Que San Antonio de Padua (1188-1231) sigue caminando es evidente. Y como una imagen vale más que mil palabras, el autor nos ofrece en el apéndice II el testimonio fotográfico antoniano de lugares emblemáticos franciscanos que llevan el nombre del santo en el Perú (pp.143-146): Jesús María de Lima (parroquia, convento, colegio), Arequipa, Ayacucho, Cajamarca, Chiclayo, Huaraz, Ica, Requena, Trujillo. El apéndice I se dedica a la cronología del santo tomada del folleto del P. Lorenzo García "El Santo de todo el mundo. San Antonio de Padua" (Callao 1994) (pp.139-142).
La obrita del célebre teólogo del Antonianum querido maestro de Ocopa y comprometido franciscano en la docencia y en la pastoral en Lima y Callao, P. Pérez de Guereñu, presenta con sencillez literaria y hondura doctrinal al primero de los doctores franciscanos. Más allá del "casamentero universal" o "encuentracosas", y sin soslayar al popular santo de la canción de los pajaritos y de la devoción universal, se nos ofrece la vida y el magisterio de un Antonio en carne y hueso, fascinado por Jesús –el del Evangelio, la Iglesia, la tradición, agustinismo, franciscanismo- y comprometido con el mundo que le tocó vivir. Como ha pretendido y logrado su autor, lo importante es que el propio Antonio "nos hable abundantemente…para escuchar su voz, saboreando su palabra siempre llena de unción y de amor a Cristo en el seno de la iglesia y desde su vida como hermano menor" (p.3). Es la voz del hombre sencillo y pobre, cristiano coherente, hermano de todos, pero al mismo tiempo el intelectual, el teólogo, el místico, que conjuga "biblia, tradición, Iglesia" para convertirse en "aprendiz y discípulo perseverante" a fuer de ser "misionero a carta cabal y maestro para los hermanos" (p.5).
De los diez capítulos, el primero estudia la vocación y la personalidad de Antonio, el segundo destaca el valor de la Tradición como fundamento que se pone al servicio del presente y del futuro gracias a la poderosa vida interior y creatividad del Santo. El capítulo tercero nos da cuenta del valor permanente e insustituible de la Escritura; con más de 6.000 citas (3.700 del Antiguo Testamento, 2.400 del Nuevo), siempre sazonadas del inmarcesible material de los Padres de la Iglesia (Agustín, Jerónimo, Gregorio Magno, Isidoro de Sevilla), San Bernardo, y la "Glossa", antología de teólogos medievales que llega a citar más de mil veces. Es también deudor de la denominada escuela "victorina" (Ricardo y Hugo de san Víctor) a la hora de exponer su doctrina mística. A todo ello hay que añadir el buen conocimiento de los clásicos latinos como Ovidio, Virgilio, Séneca, Cicerón, Plinio el Viejo. Por todo ello, sin duda, Pío XII le denominará "exegeta peritísimo y teólogo eximio" (Carta "Exulta, Lusitania felix", 1946), que gracias a su estudio escriturístico "genera la fe, funda la moral y atrae el alma con su dulzura" (Juan Pablo II, 13 junio 1994). El capítulo cuarto se dedica al modus vivendi de Antonio, a su estilo de vida que supo combinar adecuadamente el arte de la itinerancia y con el arte del estudio y de la enseñanza de la teología a los hermanos. El resto de los capítulos –del quinto al décimo- se dedica a exponer el contenido de su magisterio, teología y predicación: Cristo, centro de todo el universo y pasión de su vida (5º), el Espíritu Santo, "río de fuego" (6º), María, "mujer fortísima" por ser la "pobrecita", convertida en refugio, esperanza y júbilo del pecador (7º), la caridad como corazón de la Iglesia (8º), vida cristiana, sincera, santa y transparente como fruto de la oración y comunión con Dios y con los hombres (9º), los "pobres de Jesucristo", los preferidos de Antonio (10º).
Pero el autor no se queda al margen como mero espectador arqueológico, se adentra en la vida y magisterio del santo, para convertir al lector en protagonista vital: "Antonio propone su doctrina a los cristianos y a la Iglesia, -como dice Aparecida- ´los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, le rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: ´Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo`. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo" (pp.132-133).
Estudiar la teología hecha vida de san Antonio de modo sintético y claro es un magnífico aporte en este año de la fe, bendecido por un nuevo Papa al estilo de Francisco. Antonio lo conoció en Asís en el célebre capítulo de las Esteras, mayo de 1221, y desde entonces se convirtió en un apasionado testigo de Cristo a través de la palabra y de su ejemplo de vida, siempre dispuesto incluso "a dar su vida por Cristo, incluso con el martirio" (p.136).
José Antonio Benito