miércoles, 28 de octubre de 2009

SAN MARTÍN, ICONO DE LA HUMANIDAD

A 370 años de la muerte del “mulatito de oro”

DESTACADADAS PERSONALIDADES DISERTARÁN EN TORNO A HUMANIDAD DE SAN MARTIN DE PORRAS

Orden Dominica, Radio Santa Rosa y la UCCS organizan evento

Con la finalidad de destacar la importancia de los aspectos humanos en el camino hacia los altares, así como para facilitar un acercamiento al conocimiento de uno de los santos más representativos del santoral nacional en el 370 aniversario de su muerte, la Provincia Dominicana del Perú, Radio Santa Rosa y el Centro de Estudios y Patrimonio Cultural (CEPAC) de la Universidad Católica Sedes Sapientiae (UCSS) realizarán el próximo lunes 09 de noviembre el Conversatorio “San Martín de Porras: Ícono de Humanidad”, en el auditorio de dicha emisora (Jr. Camaná 170 – Cercado de Lima), de 5:00 a 7:00 p.m.

El evento contará con la participación de conocidas personalidades del mundo religioso, médico y del arte, entre los que podemos citar al P. Jorge Cuadros Pastor O.P.; Dr. Luis Solari de la Fuente, ex primer ministro y actual Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud de la UCSS; P. Ronald Gogin Carreño, de la Pastoral Afroperuana y el Arq. Luis Villacorta, docente de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Fungirá de moderador el director del CEPAC, Dr. José Antonio Benito Rodríguez, quien tendrá a su cargo la conducción de la correspondiente rueda de preguntas.

Entre los aspectos que se tocarán en el conversatorio podemos señalar la medicina, la justicia social, la diversidad cultural, la afroperuanidad y demás aspectos que demuestran cómo el santo mulato del siglo XVII alcanzó un nivel tal de santidad únicamente por la vivencia de rasgos totalmente humanos. Es de destacar que el evento permitirá una visita al convento en donde Martín de Porres residió durante su paso por esta vida, así como la oportunidad de asistir a una de las acostumbradas misas de novena que por su fiesta realiza la orden dominica. El ingreso es libre.

PRENSA – CEPAC

Esq. Galileo y Globo Terráqueo – Urb. Sol de Oro, Los Olivos

533-8002 anexos 238 – 239

cepac@ucss.edu.pehorizontesradio@ucss.edu.pe

 

SAN MARTÍN DE PORRES

Para Dios no hay profesiones indignas, sino indignos profesionales. Los hombres se fijan en las apariencias, el color de la piel, la estatura, el dinero, el vestido...pero Dios sólo mira al corazón. Nuestro Fray Escoba fue un marginado de su tiempo, el siglo XVI. Era hijo "ilegítimo" del español Juan de Porres y de Ana Velázquez, mujer negra descendiente de esclavos africanos. Al ser mulato y pobre le tocó sufrir en más de una ocasión el menosprecio de la sociedad. Sin embargo, su madre le descubrió el evangelio de Jesús: "El que se humilla será ensalzado". A Fray Martín no le importó ser "simple" lego o donado de la orden de Santo Domingo, sin poder ser sacerdote; tampoco tuvo a mal el estar continuamente sirviendo a los demás, ir de un lado para otro con la escoba, atender a los enfermos, a los mendigos... Dios se sirvió de su persona para unir las razas, para hermanar a los ricos con los pobres...y a todos los hombres con Dios.

En pleno Vaticano II, el 6 de mayo de 1962, el Beato Juan XXIII canonizó a San Martín, convirtiéndose en uno de los santos más populares de todo tiempo y lugar, que como canta la Liturgia  a todos "nos lleva al cielo siguiendo su ejemplo de humildad”.

 

Primeros pasos en familia

Juan de Porres, hijodalgo de ilustre familia burgalesa, llega a Lima hacia 1579, un año antes de la caída de Antonio Pérez y la anexión de Portugal a España. Caballero de Alcántara, sangre limpia, blasones antiguos, viene a Perú para ser gobernador de Panamá. Amoríos clandestinos le unen con Ana Velázquez, criada negra que viene por entonces desde este país a Lima, Ciudad de los Reyes. Dos hijos nacen, y Martín, primogénito, precede a Juana. Ve la luz el 9 de diciembre de ese año. Antonio Polanco, párroco de San Sebastián, lo cristiana como hijo de padre desco­nocido. El santo mulato fue bautizado en la iglesia de San Sebastián, en la misma pila y por el mismo párroco que había bautizado a Santa Rosa de Lima siete años antes. Martín vivió con su madre, quien le educó en la solidaridad con los pobres y enfermos; de este modo, siempre que iba a la tienda, empleaba parte de la plata en socorrer al primer necesitado que encontraba. En la iglesia de Santo Domingo o del Rosario se veía frecuentemente a Ana con su Martín y con la segunda hija, Juana; especialmente gozaban con la vista de los crucifijos y los iconos de la Virgen.

Su padre Juan, al volver de Guayaquil, legaliza su situación reconociendo oficialmente a sus dos hijos, aunque no llega a desposarse. A los dos lleva a Ecuador para ser educados con un preceptor. Martín, a sus trece años, aprende castellano, aritmética y caligrafía. Tras dos años de estancia en la ciudad portuaria de Guayaquil, deja a su hija con su tío Santiago y se lleva a Martín a Lima. En la parroquia de San Sebastián, a los quince años, es confirmado por Santo Toribio Mogrovejo.

Barbero y cirujano

Martín es todo un hombre con sus 15 primaveras.  Trabaja como aprendiz en la tienda de Mateo Pastor, nego­ciante en especies y hierbas medicinales. La com­petencia que alcanzará ejerciendo la caridad con los pobres y enfermos, empieza entonces a adquirirla. Uno de los oficios mejor retribuidos en aquel tiempo era el de barbero. Reservado para los arte­sanos, no era propio de hidalgos ni guerreros. No significaba peluquero que corta cabellos o siega barbas. Tenía más alto rango. Era odontólogo, cirujano que rasga tumores, receta hierbas y emplastos, alivia neuralgias o artritis. Era un médico de medicina general.

Martín al abandonar la tienda, entra al servicio de Marcelo Rivero, barbero-sangrador. Maneja lanceta para sangrar y tenía en su casa flores y extractos de plantas para curar. El maestro le enseña y pronto descubre en Porres raras habilida­des para el oficio.

El "barbero" era además apóstol. Mientras rapa pobladas barbas a campesinos o derriba castillos de pelajes enmarañados a soldados que venían después de prolongadas guerras, exhorta a todos a entendérselas con Dios Padre. La barbería no llena, sin embargo, sus ambiciones caritativas y sólo acude a ella algunas horas. El tiempo restante lo pasa ayudando a un médico y cirujano español que le enseña a manejar el bisturí.

El joven de diecinueve años salió tan buen practicante que acapara la mejor clientela de Lima. La "mejor", pensaba él, son los pobres que no pueden pagarse médico. La casa de Martín se ve asediada de menesterosos a quienes cura con solicitud, y el clamoreo popular le acabará nom­brando patrono y protector de los practicantes del mundo. Habla, además, y come con perros, gatos, ratones y otras alimañas como nos lo presenta la iconografía, y podría ser, además, conciliador de animales al estilo de Francisco de Asís... Ricardo Palma recoge en sus tradiciones que “hizo comer en un plato, perro, pericote y gato”. Fray Luan López vio comer “juntos sin ofenderse perros, gatos y ratones”. De igual modo se expresa, pero con más detalle, Fray Antonio de Morales “en una ocasión mandó a un perro, a un gato y a un ratón que comiesen juntos, como si fueran de una especie, y acabado el mantenimiento, se fueron cada cual por su parte, obedientes a la voz del siervo de Dios”

 

Donado dominico

Desde niño dio muestras de su profundo amor por Dios. Al mismo tiempo su amor al prójimo lo condujo a ayudar a todos, aun en las tareas más humildes. Corre el año 1603, cuenta tan sólo veintiún años y acaba de transcurrir un tercio de su vida. El fervor cristiano que supo transmitirle su tierna madre, le ha hecho bautizado coheren­te como laico militante que ama a Dios en los demás. Menudean sus visitas al templo del Rosario. Largas horas de oración pausada pasa desde el rayar del alba hasta que va a atender a los enfermos.La afición que empieza a sentir por los domini­cos crece, y entre ellos elige director espiritual. Un día llama al prior y le confía su deseo de vivir entre ellos. Le admiten, y su padre, Juan de Porres, cuando se entera se presenta en el convento en uno de sus frecuentes viajes a la ciudad. Se encara con el prior y le espeta con descaro: "¡Mi hijo ha naci­do para Arzobispo de Lima, no para lego...!"

El milagro de su caridad

Los superiores de San Martín, pronto advirtieron sus cualidades y caridad por ello le confiaron, junto a otros oficios, el de enfermero. Una riada de mendigos le esperan siempre en la portería y cuida con solicitud a los religiosos. El convento era entonces pista de aterrizaje y despe­gue para dominicos del mundo que destinaban a distintos puntos de América. Descansaban en Lima antes de emprender su epopeya misionera. Sus habilidades y el ardor con que cuidaba a los enfermos atrajo incluso a los religiosos de otras comunidades que llegaban a Lima sólo para atenderse con el santo. San Martín fue muchas veces despreciado y humillado, por ser mulato, pero nunca se rebeló contra los insultos que le inferían. Su abnegación, su modestia y la paz que irradiaba impresionaban a cuantos conocía. En la enfermería y en la portería del convento del Rosario (Santo Domingo) atendía con acogedora bondad y amor a los pobres y enfermos. Si a todos los dolientes trataba exquisitamente, a sus hermanos religiosos los servía de rodillas.

Su caridad universal le llevará a convertir el convento en hospital. Sabe que el amor es la ley suprema. De este modo, una tarde se encuentra en la plaza con un enfermo vestido de andrajos y devorado por la fiebre. Le carga sobre sus espaldas, le lleva al convento y le acuesta en la cama. Al ser reprendido por uno de los frailes:

- ¿Cómo traéis a clausura enfermos?

El santo, con paciencia serena, contesta con sencillez:

- Los enfermos no tienen jamás clausura.

Un día por la noche encuentra un herido a quien le han clavado un puñal. Le acoge en su celda con la idea de trasladarle a casa de su hermana en cuanto mejore. El Provincial dominico le impone a Fray Martín una penitencia que cumple al pie de la letra. El Superior, sin embargo, enferma y requiere los cuidados del Santo:

- No tuve más remedio que imponerte esa penitencia.

Contesta Fray Martín:

- Perdone mi desatino, pues pensaba que la santa caridad debía tener las puertas abiertas.

Ante respuesta tan contundente y evangélica, el Provincial concluye:

- Bien está lo que hiciste. Desde este momento el convento será vuestro segundo hospital. Podéis traer a él cuantos enfermos queráis.

Martín como María hacía de su vida un magníficat. Sentía que era el último, que no valía nada y que todo era puro don de Dios. Su vida no tenía sentido sino era para entregarla. Y así, un buen día en que el Padre Prior se sentía acosado por acreedores, y la extrema pobreza en que vivían los frailes no le per­mitía hacerles frente. Decide vender a los judíos un cuadro que los conventuales habían traído de España. Martín vuela al lugar de la subasta y toma al prior aparte. Le dice: "Ruego que no venda el cuadro. Tengo otro medio de cancelar la deuda y quizá lo acepten mejor. Me daré por esclavo al acreedor y con mi trabajo la satisfaré".

 

Apasionado por Jesús

Su caridad con el prójimo nacía de la unión íntima con Jesús y con María. Comentan sus compañeros dominicos que recibía a Jesús Sacramentado "con muchas lágrimas y grandísima devoción", ocultándose de todos para "mejor poder alabar al Señor". Fray Martín rezaba en su celda, en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento, Virgen de los Santos, en los altares del templo, en las capillas y oratorio del convento. Oraba arrodillado y echado en cruz sobre el suelo. Así Juan Vázquez de Parra, amigo suyo, nos cuenta lo siguiente: “que una noche estando este testigo recogido como a horas de las once de la noche, poco más o menos, hubo un temblor muy recio, y recalándose este testigo de lo que podía resultar, se levantó de la cama en que estaba echado dado voces y llamando al dicho venerable fray Martín de Porras, al cual halló (en su celda) que estaba echado en el suelo boca abajo y puesto en cruz con un ladrillo en la boca y el rosario en la mano haciendo oración”. Además, sus mismos amigos decían que rezaba después de su trabajo en la enfermería.

Realizó numerosas curaciones milagrosas. Una tarde, en que estaba cerrado el noviciado del convento, penetra en la celda de un Hermano enfermo, quien, sorprendido, le pregunta:

- ¿De dónde vienes pues nadie os ha llamado?

Impasible contesta:

- Oí que me llamaba tu necesidad y vine. Toma esta medicina y curarás.

 

Todo por los afroperuanos

Particular fue el aprecio por sus hermanos de raza. Cuando le tocaba acudir a la finca de Limatambo, a las afueras de Lima, se dedicaba a las labores propias de los esclavos negros: arar, sembrar, podar árboles, cuidar de los animales en los establos... A quien se lo hizo notar, le respondió:

-          Los negros están cansados del duro trabajo diario y así no se me pasa el día sin hacer algo de provecho.

No nos extraña que se ganara el afecto de los esclavos morenos y de los indios pescadores de Chorrillos y de Surco, pues les servía como enfermero y les catequizaba como misionero. Ellos, por su parte, le obsequiaban con frutos de sus huertos y estipendios para Misas.

Vuelto a Lima, la vida errante de golfillos vagabundos, en su mayoría indios, le escuece. Serán sus amigos predilectos. Tenía los hospitales de Lima llenos de enfermos, y además los acoge en el convento y en casa de su hermana. Los rezos conventuales consu­mían las restantes horas, y el día no daba más de sí. Es creativo y organizador, no infeliz y bona­chón como nos lo dibuja la caricatura que hacen algunos. Una escuela-albergue podría ser la solución. Madura el proyecto y se lanza a realizarlo. Habla con el arzobispo y virrey que le envían los prime­ros recursos. Mateo Pastor, comerciante rico, y Francisca Vélez, su esposa, aportan cuantiosa suma. Martín, con ayuda de otras personas, tiene ya asegurado el éxito. Compra casas, las recons­truye y así crea la Escuela de Huérfanos de Santa Cruz y recoge a sólo niñas. Se anticipa a las Escuelas Profesionales de nuestros días, y pone al frente laicas que enseñen hogar y oficio a las edu­candas.

La ciudad aplaude el milagro, y Martín piensa en dilatar su fundación para acoger a los niños. Un nuevo albergue levanta y el flamante prodigio se hace una vez más por su confianza abandonada en Dios. Ensaya con ellas y ellos una pedagogía preven­tiva siendo aún niños, para que no abarroten cuando crecen cárceles y hospitales.

 

 

LA HORA SIN DEMORA

Más allá del mito y de la leyenda creada en torno al taumaturgo "santo de la escoba" hay que rescatar -como lo ha hecho magistralmente su biógrafo Dr. J.A.del Busto- su entrañable humanidad, la gran responsabilidad con la que vivió su vocación. Al respecto dirá su compañero Fray Juan de Barbarán que todo el tiempo que fue religioso "tocó a maitines y al alba", de forma tan vigilante que "enmendaba el reloj y tan perseverante que nunca dejó de oírse esta salva a la aurora". En su profesión de lavandero destacó por la pulcritud con que dejaba la ropa.

 

Sus penitencias

Decía Santa Teresa de Jesús que “oración y regalo no se compadecen”. El camino del cristiano es la cruz y vaya si lo siguió San Martín. Penitencia austera hacía, y heredó la costumbre de Sto. Domingo de azotarse tres veces al día por la conversión de los pecadores, los agonizantes y las almas del purgatorio. "Todo este rigor -decía a sus frailes- es por mis muchos pecados. La peni­tencia es el precio del amor ¿Cómo podré salvarme sin penitencia? ¿Cómo podré expiar mis culpas sin martirizar mi cuerpo?"

Entrañable fue su amistad con el también lego dominico san Juan Macías. Un testigo declaró: "Y por las Pascuas se iban los dos solos y se encerraban en un aposento que tenían en la huerta del centro de la Recolección de la Magdalena y allí tenían sus conversaciones espirituales y hacían sus penitencias".

 

 

Vive de la Eucaristía

Su caridad con el prójimo nacía de la unión íntima con Jesús y con María. Comentan sus compañeros dominicos que recibía a Jesús Sacramentado "con muchas lágrimas y grandísima devoción", ocultándose de todos para "mejor poder alabar al Señor".Fray Martín, rezaba en su celda, en la Iglesia, ante el Santísimo Sacramento, Virgen de los Santos, en los altares del templo, en las capillas y oratorio del convento. Oraba arrodillado y echado en cruz sobre el suelo. Así Juan Vázquez de Parra, amigo suyo, nos cuenta lo siguiente: “que una noche estando este testigo recogido como a horas de las once de la noche, poco más o menos, hubo un temblor muy recio, y recalándose este testigo de lo que podía resultar, se levantó de la cama en que estaba echado dado voces y llamando al dicho venerable fray Martín de Porras, al cual halló (en su celda) que estaba echado en el suelo boca abajo y puesto en cruz con un ladrillo en la boca y el rosario en la mano haciendo oración”. Además sus mismos amigos decían que rezaba después de su trabajo en la enfermería.

Su comunión era frecuente; cada dos o tres días pues los donados solían hacerlo cada ocho días; entonces sólo los sacerdotes lo hacían a diario. Otras veces no comulgaba por tener que quedarse en la enfermería atendiendo a los dolientes. Cuando comulgaba iba al comulgatorio en la fila de frailes por el lado izquierdo, ocupando el lugar postrero. Llegado el turno se arrodillaba en el comulgatorio y recibía la Sagrada Forma con muchas lágrimas, con muchísima devoción. Conviene destacar la importancia que le daba a sus acciones de gracias: “el día que comulgaba se retiraba a rezar, que de ninguna manera aparecía en el convento…Se metía en lo más oculto y escondido en él, para poder allí mejor alabar a Nuestro Redentor y salvador Jesucristo” no pudiéndole encontrar porque se metía “debajo de una cátedra que estaba en la sala del capítulo de dicho convento y otras en desvanes y sótanos”. Y esto, siempre que recibía el Santísimo Sacramento, “de quien era muy devoto”.

Nos recuerda el P. Antonio Estrada que “confesaba a menudo y recibía el Santísimo Sacramento. El día que lo recibía no aparecía en el convento y se metía dentro de una cátedra que está en la sala del Capítulo para poder4 estar oculto y rezar con más devoción y recogimiento”

Por su parte, Fray Francisco de Santa Fe declara que lo notó una vez al salir de la comunión con el rostro como si fuera de un ángel. Francisco Velasco Carabantes afirma que cuando recibía el SS de la Eucaristía era con tan fervorosos afectos que parecía su rostro una brasa encendida

Siempre María

En el vestíbulo del refectorio hay una imagen de la Virgen y el lego la mira siempre que entra. Se encarga cada día, en cuanto amanece, de adornarla con flores recién cortadas y la ilumina con velas encendidas que ofrecen los seglares, a quie­nes moviliza para sus obras.

La Virgen se le aparecía con frecuencia, y con amor entrañable conversaba con Ella. El ángel de la guarda guiaba sus pasos en las nocturnas y fre­cuentes salidas por calles sin luz. Le protege de cualquier peligro y le conduce cuando regresa a través de las galerías sin luz del convento.

Martín de Porras tributó el mismo amor a la misma advocación que Santa Rosa, Nuestra Señora del Rosario, aunque en la imagen venerada en uno de los claustros. Logró limosnas para construir un retablo y hacerle una cofradía, Nuestra Señora del Rosario de Pardos o mulatos. Es la imagen que se venera en la capilla, situada al lado de la puerta que da al claustro viniendo de la iglesia. Procuraba adornar con flores los altares de la Virgen y gozaba en poner velas encendidas ante las imágenes de María.

El P. Antonio Gutiérrez (Proceso Archivo Vaticano Vol.1288, vol.456v) nos dice que “fue cordialísimo devoto de la Santísima Virgen Nuestra Señora, a quien amaba y veneraba con singular reverencia; en cuya capilla pasaba las noches en oración ante esta divina Reina con quien consultaba todo lo que había de hacer, valiéndose de su intercesión ante su divino Hijo. Por lo cual, en todo cuanto ponía mano, le sucedía bien. Y asimismo se sabe que traía siempre un rosario colgado al cuello y otro en las manos en que ejercitaba la oración del avemaría; no soltando el rosario sino cuando se había de ejercitar en algún acto de ministerio de sus oficios”.

 

Su otro gran amigo místico fue el también lego, aunque franciscano, Fray Juan Gómez, popularizado por Ricardo Palma en una de sus tradiciones en que señala haber convertido un arácnido venenoso en una joya: el alacrán de fray Gómez.

 

En tiempos de epidemia

Atacados de la viruela reinante en Lima, muchos religiosos se contagian. Martín no para y está a todas horas a su cabecera, sin que se sepa cuándo duerme, come o descansa.

A la misma hora se le ve en distintos sitios aten­diendo a enfermos. Con frecuencia se hace además invisible, sobre todo en sus éxtasis. Los que conocí­an sus arrebatos místicos iban a presenciar cómo se levantaba del suelo, pero no lo lograban. Una tarde penetra en el noviciado estando las puertas cerradas y se coloca a la cabecera de un enfermo. El novicio, sorprendido, le pregunta: "¿De dónde vienes, pues nadie os ha llamado?". Impasible contesta: "Oí que me llamaba tu necesidad y vine". Añade con bon­dad: "Toma esta medicina, y curarás".

"Moriré de esta enfermedad..."

Corre el 1639, un año antes de la sublevación de Cataluña y Portugal contra Felipe IV. Los muchos trabajos y penitencias van minando su salud. Va a cumplir sesenta años en diciembre y está agotado. La fiebre alta le obliga a guardar cama. Padres y Hermanos acuden a su celda y Martín les dice: "Mi peregrinación sobre la tierra ha acabado. Moriré de esta enfermedad y ninguna medicina me será de provecho".

Los asaltos diabólicos se multiplican. Martín abraza el crucifijo, lo llena de besos y repite: "En Tus manos encomiendo mi espíritu". Los religio­sos se reúnen alrededor y el prior inicia el Credo. Los frailes le acompañan y llegando al "se hizo hombre", Martín cerró sus ojos. Eran las nueve de la noche del 3 de noviembre.

 

¡Lloran las campanas!        

Las campanas de la torre del Rosario doblan a muerto. Un escalofrío estremece la ciudad. El virrey, Conde de Chinchón y el arzobispo de México, Feliciano de la Vega, son los primeros en llegar.

El féretro lo llevan a hombros virrey y arzobis­po desde la Iglesia al cementerio conventual. El enorme gentío llora y los frailes le acompañan entonando preces rituales.

Un santo de multitudes en vida y después de muerto, Patrono de la Justicia Social, murió el 3 de noviembre de 1639, dejando a Lima -desde el virrey y arzobispo hasta el último excluido social- consternada. Fue beatificado por el Papa Gregorio XVI en 1837 y canonizado por Juan XXIII el 6 de mayo de 1962.

En 1948, una señora de 97 años que vivía en Asunción (Paraguay) tenía una obstrucción intestinal y no podía ser operada por su avanzada edad. El caso era desesperado y le había venido un paro cardíaco. Su hija que vivía en Buenos Aires, acudió a su lado y, desde el primer momento, puso el asunto en manos del santo.

En 1956, el niño de cuatro años, Antonio Cabrera Pérez, de Tenerife, recibió un golpe en un pie, producido por un bloque de cemento de treinta kilos de peso. Prácticamente el pie quedó deshecho y el estado del herido era de cuidado. Apareció la gangrena y no la podían detener. L amputación se veía necesaria, pero la familia invocó con fervor a san Martín, aplicando la imagen del santo al pie deshecho, y la misma noche desapareció la gangrena y la cicatrización se inicio normalmente. También este milagro fue aprobado por la Comisión médica del Vaticano para la canonización.

 

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