras del orgullo egocéntrico. No pocos se pierden las pequeñas alegrías mientras aguardan la gran felicidad, y así pierden el ánimo perdemos muchos días de nuestra vida.

         Para el pesimista incorregible, una botella al cincuenta por ciento parece medio vacía, para el optimista medio llena. Según la Escuela de Frankfurt, cabe ser ser pesimistas teóricos y optimistas prácticos; a la hora de superar el conflicto vale más pesimismo realista en mano que optimismo falso volando. Algunos cojos echan la culpa de su cojera  a la irregularidad del empedrado. Algunos optimistas, cuando se trata del propio dolor, no se mueven de su sillón para tratar de evitarlo, como en la parábola de la casa en llamas de Bertold Brecht. Mientras tanto, ¿se puede ser optimista sin matizaciones ante el espectáculo de un mundo donde las tres cuartas partes de la humanidad pasan hambre?

         Por otra parte, la esperanza mantiene vivo el recuerdo: alégrate por todo lo que hemos amado juntos; también nuestros fracasos serán testigos de que estuvimos vivos.

          La esperanza así entendida expresa una triple identidad del yo: un yo participial (el orgullo de lo realizado, aunque sea la derrota), cuya divisa es ergo sum. Un yo gerundial (el estar realizando en  un mundo que nos espere, sin la obsesión del homo conquiriens o conquistador). Un yo transfigurador-trans-figurado con cada otro, cuya divisa es ergo sursum, sin fijarse ni cristalizarse. "Para ser fiel a sí mismo primero hay que estar vivo uno mismo, y eso no es fácil"[28].

         Consideraron los estoicos dos tipos de felicidad: la interior que alcanza el sabio autárquico dentro de sí y la exterior, que no siempre corre a cargo del hombre. Existen muchas cosas en esta vida que tuercen nuestros propios designios; una cosa es lo que uno propone y otra su logro. Pero la felicidad es imposible sin hacerse uno mismo artífice de sus causas mejores. Quien asume su humana condición y la realiza puede alcanzar mejor una felicidad sólida, fecunda, duradera, universal. Buscar la propia felicidad a expensas de la ajena introduciría sufrimiento. Podemos querer ser felices sin ser justos, pero entonces no seremos dignos de la felicidad.  "La única esperanza auténtica es aquella que se dirige a lo que no depende de nosotros, aquella cuyo resorte es la humildad, no el orgullo"[29].

 

 



[1] Agradezco el texto enviado por el autor que acabo de escuchar y comparto con gozo. Conferencia inaugural (miércoles 1 de septiembre 2021) del 6to Encuentro. FELSEN EXISTENCIAL-HUMANISTA, México. Dr. Carlos Díaz Hernández

 

[2]  Frankl, V: Búsqueda de Dios y sentido de la vida. Ed. Herder, Madrid, 2005, p. 120.

[3] Ibi, p. 66.

[4] Frankl, V: Erzätze. Beikrim Verlag, Stuttgart, 1971, p. 60.

[5] Fromm, E: Ética y psicoanálisis. FCE, México, 2006, p. 59.

[6] Díaz, C: Religiones personalistas y religiones transpersonalistas. Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2001.

[7] Frankl, V: Búsqueda de Dios y sentido de la vida, pp. 77-78. Todo esto con respeto: "El deber de airear frente a un enfermo creyente puntos de vista religiosos no lo tiene jamás el médico como médico, sino sólo como creyente que habla a otro creyente, pues un médico irreligioso en ningún caso estaría en el derecho de utilizar la religión con fines terapéuticos, como si se tratara de uno de tantos remedios útiles. Esto sería degradar la religión" (Ibi, pp 83-85).

[8] Frankl, V: Psicoterapia y humanismo, pp. 68-69.

[9] Frankl, V: El hombre doliente, p. 45.

[10] Frankl, V: El hombre en busca del sentido último, p. 191.

[11] Frankl, V: Homo patiens. Ensayo de una patodicea, p. 199.

[12] Frankl, V: Psicoanálisis y existencialismo, pp. 159 ss.

[13] Frankl, V: Búsqueda de Dios y sentido de la vida, pp 83-85.

[14] Ibi, p. 120.

[15] Ibi, p. 110.

[16] Ibi, p. 140,

[17] "Si no sabemos siquiera dónde está el hombre, mucho menos sabremos dónde está Dios" (Ibi, p. 106).

[18] Ibi, 156

[19] Ibi, 137

[20] Ibi, p. 99.

[21] Ibi, p. 88.

[22]  Ibi, p. 95.

[23] 320d-322a

[24]Eth. Nic. I, 4, 1095a 14-22.

[25] Cfr. Díaz, C: Eudaimonía. La felicidad como utopía necesaria. Ed. Encuentro, Madrid, 1987, 215 pp.

[26] Job, 7, 6

[27] Ibi, p. 175.

[28] Marcel, G: Homo viator. Éditions Montaigne, París, 1944, p. 172.

[29] Marcel, G: Aproximación al misterio del ser. Ediciones Encuentro, Madrid, 1987, p. 51.

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