Amigos:
Me complace compartirles hoy, en el XVIII aniversario de su partida para el Cielo- la homilía de cuerpo presente del inolvidable Mons. Mario Tagliaferri, nuncio de SS en Perú, España y Francia. En vísperas de la inauguración del Año de la Fe y celebración de los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II, cobran mayor trascendencia sus palabras al calificarlo como "profeta del Concilio Vaticano II en su visión sobre la promoción del laicado en la Iglesia y en el mundo".
JAB
HOMILIA DE MONS. MARIO TAGLIAFERRI, NUNCIO DE S. S. EN ESPAÑA, EN EL FUNERAL POR EL P. TOMAS MORALES,
(MADRID, 13 DE OCTUBRE DE 1994)
Sacerdotes concelebrantes, queridos Cruzados, Cruzadas y miembros de los Hogares de Santa María, hermanos y hermanas.
Nos reunimos en torno al altar para celebrar la Santa Misa en sufragio por el eterno descanso de nuestro querido y admirado P. Tomás Morales, de la Compañía de Jesús.
En nombre del Santo Padre os bendigo y os transmito un mensaje de esperanza que es fuente de alegría en medio del dolor, porque nos apoyamos en la potencia salvífica de Dios, en su amor y misericordia, fuente de certeza en el cumplimiento de sus promesas.
Saludo con fraternal afecto y gratitud a los PP. Jesuitas, a los sacerdotes ligados a las obras apostólicas promovidas por el P. Morales, a los seglares del Hogar del Empleado, de los Hogares de Santa María, a los Cruzados, Cruzadas y Militantes de Santa María... y a tantos sacerdotes, religiosas y fieles que han recibido su orientación espiritual y doctrinal. No podemos olvidar su labor de promoción vocacional al sacerdocio y a la vida consagrada, especialmente contemplativa, como el mejor fruto de la paternidad sacerdotal del P. Morales. Igualmente su inquietud misionera abierta especialmente a los países de América.
Al mismo tiempo que pedimos por el eterno descanso del P. Tomás Morales, damos gracias porque ha tratado de ser hijo fiel de San Ignacio de Loyola, instrumento de Dios para hacer el bien, sintiendo con la Iglesia, en obediencia incondicional al Magisterio del Papa, buscando la salvación de todos, especialmente dedicado a la juventud, a la que entrega su vida y actividad formativa de múltiples maneras, y de un modo muy particular, por medio de los Ejercicios Espirituales ignacianos y de la dirección espiritual. Y todo, "para mayor gloria de Dios", al calor del corazón de Santa María, Madre de Dios, Madre de los hombres, Madre de la Juventud.
Conocéis bien la sólida preparación universitaria y la vasta cultura del P. Morales. Parecía especialmente preparado para una labor docente de grado superior. Pero la obediencia religiosa le marcó otros caminos que él aceptó como expresión de la voluntad de Dios.
Hemos de reconocer su influencia religiosa, sacerdotal y apostólica en momentos difíciles del catolicismo español. Intuye que España necesita seglares católicos "virtuosos, cultos, resueltos, intrépidos, verdaderos apóstoles". Por eso se acerca a los trabajadores y empresarios, a los jóvenes universitarios, a los profesionales, a las familias... e irá surgiendo el Hogar del Empleado, los Hogares de Santa María, la Cruzada y la Milicia de Santa María. Podemos afirmar que es como un profeta del Concilio Vaticano II en su visión sobre la promoción del laicado en la Iglesia y en el mundo.
¡Cómo saboreaba la doctrina del capítulo IV sobre los laicos, o el V sobre la vocación universal a la santidad, de la Lumen gentium, o el decreto Apostoticam actuositaten: "A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el mundo. Allí están llamados por Dios para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que, sin cesar, se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y Redentor" (LG 31 b).
El P. Morales tenía una especial personalidad y, por lo tanto, objeto de posibles interpretaciones que superaba con obediencia y con elegancia espiritual. Tenía figura de profeta cuando en su predicación denunciaba lo que él llamaba "ese Madrid pagano". Tenía una impresionante austeridad consigo mismo que aparecía incluso en su figura que, como Santa Teresa decía de San Pedro de Alcántara, parecía hecha de raíces. Pero era sorprendente la afabilidad que tenía para los demás. Nadie puede dudar de la coherencia y del testimonio de su vida. Busca apasionadamente el conocimiento, amor e imitación de Cristo. Lo transmite principalmente a través de incontables tandas de ejercicios espirituales de San Ignacio. Es también un enamorado de la fuerza contemplativa de Santa Teresa de Jesús. Son los pilares de la espiritualidad que infunde como "alma de todo apostolado".
Su pensamiento está en sus obras. Su intuición —como ya se ha mencionado— de que había llegado la hora del seglar en Laicos en marcha. Sus criterios formativos están más bien en Forja de hombres. Es un libro que se abre con lo que él mismo llama una "Mística de exigencia". Está convencido de que a los jóvenes si se les pide poco no dan nada, si se les pide mucho dan algo, y sólo dan mucho si se les pide la entrega total. Su principio de «hacer hacer" para multiplicar la eficacia apostólica. "Escuela de constancia", una especie de programa para lo que suele llamarse la "quinta semana" de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, la perseverancia en lo que se ha visto a la luz de Dios. Finalmente, "Cultivo de la reflexión", que es una exaltación de la importancia del examen de conciencia. No podemos olvidar tampoco sus largas horas de confesonario, dirección espiritual y su numerosa correspondencia epistolar.
Desde la oración y el recuerdo del P. Morales nos acercamos a la Palabra de Dios que nos transmite un mensaje de confianza: caminar con la mirada puesta en el Cielo, peregrinos de la esperanza, apoyados en Cristo Jesús.
El Profeta Isaías (25, 6a. ) anuncia el banquete que preparará "el Señor de los ejércitos" para todos los pueblos. La profecía se cumple en Cristo. En Él todos somos llamados a la gracia y a la santidad como condición para alcanzar la salvación y participar en el banquete del Reino. Dios se nos hará presente cara a cara a la luz de la gloria, sin llanto ni oprobio. Es la promesa de Dios: "Lo ha dicho el Señor. Aquel día se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara...".
Señor Jesús, tú llamaste al P. Morales con el don del Bautismo, lo fortaleciste en la Confirmación, lo purificaste en la Penitencia, lo alimentaste con tu cuerpo y sangre en la Eucaristía, lo hiciste tuyo en la Compañía de Jesús, lo quisiste sacerdote eterno, apóstol infatigable, lo ungiste con la unción de los enfermos. Admítelo a tu presencia para siempre, realizando en plenitud el ideal de su vida: Ad maiorem Dei gloriam.
Comprendemos el gozo que experimenta San Pablo cuando siente "inminente" el momento de su partida (II Tim 4,6-8): "He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. A Él la gloria por los siglos de los siglos!"
Señor Jesús, nuestra oración por el eterno descanso del P. Morales también quiere ser alabanza y acción de gracias "por los siglos de los siglos". Lo hemos visto combatir por la defensa de la fe, en la vanguardia de la Iglesia, formando un ejército de hombres y mujeres que se alistarán —como pide S. Ignacio— bajo la bandera del Rey Eterno para hacer fermentar la masa del mundo y darles el sabor de Cristo.
Señor Jesús, desde esta oración y recuerdo, te pedimos por nosotros mismos. Ayuda a estos hombres y mujeres. A estos jóvenes infúndeles tu Espíritu para que sigan anunciando íntegro el mensaje desde dentro del mundo, como testigos valientes, en la fábrica, en la oficina, en la Universidad, en los colegios, en el noviazgo, en la familia, en el campo, en la ciudad, en España, en Europa, en América, fieles a la llamada de la Iglesia. Líbralos de todo mal. ¡Cristo y la Iglesia os necesitan! Y cuando Cristo se siga fijando en vosotros y os llame al sacerdocio, a la vida consagrada, continuad diciendo: Sí, Cristo, cuenta conmigo. Se trata de una actitud que es herencia preciosa del P. Morales.
¡No tengáis miedo! Cristo sale a nuestro encuentro. Es el apoyo de nuestra esperanza. Por ello: nos gozamos en recordar la oración sacerdotal de Jesús (Jn 17,24-26): "Elevando los ojos al cielo, Jesús oró diciendo: `Padre, este es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy y contemplen mi gloria'".
Estas palabras, llenas de la promesa de la gloria, bastan por sí mismas para consolar a quienes experimentáis la dolorosa separación de la muerte del P. Morales. Son palabras de fe, de esperanza y de infinita caridad, dichas por quien ha vencido el pecado y la muerte, Jesucristo, el Señor resucitado. Palabras de fe que nos recuerdan nuestra pertenencia a Cristo. Somos de Cristo. Por el Bautismo hemos sido hechos miembros de su Cuerpo. Somos su propiedad. "Los que tú me has dado", dice Jesús al Padre. El P. Morales es de Cristo. Suyo por el bautismo; suyo por la ordenación sacerdotal; suyo porque le entregó la vida entera —y también su muerte— en el servicio al evangelio.
Son palabras de esperanza, porque nos recuerdan que, al morir, partimos para estar con Cristo, como decía San Pablo. "Quiero que donde yo esté, estén también conmigo". La muerte —hermanos— nos abre definitivamente las puertas de ese lugar donde Cristo está: la morada que Él mismo nos prepara. Por eso, ante la muerte, el cristiano no llora ni se aflige como los que no tienen esperanza. Nuestra esperanza es Cristo, y Cristo en la Gloria. Y son, finalmente, palabras de caridad, de infinita caridad, porque revelan que el Padre nos ha amado como ha amado a Cristo (cf. Jn 17,23), cuando ha querido hacernos partícipes de la Gloria de Cristo, que contemplaremos por toda la eternidad.
Que tu palabra, Señor, siga triunfando en nosotros: estos jóvenes, estos seglares; estos sacerdotes, somos tuyos porque el Padre nos ha puesto en tus manos. Danos tu amor, la fuerza de tu Espíritu, para que seamos santos y podamos estar contigo contemplando tu gloria. ¡Sed santos! ¡Sed santas! Que nada ni nadie os separe del amor de Dios Padre, manifestado en Cristo por obra del Espíritu Santo.
¡Santa María! Te entregamos la vida, la muerte y la eternidad del P. Tomás Morales. ¡Cómo amaba a la Virgen! Sabía muy bien que ser totalmente de María es la mejor manera de ser totalmente de Cristo y de su Iglesia, de ser apóstol intrépido en todos los ambientes. El Rosario en el corazón, en los labios y en las manos, era su mejor arma. La Inmaculada Concepción el mejor modelo y fuente de pureza en la juventud. Por eso, ¿recordáis cómo propagó por el mundo las Vigilias de la Inmaculada, cómo luchó por defender su fiesta?
Permitidme concluir con palabras del P. Morales que tienen sabor de testamento: "Permaneceréis firmes en el Señor si, obedeciendo a Cristo vuestro Señor, tomáis a María como Madre. A Ella debéis invocarla con más amor y confianza conforme la noche va pasando y el día se acerca. Mirándola, seréis valiosos pregoneros de las cosas que esperamos, si asociáis, sin desmayo, la profesión de la fe con la vida de fe" (Hora de los Laicos, 587).
Quisiera terminar con unas preguntas, ante el recuerdo reciente del "nacimiento para el cielo" de vuestro Padre en Cristo: ¿Cómo podéis vivir vuestro carisma aquí y ahora? ¿Cómo vivir "el momento presente" de la Cruzada-Milicia? Muy sencillo: en la obediencia amorosa a quien S. Ignacio llamaba "nuestra santa Madre Iglesia jerárquica", que tiene el carisma de gobernar y discernir los demás carismas. El P. Morales, que nos ha dejado visiblemente, seguirá siendo siempre para vosotros un punto fundamental de referencia. Y la Santa Madre Iglesia jerárquica continuará siendo, en la sucesión de los Apóstoles, madre y maestra, guardiana de vuestro carisma y vuestra espiritualidad, y propulsora de vuestra vida de santidad en pleno mundo.
Mis queridos hermanos y hermanas, abiertos a la esperanza teologal, oremos por el eterno descanso del P. Tomás Morales y, como el mejor homenaje a su memoria, renovemos nuestro compromiso de santidad, fundamento de la Nueva Evangelización sentimos urgidos.
Fuente: Revista Estar, Diciembre 1994, nº 121.