martes, 31 de julio de 2012

CUANDO CREER ES OBEDECER PARA SENTIR CON LA IGLESIA.

Les presento dos logos. El de la PUCP (Dios no quiera que tengamos que poner ExPUCP) y el del Año de la Fe. Los dos nos ofrecen una barca, la Iglesia, en medio de problemas y tormentas.. Los dos logos nos ofrecen soluciones: El primero la LUZ , el segundo un MÁSTIL. Los dos: la Cruz, Cristo.

 

 Una barca que navega sobre aguas turbulentas mirando a una estrella en forma de cruz: no puede ser más claro el simbolismo del escudo que, durante más de 90 años, ha representado a la Pontificia Universidad Católica del Perú. "Esta barca representaba la Iglesia que sobre el mar, es decir en el mundo, es sacudida por las olas, es decir por las persecuciones y tentaciones…" (Tertuliano, De Baptismo, XII,7) La "luz que brilla en las tinieblas" es Cristo (¿qué otra explicación para la estrella cruciforme del escudo?), que la Iglesia mira y sigue. Un símbolo cristiano. Paradójicamente, en estos días, en que sale a flote por fin la verdad, las autoridades de la PUCP, nacida para decir al mundo que la luz que ilumina al hombre es Cristo, que en la Iglesia está el reparo, el arca en que se salva la razón y la dignidad del hombre, se enorgullecen afirmando ser autónomos de la Iglesia. No obedecen al Papa, no quieren reconocer que son parte de la Iglesia Católica, rechazan a su Obispo, ¡y sin embargo quieren mantener el nombre de la PUCP! Puro nominalismo: una "marca registrada". ¡Qué importa si corresponde o no a la realidad! Como decía Nietzche: "Ya no existen los hechos, sólo existen las interpretaciones" o más recientemente, Gianni Vattimo (la PUCP le nombró profesor honorario en 2002), según el cual los hombres "decimos que encontramos la verdad cuando nos ponemos de acuerdo".

 

El segundo logo es el del Año de la Fe: una barca, imagen de la Iglesia, cuyo mástil es una cruz con las velas desplegadas y el trigrama de Cristo (IHS). El sol, en el fondo, recuerda la Eucaristía. El sito del evento www.annusfidei.va, en diversos idiomas, se podrá consultar a través de todos los dispositivos móviles y tablets. También está listo el himno oficial: “Credo, Domine, adauge nobis fidem”. Asimismo, a primeros de septiembre se publicará, en diversos idiomas, el Subsidio pastoral “Vivir el Año de la Fe”. Una pequeña imagen del Cristo de la catedral de Cefalú (Sicilia), en cuyo reverso está escrita la Profesión de Fe, acompañará a los fieles y peregrinos a lo largo del Año.

Hoy es la fiesta de San Ignacio de Loyola, quien escribió en los Ejercicios Espirituales “Reglas para sentir con la Iglesia”. Sentir con la Iglesia implica rechazar el sectarismo. Tiene que haber una disposición de la mente y del corazón en el bautizado dispuesto siempre a seguir a aquél a quién el mismo Jesucristo puso como cabeza visible de su Iglesia, es decir, Pedro. Por eso dice en la primer regla: «depuesto todo juicio -vale decir, dejando de lado todo lo que nosotros podamos pensar-, debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la verdadera esposa de Cristo Nuestro Señor, que es nuestra santa madre la Iglesia Jerárquica».  En la regla decimotercera lo dice de una manera hermosa, aunque exagerada, pero usa de la exageración justamente para hacer ver la fuerza del principio: «Debemos siempre tener, para en todo acertar -es decir, para no equivocarse- que lo blanco que yo veo, creer que es negro si la Iglesia jerárquica así lo determina». Fíjense: veo la pared blanca y la Iglesia Jerárquica me dice que es negra: ¡es negra! Y da la razón de esto: «creyendo que entre Cristo, Nuestro Señor, esposo, y la Iglesia, su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras almas, porque por el mismo Espíritu y Señor Nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia».

 

Ser o no ser, creer o no creer, esto es, OBEDECER.  Lean y difundan este manifiesto de CL

http://jabenito.blogspot.com/2012/07/et-lux-in-tenebris-lucet-y-la-luz.html

http://www.facebook.com/joseantonio.benitorodriguez

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lunes, 30 de julio de 2012

TERESA DE JESÚS, JUAN DE LA CRUZ, ANA DE SAN BARTOLOMÉ. Nuevos libros del P. Ángel Peña: http://www.libroscatolicos.org/index2.htm

http://www.libroscatolicos.org/index2.htm

Sencillos, profundos, amenos. Tres nuevos libros del P. Ángel Peña. Felicitaciones. Los tienen en Word, PDF…y ¡ojalá! que pronto en papel.

 

La vida de santa Teresa de Jesús es una vida llena de luz, de alegría y de amor. Es una vida hermosa, porque vemos en ella una vida llena de Dios, que se desbordó en hacer el bien y alegrar la vida de los demás. Tenía un carácter muy alegre y simpático, y todos se sentían bien a su lado. No era una santa triste, sino todo lo contrario. La alegría y el buen humor estaban siempre en ella a flor de piel. Era una santa que repartía alegría, que no permitía que hablaran mal de nadie en su presencia, que siempre perdonaba las injurias

 

La vida de san Juan de la Cruz es una vida hermosa, pues manifiesta cómo el amor de Dios es capaz de transformar una vida y llevarla a la cumbre de la santidad. Su característica especial fue la cruz. No sólo tuvo que sufrir mucho por sus enfermedades, sino que él buscaba la cruz como medio para manifestar su amor a Dios. Y Dios, que es un Padre bueno y no se deja ganar en generosidad, le daba carismas extraordinarios para el servicio de su comunidad religiosa y de todos los que le rodeaban.

 

La vida de la beata sor Ana de San Bartolomées una maravilla de Dios en el mundo. Dios le regaló carismas sobrenaturales para servir mejor a sus hermanas y a la Iglesia. La santa Madre Teresa de Jesús la tenía en tanta consideración por sus virtudes que quiso que, desde novicia, fuera su compañera y enfermera; y la acompañó en sus viajes en los últimos cinco años de la vida de la santa, quien murió en sus brazos.


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Et lux in tenebris lucet (Y la luz brilló en las tinieblas, Juan 1,5) Frente a las eventos actuales de la Pontificia Universidad Católica del Perú

Me complace compartir el MANIFIESTO DE COMUNIÓN Y LIBERACIÓN SOBRE EL CASO EX-PUCP

Una barca que navega sobre aguas turbulentas mirando a una estrella en forma de cruz: no puede ser más claro el simbolismo del escudo que, durante más de 90 años, ha representado
a la Pontificia Universidad Católica del Perú. "Esta barca representaba la Iglesia que sobre el mar, es decir en el mundo, es sacudida por las olas, es decir por las persecuciones y tentaciones…" (Tertuliano, De Baptismo, XII,7) La "luz que brilla en las tinieblas" es Cristo (¿qué otra explicación para la estrella cruciforme del escudo?), que la Iglesia mira y sigue. Un símbolo cristiano.
Paradójicamente, en estos días, en que sale a flote por fin la verdad, las autoridades de la PUCP, nacida para decir al mundo que la luz que ilumina al hombre es Cristo, que en la Iglesia está el reparo, el arca en que se salva la razón y la dignidad del hombre, se enorgullecen afirmando ser autónomos de la Iglesia. No obedecen al Papa, no quieren reconocer que son parte de la Iglesia Católica, rechazan a su Obispo, ¡y sin embargo quieren mantener el nombre de la PUCP! Puro nominalismo: una "marca registrada". ¡Qué importa si corresponde o no a la realidad! Como decía Nietzche: "Ya no existen los hechos, sólo existen las
interpretaciones" o más recientemente, Gianni Vattimo (la PUCP le nombró profesor honorario en 2002), según el cual los hombres "decimos que encontramos la verdad cuando nos ponemos de acuerdo". Asombra el cinismo con que los dirigentes de una institución católica desde siempre, afirman, como última tergiversación de la realidad, que la Iglesia quiere quitarles los bienes, en el momento mismo en que ellos intentan  quitárselos a la Iglesia misma, con buena paz del gran José de la Riva Agüero. Sin embargo la cosa más dramática es la situación de tantos jóvenes, los cuales, amando a su institución, que tiene también grandes
méritos y excelencias, son inducidos a rebelarse a la Iglesia, como si fuera la enemiga. No se dan cuenta de que el relativismo absoluto del clima cultural dominante, no podrá sino quitarles el ímpetu ideal que ahora viven. Si hasta el nombre "católico" es sólo una marca, si todo es sólo una interpretación, si no se estudia y se vive para encontrar la Verdad, ¿para qué uno se esfuerza e investiga? ¿Sólo para una satisfacción pasajera, sólo para el éxito social? 
La situación actual es una gran herida para la Iglesia y la sociedad entera, pero nos permite ver con claridad qué sucede cuando la razón humana positivista se afirma a sí misma como autónoma: "La razón positivista, que se presenta de modo exclusivo y que no es capaz de percibir nada más que aquello que es funcional, se parece a los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios. Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo." (Benedicto XVI)
Aquí está el desafío que la experiencia católica puede nuevamente lanzar al mundo: la luz de Cristo permite a la razón humana permanecer abierta a la verdad, a la dignidad de cada ser humano, al compromiso para una sociedad más justa. Nuestro deseo es que, en un sobresalto de conciencia, las personas que aman a la Iglesia y a Cristo, luz en las tinieblas, tomen las riendas de una institución que, durante muchos
años, ha sido crisol de esperanza para el Perú y que hoy parece despistada, sin salida, defendiendo su autonomía de la raíz que le da vida, de la Iglesia viva y concreta, en que se hace contemporánea la presencia de Cristo, esperanza para la liberación del hombre. Estos hechos nos alientan a seguir a Cristo presente aquí y ahora en su Iglesia, en unidad con los Obispos y el Papa, porque en ella descubrimos cada día que la fe ilumina nuestra razón y nuestro corazón, abriéndonos a la verdad y a las necesidades de nuestros hermanos hombres. Dar testimonio de esta novedad, de esta luz en las tinieblas, es la mayor contribución de los cristianos al bien de todos.
Comunión y Liberación
SEDE: Río de la Plata 480, San Isidro. Tel. 989143020
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domingo, 29 de julio de 2012

EL MENSAJE EDUCATIVO DE "LOS CORISTAS" DE Christophe Barratier, 2004

Ahora que PAX repone "LOS CORISTAS" les comparto el comentario que hice el año pasado.

La película dirigida por Christophe Barratier fue estrenada en 2004 y atrapó a los participantes en el curso "Educación y Cultura" del DIPLOMADO EN DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA, en la UCSS,

de tal manera que a pesar de ser las diez de la noche habrían aguantado el final -40 minutos más-perfectamente.

En el prólogo, el director renombrado internacionalmente Pierre Morhange recibe la noticia de que su madre ha muerto y regresa a Francia para su funeral. Después de la ceremonia religiosa recibe la visita de Pépinot, un compañero en la escuela correccional Fond de L'Etang a la que fueron los dos. Pépinot ha traído a Morhange el diario de Clément Mathieu, el supervisor de la escuela y maestro de coro no oficial.

Conforme Morhange comienza a leer, se produce un flashback a 1949 y la llegada de un Mathieu de mediana edad a la escuela. Resignado a abandonar su sueño de componer música, es optimista respecto a su nuevo trabajo a pesar de la actitud de su predecesor, quien no oculta su alivio al abandonar el puesto. Antes de su marcha, advierte a Mathieu sobre algunos de los estudiantes más revoltosos, incluyendo a Le Querrec, cuya trampa hirió gravemente a Maxence, el anterior anciano guardián de la escuela, y Pierre Morhange, un niño de rostro angelical pero de temperamento diabólico. Sin embargo, no todos los estudiantes son malévolos, como el pequeño huérfano Pépinot, quien de modo ingenuo, continuamente asegura a todo el mundo que su padre irá a buscarlo el sábado.

El director de la escuela, estricto, sádico y antipático Rachin cree firmemente en la teoría de «acción-reacción», y junto con el maestro Chabert administra castigos corporales y tiempo de confinamiento de modo regular, pero sus métodos son poco efectivos. De hecho, el hilo conductivo de la película plantea este problema: la severa disciplina en un internado engendra conductas violentas sin salida alguna. En este momento un músico frustrado saca una plaza como vigilante. Se da cuenta que la única técnica pedagógica "acción-reacción" "el que la hace la paga" no conduce a nada. Casualmente le roban los internos una partitura musical y al recuperarla comienza a ensayar alguna canción. Esa bocanada de libertad oxigena el alma de los chicos quienes poco a poco reaccionan positivamente. Justo cuando estaba al borde de la desesperación y a punto de marcharse, una canción del "ángel que es un demonio" pero que canta una letra sobre la perseverancia y no desesperar le ayuda a reaccionar. Siempre estas situaciones límites provocan respuestas nuevas. Como dijese el humanista de la esperanza –Gabriel Marcel- hasta en el estiércol brotan flores.

Después de varios intentos infructuosos de disciplinar sin violencia a sus estudiantes, Mathieu decide intentar llegar a ellos a través de la música. Transforma sus clases en los ensayos de un coro y enseña a los chicos sus composiciones originales. Cuando su método parece empezar a rendirle frutos sus esfuerzos son perturbados por Mondain, un recién llegado quien, aunque no está oficialmente loco, es un caso borderline con un temperamento extremadamente violento y actitud anti-social. Su descarada ignorancia de las reglas pronto hace que parte de el resto de los alumnos le sigan. Mientras tanto, Morhange es perturbado por lo que el percibe que es una naciente relación entre su madre soltera Violette y Mathieu, quien le ofrece apuntar al chico en un conservatorio en Lyon. Con el tiempo, Mondain es acusado de robo y se lo lleva frente a la policía. Cuando Mathieu descubre la verdadera identidad del ladrón, urge a Rachin a que se retiren los cargos contra Mondain, pero el despreciativo director rechaza hacerlo. Despide a Mathieu después de que él organice una excursión con los niños en su ausencia, incluso cuando se libraron del daño serio de un fuego iniciado por el vengativo Mondain mientras estaban lejos de la escuela. Ya sabemos para entonces cómo Mathieu influyó en la vida de Pierre Morhange; qué efecto tendrá sobre el futuro del pequeño Pépinot se revela en los momentos finales de la película. Se lleva consigo al partir a Pépinot, un sábado.

El desarrollo del filme es muy fluido, con convicción y muchísima emotividad; la fotografía es de alta calidad y la banda sonora de primera. En las actuaciones se lucen mucho más los niños que los adultos. Se equilibran momentos dramáticos con situaciones de comedia, y los extremos en los que se mueve el conflicto se llevan el mayor peso del filme.

Nuevamente podemos concluir que educar es una operación de "alto riesgo", pero vale la pena arriesgar por el gozo de la belleza , de la verdad, de la bondad.

Al final, me queda un mensaje de esperanza. En refranes y fórmulas pedagógicas podemos concluir:

Cuando hay un ideal, se puede cambiar para bien.

Quien algo quiere, algo le cuesta.

 A la luz por la cruz.

No te canses de empezar siempre.

Cuando se ama en pequeños detalles, cuando se descubren riquezas, la educación es posible.

Como decía Lavalle: "El secreto de la educación no está tanto en enseñar como en ayudar a descubrir los valores del educando".

"Los que sembraron entre lágrimas, cosechan entre cantares".

APÉNDICE: Algunos datos de la película tomados de wikipedia:

En busca de la música. Bruno Coulais fue el encargado de toda la música de Los Coristas. Y, junto al director Christhophe Barratier, recorrió Francia en busca de un coro de niños que pudiera hacer la banda sonora de la película. Al llegar a Lyon, se dirigidieron a la Catedral de Fourriere, para visitar a los pequeños cantores de San Marcos. Fue entonces, cuando subían las escaleras, cuando escucharon una voz sobrecogedora de un pequeño de 12 años: era Jean Baptiste Maunier, quien finalmente estuvo a cargo del papel de Phillipe Morhange. El coro de San Marcos fue el encargado de vocalizar todas las canciones que acompañan de la banda de la película.

Locaciones: Fue rodada en Château de Ravel en Puy-de-Dôme, Francia

La recaudación total de esta película fue de 82,737.984 dólares, de los cuales 3,629.758 dólares se obtuvieron en los Estados Unidos.

Actores:

La banda sonora la interpreta el coro de voces blancas Petits chanteurs de Saint-Marc, de Lyon, que ha adquirido gran celebridad gracias a esta película.

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DIOS LLORA EN CAMBOYA. Entrevista a Monseñor Enrique Figaredo Alvargonzález SJ, prefecto apostólico de Battambang en Camboya

Donde Dios llora

Hijo de Alberto Figaredo Sela (perteneciente a dos familias de empresarios de la minería del carbón, la siderometalurgia y la banca en Asturias) y de Ana María Alvargonzález González (descendiente de una conocida familia gijonesa) quienes tuvieron ocho hijos: Alberto, Javier, Ignacio, Nicanor, Víctor, Carlos, Enrique y Ana. Es también, por lo tanto, primo carnal de Rodrigo de Rato y Figaredo http://es.wikipedia.org/wiki/Enrique_Figaredo_Alvargonz%C3%A1lez
La Iglesia de Camboya es una iglesia mártir
Entrevista al prefecto apostólico de Battambang

ROMA, domingo 29 julio 2012 (ZENIT.org).- María Lozano entrevistó a monseñor Enrique Figaredo Alvargonzález SJ, prefecto apostólico de Battambang en Camboya, para el programa semanal de radio y televisión "Donde Dios llora",  producido por la Catholic Radio and Television Network, en conjunto con la fundación pontificia de caridad católica Ayuda a la Iglesia Necesitada.

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Usted entró en el noviciado de la Compañía de Jesús a los 20 años en Madrid. ¿Por qué y cuándo fue el cambio a Camboya?

-Monseñor Figaredo: Yo buscaba un encuentro con Dios y bueno, lo tuve en mi noviciado y lo tuve cuando estaba estudiando filosofía. Pero cuando acabé la carrera económica, mi razonamiento era que quería poner los rostros a esos números que había estudiado en la carrera, así que le dije a mi provincial que quería ser voluntario para refugiados y aprender de esas personas. Pensé que los refugiados eran los que me iban a enseñar cómo es ese Jesús, ese Cristo sufriente. Estaba preparado para cualquier cosa y de repente me llegó una carta de Bangkok, del Servicio Jesuita para los Refugiados: "Te esperamos aquí el 1 de septiembre". Esa carta llegó en mayo, todavía no había hecho los exámenes de fines de carrera y bueno, me puso muy nervioso…

Además Camboya estaba aún en guerra…

-Monseñor Figaredo: Sí, sí…, tuve que mirar en el mapa cómo era aquello. Las primeras fotos que vi de camboyanos estaban todos con el 'cromá', con esta prenda que llevo. El cromá es un pañuelo, un fular que en Camboya es multiusos, se usa tanto para el sudor como para taparte del sol, como toalla, o como hamaca para que duerman los pequeños. Si tuviéramos que escoger un símbolo de Camboya para identificar al pueblo camboyano, tendríamos que escoger al cromá. Entonces, cuando yo llevo este cromá es un poco como llevar a Camboya conmigo.

Usted llega en septiembre de 1985 a Camboya que estaba en guerra, ¿cuál fue su primera impresión?

-Monseñor Figaredo: Bueno, primero miedo, muerto de miedo. Cuando fui a los campos de refugiados fue una odisea. Había que pasar cinco controles militares y cada vez que pasabas un control militar, las cosas se hacían más, como más oscuras: los militares vestidos de negro, poco sonrientes, te pedían tus papeles de una manera muy violenta. Cuando llegué a la puerta de campo de refugiados, eso nunca lo olvidaré, se abrió el paso a nivel y entramos. De repente: vi niños, muy mal vestidos, descalzos, ¡pero alegres! Recuerdo mucha alegría, vida…vida, vida en plenitud aunque vivían encerrados en un campo de refugiados, digamos como prisioneros de guerra.

¿Y qué pasó entonces?

-Monseñor Figaredo: Entonces fui a visitarles y me recibió Jhaimét, que era el jefe, como el líder de ellos. Me acuerdo muy bien: estaba de pie con sus muletas, le faltaba una pierna, la otra la tenía malherida y le faltaba un ojo. Yo no hablaba en camboyano, pero había un chico que me tradujo. Me dijo: "he oído que vienes a ayudarnos", y yo --muerto de miedo--, "sí, sí…". Y dice: "pues no te preocupes, te diré que es lo que necesitamos". En ese momento sentí una paz impresionante, por decir así, la voz de Dios era Jhaimét que me decía: "no te preocupes, aquí te acogemos, te queremos…"

Camboya es un país de una mayoría budista, o sea que en estos campos de refugiados, la mayor parte de la gente también son de religión budista ¿no?

-Monseñor Figaredo: Sí, sí, mayoritariamente budistas. Por supuesto que hay católicos, pero pocos. Además la guerra se encargó de que desaparecieran. Mucha gente fue asesinada: sacerdotes, obispos, todo el mundo… En los campos quedaba como un pequeño resto de Israel, de cristiandad, pequeñas familias, muchas veces sin cabeza de familia. En la mayoría era una viuda, a veces no había ni esa cabeza de familia, eran hijos de católicos pero sin gran formación y ellos también requerían una ayuda especial.

En la ceremonia de toma de posesión de la Prefectura Apostólica, hubo una superviviente que dio su testimonio y habló de la iglesia de Camboya como "una iglesia que en los últimos 30 años había sido una iglesia de lágrimas y sangre". Se refería a la persecución de los Khmer rojos de Pol Pot, a lo que está usted haciendo referencia... ¿La iglesia de Camboya es una iglesia mártir?

-Monseñor Figaredo: Sí, es una iglesia mártir. La iglesia de Camboya fue arrasada totalmente. Todos nuestros líderes, como le decía antes, los obispos, los sacerdotes, las religiosas, los muchos catequistas fueron asesinados. El que no fue asesinado murió de hambre o de enfermedad y la comunidad quedó muy mal. Hoy en día tenemos dos sitios en Camboya en donde nos acordamos de los mártires. El 7 y el 8 de mayo nos acordamos de ellos. Pero en la memoria de estos mártires también crecemos en fe, porque han sido personas que murieron con la fe viva. El obispo Paul Tep Im Sotha, primer prefecto apostólico de Battambang, al que yo sucedo, dos días antes de morir celebró una misa, dio la bendición a todos y les dijo: "malos tiempos vienen, cuidad de vuestra fe, cuidad la fe de unos a otros". Se acabó la misa, salió en coche y lo asesinaron. El obispo Joseph Chhmar Salas, de Phnom Penhg fue nombrado obispo cuatro días antes de que los Jemeres Rojos entraran en Phnom Penhg; su obispado fue en los campos de los arrozales…

…Que eran como campos de concentración, hay que explicar eso ¿verdad?

-Monseñor Figaredo: Eso es, y en esos campos de concentración él ejercía de pastor y visitaba a los católicos. Rezaba y celebraba la eucaristía con muchísimas limitaciones, pero lo hacía. Cuidaba de su gente como una persona pobre y terminó muriendo de hambre y de enfermedad. Después de su muerte, su cruz pectoral la recogieron sus padres, y la gente se reunía a rezar en torno a la cruz pectoral del obispo Salas.

Un testimonio que a usted le debe dar mucha fuerza ahora que si bien ya no es --gracias a Dios--, una iglesia mártir, aún sigue siendo una iglesia que sufre necesidad…

-Monseñor Figaredo: Así es. Después de Pol Pot vino un régimen comunista pro-vietnamita que hizo sufrir mucho a la gente, que no dio libertad religiosa, por lo que la gente siguió padeciendo y sufriendo en pobreza y sufriendo por libertad. Y bueno, la memoria de todos nuestros mártires nos da mucha fuerza porque los hemos visto entregándose en el sufrimiento, y nuestros católicos también han pasado por muchísimo sufrimiento y hoy dan testimonio con su vida.

En la red: www.WhereGodWeeps.org y www.acn-intl.org

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CUANDO SIRIA SE DESANGRA, EL HERMANO MARISTA Georges Sabé ¡CLAMA! PORQUE AMA

Maristas azules en Siria
Testimonio de un hermano marista 'in situ'

ALEPO-SIRIA, Domingo 29 julio 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores un conmovedor artículo del religioso marista Georges Sabé, quien vive y trabaja con su comunidad en Siria, en medio de un conflicto interno que lleva 11 meses sin solución. 

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Por el hermano Georges Sabé, fms

Son las 23 horas del jueves 26 de julio de 2012. Aquí en Alepo, durante el día ha hecho más de 40 grados. A lo lejos, oigo los disparos. Estoy en mi habitación, en la comunidad. Los hermanos Georges Hakim y Bahjat Azrie, también están en comunidad. De hecho, hemos vuelto juntos hacia las 21 horas después de una jornada inolvidable para los "Maristas Azules". Si miráis nuestras fotos, veréis jóvenes y menos jóvenes con camisetas azules. ¿Recordáis cómo llamaba la gente a los primeros hermanitos de María? Y bien, hemos querido poner esta campaña de solidaridad bajo el tema «Marista azul».

Alepo, nuestra ciudad y segunda ciudad del país, capital económica, gran centro de comercio y de artesanado, está muriendo. Está asfixiada desde hace más de una semana. La guerra se está extendiendo por los barrios. La gente huye, se refugia, vagan, se instalan en la calle, en los jardines públicos, en las escuelas, por todas partes. Los habitantes reciben a sus parientes, las casas están abiertas. Falta el pan, falta la electricidad, la gasolina, falta la leche, faltan las medicinas, lo único que no falta es el fantasma de la guerra. Merodea, está por todas partes. Se siente un olor nauseabundo por las calles…

La ciudad está circundada por todos lados. Uno corre el riesgo de ser capturado y matado. La gente tiene miedo… Un miedo que deprime, que paraliza, que mata. Y entonces, nos hemos planteado la pregunta: ¿qué hacemos? ¿Escapar como ya lo han hecho tantas familias? ¿Quedarnos paralizados en nuestro lugar? ¿Actuar? ¿Qué hacer?

En un primer momento, hemos optado por continuar todas nuestras actividades. Hemos lanzado proyectos de colonias de vacaciones, de actividades educativas… Pero muy lentamente, nos hemos dado cuenta que el peligro era enorme, y que teníamos que detenernos. Ésta fue la decisión del martes pasado: "Detengamos nuestras actividades". Pero detener nuestras actividades no quiere decir absolutamente detener nuestra misión, es más bien buscar juntos, laicos y hermanos, qué respuesta dar a las urgencias. La llamada del último Capítulo general nos empujaba a salir hacia las personas desplazadas. En el barrio de Jabal el Saydeh, donde trabajamos desde hace más de 25 años junto a los más pobres, hemos encontrado gente todavía más pobre… ¡Los desplazados!

Hemos corrido hacia ellos, hacia los niños, hacia las mujeres y los hombres… Los jóvenes han respondido generosamente. Y es allí donde hemos pasado nuestra primera jornada. Nos acogieron, los niños salieron de los agujeros en los que se habían escondido. Eran una multitud, una masa… Una pelota los entretuvo. Jugaron, bailaron, cantaron. Cada uno de ellos es una historia, una historia sagrada que se nos revelaba. Una pequeña que comparte su dolor de ser huérfana… Un niño que ofrece desde el primer instante un lápiz a un animador, « Habaytak », exclama, te he amado. Una niña se transformará lentamente gracias a una mano que no la ha abandonado. Ella se atreve a quitar las manos que tapaban sus oídos. Juega a la cuerda, sonríe. El «cheikh» (Imam), viene para agradecernos. Alguien pregunta, «¿sois cristianos?». Un anciano se me acerca para abrazarme y decirme «Choukran». Yo no lo conozco, no sé su nombre, no sé porqué me agradeció, pero hizo este gesto y un pacto de amor y de confianza se firmó en ese momento… Las señoras escuchan a las mujeres. ¡Qué dignidad! No se quejan. Se agradece a «Allah». Pero ¡qué Evangelio viviente que estamos viviendo!

Se nos plantea a menudo una pregunta: "¿pensáis partir? ¿Volveréis?" Y se establece la confianza. Los niños nos acompañan al mediodía, cuando nos vamos. Ellos cantan alrededor nuestro como diciéndonos "¡quedaos, os queremos mucho"! Y a las 17 horas cuando volvemos, ya están allí, la fiesta recomienza, el baile, los juegos, la sonrisa, la felicidad. Pero las necesidades nos acosan. Las necesidades más básicas.

En este mes de Ramadán, mes del ayuno para nuestros hermanos musulmanes, las necesidades son enormes: pediatra, médico, medicinas, leche, pañales, compresas higiénicas, jabón, detergente, colchones, vestidos, alimentos. Están repartidos en dos escuelas, 900 personas amontonadas. Y el flujo de gente sigue aumentando. Numerosas familias (2000 personas) están instaladas en un parque público. Sufren el calor pero no quieren ser alojados. Quizás, sueñan con despertarse una mañana para volver a su casa… y sin embargo, este sueño parece hoy muy lejano, sin ninguna esperanza de realizarse en lo inmediato, si es que todavía existe un lugar donde estar "en casa".

Y esta gente es una gota en un mar de desplazados, de personas sin hogar, abandonadas. Pero para nosotros son nombres: Zeinab, Moustapha, Ali... Son un rostro, son una historia, una mirada, un poema. Por ellos y a causa de ellos, nosotros arriesgamos. Sí, nosotros arriesgamos nuestras vidas. Algunos jóvenes no cuentan con el apoyo de sus padres. ¡Algunos voluntarios han organizado su hogar para realizar un gesto arriesgado!

Todos, sabemos el gran riesgo que es trabajar cuando las armas no callan. Pero la sola sonrisa de un niño ¿no es suficiente para hacer caer todos nuestros temores?

Ver más en: www.facebook.com/MaristesAlep

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TERESA DE JESÚS, JUAN DE LA CRUZ, ANA DE SAN BARTOLOMÉ. Nuevos libros del P. Ángel Peña: http://www.libroscatolicos.org/index2.htm

http://www.libroscatolicos.org/index2.htm

Sencillos, profundos, amenos. Tres nuevos libros del P. Ángel Peña. Felicitaciones. Los tienen en Word, PDF…y ¡ojalá! que pronto en papel.

 

La vida de santa Teresa de Jesús es una vida llena de luz, de alegría y de amor. Es una vida hermosa, porque vemos en ella una vida llena de Dios, que se desbordó en hacer el bien y alegrar la vida de los demás. Tenía un carácter muy alegre y simpático, y todos se sentían bien a su lado. No era una santa triste, sino todo lo contrario. La alegría y el buen humor estaban siempre en ella a flor de piel. Era una santa que repartía alegría, que no permitía que hablaran mal de nadie en su presencia, que siempre perdonaba las injurias

 

La vida de san Juan de la Cruz es una vida hermosa, pues manifiesta cómo el amor de Dios es capaz de transformar una vida y llevarla a la cumbre de la santidad. Su característica especial fue la cruz. No sólo tuvo que sufrir mucho por sus enfermedades, sino que él buscaba la cruz como medio para manifestar su amor a Dios. Y Dios, que es un Padre bueno y no se deja ganar en generosidad, le daba carismas extraordinarios para el servicio de su comunidad religiosa y de todos los que le rodeaban.

 

La vida de la beata sor Ana de San Bartolomées una maravilla de Dios en el mundo. Dios le regaló carismas sobrenaturales para servir mejor a sus hermanas y a la Iglesia. La santa Madre Teresa de Jesús la tenía en tanta consideración por sus virtudes que quiso que, desde novicia, fuera su compañera y enfermera; y la acompañó en sus viajes en los últimos cinco años de la vida de la santa, quien murió en sus brazos.

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miércoles, 25 de julio de 2012

PADRE NIETO, PRESIDENTE DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA: "YO DESEO QUE LA UNIVERSIDAD SIGA SIENDO CATÓLICA Y PONTIFICIA"

PADRE ARMANDO NIETO, S.I., UNA VIDA COMPROMETIDA POR EL PERÚ

Presidente de las Academia Nacional de Historia y de la Academia Peruana de Historia Eclesiástica, es un referente obligado para los estudiosos de nuestra Iglesia y de nuestro Perú. Les comparto alguna de las cuestiones abordadas en la entrevista para Radio María y PAX TV y que fueron publicadas en el CORREO MARIANO, Julio 2012

 

Entonces cursó Derecho en la PUCP…

Derecho e Historia simultáneamente, recuerda que por ese entonces se podría hacer eso, antes se podía estudiar ambos y ya con esto saqué los títulos correspondientes e ingresé la compañía el 23/05/1956, en Miraflores, donde están ahora la Residencia y Parroquia Fátima. Me entusiasmó la vida religiosa, sobre todo la vida de los jesuitas, estudié los dos años de noviciado, son más de formación espiritual es verdad, pero también nos dan horas de estudio, entonces el Padre Maestro  me dijo: "estudia muy bien Latín, Griego para que desde ahora te vayas preparando para la Filosofía Y Teología". Hice un año de Juniorado, mis compañeros hicieron tres; el P. Mc Gregor que era el Provincial me dijo:"Mira, los estudios de Literatura, por ejemplo, lo puedes hacer después, pero  tú tienes que formarte bien en Latín y Griego así que seguirás estudiando en este año en Miraflores".  Teníamos un excelente profesor Pedro Cano un Maestro que me ayudó mucho en esos estudios de las lenguas Clásicas. Y en el año 59 viajé a España para hacer la Filosofía; hice dos años largos en Alcalá  y en lugar de venir al Perú a hacer el Magisterio, continué los estudios pero ya en Alemania  y allí estudié los 4 años de Teología y me ordené el día de San Agustín de 1964.

 

Hablemos de la PUCP, su alma mater.

 Pues sí, allí estudié la dos carreras y allí, desde el año 1967 al volver al Perú, me llamaron para enseñar cursos de Filosofía, Historia y ahora Historia del Perú que es lo que he enseñando siempre.


Padre, el Perú está  viviendo un momento tenso con la situación de la PUCP, usted ha sido alumno, docente, una de las personas diríamos como un icono como un referente sobre la situación que luces nos puede aportar, para que se de una solución

Yo deseo que la Universidad siga siendo Católica y siga siendo Pontificia, lo de Pontificia no es una simple tarjeta decorativa, sino que significa  que esa institución comparta y comulga con los ideales de la Iglesia Católica. Creo es muy importante se tome en cuenta a la hora de tomar decisiones; la Iglesia no hay que verla como tantas personas creen que es una especie de cadena fundamentalista o que va a negar la libertad de expresión, no, sino que nos guía pero también nos pide que seamos consecuentes con nuestra fe.

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martes, 24 de julio de 2012

UNIVERSIDAD CATÓLICA: ¡SÉ LO QUE DEBES SER!

Me parece que el “hueso” que todos tratan de roer es el asunto de nuestra querida PUCP es el de la IDENTIDAD de una Universidad Católica. Queremos ser católicos como marca el magisterio de la Iglesia o queremos serlo a nuestra manera? El gran don Miguel de Unamuno que se proclamaba “hereje de todas las herejías” también solía decir: “Y sólo hay una forma de ser católico: Creer y vivir como cree y vive la Iglesia Católica”. Ser o no ser, ésa es la cuestión. El actual Prefecto de la Congregación para la Educación Católica . CARDENAL ZENON GROCHOLEWSKI pronunció una conferencia al respecto en Buenos Aires en el 2005 y que fue reproducida en diversos medios. Les comparto todo el texto que es lo mejor que he encontrado sobre lo que nos preocupa en el Perú y en el mundo universitario católico. Los que tengan poco tiempo, lean al menos III, 1. Identidad católica.

En diciembre del 2010, en Roma, el Prefecto de la Congregación para la Educación Católica del Vaticano recibió en audiencia al rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Dr. Marcial Rubio Correa. Fue una reunión cordial en la que el Rector informó al Cardenal Zenon Grocholewski sobre la situación de la PUCP. Fue la tercera audiencia del Rector en la Sagrada Congregación durante su año y medio de gobierno en la Universidad.

UNIVERSIDAD CATÓLICA: ¡SÉ LO QUE DEBES SER!
Identidad y misión de la Universidad Católica

ZENON CARDENAL GROCHOLEWSKI

Introducción

Es de verdad una alegría grande para mí visitar por tercera vez esta Pontificia Universidad Católica Argentina. Agradezco por eso su gentil invitación. Mi conferencia quiere ser una pequeña aportación en torno al fondo de la actual crisis del pensamiento humano. El pensador español, José Luis Pinillos, comienza así su libro ‘El corazón del laberinto’:

“Como saben los niños, el Laberinto era el palacio de un antiguo rey de Creta, llamado Minos. Allí estaba encerrado el Minotauro, un temible monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre, al que todos los años se le entregaban siete doncellas y siete efebos traídos de Atenas. El laberinto era, entonces, un intrincado cruce de salas y pasillos del que nadie había logrado salir, hasta que Teseo se dejó guiar por el hilo de Ariadna. Luego, con el tiempo, un laberinto ha pasado a ser una cosa enredada, un asunto al que no se le ve la salida, un embrollo. La actual situación del mundo pertenece por derecho propio a este género” (Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1997, p.9).

Sí, la imagen del “laberinto” me parece especialmente acertada para describir la situación de la cultura en el mundo occidental, ahora que nos vamos adentrando en el nuevo milenio. Un “laberinto” en el que vivir no es ya vivir, sino sobrevivir a la desesperación que produce no encontrar la salida. Perdidos en los vericuetos del laberinto de nuestra civilización – de la que tan orgullosos nos mostramos a veces– nos afanamos en buscar a ciegas la salida. Estoy convencido que la Universidad Católica tiene mucho que aportar para la causa del hombre y de la sociedad en esta situación.

I. Recorriendo el laberinto

Pero para poder entender bien y encuadrar correctamente la aportación que la Universidad Católica está llamada a dar, es necesario que nos preguntemos: ¿Cómo es que hemos llegado a esta situación? ¿Qué idea podemos tener del trazado del laberinto en que nos encontramos? Ciertamente, de la misma manera que el mítico laberinto de Creta, el de nuestros días tiene también un Dédalo que lo ha construido. Juan Pablo II, en los más de 26 años de su Magisterio, ha ido delineando el trazado de este laberinto. Sin ánimo de presentar ahora una exposición completa sobre este tema, me limito a comentar algunos trazos que podemos encontrar en tres encíclicas fundamentales en las que desarrolla toda una temática antropológica. Me refiero a Veritatis splendor, publicada en 1993, Evangelium vitae en 1995 y Fides et ratio en 1998.

1. Abandono de la metafísica

En primer lugar, creo que en nuestro tiempo, caracterizado como periodo de rápidos y complejos cambios, la búsqueda de la verdad última ha quedado frecuentemente oscurecida. Las verdades “estables”, que el hombre estaba seguro de haber alcanzado y que eran auténticos puntos de referencia, son infravaloradas y dejadas de lado; entretanto se abre paso un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas (Fides et ratio, 5).
Así, podemos descubrir en nuestro ambiente cultural occidental una difundida desconfianza hacia las afirmaciones universales y absolutas, sobre todo por parte de quienes consideran que la verdad es el resultado del consenso y no ya de la adecuación del intelecto a la realidad objetiva (Fides et ratio, 56).
Lógicamente con estos presupuestos no queda indemne el campo moral. La gran sensibilidad que el hombre contemporáneo muestra por la historicidad y por la cultura, lleva a algunos a dudar de la inmutabilidad de la misma ley natural y, por tanto, de la existencia de “normas objetivas de moralidad”, válidas para todos los hombres: de ayer, de hoy y de mañana (Veritatis splendor, 53).
¿Cómo es que hemos llegado hasta aquí? Podemos comprenderlo a partir de la filosofía moderna. Sin duda, ella tiene el gran mérito de haber concentrado su atención en el hombre y alcanzó con ello válidos frutos y logros, llegando a abarcar de alguna manera todas las ramas del saber. Pero los resultados positivos no deben llevarnos a dejar a un lado el grave error que cometió la filosofía al dedicarse sólo a indagar de forma unilateral sobre el hombre como sujeto, olvidando que éste está también llamado a orientarse hacia una verdad que lo trasciende.
Sin la trascendencia cada uno queda a merced del arbitrio y su condición de persona acaba por ser valorada con criterios pragmáticos basados esencialmente en el dato experimental, en el convencimiento erróneo de que todo debe ser dominado por la técnica.
La filosofía moderna, dejando de orientar su investigación sobre el ser, concentró su atención sobre el conocimiento humano; y en lugar de apoyarse sobre la capacidad que tiene el hombre para conocer la verdad, prefirió destacar sus límites y condicionamientos. ¿Cuál fue el resultado? La caída en varias formas de agnosticismo y de relativismo, que han llevado la investigación filosófica a perderse en las arenas movedizas de un escepticismo general (Fides et ratio, 5).

2. La crisis del sentido

En segundo lugar, me parece que el fenómeno de la fragmentariedad del saber en el ámbito cultural hodierno hace difícil y, a menudo, vana la búsqueda de un sentido. Vivimos inmersos en medio de una baraunda de datos y de hechos que forman la trama de la existencia, por lo que muchos llegan a preguntarse si todavía tiene sentido plantearse la cuestión del sentido.
La pluralidad de las teorías que se disputan la respuesta a esta cuestión o los diversos modos de ver y de interpretar el mundo y la vida del hombre, no hacen más que agudizar esta duda radical, que fácilmente desemboca en un estado de escepticismo y de indiferencia o en las diversas manifestaciones del nihilismo. Ya no hay posibilidad alguna de alcanzar la meta de la verdad. La existencia humana es sólo una oportunidad para sensaciones y experiencias en las que lo efímero tiene la primacía. No hay lugar para asumir compromiso definitivo alguno, ya que todo es fugaz y provisional (Fides et ratio, 46).
La consecuencia de esto es que a menudo el espíritu humano está sujeto a una forma de pensamiento ambiguo, que lo lleva a encerrarse todavía más en sí mismo dentro de los límites de su propia inmanencia, sin ninguna referencia a lo trascendente (Fides et ratio, 81).
Así, para algunas corrientes de pensamiento “postmoderno” (1) el tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente; el hombre debería ya aprender a vivir en una perspectiva de carencia total de sentido, caracterizada por lo provisional y fugaz.

3. La separación entre la fe y la razón

Un tercer rasgo podría llamarse la separación entre la fe y la razón. A partir de la baja Edad Media, debido al excesivo espíritu racionalista de algunos pensadores, se radicalizaron las posturas en el campo del saber, llegándose de hecho a una filosofía separada y absolutamente autónoma con respecto a los contenidos de la fe.
Lo que el pensamiento patrístico y medieval había concebido y realizado como una unidad profunda, generadora de un conocimiento capaz de llegar a las formas más altas de la especulación, fue destruido por los sistemas que asumieron la posición de un conocimiento racional separado de la fe o alternativo a ella (Fides et ratio, 45).
Las radicalizaciones más influyentes son bien conocidas, sobre todo en la historia de Occidente. En el siglo XIX algunos representantes del idealismo intentaron, de diversos modos, transformar la fe y sus contenidos, incluso el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, por medio de estructuras dialécticas concebidas racionalmente.
A este pensamiento se añadieron diferentes formas de humanismo ateo, elaboradas filosóficamente, que presentaron la fe como nociva y alienante para el desarrollo de la plena racionalidad. No tuvieron reparo en presentarse como nuevas religiones, creando la base de proyectos que, en el plano político y social, desembocaron en sistemas totalitarios traumáticos para la humanidad.
Por otra parte, en el ámbito de la investigación científica se fue imponiendo una mentalidad positivista que no sólo se alejó de cualquier referencia a la visión cristiana del mundo, sino que olvidó toda relación con la visión metafísica y moral (Fides et ratio, 46).

4. Eclipse del sentido de Dios y del hombre

Al cuarto rasgo lo podríamos enunciar como el eclipse del sentido de Dios y del sentido del hombre. Augusto del Noce escribía en 1986: “En la sociedad presente se debería hablar de absolutización del momento económico, en el que tienden a desaparecer las nociones del bien y del mal y se sustituyen por las del éxito y el fracaso. Se está formando la sociedad más desacralizada que la Historia haya conocido jamás” (L’ora di una nuova laicitá, Il Sabato, Roma, 25-X-86). Y en efecto así es. El centro del drama vivido por el hombre contemporáneo está en el eclipse del sentido de Dios y del hombre. Perdiendo el sentido de Dios se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida (Evangelium vitae, 21). El hombre queda amenazado y contaminado, como afirma el Concilio Vaticano II: “La criatura sin el Creador desaparece [...] Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida” (Gaudium et spes, 36). En realidad, viviendo “como si Dios no existiera”, el hombre pierde no sólo el misterio de Dios, sino también el del mundo y el de su propio ser (Evangelium vitae, 22).
¿A dónde nos ha conducido este eclipse? A un materialismo práctico, en el que han proliferado el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo. El único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material. La llamada “calidad de vida” se interpreta, principal o exclusivamente, como eficiencia económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas de la existencia. Hemos sustituido los valores del ser por los del tener (Evangelium vitae, 23).

5. Nueva mentalidad cientifista

Un quinto rasgo podría ser constituido por la nueva mentalidad cientifista. Los éxitos innegables de la investigación científica y de la tecnología han contribuido a difundir una nueva mentalidad cientifista, la cual continúa considerando sin sentido las afirmaciones de carácter metafísico; como lo hiciera en el pasado el positivismo y el neopositivismo. En esta perspectiva los valores quedan relegados a meros productos de la emotividad y la noción de ser es marginada para dar lugar a lo puro y simplemente fáctico.
La ciencia se prepara a dominar todos los aspectos de la existencia humana a través del progreso tecnológico. El hombre como demiurgo, podrá llegar por sí solo a conseguir el pleno dominio de su destino. Para este nuevo cientifismo la cuestión sobre el sentido de la vida es considerada como algo que pertenece al campo de lo irracional o de lo imaginario. Lo que es técnicamente realizable llega a ser por ello moralmente admisible (Fides et ratio, 88).
Sin embargo, la terrible experiencia del mal lleva, en esta mentalidad, hacia el nihilismo. La dramática experiencia de los males que continúan aquejando a la humanidad en el inicio del milenio, hacen añicos el optimismo racionalista que veía en la historia el avance victorioso de la razón y de la ciencia, fuente de felicidad y de libertad. La tentación de la desesperación está presente y muy a la mano (Fides et ratio, 91).

6. Un falso concepto de libertad

De modo muy semejante –y esto formaría el sexto rasgo– en algunas corrientes del pensamiento moderno se ha llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto, el cual sería la fuente de los valores. En esta dirección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo trascendente o las que son explícitamente ateas.
Se han atribuido a la conciencia individual las prerrogativas de una instancia suprema del juicio moral. Al presupuesto de que se debe seguir la propia conciencia se ha añadido, indebidamente, la afirmación de que el juicio moral es verdadero por el hecho mismo de que proviene de la conciencia.
De este modo, ha desaparecido la necesaria exigencia de verdad en aras de un criterio de sinceridad, de autenticidad, de “acuerdo con uno mismo”, de tal forma que se ha llegado a una concepción radicalmente subjetivista del juicio moral. Se ha llegado a una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás (Veritatis splendor, 32).
Pero lamentablemente, una vez que se ha quitado la verdad al hombre, es pura ilusión pretender hacerlo libre. Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente (Fides et ratio, 90).
Cuando la libertad es absolutizada en clave individualista, se vacía de su contenido original y se contradice en su misma vocación y dignidad. Cada vez que la libertad, queriendo emanciparse de cualquier tradición y autoridad, se cierra a las evidencias primarias de una verdad objetiva y común, la persona acaba por asumir como única e indiscutible referencia para sus propias decisiones no ya la verdad sobre el bien o el mal, sino sólo su opinión subjetiva y mudable o, incluso, su interés egoísta y su capricho (Evangelium vitae, 19).

7. El riesgo de alianza entre democracia y relativismo ético

Finalmente, un último rasgo: el riesgo de establecer una alianza entre “democracia” y “relativismo ético”.
En el campo social se ha ido afirmando, por una parte, un concepto de democracia que no contempla la referencia a fundamentos de orden axiológico y por tanto inmutables. La admisibilidad o no de un determinado comportamiento se decide con el voto de la mayoría parlamentaria. Las consecuencias de semejante planteamiento son evidentes: las grandes decisiones morales del hombre se subordinan, de hecho, a las deliberaciones tomadas cada vez por los órganos institucionales (Fides et ratio, 89).
La vida social se está adentrando, por otra parte, en las arenas movedizas de un relativismo absoluto, en el que todo es pactable, todo es negociable: incluso, el primero de los derechos fundamentales, el de la vida. Este relativismo ético es la raíz común de las tendencias que caracterizan muchos aspectos de la cultura contemporánea.
Algunos llegan a afirmar falazmente que esto es la condición necesaria de la democracia, ya que sólo esto garantiza la tolerancia, el respeto recíproco entre las personas y la adhesión a las decisiones de la mayoría,
mientras que las normas morales, consideradas objetivas y vinculantes, llevan al autoritarismo y a la intolerancia (Evangelium vitae, 70).
No deja de resultar sorprendente y paradójico que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza son considerados como poco fiables desde el punto de vista democrático, porque no sostienen que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos (Centesimus annus, 46).
En realidad, no podemos mitificar la democracia, convirtiéndola en un sucedáneo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. La democracia es un instrumento y no un fin. Su carácter “moral” no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse. Por tanto, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios de que se sirve.
Su valor se mantiene o cae según los valores que encarna y promueve; y en la base de esos valores no pueden estar provisionales y volubles “mayorías” de opinión, sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva que sea punto de referencia normativa de la misma ley civil (Evangelium vitae, 70).
Si en la democracia no existen verdades y principios últimos que guíen y orienten la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. De este modo la democracia se precipita por la pendiente que le lleva al totalitarismo (Veritatis splendor, 101; Evangelium vitae, 20).

8. Punto de llegada final

A modo de conclusión de cuanto he dicho, me gustaría ahora esbozar las líneas de la figura dibujada por estos distintos rasgos, como punto de llegada final.

a. En primer lugar, creo que podemos sospechar que nos encontramos ante una profunda crisis de la cultura, la cual engendra escepticismo en los fundamentos mismos del saber y de la ética, haciendo cada vez más difícil ver con claridad el sentido del hombre, de sus derechos y de sus deberes (Evangelium vitae, 11).
Hay factores que evidencian la crisis cultural de Occidente: la sustitución
– de la verdad por la verificación,
– de la bondad por la utilidad,
– de la belleza por la sensualidad,
– de la unidad por la fragmentariedad.

b. En segundo lugar, estimo que es posible contatar este hecho: la pérdida de contacto con la verdad objetiva ha llevado al ser humano a la pérdida de fundamento de su dignidad. De este modo se hace posible borrar de su rostro los rasgos que manifiestan su semejanza con Dios, para llevarlo progresivamente a una destructiva voluntad de poder o a la desesperación de la soledad (Fides et ratio, 90).

c. En tercer lugar, me parece que la pregunta que hizo un día Pilato hoy se está repitiendo: “¿Qué es la verdad?”. Esta pregunta emerge también hoy desde la triste perplejidad de un hombre que, a menudo, ya no sabe quién es, de dónde viene, ni adónde va (Veritatis splendor, 84).

d. En cuarto lugar, siento que el ser humano, hoy, se muestra paradójico y contradictorio. Después de que ha descubierto la idea de los “derechos humanos” –como derechos inherentes a cada persona y previos a toda Constitución y legislación de los Estados– incurre en una sorprendente contradicción: justo en una época en la que se proclaman solemnemente los derechos inviolables de la persona y se afirma públicamente el valor de la vida, el derecho mismo a la vida queda prácticamente negado y conculcado, en particular en los momentos más emblemáticos de la existencia, como son el nacimiento y la muerte (Evangelium vitae, 18).

e. En quinto lugar, creo que nos sentimos en grado de poder descalificar a Francis Fukuyama, profesor norteamericano de origen japonés, quien había creído que con el capitalismo como sistema económico y con la democracia liberal como sistema político, había llegado, nada menos, que el ‘final de la historia’, y había aparecido ‘el último hombre’ (The End of History and the last Man, 1992). En el neoliberalismo capitalista habría hallado el hombre, al fin, la liberación y la satisfacción de todas sus aspiraciones.
Al contrario, dejando a un lado este optimismo idealista, vemos hoy al ser humano amenazado individual y socialmente. A las tradicionales y dolorosas plagas del hambre, las enfermedades endémicas, la violencia y las guerras, se añaden otras con nuevas facetas y dimensiones inquietantes. Estamos ante una objetiva “conjura contra la vida”, que ve implicadas, incluso, a instituciones internacionales, y que utiliza con frecuencia a los medios de comunicación social que se convierten en cómplices de esta conjura, creando en la opinión pública una cultura de muerte que presenta el recurso a la anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma eutanasia como un signo de progreso y conquista de libertad (Evangelium vitae, 3 y 17).
Algunas experiencias de la humanidad, singularmente en el siglo pasado, han convertido el sueño ilustrado de la humanidad en pesadilla. El hombre se sabe amenazado por su poder, y esa amenaza, que es real, nos hace caer en la cuenta de la ambivalencia de la técnica.

f. En sexto lugar, es quizás posible comprender que una civilización con perfil puramente materialista está condenando al hombre a la esclavitud. Esta civilización materialista, no obstante sus declaraciones “humanísticas”, acepta la primacía de las cosas sobre la persona humana. La mera categoría del “progreso” económico se convierte en una categoría superior que subordina el conjunto de la existencia humana a sus exigencias parciales, sofoca al hombre, disgrega la sociedad y acaba por ahogarlo en sus propias tensiones y en sus mismos excesos (Redemptor hominis, 16).

A la luz de todo lo anterior, qué apropiada aparece para nuestra situación actual la advertencia de San Pablo a Timoteo: “Vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se buscarán una multitud de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.!” (2 Tim, 4, 1-5).

II. La Universidad Católica indica la salida del laberinto

¿Cómo hallar la salida del laberinto en que nos encontramos? ¿Quién indicará el camino con el hilo de Ariadna? Está aquí el papel fundamental que la Universidad Católica debe desempeñar como servicio a la persona humana y a la sociedad. La identidad y misión de la Universidad Católica está claramente descrita en la Constitución Apostólica “Ex corde Ecclesiae” promulgada por el Papa Juan Pablo II el 15 de agosto de 1990.
Es significativo señalar que el título de este documento pontificio recoge muy bien el espíritu que lo anima, porque es perfectamente demostrable desde los orígenes de la institución universitaria hasta nuestros días, (2) y a pesar de las vicisitudes históricas, una vinculación estrecha entre la Iglesia y la Universidad, que ha dado lugar a una fecunda tradición intelectual universitaria católica. Por eso, Juan Pablo II pudo escoger como título “Ex corde Ecclesiae”, pues, efectivamente, la universidad ha brotado del corazón y permanece en el corazón de la Iglesia.

1. Identidad católica

Podrá parecer un tópico decirlo, pero el objetivo fundamental de una Universidad Católica es el de ser, a la vez y al mismo tiempo, “Universidad” y “Católica”. No existe oposición alguna, sino armonía y complementariedad entre los dos términos porque el primer objetivo de la universidad es la investigación y la afirmación de la verdad. La Universidad Católica, en cuanto católica, está enriquecida por una dimensión más amplia, en cuanto que busca la verdad completa, que procede de Cristo, Verbo encarnado.
“Por su carácter católico, la Universidad goza de una mayor capacidad para la búsqueda desinteresada de la verdad; búsqueda, que no está subordinada ni condicionada por intereses particulares de ningún género” (Ex corde Ecclesiae, 7).
La Universidad Católica, en cuanto Universidad, no quita nada sino que potencia ese esfuerzo riguroso y crítico con el que toda comunidad académica seria contribuye a la tutela y desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural mediante la investigación, la enseñanza y los diversos servicios ofrecidos a las comunidades locales, nacionales e internacionales (Ex corde Ecclesiae, 12).
El carácter católico asegura de modo institucional la presencia cristiana en el mundo cultural universitario. La constitución apostólica “Ex corde Ecclesiae” expone las características esenciales de la identidad católica de la Universidad en cuatro puntos:

1) Una inspiración cristiana de parte no sólo de cada uno, sino también de la Comunidad universitaria como tal; (por tanto, abarca no sólo la dimensión personal sino también la institucional);
2) una incesante reflexión, a la luz de la fe católica, sobre el creciente tesoro del conocimiento humano, al que busca ofrecer una contribución con las propias investigaciones;
3) la fidelidad al mensaje cristiano tal como lo presenta la Iglesia;
4) el compromiso institucional al servicio del pueblo de Dios y de la familia humana en su itinerario hacia el objetivo trascendente que da significado a la vida (Ex corde Ecclesiae, 13).

2. Algunas tareas específicas de la misión de la Universidad Catolica

Desde estas perspectivas, haré ahora algunas consideraciones en torno a las tareas específicas de la misión de la Universidad Catolica.

a. Integración del saber

Hoy, a causa de la fragmentación de la ciencia humana provocada por la moderna especialización, se percibe agudamente en todas partes la necesidad de integrar las diversas ramas del saber. Aunque esta
especialización es particularmente característica de las disciplinas científicas, existe también en las ciencias humanas.
En las Universidades Católicas debe darse una viva preocupación por lograr la integración del saber, la cual se proyecte no sólo a nivel horizontal sino, también, a nivel vertical y trascendente. Es decir, la Universidad Católica, con la asistencia de la filosofía y de la teología, es un lugar idóneo para ir a la raíz de los problemas y responder a las cuestiones urgentes y a los desafíos de hoy con una visión integral del ser humano y con la preocupación por la promoción del bien genuino del hombre y de la sociedad.
Esta aportación de la Universidad Católica es de un valor inestimable para la condición del ser humano. Dice, efectivamente, Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio: “El hombre es capaz de llegar a una visión unitaria y orgánica del saber. Éste es uno de los cometidos que el pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del próximo milenio de la era cristiana. El aspecto sectorial del saber, en la medida en que comporta un acercamiento parcial a la verdad con la consiguiente fragmentación del sentido, impide la unidad interior del hombre contemporáneo” (85).

b. Diálogo entre fe y razón

Otro problema es el diálogo entre la fe y la razón. Precisamente a través de la promoción de la integración del saber, la Universidad Católica se empeña a fondo en este diálogo mostrando cómo la fe y la razón se encuentran en la única verdad.
Este diálogo evidencia que la investigación metódica en todos los campos del saber, si se realiza de una forma auténticamente científica y conforme a las leyes morales, nunca será en realidad contraria a la fe, “porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en el mismo Dios” (Gaudium et spes, 36; cf. Ex corde Ecclesiae, 17).
Este diálogo es particularmente fecundo y enriquecedor tanto para la fe como para la razón: la fe, con sus contenidos teológicos, ofrece a todas las otras disciplinas del saber una perspectiva y una orientación que no están contenidas en sus metodologías, y una ayuda para examinar de qué modo sus descubrimientos influyen sobre las personas y la sociedad. La inspiración cristiana permite incluir en la investigación y búsqueda “la dimensión moral, espiritual y religiosa y valorar las conquistas de la ciencia y de la tecnología en la perspectiva total de la persona humana” (Ex corde Ecclesiae, 7).
Por su parte, la fe recibe de los hallazgos de las otras disciplinas del saber un enriquecimiento que la lleva a una mayor comprensión del mundo de hoy y hace que la investigación teológica se adapte mejor a las exigencias actuales (Ex corde Ecclesiae, 19).

c. La preocupación ética

En tercer lugar, la preocupación ética debe caracterizar a la Universidad Católica.
Puesto que el saber debe servir a la persona humana, en una Universidad Católica la investigación se realiza siempre con la preocupación por las implicaciones éticas y morales, inherentes tanto a los métodos como a sus descubrimientos.
Preocupación que es particularmente urgente hoy en el campo de la investigación científica y tecnológica, pues en el momento actual de la humanidad, como dijo Juan Pablo II en la UNESCO en 1980, “es esencial que nos convenzamos de la prioridad de lo ético sobre lo técnico, de la primacía de la persona humana sobre las cosas, de la superioridad del espíritu sobre la materia. Solamente si el saber está unido a la conciencia, servirá a la causa del hombre. Los hombres de ciencia ayudarán realmente a la humanidad sólo si conservan el sentido de la trascendencia del hombre sobre el mundo y de Dios sobre el hombre” (Ex corde Ecclesiae, 18).

d. Diálogo cultural

Finalmente, digamos también una palabra sobre un tema que reviste importancia singular: el diálogo cultural.
Ha sido observado justamente que el diálogo de la Iglesia con la cultura de nuestro tiempo es el sector vital, en el que se juega mayormente el destino de la Iglesia y del mundo en la hora presente. “Si es verdad que el Evangelio no puede ser identificado con la cultura, antes bien trasciende todas las culturas, también es cierto que –como ha anotado el papa Pablo VI– el Reino anunciado por el Evangelio es vivido por personas profundamente vinculadas a una cultura, y la construcción del Reino no puede dejar de servirse de ciertos elementos de la cultura o de las culturas humanas” (Ex corde Ecclesiae, 44).
En efecto, precisamente aquí en Medellín, en 1986, Juan Pablo II dijo: “Una fe que se colocara al margen de todo lo que es humano, y por lo tanto de todo lo que es cultura, sería una fe que no refleja la plenitud de lo que la palabra de Dios manifiesta y revela, una fe decapitada, peor todavía, una fe en proceso de autoanulación” (Palabras dirigidas a los intelectuales, estudiantes y personal universitario en Medellín, 5 de julio de 1986, n. 3). Estas importantes palabras, pronunciadas en esta bella ciudad, han merecido, incluso, encontrar un lugar dentro del texto de la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae, n. 44.
En este diálogo con las culturas la Iglesia pone en resalto sobre todo los elementos que determinan el valor de una cultura, o sea “en primer lugar, el significado de la persona humana, su libertad, su dignidad, su sentido de la responsabilidad y su apertura a la trascendencia. Con el respeto a la persona está relacionado el valor eminente de la familia, célula primaria de toda cultura humana (Ex corde Ecclesiae, 45).
Por tanto, defendiendo “la identidad de las culturas tradicionales”, la Iglesia debe ayudarles a incorporar los valores verdaderos “sin sacrificar el propio patrimonio, que es una riqueza para toda la familia humana” (ibidem).
Es, pues, difícil no comprender que “la Universidad Católica es el lugar primario y privilegiado para un fructuoso diálogo entre el Evangelio y la cultura” (ibidem, 43). En consecuencia, la Ex corde Ecclesiae proclama: “La Universidad Católica debe estar cada vez más atenta a las culturas del mundo de hoy, así como a las diversas tradiciones culturales existentes dentro de la Iglesia, con el fin de promover un constante y provechoso diálogo entre el Evangelio y la sociedad actual” (ibidem, 45).
En esta perspectiva, pues, un campo especialmente importante para la Universidad Católica debe ser el diálogo entre el pensamiento cristiano y las ciencias modernas; campo en el que el investigador cristiano deberá mostrar cómo la inteligencia humana se enriquece con esa verdad superior que deriva del Evangelio (Ex corde Ecclesiae, 46).

Conclusión: Universidad Católica ¡Sé lo que debes ser!

Podemos así hacer ya nuestra conclusión final. Hemos visto cómo el hombre moderno, confiado en exceso en sí mismo por los logros obtenidos, ha creído que se basta a sí mismo. Como consecuencia de esto, el Occidente actual queda marcado por el giro antropocéntrico de su cultura que, en cierta medida, se ve corroborado por el éxito inmediato de la ciencia y de la técnica.
Pero hemos visto también cómo, debido a su carácter limitado, el método científico no es apto para llegar a lo más profundo de la realidad, a la esencia de las cosas y a sus causas últimas. Así la cosmovisión moderna ha quedado prisionera en lo superficial, profesando agnosticismo sobre cuanto está más allá de lo fenoménico; es decir, sobre todo lo que no es demostrable.
¿Quién nos ayudará, nos hemos preguntado, a encontrar el hilo de Ariadna para salir de este laberinto? ¿Podemos hallar la salida?
Un amplio sector de la cultura contemporánea ha desistido y se prepara para instalarse en el laberinto lo más cómodamente posible, o, en realidad será más acertado decir, lo menos dolorosamente posible.
Sobre todo, hemos querido afirmar que corresponde a la Universidad Católica, en esta encrucijada de la historia, mostrar la salida de esta situación. La Universidad Católica constituye, sin duda alguna, uno de los mejores instrumentos que la Iglesia ofrece a nuestra época que está en busca de certeza y sabiduría (Ex corde Ecclesiae, 10).
Mediante la enseñanza de sus aulas y la investigación de sus profesores y diveros Institutos la Universidad Católica presta una indispensable contribución a la Iglesia, poniendo en sus manos los resultados de sus esfuerzos científicos que le ayudarán a ella a dar respuesta a los problemas y exigencias de la sociedad humana en cada época (Ex corde Ecclesiae, 31).
Qué apropiadas aparecen y con cuánta más razón las palabras del filósofo español Ortega y Gasset sobre la función y vocación de la cultura en general, si las aplicamos a esa cultura cristiana que debe forjarse y emanar de la Universidad Católica: “La vida es un caos, una selva salvaje, una confusión. El hombre se pierde en ella. Pero su mente reacciona ante esa sensación de naufragio y perdimiento: trabaja por encontrar en la selva ‘vías’, ‘caminos’; es decir: ideas claras y firmes sobre el Universo, convicciones positivas sobre lo que son las cosas y el mundo. El conjunto, el sistema de ellas, es la cultura en el sentido verdadero de la palabra; todo lo contrario que ornamento. Cultura es lo que salva del naufragio vital, lo que permite al hombre vivir sin que su vida sea tragedia sin sentido o radical envilecimiento” (Misión de la Universidad, en Obras Completas, Revista de Occidente, Madrid, 1947, vol.VI, p.321).
Querida Comunidad Universitaria: como Universidad Católica están llamados a ser instrumento, cada vez más eficaz, del progreso cultural auténtico de este país, tanto para las personas individuales como para la sociedad.
Que su seria y responsable dedicación al trabajo intelectual se oriente a estudiar en profundidad las raíces y las causas de los graves problemas de nuestro tiempo, prestando especial atención a sus dimensiones éticas y religiosas.
Si es necesario, y sin miedos ni complejos, tengan la valentía de expresar también las verdades incómodas, las que no halagan a la opinión pública, pero que son tan necesarias para salvaguardar el bien auténtico de la sociedad (Ex corde Ecclesiae, 32).
Recuperemos la utilería metafísica para salir de este laberinto actual. Devolvamos al hombre de hoy la plena dignidad de su condición de persona humana. Aquí radica toda la problemática, teórica y práctica, acerca de la cultura y del humanismo. La verdadera aporía en que se encuentra hoy la humanidad está en el concepto de persona, en la antropología, dentro de la cual hay que afirmar, como lo hacía el entonces Cardinal Ratzinger, que: “La destrucción de la Trascendencia, es la mutilación radical del hombre, de la que brotan todas sus frustraciones” (Joseph Ratzinger, Iglesia, Ecumenismo y Política, Madrid, 1987, 231).
Sin descuidar en modo alguno la adquisición de conocimientos útiles, la Universidad Católica se distinga por su libre búsqueda de toda la verdad acerca de la naturaleza, del hombre y de Dios. Por su humanismo universal se dedique por entero a la búsqueda de todos los aspectos de la verdad en sus relaciones esenciales con la Verdad suprema que es Dios (Ex corde Ecclesiae, 4).
En el mensaje de Jesucristo tenemos la verdad plena sobre el hombre y la sociedad, la cual ilumina y orienta nuestro trabajo. Difundámoslo como luz que disipe las tinieblas de tantas mentes que navegan hoy a la deriva en el mar de la cultura.
Si el Capitalismo, como creador de humanismo, está fracasando, al interesarse por el hombre sólo en cuanto productor y consumidor; si la sola razón, como medio único de progreso cultural humano, está igualmente fracasando, queda planteado y abierto el reto para la Universidad Católica de generar una cultura que brote del hontanar fecundo del amor. Este es el proyecto proclamado en el Evangelio y, por eso, la tarea más esperanzadora de la Iglesia y de la Universidad Católica en el Tercer Milenio es educar en el amor y difundir el amor. Sabemos que no hay soluciones radicales vertiginosas. La vía de solución es a largo plazo y pasa por la educación y la cultura. Sabemos que las sociedades no se transforman por la revolución impaciente sino por la educación paciente.
Por eso, la Ex corde Ecclesiae nos asegura que “Las Comunidades universitarias de los distintos continentes [...] son [...] el signo vivo y prometedor de la fecundidad de la inteligencia cristiana en el corazón de cada cultura. Ellas dan una fundada esperanza de un nuevo florecimiento de la cultura cristiana en el contexto múltiple y rico de nuestro tiempo cambiante, el cual se encuentra ciertamente frente a serios retos, pero también es portador de grandes promesas bajo la acción del Espíritu de verdad y de amor” (Ex corde Ecclesiae, 2).
Y así es evidente también que el futuro de la Universidad Católica depende en grandísima parte del empeño competente y generoso del laicado católico (Ex corde Ecclesiae, 25). Por ello, al finalizar estas palabras me permito presentar a Ustedes, a todos en conjunto y a cada uno en particular, una petición y expresarles, a la vez, un deseo lleno de esperanza: ¡Universidad Católica, sé lo que debes ser!

 

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