Alocución en la Vigilia de la Inmaculada 2023 en Lima por Teodoro Oliva
Queridos sacerdotes que nos acompañáis en este momento de oración y alabanza. Queridos Cruzados de Santa María. Amigos del Movimiento de Santa María y jóvenes de la Milicia de Santa María. Hermanos todos en Cristo y María:
Quiero agradecer en primer lugar a los responsables de este encuentro, la gentileza y deferencia para conmigo al invitarme a hablarles en esta Gran Vigilia de la Inmaculada.
1. Como nos ha dicho Eduardo Rojas, el monitor que esta noche nos dirige, la Vigilia de la Inmaculada ha sido preparada durante un mes que llamamos Campaña de la Inmaculada y además de prepararnos personalmente para esta fiesta se han puesto afiches publicitarios en nuestra ciudad, por las calles, en las vallas publicitarias, centros comerciales y parroquias. Les muestro el cartel de este año que a todos nos resulta familiar (Se muestra un cartel de la Vigilia y se lee el lema del año: orando con María nos abrimos a la esperanza)
Este lema podemos ver que tiene dos partes. Quiero empezar reflexionando por la segunda parte: nos abrimos a la esperanza. La esperanza es una virtud teologal, yo diría que es la más necesaria, dada la situación social y eclesial en que nos encontramos
Nos puede ayudar, hermanos para nuestra reflexión una parábola muy sencilla que he compuesto para esta ocasión: Había tres hermanas que siempre iban juntas, agarradas de la mano. La mayor se llamaba fe e iba a la izquierda, la siguiente en edad se llamaba caridad e iba a la derecha y la más pequeña iba siempre al medio. Cuando la fe y la caridad se cansaban de llevar a su hermana pequeña de la mano la soltaban y entonces todas se detenían y ninguna podía seguir caminando. Con el tiempo aprendieron que en realidad era la pequeña quien jalaba de todas; y entonces a la pequeña hermana la llamaron esperanza. Pues bien, mis queridos hermanos, esta parábola, que no está en la Biblia, no la busquen por ahí, ¿Qué nos enseña? Que sin esperanza nadie camina.
El Antiguo Testamento nos habla de unos personajes que llamamos profetas y que bien podemos definir como hombres de esperanza. De entre todos los profetas, quiero destacar, solo uno, para no alargarme en mis palabras. Su vida la hemos leído hace poco durante las últimas semanas del TO, me refiero al profeta Daniel. Con lenguaje actual, podemos decir que Daniel fue un fiel laico. Le tocó vivir en un momento terrible, nació libre, posiblemente como un príncipe de su pueblo, pero pronto fue llevado a Mesopotamia como esclavo, y allí no pudo elegir nada de todo eso que cualquiera de nosotros puede elegir: amigos, profesión, lugar de residencia... Enseguida pasó a servir como un eunuco más a los reyes de Babilonia. Le tocó vivir en un ambiente hostil para la fe, salvando las distancias como a nosotros hoy que vivimos en un mundo descreído, sin embargo, puso sus talentos al servicio de Dios y al servicio del rey, su señor temporal. Manteniéndose fiel a sus costumbres, mantuvo la esperanza y fue útil a su pueblo. Solo al final de su vida vio algo de luz. Primero vio la caída del rey Baltasar, este murió la misma noche en que durante una bacanal, él y sus mujeres y concubinas bebieron vino en los vasos sagrados que habían profanado y traído del Templo de Jerusalén. Y después de salir ileso del foso de los leones, pudo ver como el nuevo rey, Darío el Medo, favoreció a los hebreos, y su pueblo pudo regresar a Jerusalén. Hermanos: Daniel, fiel laico, confió en su Dios: el Dios vivo que salva y libera, que hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. Y en aquella parte de la tierra que era Mesopotamia, ¡Dios fue conocido como el Dios de Daniel!
2. De la misma manera, hermanos: Elías, Jeremías, Isaías, Juan el Bautista… todos los profetas nos invitan a nosotros a ser hoy los profetas de nuestro tiempo:
Cuando pensamos en los signos de nuestro tiempo, fácilmente recabamos en los signos negativos, en las nuevas pandemias que nos aquejan: las guerras, la inestabilidad política que padecemos, la corrupción de las conciencias y de las instituciones; el divorcio y la crisis de la familia; los ataques a la vida: a los más vulnerables con el aborto y a los ancianos con la eutanasia. O la ruptura de la transmisión de la fe…Últimamente pensamos en las nuevas pandemias posmodernas: el globalismo, el abuso de las pantallas en la educación, en la familia…; o en la introducción de la IA en los procesos de producción y de consumo. Y así, sin esperanza, fácilmente nos convertimos en profetas de calamidades, en hombres que no esperan nada.
¡Pero hoy!, y esto lo quiero subrayar: ¡pero hoy! Y no me refiero a un hoy que dura 24 horas, sino al momento presente que surge de la Resurrección del Señor y que es un hoy eterno. Hoy tenemos y siempre tendremos muchos motivos de esperanza.
En la Iglesia, y esto es urgente, necesitamos una regeneración de la esperanza, esa que comenzó con el Concilio Vaticano II. No emprenderemos una nueva evangelización, hermanos atentos, que es la nuestra, la de los que estamos hoy aquí, muchas veces tibios y con cara de aburridos en las iglesias y en el mundo; ¡cristianos de mínimos, de cumplimiento y nada más! No emprenderemos una nueva evangelización, una verdadera conversión, sin esperanza, porque nadie camina sin esperanza. Volviendo al ejemplo del principio: tres fuerzas nos jalan hacia Dios: la fe, la esperanza y la caridad, son como tres niñas que van unidas agarradas de las manos, pero es la pequeña la que tira hacia adelante de todas. ¡Nada se hace sin esperanza! Sin esperanza los jóvenes no van a misa, ni tienen el coraje de casarse y emprender la gran aventura que supone formar una nueva familia, generosa y abierta a la vida. Sin esperanza no se superan las crisis, crisis de cualquier tipo: en la familia, en el trabajo, en la educación, en la Iglesia. Sin esperanza no surgen nuevas vocaciones a la vida consagrada religiosa o laical, o al sacerdocio, o a la vida contemplativa en los monasterios. Hace falta continuar con el movimiento de esperanza que surgió del Concilio Vaticano II y que ya estaba gestando desde hacía mucho tiempo antes; y del cual el Venerable P. Tomás Morales, fundador de las Vigilias de la Inmaculada hace 83 años, fue un pionero.
3. Hoy más que nunca necesitamos testigos de esperanza. Pero, ¿dónde están estos testigos, y quiénes son? Pablo VI, el papa del Concilio dijo que la presencia de la Iglesia en el mundo se concreta y se realiza principalmente por la acción de los LAICOS. Los cuales no sólo son Iglesia, sino que también hacen Iglesia. Fue el mismo Pablo VI quien acuñó la frase "Es la hora de los laicos" coincidiendo con el ideal que encarnaba y transmitía el P. Morales.
Somos los laicos, inmersos en las realidades temporales, quienes, cuando vivimos al Cristo que llevamos dentro, hacemos presente a la Iglesia en medio del mundo.
Quiero contarles un ejemplo de lo que puede hacer un laico cuando toma conciencia de su fe. Es lo que ha sucedido en un pueblo de Extremadura durante todos estos años, un pueblo conocido por algunos de nosotros, pero que puede ser tu parroquia, tu distrito, empresa de trabajo, tu propia familia. Un joven hace Ejercicios Espirituales, un retiro, y cuando llega a su pueblo, empieza a ir a misa todos los días y comulga. Los del pueblo comentan: este se va a hacer sacerdote. Pero no, se hace maestro, y al poco tiempo termina de maestro en su mismo pueblo. Después se casa y tiene cinco hijos. Su ejemplo arrastra primero a su familia, incluso a sus cuñados y después a otras familias del pueblo. Se forma así un pequeño movimiento de colaboradores con la parroquia que ponen al servicio del pueblo sus talentos, crean asociaciones y el resultado es un pueblo que hoy cuenta con una comunidad católica muy activa y comprometida. Y todo comenzó con un joven laico que se encontró con Jesucristo y se hizo fermento, sal y luz entre los suyos, como pide Jesús a sus discípulos.
¡La esperanza! ¿Pero en qué cosa la ponemos o mejor, en quién? Ciertamente, hermanos, no en nuestros méritos, pues todo lo que tenemos lo hemos recibido, sino en Jesucristo que cumplirá sus promesas: para el cielo de intimidad eterna con Él, y sus promesas para la tierra: nuestro mundo está muy mal, pero Él ha prometido reinar y reinará. Nuestra esperanza es Jesucristo, Él vive en cada uno de nosotros que somos su cuerpo, su Iglesia. Pero con una condición: que estemos unidos a Pedro, a su vicario, al dulce Cristo en la tierra como lo llamaba Santa Catalina de Siena.
4. Y he dejado para el final lo mejor: orando con María. Orando con María nos abrimos a la esperanza. En oración con la Inmaculada, nadie como ella ha sabido esperar. Ella creyó contra toda esperanza que se cumplirían las promesas de Dios.
¡La Inmaculada! Se han preguntado alguna vez ¿por qué las imágenes de las Inmaculadas, tan bellas, no llevan nunca al niño en brazos, salvo alguna excepción? Pues porque lo lleva en su seno, según el libro del Apocalipsis. Y ese niño, ahora somos cada uno de nosotros. Ella nos lleva a cada uno en su seno para darnos a luz en la vida eterna. Y claro yendo en el seno de María es fácil pasar el sistema de control de calidad que dirige San Pedro a las puertas del paraíso. El seno de María es nuestro refugio de salvación por lo que podemos decir que ella hace operativa la misericordia de Dios para con nosotros. ¡Con una madre así qué fácil es tener esperanza!
Oremos con María en medio del mundo, como contemplativos en la acción; eso es acoger la Palabra de Dios que nos salva, es saber que: aquí está nuestro Dios, esperábamos en Él y nos ha salvado. Estando en el seno de la Inmaculada, nada ni nadie pueden quitarnos la esperanza. ¡Dios te salve María, llena eres de gracia…
Muchas gracias