Hoy domingo 24, a las 5 en punto de la mañana he peregrinado “solo y a pie” ante mi querido Señor de los Milagros. Desde La Marina/Sucre en Pueblo Libre 60 minutos. ¡Qué gusto caminar por la Ciudad de los Reyes sin ruido, sin carros; lástima varios grupos de jóvenes un poco tomados…! Más gusto todavía al llegar al templo de las Nazarenas y ver cientos de peregrinos apiñados en torno al Señor. Y más todavía, al ver que al comenzar la primera misa a las 6.15 estaba lleno el santuario. Allí estaba el Perú de todas las sangres, el Perú de todos los colores y de todos los dolores; el Perú de los pequeños y de los mayores; el Perú de los católicos de misa diaria y el Perú de los de una vez al año…¡Qué paz emanaba del Icono del Muro de Pachacamilla y del luminoso lienzo del anda! Flores por todo el templo como exvotos por gracias recibidas; sollozos y sonrisas; atardeceres que agradecen por toda una vida pasada y amaneceres que imploran por milagros que se esperan. Música celestial del órgano y voz de las Carmelitas Nazarenas que apoyan todas las misas. Cielo en la Tierra, Eucaristía, Milagro de Amor, con espléndida homilía invitándonos a ser cristianos de verdad. Con las reliquias de Sebastián de Antuñano y Antonia Lucía del Espíritu Santo a derecha e izquierda del templo. Con la asistencia de los miembros de la Hermandad. Y todo el pueblo fiel. Gracias, de nuevo Señor, en medio de los ya miles de fieles. Al ver a tanta gente, recuerdo el delicioso poema de Carlos Amezaga[1]:
¿Dónde va tanta gente?
Páranse los tranvías,
llénanse los balcones
de acicalatados tías,
y pizpiretas mozas
corren por las aceras;
gentes enmascaradas
–digo– mulatos fieros;
y zambos de agresivos
rostros patibularios
con túnicas violetas,
sogas y escapularios.
¿dónde va tanta gente?
Doblemos esta esquina
en que un torrente humano
bate y se arrodilla
¡Oh qué gran espectáculo!
¡Qué singular conjunto!
Para un pintor de genio
¡qué más soberbio asunto!.
La procesión avanza toda luz y colores
al chin-chin de la música,
desparramando flores.
Y el sol de primavera
con su esplendor difuso,
antes que un convidado
representa un intruso.[2]
Termino compartiéndoles con simpatía el entrañable homenaje dedicado por el Dr. Camilo Orbes y Moreno (2-X-2004), de la Academia de Historia de la Iglesia en Colombia:
Oh Señor de los Milagros,
Sol y nardo del Perú.
Hijo de la Madre Virgen
Que vistes morado tul
En la pared te pintó
Un moreno, como yo,
En Pachacamilla santa
Culto de Antonio León
El Virrey Conde de Lemos
Jamás te pudo borrar
De las almas del incario
Manco Cápac de la luz
Te ofrendamos, por tus llagas,
Cuando brote en la oración,
Con nuestros santos peruanos
Y santa Rosa hecha flor.
A los pies de tu pasión
Guardián la Virgen María
Con el apóstol San Juan
Mitigaron tu dolor
Don Sebastián Antuñano,
Sor Antonia Maldonado,
Te ofrecen la preeminencia
De ser esclavos, también
Míranos con ojos bellos,
Divinísimo Hacedor.
Recuerda: somos pequeños,
Mostaza de compasión.
Por el Espíritu santo,
Gozamos en el carisma
De bendecir con tus manos
A los pueblos, sin la tilma
Esta sagrada novena
La comenzamos, Jesús,
Por los cinco hemisferios,
Frutos de la Santa Cruz
Son de Ana Catalina,
Profetisa del amor,
Estas paginas divinas
Del viacrucis, rojo alcor.
En Lima, es tu procesión,
Como el Rímac, cerca al Tacna
Se desboedan los cargueros
Por las calles del perdón
Escríbenos, Tú, Maestro,
Por la Hermandada Nazarena.
En tu corazón, fiel claustro.
Bajo el INRI salvador.
[1] Carlos G. El Señor de los Milagros La Literatura Peruana, Año I, vol 13. Lima 4 de julio de 1923, pp.26-31
[2] El Doctor Juan Ossio, en sus estudios sobre el Señor de los Milagros y la identidad nacional del Perú, resalta este sentido organizador que tenía el inca en el mundo del Tahuantinsuyo y cómo esto de algún modo se percibe en esta gigantesca procesión. Tal ordenamiento no sólo es formal, como se aprecia en la estructura de cuadrillas por parte de la Hermandad o en los elementos constitutivos de la procesión, sino en el ordenamiento moral que lleva a cada fiel a conformar su vida con la de Cristo, que significa llevar una vida cristiana auténtica, de santidad.