EL DULCE NOMBRE DE MARÍA
Empezamos con estas palabras del P. Tomás Morales:
“Y el nombre de la Virgen era María”, nos dirá el Evangelio. En la Sagrada Escritura y en la liturgia el nombre tiene un sentido más profundo que el usual en el lenguaje de nuestros días. Es la expresión de la personalidad del que lo lleva, de la misión que Dios le encomienda al nacer, la razón de ser de su vida...
«Dios te salve, María...» Es tu santo, el de todos tus hijos. Recibe nuestra felicitación emocionada, llena de confianza en el poder de tu nombre santísimo. Unámonos a la Iglesia y con ella alegrémonos venerando el nombre de María para merecer llegar a las eternas alegrías del cielo...
El Santísimo y Dulce Nombre de María será para nosotros emblema de victoria. Así ella va delante señalando luminosa el camino... Nos apropiamos las palabras de San Bernardo que continúan su segunda homilía de la Anunciación: “Siguiéndola a Ella, no te desviarás. Rogándola, serás fuerte. Mirándola, no te equivocarás. Agarrándote, no caerás. Siendo ella protectora, no temerás. Capitana, no te fatigarás. Siendo propicia, llegarás».
PRIMERA LECTURA:
San Pablo recomienda a Timoteo que en su comunidad se haga lo que ahora llamamos oración universal: que recen "por todos los hombres, por los reyes y por todos lo que están en el mundo". Y que recen por la paz: "que podamos llevar una vida tranquila y apacible".
Hay un motivo teológico de fondo: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". Y, además, al igual que Dios es único y Dios de todos, también tenemos un único "mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos". Dios es Padre de todos y Cristo ha muerto para salvar a todos. Por lo cual los cristianos tenemos que desear y pedir la salvación de todos. Todo este planteamiento hace que nuestro trabajo quede iluminado desde la fe y el amor de Dios.
Convencidos de que Dios quiere la salvación de todos y de que Cristo se ha entregado por todos, los cristianos, en la "oración universal" de la Misa (y asimismo en las peticiones de Vísperas), nos ponemos ante Dios a modo de mediadores e intercedemos por los demás.
Nos sentimos "sacerdotes": por el Bautismo todos somos pueblo sacerdotal, y una de las cosas que hace el mediador es rezar ante Dios por los demás. Somos "católicos = universales" también en nuestra oración.
El modo: "alzando las manos limpias de ira y divisiones", para que oremos como se debe, sin dejarnos llevar de enfrentamientos, orgullo o rencillas.
De esta forma transformamos en oración la historia que vivimos, con sus luces y sus sombras. Cuando rezamos ante Dios por las urgencias de las personas, de alguna manera, nos sensibilizamos ante sus necesidades y nos ponemos interiormente en disposición de ayudarlos.
El SALMO recoge este tono de súplica: "escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad". Podemos rezarlo despacio, saboreando las peticiones, y haciendo así nuestra oración universal.
EVANGELIO:
En este pasaje San Lucas nos muestra cómo Jesús es acogido por un pagano que cree, y además, resalta la humildad del personaje: "Señor, no te molestes más, no soy yo quién para que entres bajo mi techo..." Así se señala más aún una actitud típicamente cristiana, frecuente en el evangelio de Lucas: 1,48.51-53 María: "porque se fijó en la condición humilde de su esclava"; 14,11, "porque el que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado"; 18,9-14, "El publicano, quedaba atrás y no se atrevía levantar los ojos al cielo".
La fe del centurión pagano contrasta con la poca fe de Israel. Esto despierta la admiración de Jesús. De este modo, San Lucas recalca un tema frecuente en su evangelio: la universalidad de la salvación (relación con la primera lectura). La fe no es sólo para un pueblo, una cultura o una raza. La humanidad (todas las buenas obras) y humildad del centurión, constituyen un auténtico comienzo en el caminar de la salvación. Muy significativo de todo el relato, es la insistencia y el camino interior del centurión que revela la profundidad de su fe. Este centurión pagano avanza hasta introducirse en la intimidad de la fe y acepta a Jesús como aquel que viene de Dios y tiene poder para lograr que el mundo encuentre la salvación (simbolizada en la curación del enfermo).
ORACIÓN FINAL:
Dios todopoderoso y eterno, que en la gloriosa Madre de tu Hijo has concedido un amparo celestial a cuantos la invocan, concédenos, por su intercesión, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.