domingo, 27 de septiembre de 2009

CANONIZACIÓN DEL HERMANO RAFAEL

El 11 de octubre, el Papa canonizará al Hermano Rafael, monje trapense en Dueñas-Venta de Baños (Palencia), burgalés, estudiante de arquitectura. Como resumen de la tesis doctoral de Monseñor Francisco Cerro sobre la espiritualidad del Hermano Rafael y San Juan de la Cruz: Él nos populariza y simplifica la mística de San Juan de la Cruz. He tenido la suerte de ir decenas de veces a La Trapa cuando vivía en Valladolid; unas veces con motivo de las acampadas juveniles, otras por algún día de Retiro. Siempre recordaré la vibración del espíritu por la reciedumbre de las piedras románicas, la entrañable y fraternal acogida, el silencio absoluto, la liturgia austera y solemne, la calma densa y eterna que aquietaba el alma; los místicos y casi infantiles cuadros del Hermano Rafael, la alegría de volver a lo que debía ser. SOLO DIOS.

Propongo tres cosas: una semblanza biográfica, el milagro de la canonización, dos escritos.

Extraído de la página oficial:http://www/.planalfa.es/confer/cistercienses/isidoro/
Rafael Arnaiz Barón, Burgos (9 de abril de 1911) - Dueñas (26 de abril de 1938).
Es el primogénito de los cuatro hijos de una familia de hondas convicciones cristianas, que calarán profundamente en la personalidad del propio Rafael. Vivió en Burgos sus primeros años. Se educa en colegios dirigidos por la Compañía de Jesús, tanto en Burgos como en Oviedo, ciudad a la que se trasladó su familia en 1922, por exigencias profesionales de su padre.

Al llegar a la adolescencia y juventud, se revela en Rafael una notable riqueza humana, intelectual y espiritual, que se manifiesta en su talante personal abierto y positivo, y en su profunda sensibilidad que va desarrollándose en inquietudes y contacto con la naturaleza, la pintura y las demás artes.
Este bagaje con la visión y el sentido cristiano de la vida y de la realidad, hacen cristalizar en él, aún después de haber iniciado la carrera de arquitectura, la vocación monástica cisterciense, por la que opta, en sus propias palabras: siguiendo los dictados de su corazón hacia Dios, y el ansia de llenarse de Él.
Así ingresó en el monasterio cisterciense de San Isidoro de Dueñas, el 15 de enero de 1934.
Sólo le quedan cuatro años de vida, pasados en temporadas alternativas entre la casa familiar y la comunidad monástica, a causa de una diabetes sacarina, manifestada repentinamente a los cuatro meses de su ingreso.

La enfermedad le obligó a dejar el noviciado y marcó con su evolución las distintas salidas y reingresos, que ponen en evidencia la firmeza de su convicción vocacional y la generosidad de su entrega, hasta morir en el monasterio en la primavera de 1938.

Pese a la brevedad de su existencia, contaba 27 años al fallecer, y el particular desarrollo de su vida y vocación, y como si su evolución espiritual se hubiera realizado a presión a causa de éstas, Rafael aparece como la realización plena de la gracia vocacional cisterciense: polarizado por Dios, como lo refleja su expresión característica: ¡Sólo Dios!
Rafael es testigo y testimonio de la trascendencia y de lo absoluto de Dios. No tanto de un Dios del que se saben muchas cosas, cuanto un Dios experimentado en la propia vida como Amor absoluto.
La única aspiración de la existencia de Rafael fue vivir para amar, siendo esta la nota sobresaliente de su personal y rica espiritualidad -marcada también por una intensa vivencia del misterio de la Cruz de Cristo y de la presencia de María en su camino de discípulo de Jesús- que le constituye en uno de los grandes maestros de vida espiritual de nuestros tiempos.

Su proceso de beatificación empezó en el año 1965 y culminó el 27 de septiembre de 1992, en una ceremonia presidida por el Papa Juan Pablo II.

Milagro atribuido al Hermano Rafael Arnaiz

Carmen Argüelles era una guapa estudiante de la Universidad Politécnica de Madrid. En 1981, tenía 19 años. Disfrutaba de la vida a tope, apurando los últimos coletazos de la movida madrileña. «Mi práctica religiosa en aquella época era casi nula. Alguna noche, por algo triste y cuando ya casi estaba desesperada, me acordaba de que Dios existía. Pero normalmente estaba muy ocupada en otras cosas», confiesa.
Terminado el curso 81-82 con buenas notas, Carmen regresa a Palencia, su ciudad natal. Pocos días después, a las 11:15 horas del 5 de julio de 1982, empezó su calvario: «Estaba esperando para cruzar la calle cuando pasó una excavadora, conducida por Juan Luis Merino, que rompió el mástil del semáforo. Cayó sobre mi cabeza».Un conductor la recogió y la llevó a la clínica Residencia Lorenzo Ramírez, donde, ante la gravedad del caso, se dispuso su traslado al hospital Onésimo Redondo de Valladolid. Su cuadro clínico: edema bilateral intenso, edema epidural y trombosis. Enseguida entró en coma.
Los médicos le habían dicho a sus padres que no había esperanza. «Damos su cerebro por perdido. No a la intervención quirúrgica», escribieron en el diario clínico.
La madre de Carmen, profundamente cristiana, acudió a la Trapa de San Isidoro de Dueñas, a pedir una reliquia del Hermano Rafael. Con ella en su poder, envuelta en un pañito blanco, se la entregó a una enfermera de la UVI donde estaba su hija más muerta que viva. La enfermera tocó las mejillas de la enferma con la reliquia y se la colocó debajo de la almohada. A los pocos días, el trombo, imposible de quitar con una operación, desapareció por completo. El 9 de agosto, un mes después del accidente, Carmen volvió a casa sin la más mínima secuela, ni física ni neurológica. De hecho, volvió a la universidad. Esta vez a la Facultad de Derecho de Valladolid, ciudad donde se graduó y hoy ejerce de abogada.
«Dios le dio la vuelta a mi vida como a un calcetín y me hizo ver que la estaba malgastando. Ahora, tengo nuevos amigos, un nuevo trabajo, otras aspiraciones y nunca dejo de agradecer a Dios lo que hizo por mí a través de la intercesión del Hermano Rafael Arnaiz», explica. De hecho, va muchos días a la misa de la Trapa, a las 6.30 de la mañana. «No dejo de rezarle y es precioso lo feliz que soy, porque sé que no me ha olvidado».

 

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Del texto: "Las piruetas de los nabos" del Hermano Rafael

El día está triste, unas nubes muy feas, un viento “si es no es” fuerte, algunas gotas de agua que caen como de mala gana y que lamen los cristales y, dominándolo todo, un frío digno del país y de la época.
Lo cierto es que aparte del frío, que lo noto en mis helados pies y refrigeradas manos, todo esto se puede decir que casi me lo imagino, pues apenas he mirado la ventana. La tarde que padezco hoy es turbia, y turbio me parece todo. Algo me abruma el silencio, y parece que unos diablillos están empeñados en hacerme rabiar, con una cosa que yo llamo recuerdos… Paciencia y esperar.
En mis manos han puesto una navaja, y delante de mí un cesto con una especie de zanahorias blancas muy grandes y que resultan ser nabos. Yo nunca los había visto al natural, tan grandes y tan fríos ¡Qué le vamos a hacer!, no hay más remedio que pelarlos.
El tiempo pasa lento, y mi navaja también, entre la corteza y la carne de los nabos que estoy lindamente dejando pelados.
Los diablillos me siguen dando guerra ¡¡Que haya yo dejado mi casa para venir aquí con este frío a mondar estos bichos tan feos!! Verdaderamente es algo ridículo esto de pelar nabos, con esa seriedad de magistrado de luto.
Un demonio pequeñito, y muy sutil, se me escurre muy adentro y de suaves maneras me recuerda mi casa, mis padres y hermanos, mi libertad, que he dejado para encerrarme aquí entre lentejas, berzas y nabos.
El día está triste… No miro la ventana, pero lo adivino. Mis manos están coloradas, coloradas como los diablillos; mis pies ateridos… ¿Y el alma? Señor, quizás el alma sufriendo un poquillo… Mas no importa…, refugiémonos en el silencio.
Transcurría el tiempo, con mis pensamientos, los nabos y el frío, cuando de repente y veloz como el viento, una luz potente penetra mi alma… Una luz divina, cosa de un momento… Alguien que me dice que ¡qué estoy haciendo! ¿Qué estoy haciendo? ¡Virgen Santa!! ¡qué pregunta! Pelar nabos… ¡pelar nabos! ¿Para qué?... Y el corazón dando un brinco contesta medio alocado: pelo nabos por amor…, por amor a Jesucristo.
En el mundo se desaprovecha mucho, pero es que el mundo distrae… Tanto vale en el mundo el amar a Dios en el hablar, como en la Trapa en el silencio; la cuestión es hacer algo por Él…, acordarse de Él… El sitio, el lugar, la ocupación, es indiferente.
Dios me puede hacer tan santo pelando patatas que gobernando un Imperio.
Qué pena que el mundo esté tan distraído…, porque he visto que los hombres no son malos…, y que todos sufren, pero no saben sufrir…
Si por encima de la frivolidad, si por encima de esa capa de falsa alegría con que el mundo oculta sus lágrimas, si por encima de la ignorancia de lo que es Dios, elevaran un poco los ojos a lo alto…, seguramente les ocurriría lo que al fraile de los nabos…, muchas lágrimas se enjugarían, muchas penas se endulzarían y muchas cruces se amarían para poder ofrecerlas a Cristo.
Cuando terminó el trabajo, y en la oración me puse al pie de Jesús muerto…, allí a sus plantas deposité un cesto de nabos peladitos y limpios… No tenía otra cosa que ofrecerle, pero a Dios le basta cualquier cosa ofrecida con el corazón entero, sean nabos, sean Imperios.
La próxima vez que vuelva a pelar raíces, sean las que sean, aunque estén frías y heladas, le pido a María no permita se acerquen los diablillos rojos a hacerme rabiar. En cambio, le pido me envíe a los ángeles del cielo, para que yo pelando y ellos llevando en sus manos el producto de mi trabajo, vayan poniendo a los pies de la Virgen María rojas zanahorias; a los pies de Jesús, blancos nabos, y patatas y cebollas, coles y lechugas…

En fin, si vivo muchos años en la Trapa, voy a hacer del cielo una especie de mercado de hortalizas, y cuando el Señor me llame y me diga basta de pelar…, suelta la navaja y el mandil y ven a gozar de lo que has hecho…, cuando me vea en el cielo entre Dios y los santos, y tanta legumbre…, Señor Jesús, no podré por menos de echarme a reír

De los escritos del hermano Rafael.

1 de enero de 1938 - sábado

En la oración de esta mañana he hecho un voto. He hecho el voto de amar siempre a Jesús.

Me he dado cuenta de mi vocación. No soy religioso..., no soy seglar..., no soy nada... Bendito Dios, no soy nada más que un alma enamorada de Cristo. Él no quiere más que mi amor, y lo quiere desprendido de todo y de todos.

Virgen María, ayúdame a cumplir mi voto.

Amar a Jesús, en todo, por todo y siempre... Sólo amor. Amor humilde, generoso, desprendido, mortificado, en silencio… Que mi vida no sea más que un acto de amor.

Bien veo que la voluntad de Dios, es que no haga los votos religiosos, ni seguir la Regla de san Benito. ¿He de querer yo lo que no quiere Dios?

Jesús me manda una enfermedad incurable; es su voluntad que humille mi soberbia ante las miserias de mi carne. Dios me envía la enfermedad. ¿No he de amar todo lo que Jesús me envíe?

Beso con inmenso cariño la mano bendita de Dios que da la salud cuando quiere, y la quita cuando le place.

Decía Job, que pues recibimos con alegría los bienes de Dios, ¿por qué no hemos de recibir así los males? ¿Mas acaso todo eso me impide amarle?... No..., con locura debo hacerlo.

Vida de amor, he aquí mi Regla..., mi voto... He aquí la única razón de vivir.

Empieza el año 1938. ¿Qué me prepara Dios en él? No lo sé... ¿Quizás no me importe?... Menos ofenderle me da lo mismo todo... Soy de Dios, que haga conmigo lo que quiera. Yo hoy le ofrezco un nuevo año, en el que no quiero que reine más que una vida de sacrificio, de abnegación, de desprendimiento, y guiada solamente por el amor a Jesús..., por un amor muy grande y muy puro.

Quisiera mi Señor, amarte como nadie. Quisiera pasar esta vida, tocando el suelo solamente con los pies. Sin detenerme a mirar tanta miseria, sin detenerme en ninguna criatura. Con el corazón abrasado en amor divino y mantenido de esperanza.

Quisiera Señor, mirar solamente al cielo, donde Tú me esperas, donde está María, donde están los santos y los ángeles, bendiciéndote por una eternidad, y pasaron por el mundo solamente amando tu ley y observando tus divinos preceptos.

¡Ah!, Señor, cuánto quisiera amarte. ¡Ayúdame, Madre mía!.

He de amar la soledad, pues Dios en ella me pone.

He de obedecer a ciegas, pues Dios es el que me ordena.

He de mortificar continuamente mis sentidos.

He de tener paciencia en la vida de comunidad.

He de ejercitarme en la humildad.

He de hacer todo por Dios y por María.

 

 

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