Con más de 20 jóvenes -28 para ser exactos- por banda, viento en popa a toda vela, unos en combi otros en ómnibus, llegamos a las instalaciones de la UCSS en el balneario de Ancón. Desde el viernes por la tarde, habíamos tenido ocasión de conocernos un poco más y de plantearnos este minicampamento en un fin de semana. Vicente nos puso a todos las pilas centrándolo en tres puntos:
1. ¿Qué quieres ser, chanchito o persona?
2. ¿Vas a quejarte o a entregarte?
3. En todos los detalles de esta acampada da siempre lo mejor de sí.
Divididos en cuatro grupos “Dios es amor”, “Agnus Deus”, “Juan Pablo II” y “San Agustín”, procedentes de diversos colegios, pronto se pusieron en marcha. Se realizó el montaje nada más llegar y en pocos minutos pusimos en pie a todo el campamento , recabando leña para el fue de campamento, la reunión básica inicial. Y luego todo vino rodado: La iniciativa de saber montar y saber vivir en una tienda de campaña. Nuestra visita al Centro de Interpretación, varios minipartidos de fútbol (también el americano), juegos-concurso con Vicente y Bryan, la gran caminata hasta el cerro más alto que nuestros ojos contemplaran. Lo que salva en la vida es dar un paso, sin cansarse nunca de estar empezando siempre, siembre adelante. Todos nos sentimos uno en la cumbre, especialmente en el momento mágico del silencio en el que se siente la alegría de haberse vencido para llegar a la cumbre, la plenitud de abrazar los dilatados y bellos horizontes del Océano Pacífico, la grandeza de ser heredero de una rica tradición histórica por las culturas prehispánicas pasadas, tratados como el de Ancón, riqueza de la bahía portuaria, paso de santos como Santo Toribio hacia el Norte, y una paz regalada por la suave brisa marina. Y luego, la alegría desbordante de la bajada, la amistosa camaradería del regreso…
Por la tarde, disfrutamos de una fogata al natural, donde el crepitar de las llamas penetra hasta el fondo de los corazones con la nostalgia de Hogar y gozo familiar, de chistes y más chistes de locos, la imaginación de cómo serían las parábolas o los momentos estelares históricos del Perú, todo engarzado con canciones, banes y buen humor, para coronar de nuevo con el silencio hecho presencia celestial. ¡Y al terminar a María, cantamos con alegría! Y en el saco de dormir te espera un sueño feliz.
Para muchos era la primera noche en una carpa; el cansancio fue el mejor antídoto frente al posible nerviosismo o novedad insospechada. Desde las carpas se divisaba una cruz iluminada fascinante: ¡Ad lucem per crucem! Sí, a la Luz por la cruz!
A la mañana siguiente, la oración matutina, el partidazo de fútbol, la santa misa en la parroquia de Ancón (con aplausos y todo por parte del párroco quien dio la bienvenida y felicitó a los jóvenes por visitarles), caminata por la playa, juegos, asamblea final valorando cuantas cosas habíamos aprendido, el suculento almuerzo preparado por la señora Victoria y su familia en un pequeño kiosco, una batida final en cadena para dejar todo mejor de cómo lo encontramos, desmontar las tiendas y dejarlas bien ordenadas y ¡vuelta al hogar! Con el deseo de encontrarnos, porque ¡ha merecido la pena!
Y se demostró en los saludos cordiales de despedida, los deseos de volvernos a ver, en el Rosario agradecido a nuestra Madre, Santa María del Camino y de la Montaña.
El Campamento es una escuela para la vida. ¡Cuánto cuesta educar y cuán necesario! Saber aprovechar el tiempo, ordenar todas la cosas, tomar notas en las reuniones, participar, conversar amigablemente con todos, saber comer de todo, vencer el frío o el color, la higiene, la diligencia y puntualidad,…En definitiva: darte del todo y estar dispuesto a enriquecerte con todos para aprender a amar en plenitud. ¡Viva la juventud! El secreto de no envejecer es aprender y vivir algo nuevo.