La tierna y filial devoción del Siervo de Dios, P. Tomás Morales, S.J., queda reflejada en esta deliciosa semblanza. Las imágenes las tomé de dos cuadros existentes en el Monasterio de Santa Teresa de las MM. Carmelitas de Arequipa.
Vida oculta con María en Cristo para el Padre. Así transcurren para José sus años en la tierra. Así pasan siglos antes de que la Iglesia militante descubra su santidad incomparable. Le tomará como protector y patrono centurias después... Una vida oculta con María en Cristo, una hostia de gloria y alabanza para el Padre...
Sencillez encantadora
Adalid y protector de los bautizados, traza con su vida paciente y silenciosa un cauce de ejemplaridad para todos. Vida oculta con María en Cristo, ganando hermanos para el Evangelio, es el programa que ilusiona el corazón del creyente. Su fiesta nos llena por eso de esperanza y de consuelo, nos esfuerza y anima.
Nos sentimos prolongadores suyos en la tierra. Él, alimentando y protegiendo durante años a Cristo en la tierra. Nosotros, defendiendo y restaurando esa misma Vida Divina, Jesús, en las almas de los demás. Así, S. José, desde el cielo, nos mira cariñoso en su día. Nos hace sentir la ternura inefable de su corazón hacia la Iglesia, su gran amor en la tierra y en el cielo después de Jesús...
Vida oculta con María en Cristo... Muy cerquita de la Virgen, la Esposa virginal, admiremos embelesados la sencillez encantadora de José desapareciendo en vida oculta de años, de siglos... Vive como nadie la divisa paulina "vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).
Divino silencio, eterna armonía
La vida cristiana es un desaparecer para aparecer, morir para vivir, ocultarse en la noche para resplandecer al mediodía. Un proceso lentísimo mientras nos arrastramos por la tierra. El grano madura progresivamente y por la paciencia va produciendo al treinta, al sesenta, al ciento por uno. Desaparecer, olvidarme, para que Dios vaya apareciendo en mi vida y acabe Él viviendo plenamente. "Vivo yo, ya no yo. Es Cristo Quien vive en mí", repite Pablo (Gál 2,20) a los cristianos de todos los tiempos. Madre querida: tú sabes que desaparecer es lo que más me cuesta, olvidarme del "yo", para que sólo Dios viva en mí.
El santo desaparece, se asocia a los silenciarios de Nazaret, difuminándose con Ellos en los largos y felices años de la Vida Oculta... Inefable gozo siente el alma contemplativa. Le descubre en el silencio misterioso de aquella casita encantadora. En este oasis de paz, se sumerge. Fatigada con el continuo guerrear contra sí misma y el mundo, se extasía ante ese hombre rebosando amor a Jesús y María. Vive sólo y todo para ellos. "Esposo de la Virgen, custodio del Señor. Llévanos a María, y, por María, a Dios". No se cansa de repetirlo. Se siente anegada en silencio amoroso. "Música callada" y "soledad sonora", como diría Juan de la Cruz, preludio del divino silencio y de la eterna armonía.
Triple ocultarse
Y desaparece ocultándose en aldehuela insignificante. Es a los ojos de Dios, el hombre más importante que había entonces en el mundo. El Padre le encomienda la tarea más sagrada y trascendental: Alimentar con el trabajo de sus manos y los sudores de su frente la Vida Divina, Jesús hecho carne. Y defenderlo con sus desvelos de los enemigos, que tratan de matarlo en cuanto nace. Y desaparece ocultándose...
Desaparece no sólo en vida oculta escondido en un rinconcito diminuto de la geografía, sino en obediencia fiel al Padre en cosas absurdas. José, que se sepa, no hizo milagro alguno. Ni siquiera, como la Virgen, alcanzó con sus ruegos que Jesús lo realizase. No hizo más que obedecer a Dios...
Una orden incómoda
"José, no tengas reparo en recibir a María como tu mujer..., y la recibió como esposa" (Mt 1,20?24). Viaja a Belén para sufrir en el camino. Nacimiento con mil penalidades. Una consigna de destierro inoportuna, tajante, lacónica. "Levántate. Toma al Niño y a Su Madre. Huye a Egipto" (Mt 2,13).
Obediencia pronta y amorosa, sin criticar ni murmurar, aunque tenga que hacer sufrir a Jesús y María. "José toma al Niño y a Su Madre y huye a Egipto" (Mt 2,13). "Vuélvete a Nazaret... Y José se volvió y se estableció allí" (Mt 2,20?23). Es el "servidor fiel y prudente" que canta el prefacio de la Misa, el hijo que desaparece ante la voluntad del Padre por dolorosa que sea...
José no se limita a desaparecer en vida oculta y en obediencia. Quiere esfumarse en vida laboriosa de trabajo continuo. Cansado, rendido, extenuado, acaba sus jornadas en Nazaret. Abnegado y solícito siempre, con paciencia inagotable, busca sustento en Egipto para esos seres tan queridos. Desaparecer en vida de estudio, trabajo o quehaceres domésticos, cuando la pereza me acosa y el esfuerzo se me hace más costoso. Desaparecer por amor, a imitación de José que sustenta con sus desvelos a Jesús y María...
Y ocultarme también en ese otro trabajo de reforma de mi carácter, en lucha contra defectos, superando desalientos y apatías. La vida interior arraiga más y más en este desaparecer. Se cimenta la vida de un creyente. Profundiza sus raíces en el amor de Dios. Desaparecer, trabajando incansable y calladamente en la conquista alma a alma, sin éxito aparente, con fe y certeza de que el amor incendia corazones aunque nada se note.
"Tardón, pero seguro"
Vida oculta con María en Cristo, para gloria del Padre, en la conquista de las almas. S. José va completando la redención, desapareciendo, primero, a su paso por la tierra. El Evangelio se limita a decirnos de él que era virtuoso, "hombre justo" (Mt 1,19), sin contarnos casi nada de su vida. Después, en el cielo, ocultándose durante largas centurias. Sólo mil quinientos años después de su muerte se inicia su culto litúrgico. Y tenemos que esperar al siglo XX para que su nombre se incorpore, con el de apóstoles y mártires, al canon de la Misa.
Vida oculta, pero fecundísima, modelo de acción apostólica eficaz. Por encima de los siglos, sustenta y defiende esa prolongación de Cristo vivo y extendido a lo largo de los tiempos que es la Iglesia. Patrono y protector universal, alimenta y defiende la Vida Divina en cada uno de sus miembros. Frena nuestras impaciencias, y a veces nos parece que se retrasa. Es para no romper la línea de silencio oculto que le hizo desaparecer, pero actúa con firmeza y exacta precisión. "Es tardón, pero seguro", me decía alguien.
"Llévanos a María..."
Vida oculta con María en Cristo. Aquí está el secreto de su fecundidad apostólica inigualada. Es la clave que le hace feliz en sus afanes y desvelos, en sus apreturas y angustias. Huye despavorido a Egipto teniendo que ocultarse para salvar a Jesús. Su corazón zozobra de angustia antes de que el ángel le revele el misterio de su Esposa. Sudoroso y agotado, trabaja por sustentar a los suyos. Con María en Cristo, todo se le hacía llevadero, todo lo soportaba con alegría...
La fe viva e iluminada le hace descubrir a Dios Padre en ese Niño, y a Su Madre bendita en esa mujer virginal. Con Ellos comparte disgustos y sinsabores. Con Ellos es feliz haciendo lo que Dios quiere y queriendo lo que Dios hace. Con Ellos desaparece ante la voluntad del Padre, que todo lo ordena para bien de sus escogidos. "?Aceptar sin un desmayo todas tus rosas en flor! ?Aceptar sobre mis ojos, sin temblar, todo tu sol!" La fe y el amor le empujan a desaparecer, a ocultarse. Y con María en Cristo, quiere José inflamarnos más y más en fe y amor, para que reproduzcamos su ejemplo de humildad y seamos fecundos para la redención.
Imitar a José desapareciendo, es la mejor manera de amar a la Virgen. Y también de agradar a Cristo y al Padre. Imitar a José desapareciendo en el amor de Dios es el apostolado más fecundo que se puede realizar. "Llévanos a María". Nadie estuvo tan cerquita de Ella como tú. Nadie la reverenció y amó más. El cristiano descubre en ti el camino para intimar con Ella.
Asombro inaudito
Anchas espaldas para soportar trabajos y cargar responsabilidades. Corazón dilatado para sufrir en paciencia silenciosa. Sonrisa siempre en los labios, adorando al Padre en amoroso abandono...
Se pliega con exactitud a las exigencias de su apostolado silencioso, cargado con dorados granos de almas, que acerca a ese Dios a Quien alimenta y defiende. Actor que no aparece nunca en escena, pero no la abandona jamás. Papel subordinado tiene en el misterio de Cristo, pero de eficacia insustituible.
José pasó toda la vida sin salir de su asombro. Consciente de su nada, sabiendo que era pecador, es elegido para ser Padre virginal del Hijo de Dios. Abrumado, piensa abandonar a la Virgen. "Lleno de un santo temor de vivir al lado de una tan gran santidad, quiere despedir a María" (Sto. Tomás). Cada día que pasaba crecía más su asombro al verse "único testigo y defensor de la inmaculada virginidad y, al mismo tiempo, de la divina maternidad" (S. Agustín).
Asombro, adoración, abandono
El asombro creciente ante la elección divina, siendo él nada y nacido en pecado, le va llevando, cada día más, a una adoración más intensa. Desaparecía anonadándose. Se abismaba ante la belleza, la grandeza y la sencillez inmensa de un Dios?Niño meciéndose en brazos de una Virgen?Madre. Desfallecía S. José en un silencio lleno, profundo... Ese silencio que alaba la majestad de Dios, silentium Tibi laus (Sal 65). Y, como no podía adorar a Dios con la plenitud que deseaba, "rogaba a los ángeles y suplicaba a la Virgen, su Esposa, le diesen por él alabanzas a Dios y le alcanzasen gracia para conocer y agradecer tales mercedes, que sobrepujaban sus merecimientos" (S. Juan de Ávila).
Asombro y adoración le conducían al abandono. Desaparecer amando, en todo y siempre, sólo la voluntad de Dios. Se deja llevar en lo más insignificante, confía hasta la audacia. Canta sin cansarse: "No quiero saber, no quiero entender, no quiero ver ni sentir. Sólo sé una verdad, y ésa me hace feliz. Dios es Amor, Dios es Poder, suma Bondad, sumo Entender". Miraba a la Virgen y repetía, abandonándose con Ella: "Aquí está el esclavo del Señor; hágase en mí según tu palabra".
Adoraba a Jesús con fe creciente, y contemplaba más y más la humildad y caridad de la Virgen. "Cuando consideraba que era Madre de Dios, se le agotaba el juicio. Salía de sí con admiración, y el corazón no le cabía en el cuerpo. La ternura y las lágrimas no le dejaban hablar. Daba alabanzas a Dios, que lo había tomado por marido de la Virgen, y se le ofrecía por esclavo" (S. Juan de Ávila).
Es el santo de las tres "A". Asombro, adoración, abandono. Te enseña a vivirlas. Sigue siendo Padre de Jesús en mi alma. "Los primeros misterios de la salvación de los hombres, los confiaste, Dios Todopoderoso, a la fiel custodia de S. José", nos dice la liturgia. Cada uno de nosotros somos Iglesia, pero no podemos sin la oración "conservar fielmente estos misterios y llevarlos a su plenitud" (orac. col.).
"Es cosa que espanta..."
"Quien no hallare maestro que le enseñe la oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará el camino. Personas de oración, siempre debían serle aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a S. José por lo bien que les ayudó en ellos" (Sta. Teresa, Vida, 6).
"Algunos santos nos protegen en algunos casos, pero S. José ha recibido poder para socorrernos en todo" (Sto. Tomás). Y Sta. Teresa lo experimentó: "A otros santos parece que les dio el Señor gracia de socorrer en una necesidad. De este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, así en el cielo hace todo cuanto le pide". S. Bernardino de Siena piensa igual: "La familiaridad, reverencia y obediencia que mostró Cristo a S. José en la tierra como Hijo a su padre, no se las niega en el cielo, antes bien, las completa y eleva".
Conclusión: imitar a Sta. Teresa. "Y tomé por abogado y señor al glorioso S. José, y encomendéme mucho a él... No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma... Querría yo persuadir a todos que sean devotos de este glorioso Santo" (Vida, 6).
P. Tomás Morales, S.J: