De niña aprendió solfeo y piano con el Profesor Guerdes, quien, además, la preparaba junto a sus hermanos para interpretar al final de temporada un fragmento de zarzuela, una representación que podían acompañar con un teatro de títeres y declamaciones de poesías vascas enseñadas por la abuela Emila Larraín, quien por cierto tocaba muy bien el violín. Un día, Isabel, con siete años de edad, se apoderó del piano y fuera de programa interpretó el Opus 18 de Chopin, con la sorpresa y el aplauso de los familiares y amigos –entre los que se encontraba el Presidente Augusto B. Leguía.. Tenía una linda voz de soprano, y aprendió piano, guitarra y violín. Aun en la ancianidad impactaba interpretando a Chopin, Mozart o Straus. Con el tiempo, las intercalaba con sus propias composiciones, especialmente tres sonatas que dedicó a la Virgen María y una canción para su sobrina Cecilia Rodríguez-Larraín Salinas. Compuso también muchos valses tipo Strauss y hasta una pastoral de navidad y una música de carnaval: "Viene el diablo y también sopla". Era la típica señora de sociedad de Lima. Su profesor le Guerdes le dijo que "ya no tenía que enseñarle más" y le animó a viajar a Europa. En Roma aprendió a escribir música, en Florencia recibió clases de dibujo y en París adquirió el gusto por la lectura.
Ella nunca tuvo interés en actuar en los grandes escenarios, sino que gustaba hacerlo en capillas recoletas y cuando servían para alguna actividad benéfica como Cruz Roja o la Sociedad Entreneux. Punto final de su carrera de concertista fue en el último cumpleaños de su madre, marzo de 1974, ante más de cien descendientes de sus padres; fueron más de dos horas continuas al piano, interpretando sus mejores composiciones. Al fallecer su madre, en octubre de este mismo año, sin dejar su vida de relaciones sociales, pasaba temporadas en un convento de Argentino. "Sin ser mundana –decía- soy andariega".
Entre sus amigas estaban Mercedes de la Torre de Ganoza y Albina Aramburu de Pardo que vivía en una casa del Jirón de la Unión por donde pasaba el Señor de los Milagros y desde ahí comenzó a empaparse del espíritu religioso de la procesión. Cuando se convocó el concurso, se dedicó a preguntarle a la gente cuanto sabía de la procesión. En un momento creyó que no iba a concretar nada y angustiada dejó pasar el tiempo –dos días aunque a ella le pareció toda una eternidad. En tal desesperación, su padre le dijo que escribiese. En tales perplejidades, conversó con su amiga Mercedes de la Torre, quien al día siguiente la sorprendió enviándole a primera hora los papeles y la tinta china más fina que existiese en Lima. Toda la tarde se la pasó ensayando pentagramas y en el momento de escribir las primeras notas se le nubló la vista, sobreviniéndole un llano inconsciente que terminó por despintar su trabajo. La tarea se le antojaba superior a sus fuerzas, el sueño le ganó, se despertó y, sin cenar, tocó piano hasta el amanecer. Nunca supo, en realidad qué había interpretado, pero varios días después escribió de corrido casi toda la marcha del Señor de los Milagros. En todo este proceso, pudo visualizar toda su vida, en especial las veces que había tomado contacto con la procesión y el templo de las Nazarenas. La imagen del Cristo pasaba frente a su casa en San Marcelo y eso implicaba que había que guardar los caballos y trancar el portón; la espera del paso procesional se hacía interminable. Le comentaban que contemplaba la imagen con gran devoción y en verdad así era; el momento más intenso le llegaba cuando arrojaba los pétalos de rosa preparados por la abuela Emilia. En tales visualizaciones estaba su vivencia de ir a la procesión con Isabelita, su madre, su abuela, sus hermanas, sus sobrinas, sus tías y sus amigas, todas juntas caminando hacia su Cristo. En este sentimiento tan entrañable y delicado temió que la música resultara débil y se inspiró en la apoteósica salida del señor de su templo y en la imagen que mira a los fieles; por eso, puso en su música los trombones por delante, encontrando la fuerza de aquel tren que la llevó de Berlín a Roma para conocer el Vaticano y al Papa Pío XI.
Ella solía animar las fiestas familiares y ensayaba a diario. Como trabajo profesional se desempeñó también como enfermera en Servicio Social. El sobrino Augusto –a quien agradezco los datos biográficos que he expuesto- vivió con tía Isabel desde los cinco años y la recuerda muy ordenada, pulcra, formal y con un carácter fuerte, independiente. Vivió prácticamente como una religiosa. Era muy austera y fervorosa. Compuso también el himno del Partido Político de Hernando de Lavalle. Murió el 28 de abril de 1991, cuando estaba a punto de cumplir los 88 años de edad.