lunes, 11 de mayo de 2020

UNAMUNO Y SU DEVOCIÓN A MARÍA

Pocos pensadores españoles han ejercido tanto influjo en las generaciones jóvenes como Don Miguel de Unamuno. Literato, filólogo, filósofo, político... sobre todo hombre de una pieza. Su vida será un drama continuo, un "sentimiento trágico" de vivir desviviéndose, de desesperación esperanzada, de soñar despierto, de morir resucitando... Una vida rica en experiencias, sedienta de verdad, anárquica y mística... Una terrible lucha entre el ser y el querer ser que asume desde la aventura quijotesca al drama interno de Segismundo... Todo menos estar con los brazos cruzados. Don Miguel no puede callar, no puede contener su fértil vida interior y agitará ruidosamente las mentes de sus contemporáneos. Todo su ser está saturado de lo religioso, del más allá.

El drama de su vivir encarna como pocos el de la presente generación. Don Miguel perteneció en su juventud a la Congregación Mariana de los Luises, de la que fue Secretario. En algún momento llegó a pensar hacerse sacerdote. La Universidad arrancará de cuajo sus creencias y le llevará a una situación pendular entre el creer y el no-creer: "Soy hereje de todas las herejías". Por ello, quien se acerca a él buscando respuestas saldrá defraudado. Su fuerte responsabilidad era un buzón gigante de preguntas, de interrogantes: "os quiero inquietos de no estar inquietos".

Ya en Salamanca, después de haberse confesado ateo, republicano, socialista, sigue con sus inquietudes. Charla con el célebre dominico P. Arintero... Una noche no puede dormir: ha escuchado penetrante la voz del Salmo: ¡Si hoy escucháis su voz (de Dios), no endurezcáis vuestro corazón! ¿Endureció Don Miguel su corazón? Quizás en ocasiones.

Lo que nos acerca a la intimidad de su persona es su Diario íntimo, donde confiesa en silencio y a solas. En un arranque de sinceridad, nos hace la confidencia siguiente:

He llegado hasta el ateísmo intelectual, hasta imaginar un mundo sin Dios, pero ahora veo que siempre conservé una oculta fe en la Virgen María. En momentos de apuro, se me escapa maquinalmente esta exclamación: "María, Madre de Misericordia, favoréceme". Llegué a imaginar un poemita de un hijo pródigo, que abandona la religión materna. Al dejar este hogar del espíritu sale hasta el umbral la Virgen y allí le despide llorosa, dándole instrucciones para el camino. De cuando en cuando vuelve el pródigo su vista y allá, en el fondo del largo y polvoriento camino que por un lado se pierde en el horizonte ve a la Virgen, de pie en el umbral, viendo marchar al hijo. Y cuando al cabo vuelve cansado y deshecho encuentra que le está esperando en el umbral del viejo hogar y le abre los brazos, para entrarle en él y presentarla al Padre.

María es de todos los misterios, el más dulce. La mujer es la base de la tradición en las sociedades, es la calma en la agitación, el reposo en las luchas. La Virgen es la sencillez, la ternura.

De mujer nació el Hombre Dios, de la calma de la humanidad, de su sencillez.

Se oye blasfemar de Dios y de Cristo y mezclarlos a sucias expresiones, de la Virgen no se oye blasfemar. Dijo Cristo que los pecados contra Él se perdonarían, pero no los pecados contra el Espíritu Santo, y pecado de los mayores contra el Espíritu Santo es insultar a su Esposa y blasfemar de ella.

 Sedes sapientiae. Así, sapientiae, no scientiae. Asiento de la sabiduría. María, misterio de humildad y de amor, es el asiento de toda sabiduría. Pasan imperios, teorías, doctrinas, glorias, mundos enteros y quedan en pie la eterna calma, la eterna virginidad, y la eterna maternidad, el misterio de la pureza y el misterio de la fecundidad. Sedes sapientiae; ora pro nobis...

Cristo está aun muy alto; aparece a los débiles casi inasequible. A Él se va por María, la humilde y obediente.

La eterna Sabiduría, el Verbo, el Verbo que era en el principio de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, la Razón divina que presidió a la Creación, encarnó en una mujer, en una simple mujer, en María. Su mérito fue la humildad, la perfecta humildad, la obediencia, ecce ancilla Domini.

Vemos a María acercando corazones a Dios. Unamuno se consagró a ella de joven, la Virgen se consagró a él pese a su abandono y le ayudará en todos los momentos difíciles, como Don Miguel mismo nos confiesa.

 

Al pasar por el santuario de la Virgen del Camino, en León, le dedicó este poema:

 

Oh alma sin hogar, alma andariega,

que duermes al hostigo a cielo raso,

trillando los senderos al acaso,

bajo la fe de una esperanza ciega.

Ese cielo, tu padre que te niega

paz y reposo, bríndate al ocaso

roja torre de nubes, en que el vaso

que ha de aplacar tu sed al fin te entrega.

 

Una noche, al pasar, en una ermita

te acogiste a dormir; sueño divino

bajó a tus ojos desde la bendita

sonrisa de la Virgen del Camino,

y ese sueño es la estrella en que está escrita

la cifra en que se encierra tu destino.

 

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