Con motivo del DOMUND 2008 nuestro director general nos proponía una iniciativa para todos y cada uno de los cruzados, para este año centenario del nacimiento del P. Morales: “Que cada cristiandad o grupo de cristiandades próximas, preparen, cuiden y procuren que se celebre una tanda de ejercicios en su región o cristiandad, al menos una vez por trimestre. Y que se dediquen todos los esfuerzos apostólicos a ello”.
De igual manera el editorial de nuestra revista ESTAR (octubre 2008), concluía de forma contundente: “La mejor manera de celebrar este año centenario, la que más le agradará sin duda (al P. Morales), será acudir y llevar a nuestros amigos y conocidos a esa palestra de santidad que son los Ejercicios de San Ignacio, instrumento providencial para la movilización del laicado”.
Pues sí, tengo que confirmar y reconfirmar que sí. Justo en el fin de semana del Domund el Señor me concedió dirigir una nueva tanda de Ejercicios. Acudieron cuatro: mi alumno Dino, estudiante de Teología, que buscaba discernir claramente su vocación tras una situación problemática; Carlos, estudiante de ingeniería, que repetía la experiencia y que iba especialmente motivado por llevar a un amigo de infancia, odontólogo en ciernes; Jorge, es su nombre, y que, motivado por el ejemplo de Carlos, quería modificar diversos aspectos de su conducta de los que estaba poco conforme; Marco Antonio, diseñador de interiores, invitado por su compañero militante, y que estaba buscando paz a su agitada vida.
Con nuestra retaguardia orante en carmelos y otros conventos de contemplativas, así como con el reparto de volantes, invitación por radio, por internet... acudieron cuatro jóvenes. El viernes a las 5 de la tarde –desde el Hogar de la Milicia- tomamos el primer micro en la Av. Brasil, hacia las 5.30 subíamos al segundo y eterno micro que tras dos largas y ruidosas horas nos conducía hasta el paradero de Ñaña; nueva bajada y nueva subida al mototaxi que en 10 minutos nos acercó a la Casa de Retiro. ¡Qué paz, qué silencio, qué descanso! Los cinco saboreábamos la invitación de Jesús en el Evangelio: Venid y descansad.
Repartimos los cuartos, nos sumergimos en el silencio (de labios, de ojos, de imaginación), nos pusimos en ejercicio y el Señor actúa, vaya si actúa. Todos confesamos, todos comulgamos, todos vemos con claridad que Dios nos ha creado en serio y no en serie, que nos ama entrañablemente como somos y que nos da una nueva oportunidad; que hay que arrepentirse (¡borrón y cuenta nueva!), que los tres enemigos del alma (mundo, pasiones, demonio) serán vencidos por Cristo, Camino, Verdad y Vida y con la confianza audaz en nuestra Madre. Sí, porque nada es imposible para Dios. Que la muerte acecha, que el infierno es una posibilidad y que el Cielo es la meta y la realidad querida por Dios.
Si alguno es escéptico y duda de que el milagro de la conversión ya pasó, que venga, que experimente y verá lo que le pasa...
Un valor añadido a la presente tanda es que en el mismo lugar estaba el grupo de militantes haciendo su día de Retiro en otra capilla. Me pareció vivir la frase bíblica: “cuando dos o más se reúnen en mi nombre allí estoy Yo”. La reunión final sirvió para compartir las gracias recibidas, los propósitos formulados y un trampolín para llevar los Ejercicios a la vida e invitar a nuevos para el próximo mes.
Qué razón tiene Benedicto XVI: “·Los Ejercicios son una fuerte experiencia de Dios, suscitada por la escucha de su Palabra, comprendida y cogida en la propia vida, bajo la acción del Espíritu Santo, la cual, en un clima de silencio, de oración y con la medición de un guía espiritual, capacita para el discernimiento en orden a la purificación del corazón, a la conversión de vida y al seguimiento de Cristo, para el cumplimiento de la propia misión en la Iglesia y en el mundo”
Ya pues, nos vemos en la próxima.