La presentación de la obra en el marco de la feria del libro revistió gran solemnidad pero sin perder el aire de familia. Tanto la Cámara del Libro como la Oficina de Imagen de la UCSS le dieron una gran prestancia y altura académica.
El Rector, Mons. Joaquín Martínez Valls, a pesar de su malestar físico, derrochó humanismo al ir presentando a los ponentes y animar el conversatorio con oportunos y sabrosos comentarios.
El profesor Giovanni Sandoval puso la nota juvenil y filosófica disertando acerca de la amistad en el libro, la relación entre la vida y la palabra el “digo” y el “hago”, para concluir en una conciencia serena y virtud elevada, la salvaguarda de la belleza moral. El P. Armando Nieto recordó la dilatada trayectoria humanista del traductor, su vinculación con el Instituto Riva Agüero, la Sociedad Peruana de Estudios Clásicos, la publicación de su traducción del “Satiricón” de Petronio en la editorial Cátedra de Madrid, y los recientes de “La Eneida” y “El Maestro”. Destacó las dotes de un traductor como las de ser un maestro en la lengua del original como en la lengua a la que vierte su contenido. Centrándose en el propio San Ambrosio, recordó cómo en sus años de formación jesuítica cantaban los himnos ambrosianos en latín. Seguidamente, enfatizó su trascendencia al vivir en “el tiempo de la cristianización legislativa del Imperio romano y la sede episcopal de Milán, residencia de tres emperadores” (p.XX), por ser guía de San Agustín y ejercer como “Cicerón cristiano”.
Abrumado por palabras laudatorias, el traductor con audacia y simpatía confesó que –en lenguaje cervantino- él se había limitado a ejercer de “alcahuete” o facilitador de una relación amorosa entre el autor de la obra y el lector. “Quien sigue la moral pagana termina su vida moral con serios aprietos. La filosofía griega de Platón y Aristóteles nos convence de que seamos buenos, ¡y es bueno!” Pero la revolución del cristianismo consiste en enfocar hacia arriba como hizo Galileo. De igual modo, los santos padres, y en concreto san Ambrosio nos recuerda que Cristo nos exigió que fuésemos santos. Al antiguo prefecto romano y luego obispo de Milán, se le quedaba chico el gran Cicerón. Cristo era tan amigo de los hombres que se desahogaba contándonos los misterios del Padre. La Revelación es cuestión de amistad entre Cristo y nosotros.
Como anota en la introducción el propio traductor, en las máximas del entonces Obispo de Milán fluyen fecundísimas reminiscencias de autores clásicos como Virgilio, Cicerón, Salustio, entre otros. Detrás de cada libro también está la influencia de uno o varios doctores griegos. Estos mosaicos variopintos que son sus páginas no quitan mérito a su estilo conciso, vivaz, lleno de sentencias, metáforas, antítesis y alegorías, estilo inflamado siempre por el fuego interno de su entusiasmo por Cristo, por su Iglesia, que, en palabras de Erasmo, constituye un genus disendi aliis inimitabile.
Sólo me queda animarles a leer la obra, la primera traducción al español en toda la historia. La espléndida edición, el sabroso lenguaje y el elevado contenido ambrosiano le depararán un auténtico placer que les llevarán convertir sus deberes en un himno de alabanza al Señor de la vida.