AMAR A UNA PERSONA ES DECIRLE "NUNCA MORIRÁS", CUENTA CONMIGO HASTA EL FINAL (En respuesta a Mario Vargas Llosa)[1]
José Antonio Benito Rodríguez
«Amar a una persona es decirle: tú no morirás jamás», es decir, «tú debes existir, tú no puedes morir». Siempre he tenido muy presente esta frase del filósofo francés Gabriel Marcel.
Por eso me quedé de piedra ante el escrito del laureado Nobel peruano-hispano Mario Vargas Llosa "el derecho a morir" porque camina en sentido opuesto, es como decir "odiar a una persona es decirle ya has muerto para mí" y la eutanasia se convierte en el adelanto y la colaboración para con esa muerte. Si la primera actitud expresa una bendición, la segunda es una maldición, por más que la estrategia del lenguaje manipule palabras para decir que la definitiva y aguda muerte de la eutanasia evita la muerte crónica de interminable agonía e infernal del que sufre. ¡Una pena!
Yo me quedo con la actitud de Cervantes en su inmortal novela cuando nos llena de vida al relatarnos la muerte de Don Quijote. ¡Qué entrañable confesión la de su escudero Sancho Panza cuando lloroso exclama: «No se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía»
Y en otro momento, al constatar que don Quijote siente ansias de morir, por padecer tantas desgracias, insiste: «Yo, a lo menos, no pienso matarme a mí mismo; antes pienso hacer como el zapatero, que tira el cuero con los dientes hasta que le hace llegar donde él quiera; yo tiraré de mi vida comiendo hasta que llegue el fin que le tiene determinado el cielo; y sepa, señor, que no hay mayor locura que la que toca en querer desesperarse».
Como advierte Juan Manuel de Prada "la razón primordial para oponerse a la eutanasia y al suicidio "no es el apego legítimo a la vida (ese apego que nuestra época ya ni siquiera tiene, porque ha dejado de considerarla un don que se recibe con gratitud y se celebra), sino la gravedad intrínseca de la desesperación. Que, en efecto, es «la mayor locura», porque primero destruye nuestra libertad, ofuscándola, hasta destruir también nuestro vínculo con el ser"
Y, por otra parte, las palabras de Sancho son todo un atisbo de esperanza, de ganas de vivir, de luchar sin cansarse nunca de intentar recuperarse siempre, por todos los medios, ayudándose de todas las personas… Sabe muy bien que –parafraseando a Sartre "los otros no son el infierno", sino el cielo, amarlos es decirles "no morirán nunca para mí".
Juan de la Cruz escribió es de mucha luz padecer tinieblas, Rosa de Lima "no conozco otra escalera para llegar al cielo que la cruz" y Tagore "sólo en la noche lucen las estrellas". Jesús de Nazaret, Señor del Cosmos y de la Historia plantó su tienda entre nosotros, se encarnó para vivir nuestra vida, asumiendo y compartiendo nuestro dolor, casi apuró su vida para morir en la plenitud joven de 33 años, pero murió para vivir para siempre. Vino para darnos la vida y vida en abundancia y los que estamos con Él como escribió Dalí en su epitafio "no moriremos nunca" porque nuestra vida ya no termina, se transforma, convirtiendo nuestro suelo en Cielo.
Cuando países "modernos" van subiéndose al tren de la muerte con el pretendido derecho a facilitar la muerte antes del tiempo natural y del concedido por Dios, bueno es serenarse y buscar soluciones ante tantas voces desesperadas en el despeñadero de la muerte. Reza el refrán que "tras el eclipse el sol brilla más".
Dios quiera que en este tiempo de pandemia encontremos respuestas. Me encanta acercarme con mi bici al final de la Avenida Brasil y contemplar el mar, el Océano Pacífico, su horizonte, siempre susurrando a la esperanza. océano. El Papa Francisco, en el reciente libro de Austen Ivereighn "Soñemos juntos" (Roma 2020) nos brinda un rayo de luz: "Millones de personas se han preguntado a sí mismas, y entre sí, dónde podrían encontrar a Dios en esta crisis. Lo que me viene a la mente es el desborde. Veo un desborde de misericordia derramándose a nuestro alrededor. Los corazones han sido puestos a prueba. La crisis ha suscitado en algunos un coraje y una compasión nuevos. Algunos han sido zarandeados y han respondido con el deseo de reimaginar nuestro mundo, otros buscaron socorrer con gestos bien concretos las penurias de tantos capaces de transformar el dolor de nuestro prójimo. Esto me llena de esperanza en que podemos salir mejores de esta crisis".