martes, 24 de julio de 2012

FIESTA DE SANTIAGO EL MAYOR, PATRONO DE ESPAÑA.

Este25 de julio se celebra la fiesta del apóstol Santiago el Mayor, el “primo” de Jesús, patrono de España y venerado en el mundo hispano; pensemos en tantos lugares con su nombre: Hacienda Santiago Punchauca, Santiago de Chuco, Santiago de Surco, Santiago de Cuba, Santiago de Chile…. Les comparto diversas notas y en especial la catequesis de Benedicto XVI. ¡Feliz día!

I.             ¿Quién es Santiago Matamoros?  Manuel Fernández Espinosa Publicado en ARBIL: Arbil, nº81 Mi espada por Santiago

A pesar del apellido, tan políticamente incorrecto, se trata del mismo Apóstol Santiago bajo la faz y hechuras guerreadoras. Él es Santiago el Mayor, el de los Evangelios, hijo de Zebedeo y Salomé y hermano del joven Juan, el apóstol amado del Señor. Jesucristo llamó a ambos hermanos los "Boanerges" -los Hijos del Trueno-, por el celo que mostraron por la honra del Señor cuando pidieron que cayera fuego del cielo sobre una aldea que había impedido el paso a Jesús y a sus acompañantes. La madre de ambos siempre estaba alrededor de Cristo, pidiéndole que reservara a sus hijos elevados puestos de gloria en el Reino que estaba por venir. Jesucristo les preguntó si serían capaces de beber el cáliz y ellos contestaron: "possumus!" -¡podemos!. La tradición sitúa a Santiago en la antigua Hispania, propagando el Evangelio. A las orillas del Ebro, en Cesaraugusta -Zaragoza-, se le apareció la Virgen María (que todavía vivía en este mundo sin haber sido asunta al cielo). Nuestra Señora le previno de los peligros que se cernían sobre el grupo de cristianos que él formaba, animándolo a seguir con su labor apostólica. Santiago siguió predicando hasta que decidió regresar a Jerusalén, donde fue martirizado. Según la venerable leyenda su cadáver fue trasladado por sus discípulos y depositado en Compostela -el campo de la estrella-, donde Europa lo continua venerando.

Ejecutoria del Celestial Caballero Santiago Matamoros. La tradición del Matamoros se remonta al reinado de Ramiro I (muerto en 850) que sucedió en el trono de Asturias y León a su tío Alfonso el Casto (muerto en 842). Al fallecer su tío, los moros reclamaron el tributo de las cien doncellas (cincuenta hidalgas y cincuenta plebeyas) que tenían impuesto a los cristianos. Ramiro I que estaba en Bardulia (antiguo nombre de Castilla la Vieja) no quiso entregarles las cien doncellas y se encontró frente a frente con la morisma en Clavijo donde en la víspera de la batalla, según la tradición, se le aparece en sueños el Apóstol Santiago. Santiago le comunica que ha sido designado por Dios como Patrón de las Españas. Santiago anima a Ramiro al combate y le pide que lo invoque. Los cristianos dan batalla al grito de "¡Dios ayuda a Santiago!", y los moros son vencidos. Aquella gloriosa jornada de las armas cristianas será la fundación de la Orden de Santiago.
En la batalla de Hacinas entre el Conde Fernán González (muerto en 970) y el caudillo moro Almanzor aparece otra vez Santiago, que le dice al conde de Castilla: "¡Ferrando de Castiella, hoy te crece gran bando!". Las huestes de Fernán González vencen a los moros al grito de "¡Santiago y cierra!" (es la primera vez que se registra el que luego será grito famoso entre los cristianos peninsulares cuando entran en batalla; este grito de guerra viene a significar: Santiago y choquemos contra ellos). Entre la leyenda y la historia, muchas serán las apariciones de Santiago en la historia bélica de España.

II.           El apóstol Santiago y el mundo hispanoamericano por Zacarías de Vizcarra. http://www.arbil.org/(86)text.htm

Principales fragmentos del estudio publicado en Buenos Aires por Don Zacarías de Vizcarra, honra de nuestro sacerdocio, para animar, durante las presentes tribulaciones, a los católicos españoles, con la visión de las pasadas misiones y de los destinos futuros de España y de la Hispanidad 
Las angustias presentes nos obligan a levantar nuestros ojos y nuestros corazones hacia la gran figura de Santiago el Mayor, Padre, Fundador y Patrono celestial de la Iglesia Española, en busca de aliento, consuelo, protección y esperanzas. 
Nuestro Apóstol, en el breve espacio de los nueve años que transcurrieron entre la muerte de Jesucristo (año 33) y su martirio en Jerusalén (año 42), supo hacer honor al sobrenombre que le había puesto su Divino Maestro, cuando le denominó «Hijo del Trueno». 
Caballero andante de Cristo, se alejó de la Palestina y de las regiones colindantes, mucho antes que ningún otro Apóstol, y, en una correría evangélica tan rápida como arrolladora, llegó hasta el confín del mundo entonces conocido, recorrió a lo largo y a lo ancho la Península Ibérica, y fundó en ella la Iglesia Española, que había de ser a su vez, con el tiempo, Madre fecunda de otras veinte Iglesias, en mundos desconocidos de América y Oceanía. 
Terminada esta gran obra, retornó a la Palestina, cuando aún no se habían alejado de ella los demás Apóstoles, y comenzó a predicar públicamente, en Jerusalén, la doctrina de su Maestro, con tal brío y elocuencia, que mereció ser sacrificado por Herodes Agripa, como se narra en el sagrado libro de los Hechos de los Apóstoles (XII, 2), por haberse concentrado en su persona el odio de los judíos contra los discípulos de Cristo. 
Fue el primer Apóstol que selló con su sangre el Evangelio, entregando su cuello a la espada. Es también el que ha dado a la Iglesia Romana mayor número de hijos espirituales, en las veinte naciones por las que se extendió y consolidó la Iglesia española, fundada por él. 
La paternidad espiritual de Santiago nos impone deberes que fácilmente descuidamos y olvidamos, tanto en España como en América, porque: 1.º, cada Iglesia debe amar y venerar especialmente al Apóstol que la fundó, reconociendo en él a su Padre en Cristo; 2.º, los fieles de cada Iglesia deben imitar especialmente el carácter y virtudes de su propio Apóstol. 
La razón de este segundo deber está en que Jesucristo, con la sabiduría infinita de que estaba dotado, preveía las necesidades especiales de cada uno de los pueblos adonde se había de dirigir cada uno de sus Apóstoles, y destinó para ellos al Padre espiritual que más les convenía, sobre todo tratándose de pueblos como el español, que tenían reservadas altas misiones en su Providencia. 
Desde hace poco más de un siglo, las Iglesias de América han constituido Provincias desligadas de su antigua Metrópoli; pero, en los tres primeros siglos de su nacimiento, constitución y crecimiento, han sido mero desarrollo extensivo y parte integrante de la Iglesia española, que es la Iglesia de Santiago. 
Por consiguiente, su Padre en la fe, lo mismo que el de las restantes diócesis españolas, es Santiago el Mayor, y siguen siendo moralmente una parte integrante de la gran Iglesia Jacobea, extendida por todo el hemisferio occidental. 

Santiago, uno de los tres Apóstoles predilectos de Cristo 
Consta por los Santos Evangelios que Jesucristo distinguió con un amor especial a tres de sus Apóstoles: a Simón Pedro, a Santiago el Mayor y a su hermano Juan Evangelista.  Sólo a estos tres distinguió Jesucristo con sobrenombres nuevos, impuestos por El. A Simón le llamó Pedro (es decir, «Cefas», que significa «Piedra» , porque había de ser el Jefe Supremo y «Piedra fundamental» de su Iglesia futura. A Santiago y a Juan los llamó «Boanerges», que quiere decir «Hijos del trueno». 

Sólo a estos tres Apóstoles separó de los demás, en las ocasiones más solemnes, para darles muestra de su especial aprecio. Ellos sólo fueron elegidos para verle transfigurado en el Tabor; ellos solos presenciaron la resurrección de la hija de Jairo, porque Jesucristo, como dice San Marcos «no permitió que le siguiese ninguno, fuera de Pedro y Santiago y Juan el hermano de Santiago» (V, 37); ellos solos fueron testigos de su agonía en el Huerto de las Olivas. 

¿Qué representaban estos tres Apóstoles? San Pedro representaba la cabeza del futuro cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia; Santiago y San Juan Evangelista representaban el brazo derecho y el brazo izquierdo de Jesucristo y de su representante San Pedro. 

La Iglesia Romana es indiscutiblemente el centro de la Iglesia de Cristo. A los dos lados de la Iglesia Romana se levantan la Iglesia Occidental fundada por Santiago, y la Iglesia Oriental que reconoce como su principal Apóstol a su hermano San Juan, el más joven de todos los Apóstoles. 
La Iglesia Oriental tuvo una brillantísima juventud; pero luego decayó lamentablemente, con tenaces herejías y con el funestísimo Cisma Oriental, que todavía dura. La Iglesia del joven San Juan, después de su juventud, fue más bien carga que apoyo para Pedro, y el mismo San Juan abandonó su sepultura del Oriente Cismático y se refugió en Roma, junto al sepulcro de Pedro. La Iglesia de Juan es desde hace siglos la izquierda de Pedro. Hasta en el mapa mundi físico, la Iglesia Oriental queda a la izquierda de Roma. Porque la orientación normal es la del Sol. Y mirando a éste desde Roma, en su curso medio, la Iglesia Oriental queda a la izquierda de la Iglesia Romana. 

En cambio, la Iglesia de Santiago, aun físicamente considerada, queda a la derecha de la Iglesia Romana, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo. Y mucho más si consideramos la derecha en su sentido moral. La Iglesia de Santiago es la que ha dado mayor número de fieles y de naciones enteras a la Iglesia Romana. Es la que ha mantenido siempre, en conjunto, mejores relaciones y más leal adhesión a la Cátedra de Pedro. Es la que ha defendido a la Iglesia Católica más denodadamente, en las grandes crisis de la historia. Es la primera nación que reconoció prácticamente, desde el año 254, la suprema potestad judicial del Romano Pontífice, apelando a ella contra la sentencia pronunciada por un concilio nacional de la misma Península. (Marx, Historia de la Iglesia, pág. 99.) 

Vemos, pues, que se cumplió literalmente lo que había pedido para los dos primos de Jesucristo su madre Santa María Salomé, cuando ésta, postrada a los pies del divino Maestro, le dijo: «Manda que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» (Evangelio de San Mateo, XX, 20.) 

Derrota del Arrianismo.– El arrianismo fue la primera herejía que desgarró a la Iglesia, después de su libertad, en el siglo IV, y también la más peligrosa de todas las que ha sufrido la Iglesia, hasta la rebelión protestante. Negaba solapadamente la divinidad de Cristo, y arrastró hacia el error a gran número de Obispos e Iglesias particulares, hasta llegar a dar la impresión de que todo el orbe se estaba convirtiendo en arriano. 

El brazo fuerte que tuvo a raya esta gran rebelión contra la Iglesia, fue el de Osio el Grande, secundado por el infatigable doctor alejandrino San Atanasio. 

Osio aconsejó la convocación del primer Concilio Universal de la Iglesia; Osio lo organizó en Nicea, con la ayuda de Constantino, enviando carros y viáticos a todos los Obispos del mundo, para trasladarse a aquella primera augusta asamblea; Osio la presidió en nombre del Romano Pontífice; Osio dictó solemnemente al secretario del Concilio el Símbolo de la Fe Ortodoxa, que fue aclamado y suscrito por la augusta asamblea y sigue rezándose y cantándose por toda la Iglesia, en las misas de los domingos y días solemnes, para proclamar a Jesucristo: «Dios verdadero procedente de Dios verdadero, engendrado y no hecho, consubstancial con el Padre, &c.» . 

De tal manera se convirtió Osio en campeón de la fe católica, que llegó a ser presidente obligado de los concilios subsiguientes, como el de Milán y el de Sárdica, recibió el título de «Príncipe de los Concilios», y mereció que los arrianos, después de haber arrastrado a su bando al sucesor de Constantino, escribieran así al emperador arriano: «Todo es inútil mientras Osio de Córdoba esté en pie... Basta la autoridad de su palabra para arrastrar a todo el mundo contra nosotros. El símbolo de Nicea es obra suya, y somos herejes porque él lo pregona.» 

Fue tal el odio de los arrianos contra Osio, que la tempestad de calumnias y libelos desatada contra él, en vida y después de muerto, llegó a impedir que fuera venerado en los altares por las Iglesias del Occidente, aunque recibe culto en las del Oriente, donde vindicó su memoria San Atanasio el Grande. 

Notemos finalmente que el triunfo decisivo contra el arrianismo tuvo también lugar en España, el año 589, cuando el Rey visigodo Recaredo, con todo el ejército y pueblo germánico arriano que había invadido a España, abjuró sus errores en el famoso Concilio III de Toledo, y abrazó la fe católica de los españoles. 


Derrota del Mahometismo 
Nadie ignora que España fue el muro en que se estrelló la expansión arrolladora del imperio mahometano, que, desde el Africa, había invadido a Europa, a través del estrecho de Gibraltar. 
Siete siglos y medio luchó España sin tregua contra los feroces muslimes, cuya religión prometía el paraíso a todos los que muriesen guerreando con la espada contra los que no abrazasen la doctrina del Corán. 
Esta lucha titánica se terminó el mismo año 1492, en que las naves españolas descubrieron un nuevo mundo infiel, que había de ser convertido a la fe de Cristo. 
Tampoco es preciso recordar que el predominio creciente del imperio turco mahometano, en el Oriente de Europa, tuvo su tumba en las aguas de Lepanto, bajo el mando del príncipe español don Juan de Austria y por el valor de los marinos españoles, acompañados solamente por los soldados pontificios y venecianos. 

Victoria del Universalismo Católico.– Dos tumbas, en los dos puntos extremos del mundo cristiano, fueron, como dice Guéranger { L'anné liturgique, XXV juillet.}, en la Edad Media, los dos polos predestinados por Dios para un movimiento absolutamente incomparable en la historia de las naciones. 
La tumba de Jesucristo en Jerusalén, y la tumba del Hijo del Trueno en Compostela fueron las que arrastraron hacia sí el corazón de la Europa medioeval, enviando a la primera ejércitos de guerreros y peregrinos, y a la otra ejércitos mucho mayores de solos peregrinos, en que iban confundidos en un solo ideal hombres de todas las razas y naciones, cantando en todas las lenguas las alabanzas de Jesucristo y de Santiago. 

Estas dos peregrinaciones dieron origen a las Ordenes caballerescas, destinadas primitivamente a proteger a los peregrinos. 
Cuentan los viejos cronistas de Carlomagno, que el emperador de la barba florida, en el atardecer de un día de recia labor guerrera, en los bordes del mar de Frisia, se quedó contemplando, en el cielo claro, la Vía Láctea, cuajada de innumerables estrellas; y, recordando con nostalgia, en aquellas lejanas riberas, a los peregrinos de Santiago, dijo a sus guerreros que aquella faja brillante que atravesaba el cielo azul de oriente a occidente, era la línea que señalaba a los peregrinos de todo el mundo la dirección que habían de seguir para encontrar la Casa del Señor Santiago. 

La tumba de Compostela fue cátedra sagrada de toda Europa. 
Derrota de la Idolatría en el Nuevo Mundo.– El vasto hemisferio de América y Oceanía, esclavo de la idolatría, de la antropofagia y de la corrupción moral más degradante, fue puesto por la Providencia en manos de España, para que desterrase de él la idolatría y la barbarie. 
España cumplió con su misión de una manera tan rápida y asombrosa que, cincuenta años después del descubrimiento, apenas había sin bautizar más indios que los dispersos en los lugares más inaccesibles. Se cubrió toda América de parroquias, conventos, residencias misioneras, obispados, y arzobispados. Las listas de embarque de pasajeros para América, conservadas en el Archivo de Indias, demuestran que el diez por ciento de todos los que se embarcaban eran misioneros y sacerdotes. En 1649, había en América 840 conventos. Sólo en Méjico, llegaron a contarse, en el momento de la mayor actividad misionera, hasta 15.000 sacerdotes. 
En presencia de estos datos, no es de extrañar lo que afirmaba un sacerdote francés especializado en cuestiones misioneras, el cual decía que España, durante solo el siglo XVI, había dado a la Iglesia mayor número de misioneros de infieles que todo el resto del mundo en todos los siglos de existencia del Cristianismo. 
Así logró España la victoria más grande que se ha conseguido sobre la idolatría, y agregó a la Iglesia Romana diez y ocho naciones soberanas, engendradas por ella con indecibles trabajos y heroísmo que hacen exclamar al protestante norteamericano Charles Lummis: «Ninguna otro nación madre dio jamás a luz cien Stanleys y cuatro Julios Césares en un siglo; pero eso es una parte de lo que hizo España para el Nuevo Mundo.» (Los exploradores españoles, pág. 51. Ed. Araluce, Barcelona.) 

Derrota del protestantismo
 
Nunca perdonarán los protestantes a España el celo con que se opuso a la difusión del Protestantismo, durante los reinados de Carlos V y Felipe II.  La única fuerza humana que impidió el triunfo completo de los protestantes en toda Europa, ante los esfuerzos combinados de los luteranos de Alemania y Holanda, de los anglicanos y puritanos de Inglaterra, de los hugonotes de Francia, de los valdenses de Italia, &c., &c., fue la tenacidad con que España hizo frente simultáneamente a casi toda Europa, en los más distantes campos de batalla, desde Flandes hasta Sicilia, y desde Varsovia hasta París, que fue ocupada por las tropas españolas, hasta que Enrique IV abjuró el protestantismo en Saint Denis. Hubo momentos en que los únicos grandes Estados oficialmente católicos del mundo fueron España, Portugal y Roma, es decir, San Pedro y Santiago. 
Las regiones de Europa en que sobrevivió el catolicismo, después de la rebelión protestante, deben eterna gratitud a España, que se sacrificó, desangró y empobreció, por su tesón en conservar este tesoro para sí y para todas las demás naciones del continente, 
Tenían, pues, razón los Pontífices que, en documentos solemnes, llamaban entonces a España y a sus católicos monarcas «Brazo derecho de la Cristiandad». 
España no hacía más que cumplir la misión de su Apóstol Santiago, brazo derecho de Jesucristo y de su Vicario en la tierra. El envió al caballero Iñigo de Loyola, para fundar la guardia de corps del Pontífice Romano y luchar sin tregua contra el protestantismo. El envió a Teresa de Jesús, a Juan de la Cruz y a la pléyade de santos y sabios españoles que apuntalaron a la Iglesia en aquella terrible crisis. 
Misiones que están reservadas a España para los tiempos venideros. Nuevos días de gloria para los hijos de Santiago. Sin pecar de crédulos, podemos prestar piadoso asentimiento a lo que anunció Santa Brígida, en el siglo XIV, sobre las futuras misiones de España, tanto porque se cumplió ya la primera parte de aquellas predicciones, desde siglo y medio después que fueron escritas, como porque la Iglesia, en el Breviario, las mira con extraordinario respeto, al asegurar que «le fueron revelados por Dios muchos arcanos». (Breviario Romano, 8 de octubre.) 
La santa princesa sueca escribió en la primera mitad del siglo XIV sus famosas revelaciones, entre las cuales hay una, en que anuncia los sucesos principales que han de ocurrir antes de la venida del Anticristo y del fin del mundo. Comienza por anunciar que se convertirán al cristianismo algunas naciones desconocidas, lo cual se verificó siglo y medio más tarde con el descubrimiento y conversión del nuevo mundo: 
«...Antes que venga el Anticristo –dice– se abrirán las puertas de la fe a algunas naciones, en las cuales se cumplirán las palabras de la Escritura: 'Un pueblo que no sabe me glorificará, y los desiertos serán edificados para mí.'» 

La época que ha de seguir a la del descubrimiento del Nuevo Mundo, la describe de este modo:«Después serán muchos los cristianos amadores de herejías y los inicuos perseguidores del clero, y los enemigos de la justicia.»

Tenemos aquí tres rasgos que retratan la historia religiosa del mundo, desde el descubrimiento de América hasta hoy: l.º, la aparición de numerosas herejías entre los cristianos; lo cual se verificó veinticinco años después del descubrimiento de América, cuando en 1517 se rebeló contra el Papa el monje alemán Fray Martín Lutero, y, tras él, fueron apareciendo innumerables sectas de calvinistas, zuinglianos, anabaptistas, anglicanos, puritanos, socinianos, &c.; 2.º, el anticlericalismo, que sobre todo desde el siglo XVIII prevaleció en los gobiernos de las naciones católicas, multiplicándose en ellas las expulsiones de religiosos, desamortizaciones, despojos y atropellos de todas clases, llevados a cabo por los inicuos perseguidores del clero, y principalmente por los masones; 3.º, la lucha de clases, exacerbada por los enemigos de la justicia social, abusando los unos de su capital y los otros de su trabajo y su número. Este tercer período lo estamos recorriendo actualmente en casi todas las naciones del mundo, aunque en ninguna de ellas reviste un carácter más injusto y trágico que en Rusia, donde clases enteras de la sociedad han sido esclavizadas y despojadas de sus derechos más elementales. 

A continuación describe la Santa lo que sucederá después de la época de la injusticia, y dice: 
«Finalmente, vendrá el más criminal de los hombres, el cual, unido con los judíos, combatirá contra todo el mundo, y hará todo esfuerzo para borrar el nombre de los cristianos. Muchísimos serán muertos.» 
Una pequeña muestra de lo que ha de ser esta persecución la tenemos en lo que están haciendo los judíos en Rusia, con su guerra nunca vista contra el cristianismo y sus ocho millones de socios activos para la propaganda del ateísmo, primera etapa destructiva, según sus dirigentes, para construir en la segunda etapa, sobre las ruinas de todas las religiones, el monopolio del judaísmo. 
Pero, en esta terrible crisis, aparecerá, como en las demás grandes crisis de la Iglesia, el brazo de Santiago y de su pueblo, para defender a la Cristiandad, según lo dice a continuación la Vidente sueca: 
«Tendrá fin aquella funestísima guerra, cuando sea proclamado Emperador un hombre engendrado de la estirpe de España. Este vencerá maravillosamente, con el signo de la Cruz, y será el que ha de destruir la secta de Mahoma y restituirá el templo de Santa Sofía.» (Véanse las palabras de Santa Brígida, en la obra L'odierna guerra, de Ciuffa, págs. 181 y 184, ed. Roma. Tipografía Pontificia, nell'Istituto Pío IX, 1916.) 

Según esta predicción, abonada por el cumplimiento de lo sucedido hasta hoy, y por la respetable autoridad de su origen, tenemos que España y su estirpe, es decir, toda la Hispanidad, debe cumplir todavía dos brillantes misiones en la Cristiandad, para salvar a la Humanidad en su más terrible crisis: 

1.º Debe derrotar al Anticristo y a toda su corte de judíos, con el signo de la Cruz. 
(Bien podría ser la Cruz Roja flordelisada de Santiago, que ha sido suprimida por la actual República Española, juntamente con la Orden Militar que la ostentaba, cargada de glorias y recuerdos, y que nosotros, en desagravio, hemos colocado al frente de esté opúsculo, asociada con la Cruz Blanca de Covadonga, llamada también de la Victoria y de la Reconquista, porque lo que ahora esperamos de Santiago es especialmente «reconquista» y «victoria» contra los opresores de la Iglesia Española.)

2.º Debe España completar la obra iniciada en Covadonga, Las Navas, Granada y Lepanto, destruyendo completamente la secta de Mahoma y restituyendo al culto católico la catedral de Santa Sofía, en Constantinopla. 
¡Qué hermoso ideal para enardecer el entusiasmo de las juventudes españolas e hispánicas, fraternalmente unidas bajo el signo de Santiago! 
Confirmación de las grandiosas misiones futuras de España y de la Hispanidad 
Coincide con lo que predijo en el siglo XIV la Vidente de Suecia, lo que escribió en su libro de Memorias, el año 1606 otro vidente y taumaturgo, residente entonces en Mallorca, San Alonso Rodríguez. 
Escribe este gran Santo, en el lugar citado, que uno de los días de aquel año caminaba muy triste por las costas de Mallorca, pensando en las dolorosas noticias que había recibido de Africa, sobre los sufrimientos de unos religiosos que habían sido cautivados por los moros, y de repente «sin darse cato de tal cosa –dice, según su costumbre, en tercera persona– vio a deshora una gran armada en los mares de Mallorca. Iba Jesús en la vanguardia, María en la retaguardia, muchos Angeles entre los soldados. La mandaba el Rey en su propia persona, con una gran ejército que había de conquistar toda la Morisma, y sujetarla, y ella se convertiría con gran facilidad a la fe de Cristo Nuestro Señor.» 
Y añade: «La victoria será tan grande cual, por ventura, rey cristiano haya tenido jamás, y resultará gran gloria de Dios y bien de las almas.» (Memorias de San Alonso Rodríguez, año 1606.) 
Si queremos apresurar la hora del triunfo de España y de la Hispanidad, imitemos las virtudes de Santiago 

Todos los Apóstoles murieron de muerte violenta, excepto San Juan. Pero el primero que regó con su sangre el Evangelio que predicaba, y el único cuyo martirio se narra en la Sagrada Escritura, fue el Apóstol Santiago. 

Consta también, por la misma Sagrada Escritura, el género de muerte que le dieron: le degollaron «con espada». 
Es la muerte más apropiada para un carácter tan caballeresco como el de Santiago. 

En recuerdo de esta muerte, la Cruz de Santiago termina en una espada. 
Y no sólo por esto, sino también porque, en varias batallas contra los invasores infieles, apareció Santiago confortando a los guerreros cristianos y hasta peleando a su lado, con su caballo y su espada. 
Así lo dice el himno del Breviario Romano, en el oficio propio de España: «Cuando por todas partes nos apretaban las guerras, fuiste visto Tú, en medio de la batalla, abatiendo brioso a los desaforados moros, con tu corcel y con tu espada.» (Oficio del 25 de julio.) 
Santiago fue el patrón y modelo de los esforzados caballeros de la Cruz, en los heroicos siglos de la Edad Media. El rey caballero San Luis, al morir lejos de Francia, en su tienda de campaña, bajo los muros enemigos de Túnez, en la octava Cruzada, balbuceaba agonizante la oración de la misa de Santiago: «Sed, Señor, para vuestro pueblo, santificador y custodio; a fin de que fortificado con el auxilio de vuestro Apóstol Santiago, os agrade con su conducta y os sirva con tranquilo corazón.»(Guéranger, L'année, liturgique, XXV, juillet.) 

Y en efecto, los rasgos morales del carácter de Santiago son los de un caballero andante de Cristo. Por eso la Cruz de Santiago, además de la espada en que termina, tiene tres flores de lis, que son los símbolos heráldicos del honor sin mancha que profesaban los caballeros. 

Y hasta, si creemos a Alfonso el Sabio, en su Primera Crónica General, el mismo Santiago se mostró defensor de su título de caballero de Cristo. 

Cuenta el Rey Sabio que, en el siglo XI, reinando Fernando el Magno, fue en peregrinación a Santiago de Compostela el Obispo griego Estiano, y que, al oír que Santiago «parescíe como cavallero en las lides a los cristianos», les dijo con enojo y porfía: «Amigos, non le llamedes cavallero, mas pescador». 

Pero el Santo se encargó de desengañarle; porque aquella misma noche se le apareció Santiago «a guisa de cavallero muy bien garnido de todas armas claras et fermosas» y le dijo: «Estiano, tú tienes por escarnio, porque los romeros me llaman cavallero, et dizes que non lo so; ...nunqua iamás dubdes que yo non so cavallero de Cristo et ayudador de los cristianos contra los moros». 

En confirmación de ello, le dijo que al día siguiente a las nueve de la mañana, entregaría la ciudad de Coimbra al rey Fernando, que la tenía cercada hacía mucho tiempo. A la mañana siguiente comunicó el Obispo al pueblo, en la Catedral, que Santiago le había anunciado para aquel día la toma de Coimbra; y, en efecto, días más tarde llegó a la ciudad del Apóstol la noticia de la victoria, que tuvo lugar el mismo día y hora que había anunciado el Obispo. (Primera Crónica General, cap. 807.) 

Santiago, ferviente devoto de la Virgen María 

Los dos hijos del Zebedeo y de María Salomé se distinguieron por su amor a su augusta tía la Virgen Santísima, que había sido encomendada por Jesucristo, desde la Cruz, a los cuidados filiales del hermano menor de Santiago, en cuya casa tuvo desde entonces su residencia la Madre de Dios. 

Antes de que partiera Santiago para su audaz y remota expedición a España, refiere la tradición que se despidió de la Santísima Virgen (si es que no fue ella la inspiradora del viaje), y le prometió visitarle en aquella ciudad de España en que iluminase a mayor número de fieles con la luz del Evangelio. 

En efecto, la Santísima Virgen vino un día maravillosamente en carne mortal a Zaragoza, visitó al Apóstol, le entregó una columna de mármol, que simbolizaba la firmeza de la fe sembrada por él en la Península Ibérica, le pidió que levantará allí una capilla donde ella fuese invocada (la primera que se erigió en el mundo, en honor de la que había dicho de sí misma en el «Magnificat»: Me llamarán bienaventurada todas las generaciones), y le avisó que volviera después a Jerusalén, donde había de tener término su misión. 

La Iglesia de España, fundada por el caballeresco sobrino de María Santísima, y honrada por ella, antes de su muerte, con su visita corporal y con el regalo de su Pilar, no podía menos de ser devotísima de la celestial Señora, como en efecto lo ha sido, a través de todos los siglos. 

Santiago, amigo fidelísimo de San Pedro 
Santiago fue llamado por Jesucristo al Apostolado el mismo día y en el mismo sitio que San Pedro. 
Jesucristo quiso anudar una amistad especialísima entre San Pedro y Santiago, separándolos de los demás Apóstoles, y llevándolos en su más íntima compañía, junto con San Juan, en las ocasiones más solemnes. 
Santiago correspondió a esta amistad recibiendo en su cabeza la cuchillada que iba dirigida al jefe de la Iglesia cristiana, en la intención de Herodes y de los judíos. 

San Pedro correspondió a la amistad de Santiago, ordenando de Obispos a los Siete Varones Apostólicos, discípulos de Santiago, y enviándolos a fundar otras tantas Sedes en el Sur de España, donde Santiago no había dejado Obispos. 
La Iglesia española, a semejanza de su fundador, ha sido siempre muy adicta a la autoridad del Romano Pontífice, y seguirá siéndolo, por merecer el honor de desempeñar en los momentos críticos el oficio jacobeo de brazo derecho de San Pedro. 

Santiago sabe cambiar su armamento según las necesidades de la época 
Nota muy bien Dom Guéranger, en el lugar antes citado, que Santiago, después de su temprana muerte, continuó su Apostolado en el mundo, por medio de la Iglesia española, y que, en cada época, adoptó las armas y los medios que reclamaban las circunstancias. 
Hubo una época en que no se podía defender a la Iglesia eficazmente con predicaciones, ni libros, ni discusiones; porque los mahometanos, por mandato de su ley, rechazaban toda discusión. Y entonces Santiago apoyaba a los guerreros de la Cruz, apareciendo entre ellos, como un rayo, tremolando con una mano su estandarte blanco adornado con la Cruz Roja, y blandiendo con la otra su espada reluciente. 
Pero, «cuando los Reyes Católicos arrojaron al otro lado de los mares a la turba infiel que nunca debió pasarlos –añade Guéranguer– el valiente jefe de los ejércitos de España, se despojó de su brillante armadura, y el terror de los moros se convirtió en mensajero de la fe. 

»Subiendo a su barca de pescador de hombres y rodeándose de las flotas de Cristóbal Colón, de Vasco de Gama o de Albuquerque, los guiará por mares desconocidos, en busca de playas a donde hasta entonces no había sido llevado el nombre del Señor. 
»Para traer su contribución a los trabajos de los Doce, Santiago acarreará del Occidente, del Oriente, del Mediodía, mundos nuevos que renovarán el estupor de Pedro, a la vista de tales presas.» 
Y aquél, cuyo apostolado, en tiempo del tercer Herodes, pudo creerse tronchado en flor, antes de haber dado sus frutos, podrá repetir aquellas palabras (de San Pablo): «No me creo inferior a los más grandes Apóstoles; porque por la gracia de Dios, he trabajado más que todos ellos.» (L'année liturgique, XXV juillet, págs. 226, 227). 
Las armas actuales de Santiago y de sus caballeros 
Hoy día, los hijos de Santiago, esparcidos por Europa, América, Oceanía y algunos también por las colonias españolas y portuguesas de Africa y Asia, deben imitar a su Apóstol, con las armas que les impone la imperiosa necesidad del momento crítico en que nos encontramos. 
Las armas jacobeas de hoy son cuatro: enseñanza catequística; prensa, sobre todo diaria y periódica; cátedra, sobre todo la oficial; y organización obrera. 
Los modernos «caballeros de Santiago», deben adiestrarse y ejercitarse en el manejo de estas armas, sin descuidar, por supuesto, los demás medios de santificación y defensa que son eternos, y no necesitan cambios, sino reparaciones. 
Súplica de Dom Guéranguer por España 
El sabio escritor francés a quien acabamos de citar, conocía y penetraba, mejor que muchos españoles, el sentido de la Historia de España y su misión providencial en el mundo. 
España ha sido destinada por Dios para proseguir la misión del Hijo del Trueno, proclamando y defendiendo, en gran estilo, como lo hizo en Nicea, en Toledo y en Trento, las verdades católicas fundamentales; y su mayor desgracia sería la de inutilizarse para esa misión, por el debilitamiento, o como dice gráficamente el mismo escritor, por el achicamiento de esas grandes verdades en su espíritu público. 
Por eso dirige él a Santiago esta súplica, que gustosos reproducimos y repetimos: 
«¡Oh Patrón de las Españas! No os olvidéis del ilustre pueblo que os debe a Vos su nobleza espiritual y su prosperidad temporal. Protegedle contra el achicamiento de las verdades que hicieron de él, en sus días de gloria, la sal de la tierra. Haced que piense en la terrible sentencia de Jesucristo, en que se advierte que 'si la sal se vuelve insípida, no vale va para nada sino para ser arrojada y pisada por las gentes'.» (San Mateo, V, 13.) 
¡No! ¡El espíritu de España no ha de tolerar mucho tiempo este achicamiento! 
¡El espíritu de España se erguirá caballeresco y altivo contra el masonismo, laicismo y judaísmo que lo pisotea! 
¡El espíritu de España defenderá el tesoro de Santiago contra los moros modernos que han invadido su herencia sagrada! 
Porque Santiago y España tienen que cumplir todavía dos misiones a cual más gloriosas: 
Santiago y España tienen que defender un día a la Iglesia de San Pedro, combatiendo y derrotando al Anticristo y a su corte de judíos; 
Santiago y España tienen que cantar un día el Credo de Nicea en la mezquita de Santa Sofía, después de haber rasgado en su pórtico, entre los aplausos de la Morisma bautizada, los falsos mandamientos de Mahoma. 

Así sea. •• Zacarías de Vizcarra 

III.         Santiago mata-indios. La creencia en Santiago como portador de rayo y trueno terminó por asentarse en el folklore latinoamericano. En algunas regiones andinas, señala Emilio Choy en el estudio de los documentos de Castro Pozo, “creen que el rayo es arrojado por Santiago en su lucha con el demonio”. Guamán Poma de Ayala lo llama "Santiago mata-indios", acorde al prestigio de "mata-moros" que tenía al llegar a América. Hasta rinden tributo a estatuillas donde aparece arrollando a un indio con su poderoso corcel. Más detalles en el artículo "Santiago Mataindios". Entre los meses de julio y agosto se celebran las fiestas de la Herranza o marcación del ganado - también conocidas como Santiago - para agradecer a la tierra y los apus tutelares y pedir al santo que como dueño de la lluvia fecunde los pastos y haga reproducir el ganado. Es un santo amigo de profundo arraigo, especialmente entre los campesinos de diferentes regiones.

Santiago está vinculado a Illapa, dios milenario de origen pre-inca, muy temido en el mundo andino y asociado al rayo, el trueno y las tempestades, que trae la lluvia que beneficia los campos y da la vida, pero también envía las descargas eléctricas e incendios producidos por el rayo, los que pueden causar la muerte de los animales.

 

IV.         Benedicto XVI. El apóstol Santiago el Mayor enseña a los cristianos de todos los tiempos que la gloria está en la Cruz de Cristo y no en el poder, constató Benedicto XVI este miércoles. El pontífice dedicó su intervención en la audiencia general a recordar la figura del hermano del apóstol Juan, los «hijos del trueno», como les llamaba Jesús, que, a través de su madre pidieron al Señor un lugar de preferencia en su Reino.
Santiago se convertiría en el primero de los apóstoles en «beber del cáliz de la pasión» a través del martirio en Jerusalén, a inicios de los años 40 del siglo I. De este modo, ante los más de 30 mil peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano, el Santo Padre continuó con la serie de meditaciones sobre la Iglesia y sus orígenes, en las que está repasando las figuras de los doce apóstoles. Hasta ahora ha presentado las figuras de Pedro y Andrés.

La plaza de San Pedro se encontraba bajo un tremendo sol y temperaturas muy elevadas. El Papa, compadecido de los fieles, abrevió su intervención, concentrándose en los dos momentos decisivos de la vida de Jesús que Santiago vivió de cerca junto a Pedro y a Juan: la transfiguración en el monte Tabor y la agonía, en el Huerto de Getsemaní.Esta última experiencia, explicó Benedicto XVI, «constituyó para él una oportunidad para madurar en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista de la primera: tuvo que atisbar cómo el Mesías, esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de honor y gloria, sino también de sufrimientos y debilidad».

 

 

 

«La gloria de Cristo se realiza precisamente en la Cruz, en la participación en nuestros sufrimientos», añadió.
«Esta maduración de la fe fue llevada a cumplimiento por el Espíritu Santo en Pentecostés», preparando a Santiago para aceptar el martirio a manos del rey Herodes Agripa.
El Papa recordó también las sendas tradiciones en las que se narra el ministerio de Santiago como evangelizador de España, ya sea antes de morir, o después de su muerte, con el traslado de su cuerpo a Compostela.

La intervención del Papa concluyó sacando las lecciones que los cristianos pueden aprender hoy de Santiago: en particular, «la prontitud para acoger la llamada del Señor, incluso cuando nos pide que dejemos la “barca” de nuestras seguridades humanas».

Del hijo de Zebedeo es posible imitar, añadió, «el entusiasmo» para seguir a Jesús «por los caminos que Él nos indica más allá de nuestra presunción ilusoria; la disponibilidad para dar testimonio de Él con valentía y, si es necesario, con el sacrificio supremo de la vida».

«De este modo, Santiago el Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de generosa adhesión a Cristo», concluyó, viendo en su vida terrena «un símbolo de la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios».

«Siguiendo a Jesús, como Santiago, sabemos, incluso en las dificultades, que vamos por el buen camino», aseguró.

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos con la serie de retratos de los apóstoles escogidos directamente por

Jesús durante su vida. Hemos hablado de san Pedro, de su hermano Andrés. Hoy,

nos encontramos con la figura de Santiago. Las listas bíblicas de los Doce

mencionan a dos personas con este nombre: Santiago, hijo de Zebedeo, y

Santiago, hijo de Alfeo (Cf. Marcos 3, 17.18; Mateo 10,2-3), que son comúnmente

distinguidos con los apelativos de Santiago el Mayor y de Santiago el Menor. Estas

designaciones no quieren medir su santidad, sino simplemente constatar la

diferente relevancia que reciben en los escritos del Nuevo Testamento y, en

particular, en el marco de la vida terrena de Jesús. Hoy dedicamos nuestra atención

al primero de estos dos personajes del mismo nombre.

El nombre de Santiago [Jacobo, ndt.] es la traducción de «Iákobos», variación bajo

la influencia griega del nombre del famoso patriarca Jacob. El apóstol de este

nombre es hermano de Juan, y en las listas mencionadas ocupa el segundo lugar

después de Pedro, como sucede en Marcos (3, 17), o el tercer lugar después de

Pedro y Andrés, como en los Evangelios de Mateo (10, 2) y de Lucas (6, 14),

mientras en los Hechos de los Apóstoles aparece después de Pedro y de Juan (1,

13). Este Santiago pertenece, junto a Pedro y Juan, al grupo de los tres discípulos

privilegiados que han sido admitidos por Jesús a momentos importantes de su vida.

Dado que hace mucho calor, quisiera abreviar y mencionar ahora sólo dos de estas

ocasiones. Pudo participar, junto a Pedro y Juan, en el momento de la agonía de

Jesús, en el Huerto de Getsemaní, y en el momento de la Transfiguración de Jesús.

Se trata, por tanto, de situaciones muy diferentes entre sí: en un caso, Santiago,

con los otros dos apóstoles, experimenta la gloria del Señor, le ve hablando con

Moisés y Elías, ve traslucir el esplendor divino en Jesús; en el otro, se encuentra

ante el sufrimiento y la humillación, ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se

humilla, haciéndose obediente hasta la muerte. Ciertamente la segunda experiencia

constituyó para él una oportunidad para madurar en la fe, para corregir la

interpretación unilateral, triunfalista de la primera: tuvo que atisbar cómo el

Mesías, esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba

rodeado de honor y gloria, sino también de sufrimientos y debilidad. La gloria de

Cristo se realiza precisamente en la Cruz, en la participación en nuestros

sufrimientos.

Esta maduración de la fe fue llevada a cumplimiento por el Espíritu Santo en

Pentecostés, de manera que Santiago, cuando llegó el momento del supremo

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testimonio, no se echó para atrás. Al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes

Agripa, nieto de Herodes el Grande, como nos informa Lucas: «echó mano a

algunos de la Iglesia para maltratarlos. Hizo morir por la espada a Santiago, el

hermano de Juan» (Hechos 12, 1-2). La concisión de la noticia, carente de todo

detalle narrativo, revela, por una parte, cómo era normal para los cristianos

testimoniar al Señor con la propia vida y, por otra, que Santiago tenía una posición

de relevancia en la Iglesia de Jerusalén, en parte a causa del papel desempeñado

durante la existencia terrena de Jesús.

Una tradición sucesiva, que se remonta al menos hasta Isidoro de Sevilla, cuenta

que estuvo en España para evangelizar esa importante región del imperio romano.

Según otra tradición, su cuerpo habría sido trasladado a España, a la ciudad de

Santiago de Compostela. Como todos sabemos, aquel lugar se convirtió en objeto

de gran veneración y todavía hoy es meta de numerosas peregrinaciones, no sólo

desde Europa, sino desde todo el mundo. De este modo se explica la

representación iconográfica de Santiago con el bastón del peregrino, y el rollo del

Evangelio, características del apóstol itinerante, entregado al anuncio de la «buena

noticia», características de la peregrinación de la vida cristiana.

Por tanto, de Santiago podemos aprender mucho: la prontitud para acoger la

llamada del Señor, incluso cuando nos pide que dejemos la «barca» de nuestras

seguridades humanas; el entusiasmo para seguirle por los caminos que Él nos

indica más allá de nuestra presunción ilusoria; la disponibilidad para dar testimonio

de Él con valentía y, si es necesario, con el sacrificio supremo de la vida. De este

modo, Santiago el Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de generosa

adhesión a Cristo. Él, que inicialmente había pedido, a través de su madre,

sentarse con el hermano junto al Maestro en su Reino, fue precisamente el primero

en beber del cáliz de la pasión, en compartir con los apóstoles el martirio.

Y, al final, resumiendo todo, podemos decir que su camino no sólo exterior sino

sobre todo interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la

agonía, es un símbolo de la peregrinación de la vida cristiana, entre las

persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el Concilio Vaticano II.

Siguiendo a Jesús, como Santiago, sabemos, incluso en las dificultades, que vamos

por el buen camino.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el

Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas. Estas fueron sus palabras en

lengua española:]

Queridos hermanos y hermanas:

Santiago el Mayor, hermano de Juan, es uno de los tres discípulos que participan de

cerca en momentos importantes de la vida de Jesús. La experiencia del sufrimiento

de Cristo en el huerto de los Olivos, en contraste con la gloria manifestada en el

Tabor, le ayudaría a madurar su fe, corrigiendo la posible imagen errónea de Jesús

como un Mesías temporal. Después de Pentecostés, una tradición nos habla de su

evangelización en España, así como del traslado de su cuerpo a la ciudad de

Santiago de Compostela, que desde entonces es meta de numerosos peregrinos de

todo el mundo.

Del Apóstol Santiago podemos aprender la prontitud en responder a la llamada del

Señor; el entusiasmo en seguirlo por los caminos que Él nos indica; la

disponibilidad para dar testimonio de Él con valentía. Así, Santiago se presenta

como ejemplo elocuente de generosa adhesión a Cristo, siendo el primero de los apóstoles en sufrir el martirio.

 

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