HUESCA, viernes, 11 septiembre 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo (Marcos 8,27-35) XXIV del tiempo ordinario, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca, presidente de la Comisión de Vida Consagrada de la Conferencia Episcopal Española, franciscano, surgido de la Milicia de Santa María de Madrid.
Todo iba bien en aquella comunidad que se iba forjando en torno a ese maestro especial nazareno. Pero de pronto, Jesús quiere hacer una especie de sondeo, un examen de septiembre: "¿quién dice la gente que soy Yo?". Y entonces los discípulos fueron componiendo el mapa estadístico: Juan Bautista, Elías, uno de los profetas. Eran los comentarios adivinadores de lo que la gente pensaba de Jesús.
Pero la estadística que más importaba a Jesús era lo que sus discípulos pensaban sobre Él. Entonces Pedro hará una memorable confesión: "Tú eres el Mesías". Pero Jesús, acaso un tanto perplejo por una respuesta tan clara y tan justa, prohíbe divulgar esa verdad que Pedro acaba de pronunciar: no convenía que se supiese, por el momento, que Jesús era el Mesías, tal vez por las connotaciones políticas que tenía el mesianismo, y había que purificarlo de falsas expectativas, pues de lo contrario podían esperar del Mesías Jesús lo que Él no había venido a dar ni a ofrecer.
Por si acaso no hubieran comprendido, Jesús comenzó a instruir a sus discípulos para explicarles el alcance verdadero de su identidad mesiánica: "El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado, y resucitar al tercer día". Fue como un jarro de agua helada ¿A qué viene esa salida de tono con condena, ejecuciones y una incompresible resurrección que ninguno entendía?
Pedro tal vez animado por su reciente éxito, tuvo un "gesto" con su Maestro: increpando a Jesús quería salvar a su Salvador. Pero Jesús le responderá: "apártate de mí, Satanás. Tú piensas como los hombres, no como Dios". Es un cambio de escena de un dramatismo tremendo. Pedro, que pasa a ser casi al mismo tiempo alguien en quien habla el Padre y alguien en quien grita Satanás, capaz de lo mejor y más bello... y de lo peor y más horrendo. En esa agridulce y claroscura posición nos encontramos todos, siendo tantas veces testigos de la luz y la verdad y, si cambian las tornas, negociantes de la tiniebla y de la mentira... al mejor postor.
Jesús termina con una invitación sin ambages: su Verdad y misión, no nacen de sondeos de opinión, ni depende de un momento mejor o peor de sus discípulos. La cuestión decisiva es poder responder quién es Jesús, en comunión con la Iglesia y todos los testigos santos. Para esta respuesta no valen lo que otros digan, ni una retórica teórica, sino la que se hace seguimiento, compañía del Señor en lo concreto de la vida a la que cada cual ha sido llamado