LA IMAGEN DE SAN PEDRO EN EL ALTAR DE LA PARROQUIA DE SANTA MARÍA DE MAGDALENA EN PUEBLO LIBRE
En vísperas de la fiesta de San Pedro, primer papa, les comparto algunos datos acerca de una de las imágenes que se veneran en mi Parroquia de Santa María Magdalena de Pueblo Libre celosamente atendida por los Agustinos Recoletos.
En uno de los libros del Archivo Parroquial se contiene el inventario de la Iglesia realizado en 1758: "Razón de lo que se le ha entregado al Licenciado Don. José Jacinto de Alcedo cura interino de la Doctrina de la Bendita Magdalena":
Primeramente. Una Iglesia con siete altares uno grande y seis pequeños todos dorados con sus aras. ALTAR MAYOR. Primeramente un trono de Nuestro Amo con una Custodia de Plata dorada esmaltada y su velo de glase Nuevo Con sobrepuestos de Plata, y dos ramos de flores de mano. Seis nichos grandes con seis bultos, el uno principal de Nuestra Señora y los Cinco de la Bendita Magdalena, San Pedro Apóstol, San Francisco de Asís, San Gonzalo, y Santo [Francisco] Solano- Ocho [nichos] pequeños con ocho bultos embutidos, el uno de San Joaquín, Santa Ana-San Miguel, San Cayetano, San José, Santo Domingo, San Agatón y San Benito. Dos ángeles".
Según el historiador del arte Rafael Ramos Sosa[1] el 9 de mayo de 1589, don Pedro Chumbichanan "cacique de Guasca, reducido en el pueblo de La Magdalena" como representante de su ayllo, contrató con Diego Sánchez -pintor de imaginería- una escultura de san Pedro de unas dos varas de altura sin incluir la peana y que sería en madera de cedro "todo él dorado y estofado y encarnado y encima la capa labrada de azul y encima del oro con la ropa de la manera que entre nosotros está concertado conforme a cierta figura que está en casa de mí, el dicho Diego Sánchez, que es un modelo del mismo san Pedro". La entrega sería para la cercana fiesta del santo y los honorarios 300 pesos de plata corriente; la peana tallada y dorada tendría "una mano en alto".
La figura en clara composición frontal mantiene un fuerte contraposta de caderas mitigado por el manto que lo envuelve y cruza en diagonal sobre el abdomen. Al mismo tiempo adelanta su pierna derecha y retrasa la izquierda, postura un tanto forzada y tensa pero firme, visible en el gesto del rostro como en el ademán de adelantar el brazo derecho exponiendo las dos llaves símbolo de la suprema autoridad que ostenta. El otro brazo se adhiere al cuerpo recogido con la mano y sosteniendo con la mano el libro de los Evangelios. A excepción del brazo que se adelanta, la figura mantiene un claro sentido de bloque unitario característico de estatua clásica, concepto escultórico y tipología recuperados en el Renacimiento.
La túnica ajustada al tórax y el amplio escote dejan de ver la potente estructura anatómica del pecho, clavículas y arranque del cuello. Bajo la túnica asoman recios pies con sandalias, mostrando la opción iconográfica de interés histórico, preocupación del momento en los círculos artísticos más cultos y que se agudizaría con los años, la del modesto pescador convertido en Sumo Pontífice.
La cabeza, de facciones recias con prominente nariz de ancho tabique nasal y un entrecejo turgente y tenso, que define el gesto y postura general de firmeza como correspondía a una de las columnas de la Iglesia. Sus rasgos son propios de un idealismo renacentista, sin evocar modelos físicos próximos y concretos de la realidad circundante. La tradicional cabeza calva, a pesar de la disconformidad de teóricos y predicadores, se mitiga por un mechón de pelo justo en medio, donde acaba la frente y comienza la caja craneal, cerrando el eje y simetría del rostro. Su barba corta y densa, que al igual que el pelo está definido con la forma propia del Renacimiento, a base de mechones y bucles en masas independientes de rancio sabor pétreo.
Estilísticamente puede encuadrarse en las formas del manierismo" pp.490-491
[1] Rafael Ramos Sosa: "Corrientes artísticas en la escultura limeña. Nuevas obras y artistas: 1580-1610". La escultura del primer naturalismo en Andalucía e Hispanoamérica (1580-1625) / coord. por Lázaro Gila Medina, 2010, ISBN 978-84-7635-809-2, págs. 487-500.