viernes, 14 de junio de 2013

Eduardo Cavieres F. analiza la descristianización y laicización como dos conceptos en una misma historia


 

                                 Eduardo Cavieres F.

                                                                                  P. Universidad Católica de Valparaíso

 

En la mañana del viernes 14 de junio, he podido asistir a la conferencia pronunciada para toda la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima y público de fuera, que abarrotó el auditorio principal "Cardenal Juan Landázuri". Ha sido un primer encuentro de futuros encuentros chileno-peruanos de historiadores y teólogos con el fin de de estudiar la historia de la Iglesia en la sociedad civil, la incidencia de la modernidad en la descristinización y secularización de estos dos países vecinos que cada vez más deben verse como complementarios y hermanos, dejando anacrónicas desavenencias.

 Rescato alguna de sus conclusiones: "¿cómo restablecer una relación entre la Iglesia y la sociedad sin reeditar anacronismos que alejen sino que acerquen". Al respecto, es muy ilustrativa la cita de Eusebio de Cesarea quien advierte en su "Historia Eclesiástica" que los grandes acontecimientos son registrados tanto por los historiadores laicos como los eclesiásticos, pero que éstos consideran que fueron debido a las oraciones y a la gracia, y los civiles no. Les comparto unas notas del autor y que tomo de las conclusiones de un artículo inédito sobre el mismo tema:

 

  1. Podemos concluir en algunas situaciones; en primer lugar, la relación religiosidad-Iglesia es un problema histórico que se expresa en términos de compromisos, adhesiones y particularmente en términos de actitudes y comportamientos. Desde ese punto de vista, aún cuando las explicaciones de la historia no superan en definitiva las interrogantes respecto a la naturaleza y trascendencia de la vida, se siguen generando conflictos entre el consciente y el inconsciente los cuales, generalmente, se resuelven a partir de instancias externas a los individuos.
  2. En segundo lugar, y a partir de ello, la cultura y diversas expresiones del poder orientan e influyen sobre la vida histórica de las personas sin lograr superar sus naturales inclinaciones a pensarse más allá de su materialidad existencial. En lo que concierne a la propia historicidad, la modernidad observa estas situaciones a partir de fenómenos de larga duración como son la descristianización y la laicización. Particularmente, al menos en el mundo occidental, el Estado y la Iglesia han sido, y aún lo son, actores vitales en definir los términos en que las sociedades deben separar sus ámbitos de acuerdo a sus propios quehaceres. En una época de fuerte crecimiento de un nuevo liberalismo, Benedicto XVI ha prestado especial atención a esta situación.
  3. En tercer lugar, en la propia vida moderna, tenemos un gran problema entre lo que son los ámbitos de la vida pública y de la vida privada. En las últimas décadas, por una parte, los avances de la vida pública nos hace pensar de que de somos más libres que antes, pero por otra, ellos nos lleva a constatar que en muchos sentidos somos menos libres porque no se trata sólo de las imposiciones del Estado sino igualmente desde la cultura dominante dentro de una sociedad que se ve amplificada a través de la TV, los medios de comunicación, etc.

            Como resultado de lo anterior, es efectivo que la explicación del hecho histórico nos lleva a ciertos extremos y ello va creando unos ambientes armónicos entre la historia que queremos vivir y la historia que queremos proyectar, pero, por el contrario, lo que va sucediendo es que continuamente, de una u otra manera, cada explicación se va encerrando de tal manera que lo que se impone es simplemente lo que se escucha y ello tiene mucho que ver con lo que podemos visualizar entre los límites de la tolerancia y la intolerancia. No sólo hoy, lo podemos observar también en el pasado, desde los no creyentes y desde los creyentes, uno de los aspectos más permanentes de la historia universal ha sido el de la intolerancia ya que, finalmente, la resolución del problema del hecho religioso ha sido una resolución que se explicita en términos históricos y ello siempre tiene que ver con el Poder,  poder que aquí lo crea más bien intolerancia que tolerancia. En todo caso, cualquier forma de intolerancia no resuelve los problemas esenciales ni del hombre ni de la humanidad.

            La única forma  que estas ideas dispersas concuerden en algo es que todos estemos pensando no en la misma respuesta o solución, pero sí en el mismo problema, es convertir efectivamente cada una de esas ideas en  un problema de la vida religiosa que se tiene que entender desde la vida histórica. Es muy difícil, pero a la vez, muy apasionante. El problema de fondo es pensar, hoy, si estas relaciones entre Estado-Iglesia, siendo en algunos casos de mucha confrontación, en un futuro próximo serán más valorizadas respecto a otras formas de desarrollo científico-cultural que vienen apareciendo en escena. Despejar el pasado es una buena opción para enfrentar mejor el futuro. La laicidad positiva, la religión no resta, sino suma, es un buen punto de partida.

            Qué es la historia religiosa? Como otras historias ésta se define a partir de la singularidad de aquello que se trata de especificar y, en este caso, es obvio que la singularidad de la historia religiosa es el hecho religioso. ¿Qué significa? ¿Cuál es el nivel de significación del hecho religioso en la vida histórica? A los historiadores siempre es más fácil dedicarse a estudiar campos más concretos como la vida económica, la vida política o incluso la vida cultural, lo que siempre supone, además, ciertos grados de racionalidad que separaría las esferas de la objetividad y de la subjetividad. 

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