jueves, 21 de diciembre de 2023

PÍO XII (1939-1958) y EL PERÚ




PÍO XII (1939-1958) y EL PERÚ

Al hilo del artículo del académico peruano Fernando Armas Asín, "Pío XII en los Andes. Recepción de una figura entre los católicos peruanos, en Anuario Historia de la Iglesia, 33 (2023)", comparto algunos apuntes sobre el Pontífice y un extracto de su interesante texto.


La trayectoria de un sacerdote diplomático

Eugenio María Giovanni Pacelli nació en Roma el 2 de marzo de 1876, en el marco de una familia dedicada al servicio papal. Su padre fue un hombre profundamente piadoso y disciplinado, quien, por la temprana pérdida de su esposa, atendió y educó a conciencia a sus cuatro hijos. Eugenio cursó sus primeros estudios en Roma, destacando desde el inicio por su extraordinaria memoria acompañada de una severa autodisciplina. Dotado de un espíritu sumamente fino y profundo, y ayudado sin duda por la educación recibida en casa, manifestó una precoz madurez. Sus ideales, marcados por la nobleza y el servicio, confluyeron con el llamado del Señor a seguirle en el camino sacerdotal. Luego de su formación y preparación en el Seminario de Capranica, en el Seminario de San Apolinario y en la Universidad Gregoriana, fue ordenado sacerdote el año 1899.

Los dos años primeros de su sacerdocio los dedicó a la Curia, en la Secretaría de Estado del Vaticano. Habiendo culminado con éxito sus estudios en derecho eclesiástico y civil el año 1902, entrará dos años más tarde a formar parte de los colaboradores de la comisión para la renovación  del Código de Derecho Canónico. Simultáneamente ejercerá como profesor de Diplomacia Eclesiástica en la Academia Pontificia de Nobles Eclesiásticos (1909-14).

En 1911, fue nombrado Subsecretario de la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios y luego, Secretario de la misma en 1914. En abril de 1917 fue designado como Nuncio en Baviera y consagrado como arzobispo titular de Sardes. Una vez en Munich (capital de Baviera), sirvió al Papa Benedicto XV en sus afanes por aliviar a las víctimas de la Primera Guerra Mundial. A riesgo de perder su vida, permaneció al lado de su grey con numerosos gestos de caridad y celo pastoral.

En 1920 fue nombrado primer Nuncio ante la nueva República Alemana (República Weimar), mientras seguía siendo Nuncio en Baviera. Mostró allí un vivo interés por la vida eclesial y social de Alemania, y con su presencia paternal y sus extraordinarias alocuciones llenas de vitales enseñanzas, fomentaba la vida católica por donde podía. Visitó hospitales, orfanatos, seminarios, escuelas, fábricas y talleres de todo tipo en diversas ciudades. Su trienio de esfuerzos denodados logró en 1929 la firma del Concordato con la Santa Sede. Después de 13 años de fructífera labor pastoral dejó su cargo en la Nunciatura al ser nombrado cardenal en 1929. Cuando se despidió de Alemania, llevó consigo una honda preocupación: el creciente auge del nazismo a la sombra de Hitler.

Nada más llegar a Roma, fue nombrado Secretario de Estado. Su sentido de responsabilidad, su férrea voluntad y su enorme amor a la Iglesia, hicieron que entregara sus mejores energías para ponerse a la altura de tan excepcional responsabilidad. Sin duda ello le valió el singularísimo aprecio del Papa Pío XI, quien encontró en él un extraordinario colaborador y servidor. La confianza depositada en él por el Santo Padre fue un fuerte estímulo para realizar, en su puesto de servicio a la Iglesia, un trabajo incansable, tan efectivo como humilde en el cumplimiento abnegado de sus obligaciones.

Famoso sería también el Concordato que, como enviado del Pontífice, firmó con Austria y con la Alemania nazi en 1933.Muestra también de la gran confianza y estima que le tenía S.S. Pío XI fue su nombramiento como Legado Pontificio en visita a varios países del mundo: En 1934 asistió al Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Buenos Aires. En 1935, en su primer viaje a Francia, asistió a Lourdes. En 1936 fue enviado por Pío XI a realizar una visita pastoral por las tierras norteamericanas. En 1937, en su segundo viaje a Francia, asistió a la consagración de la basílica de Lisieux (Pío XI era un ferviente devoto de Santa Teresita). En 1938 asistió al Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Budapest.

 

El Papa que enfrentó la Segunda Guerra Mundial

El 2 de marzo de 1939 -día de su cumpleaños (63 años)- el cónclave elegía por unanimidad-caso único en la historia moderna-al cardenal Eugenio Pacelli para suceder en el trono pontificio a Pío XI. Poseía eminentes dotes de inteligencia, de gobierno, de prudencia, de diplomacia; como demostró en su papel de Nuncio en Alemania, en el cardenalato (1929), secretario de Estado (1930), legado papal en Francia, en Hungría, en Norteamérica y en Sudamérica. De profundo espíritu sacerdotal y evangélico, tuvo que enfrentar el gran drama del conflicto armado mundial. El Papa intentó valerse de toda la autoridad moral de la Iglesia para evitarlo: «Nada se ha perdido con la paz, todo se puede perder con la guerras‖. En un mensaje radial, difundido el 24 de agosto de 1939, habló al mundo entero para invitarle a abstenerse del recurso a la guerra, a la vez que le proponía un sensato programa de paz de cinco puntos, entre los cuales estaban: el desarme general, el reconocimiento de los derechos de las minorías, y el derecho de las naciones a la independencia. Pero no fue escuchado y el 1 de septiembre estallaba la Segunda Guerra Mundial.

       Los seis primeros años de su pontificado tuvieron mucho que ver por los problemas de la guerra, esforzándose para que se cumpliera el derecho internacional, ya que no se podía conseguir la paz. Al efecto, creó varios organismos pontificios para la ayuda de las víctimas de la guerra. Con sus discursos, sobre todo los pronunciados con ocasión de la Navidad, fue plantando las bases para una paz justa y duradera. Hay que ponderar su ayuda en pro de los judíos y perseguidos políticos del nacismo y del fascismo, llegando a dar asilo a más de cinco mil personas en las iglesias y monasterios de Roma. Se esforzó especialmente por salvar la Ciudad Eterna de los estragos de la guerra. A lo largo de la guerra, una comisión pontificia desarrolló un vasto programa de ayuda para las víctimas, especialmente para los prisioneros de guerra.En la postguerra, lanzó la idea de una Europa unida que superase las rivalidades nacionalistas y asegurase permanentemente la paz.

En cuanto al gobierno interno de la Iglesia, cabe destacar que, dejando de lado la atávica costumbre de nombrar cardenales italianos, de 1946 a 1953, elevó a la dignidad cardenalicia a un buen número de prelados no italianos. Respecto al exterior, su pontificado estuvo orientado, en gran parte, a las tareas de la expansión directa del Evangelio entre infieles; como muestra su interés por las misiones manifestado en las encíclicas sobre la situación de la Iglesia en China (1955) y en África (1957). Acerca de las iglesias orientales les manifestó su especial veneración con ocasión del XV Centenario de la muerte de San Cirilo de Alejandría (1944) en la encíclica Orientalís Ecclesia, en la institución del Día del Oriente cristiano (1944) y en otras encíclicas sobre asuntos concernientes a estas Iglesias (1945; 1952). Dedicó especiales atenciones al apostolado de los laicos, llegando a equiparar la Acción Católica al apostolado de otras asociaciones, como el de las Congregaciones marianas (1952). A través de las canonizaciones, demostró su interés por el culto de los santos, elevando a los altares a 33 en total, como Gema Galgani (1940), F. J. Cabrini (1946), Juana de Lestonac (1950), Antonio María Claret (1950), María Goretti (1950), Pío X (1954), Domingo Savio (1954) y beatificaciones como lade Inocencio XI (1956).

La opresión de la Iglesia en los países comunistas del Este, especialmente con la intervención de Rusia en países católicos como Rumania, Albania, Bulgaria, Yugoslavia, Checoslovaquia, Hungría, Polonia…fue motivo de pesadumbre. De igual modo le tocó sufrir al ver cómo las florecientes misiones de China se vieron arruinadas con la victoria del comunismo (1949); de hecho desde 1958 el gobierno chino intenta fundar una Iglesia nacionalista china separada de Roma.

 

Grandes encíclicas y discursos

Pero Pío XII pasará a la Historia como el Papa de las grandes encíclicas y de los grandes discursos. En el tema moral, destaca la centralidad de la persona, abordando temas candentes de nuestro tiempo como los de la inseminación artificial, la evolución, bioética. Como Pastor sensible a la situación del hombre moderno, el Papa Pío XII sintió la necesidad de poner medios adecuados para que el hombre del mundo del trabajo pudiera acceder con más facilidad al sustento espiritual. Para ello adecuó los horarios de las misas, y redujo el tiempo hasta entonces observado para la abstinencia antes de recibir la Sagrada Comunión. Sobresalen sus encíclicas sobre:

1.             El Cuerpo Místico (1943), acerca de la naturaleza de la Iglesia, siguiendo la imagen paulina del cuerpo místico de Cristo;

2.             La Sagrada Escritura (Divino Afflante Spiritu, 1943), donde anima a estudiar los textos bíblicos en las lenguas originales, considerando el contexto histórico-cultural y el género literario, señalando la necesidad de dar primacía al sentido literal del texto;

3.             Los Institutos Seculares (Provida Mater Ecclesia, 1946), considerado como la carta magna de la secularidad consagrada;

4.             Los errores modernos (Humani Generis, 1950), tales como los de la nueva teología y corrientes pastorales como la de los curas obreros, así como la necesidad de ir a las fuentes en los estudios patrísticos y la necesidad de hacer compatible la razón con el valor de los dogmas;

5.             El Año Mariano de 1954 (Ad Coeli Reginam), referida a la realeza de María por ser madre de Dios y colaboradora en la obra redentora de Cristo.

6.             En la Haurietis aguas (1956) se referirá al culto del Sagrado Corazón de Jesús.

7.             El culmen de su magisterio lo alcanzó la definición del Dogma de la Asunción de María (I de noviembre de 1950) mediante la bula "Munificentissimus Deus".

Juan XXIII recordará sus 19 mensajes de Navidad, obras maestras de ciencia teológica, jurídica, ascética, política y social. Incide en temas sociales relacionados con un nuevo orden social. Se preocupa vivamente por los prisioneros de guerra, los indigentes y abandonados (Yugoslavia y Rutenia). Todas las profesiones son atendidas, porque "no hay profesiones indignas sino indignos profesionales". Destaca su radiomensaje de Pentecostés titulado La Solemnitá (1941) con motivo de cumplirse 50 años de la publicación de la "Rerum Novarum". Recuerda la doctrina de León XIII según la cual el Estado no puede limitarse a tutelar la libertad con el Derecho, sino que también está obligado a llevar a la práctica una amplia "política social". Trata sobre el uso de los bienes materiales en función del bien común y de la dignidad de la persona humana. El derecho al trabajo ha de fundamentarse en el correspondiente deber y ambos conciernen a la persona humana en virtud de su naturaleza y no porque el hombre se reduzca a la condición de un simple siervo o funcionario de la comunidad. Por eso, la misión del Estado es, también en ese aspecto, subsidiaria. Por último, reclama el derecho de la familia a su "espacio vital" y a la inmigración. El mismo pontífice resume y evalúa el contenido nuevo de su mensaje: El momento presente hace muy difícil el señalar y el prever los problemas y asuntos especiales, tal vez completamente nuevos, que a la solicitud de la Iglesia presentará la vida social después del conflicto (Segunda Guerra Mundial) que trae enfrentados a tantos pueblos... Estos tres valores fundamentales que se entrecruzan, se unen y se complementan mutuamente son: el uso de los bienes materiales, el trabajo y la familia" (n. 7).

 

Enumero otras encíclicas que guiaron a la Iglesia bajo el magisterio de Pío XII:

Summi Pontificatus (20-10-1939), sobre la decadencia moral en el seno de la humanidad y la regeneración en Cristo por medio de la Iglesia.

Mediator Dei et hominum (20-11-1947), sobre la sagrada liturgia.

Evangelii praecones (2-6-1951), sobre el modo de promover la obra misional.

Sacra virginitas (25-3-1954), sobre la sagrada virginidad.

Fidei donum (21-4-1957), sobre las misiones, especialmente en África.

Miranda prorsus (1957), sobre líneas centrales en lo referente a los medios audio visuales.

Entre sus discursos destacamos:

La Elevatezza (20-2-1946), sobre la supranacionalidad de la Iglesia.

L'Importance (17-2-1950), sobre la prensa católica y la opinión pública.

Soyez les bienvenues (18-4-1952), sobre los errores de la moral de situación. Discurso sobre los límites morales de los métodos médicos (14-9-1952).

Nous vous souhaitons (13-4-1953), sobre la personalidad y conciencia.

Vous avez voulu (7-9-1955), sobre la Iglesia y la inteligencia de la historia.

 

De los radiomensajes, además de La solemnitá (1-6-1941), por el 50 aniversario de la «Rerum novarum».

Oggi (1-9-1944), en el V aniversario del comienzo de la guerra.

Benignitas et Humanitas (24-12-1944), sobre el problema de la democracia.

La famiglia (23-3-1952), sobre la conciencia y la moral.

 

Elevó el prestigio del Papado y propició el Vaticano II

El prestigio del papado, en vísperas del Concilio, aumentó considerablemente durante su pontificado. Se puso especialmente de manifiesto con ocasión del Año Santo de 1950, cuando millones de cristianos de todo el mundo llegaron a Roma para aclamar al Vicario de Cristo; pero principalmente con ocasión de su enfermedad y muerte (9 de octubre de 1958), cuando más de cincuenta Estados estuvieron presentes en sus funerales en la basílica de San Pedro.

Por su grandeza de espíritu, y su gran sencillez y humildad, entregó su vida al servicio de la Iglesia, mostrando una gran capacidad de trabajo y sacrificio, como un verdadero "siervo de los siervos de Dios". Una mujer decisiva que trabajó codo a codo con él, Sor Pascalina Lehnert, escribirá en su célebre obra Al servicio de Pío XII: «Pío XII ha entrado en la historia de la Iglesia sobre todo como hombre que se consumió en holocausto, en aras del servicio de Dios, a la Iglesia, a todos los hombres... Sacrificarse hasta el fin era para Pío XII lógico y natural. "Dios me ha encomendado esteministerio y debo corresponderle con todas mis energías. Un Papa no tiene derecho a pensar en sí". Ésa fue su convicción íntima, y obraba en consecuencia».

Como  denunciase  Fernando  Guerrero  se  ha  tejido  una  leyenda  negra  en  torno  a  este  Papa  que murió en clamor de multitudes y en olor de santidad, siendo acompañado su tránsito con los mayores elogios de las personalidades más destacadas de aquel tiempo. Todo comenzó en 1963 con motivo de la publicación del drama en forma de libro, de un joven dramaturgo alemán, Rolf Hochhuth, titulado Der Stellvertreter (El Vicario), se levantó una polvareda contra la respetable memoria del que fue el Papa de la Segunda Guerra Mundial, atribuyendo a sus silencios una gran parte de la responsabilidad de las matanzas de Hitler de los judíos (La Shoah); desgraciadamente, en la Iglesia católica se produjo el fenómeno acerca de los «silencios» sobre Pío XII. Uno de ellos sería sobre el Concilio. A Pío XII se le describe como expresión de la Iglesia preconciliar, cerrado y reservado, tradicional, mientras que en realidad fue el primer ´arquitecto´ del Concilio, y el creador de sus presupuestos. De hecho, Pío XII había creado una comisión de estudio para preparar el Concilio, pero estaba enfermo y era mayor y los tiempos no parecían maduros para la proclamación. Se publicó en Italia, por Editrice APES, un folleto debido a la pluma de Ennio Innocenti, bajo el título Presenza di Pio XII nel Vaticano II, y en él se recogen, con cuidada minuciosidad, las citas de los diversos Papas que hace el concilio en sus documentos; de estos datos se deduce que de las 523 citas papales, sobre todo de los Papas de los últimos 70 años anteriores al Concilio Vaticano II, 187 son de Pío XII, o sea, el 35,7 de todas las citas de los Papas, superando en más de un 100 por ciento a los Papas más citados.

De hecho, uno de los documentos más citados y celebrados del Papa Juan XXIII, Pacem in terris de 11 de abril de 1963, fue -en la palabra de Pablo VI-, al inaugurar el monumento a Pío XII en la Basílica Vaticana, un resumen de las enseñanzas del Papa Pacelli sobre los temas de la paz y de la organización de los Estados y de sus relaciones internacionales. El Concilio Vaticano II supuso un avance extraordinario en el itinerario de la Iglesia a través de los siglos, en el curso de la historia de la salvación. Pero los avances fundamentales en la Iglesia se hacen siempre en línea de continuidad progresiva y homogénea; y nunca de discontinuidad rupturista y negativa. El Papa Pío XII fue el gran precursor del Concilio Vaticano II, que se inició bajo la inspiración iluminada de Juan XXIII, y se desarrolló y concluyó bajo la guía firme y orientadora de Pablo VI, continuada y renovada bajo el pontificado de Juan Pablo II. De hecho, tras la Sagrada Escritura, la fuente más citada por el Concilio Vaticano II es justamente Pío XII.

Sus vínculos con el Perú

 

Durante los casi 20 años de pontificado (1939-1958), Pío XII mantuvo una relación cercana con el Perú como se evidencia a través de las disposiciones pastorales, la llegada y difusión de los documentos pontificios,  los mensajes a la comunidad católica en los Congresos Nacionales Eucarísticos, las actividades del episcopado, clero y Estado, las acciones misioneras, así el puntual seguimiento que la prensa nacional y religiosa hicieron del papa.

Fue el propio Arzobispado de Lima, quien decretaba el 15 de febrero del 1939 orar por la elección del nuevo papa. La noticia de la fumata blanca del 2 de llegó al instante a Lima, donde sus campanas repicaron por todos los distritos. El presidente de la República Óscar Benavides mostró su «filial adhesión y los votos que hago por la gloria de su pontificado»; de igual manera se adelantó a felicitarle Monseñor Fernando Cento, nuncio en el Perú, junto con toda la jerarquía episcopal que enseguida convocaron a la feligresía para la Misa de Comunión y Te Deum en la Basílica Catedral, con asistencia de las autoridades civiles y eclesiásticas. Fungía como arzobispo de Lima Monseñor Pedro Pascual Farfán de los Godos (1933-1945), quien motivó el acontecimiento con una Exhortación Pastoral.

A partir de este momento se fueron sucediendo permanentes contactos motivados por mensajes papales a Encuentros y Congresos como el celebrado en Lima del 20 al 28 de mayo de 1933, II Congreso Iberoamericano de Estudiantes Católicos, en defensa del pensamiento hispanoamericano, la condena a las ideologías modernas, la defensa de la familia, la educación católica y un plan de acción universitaria. Otro momento fundamental fue el las visitas ad limina por parte de los obispos peruanos, iniciadas por el obispo de Cusco, Santiago Hermosa, y el de Ayacucho, Francisco Solano. De igual manera, se consta un permanente seguimiento de su magisterio por parte del clero y la feligresía en general.

En 1940 la relación del papa con el Perú se hizo más estrecha por la cercanía mostrada por el Papa ante el devastador terremoto sufrido en Lima el 24 de mayo. Pío XII bendijo de inmediato al pueblo peruano y dispuso el envío de un socorro, para ayudar a las personas afectadas, ofreciendo su colaboración a las autoridades.

Momentos significativos fueron los mensajes con motivos de los Congresos Eucarísticos Nacionales como el enviado al de Arequipa en 1940. De igual manera, con motivo de nuevos nombramientos como el del primer cardenal peruano Juan Gualberto Guevara en 1946. El Papa impulsó a la Iglesia del Perú logrando cuatro arzobispados, once obispados –Ica, Chachapoyas, Piura, Ayacucho Huánuco, Huaraz, Huancayo, Huancavelica, Tacna, Puno y Cajamarca– cinco vicariatos -Marañón, Ucayali, Iquitos, Amazonas y Puerto Maldonado–, y la recién creada prelatura nullius de Moyobamba (1948), todos en la selva. Contribuyó a la renovación de la iglesia local atendiendo a la familia, el cultivo de los valores, la educación católica… a través del nuevo nuncio Luis Arrigoni, o de manera directa, con sus bendiciones y cartas. A nivel social, el Perú se mantuvo muy próximo al Papa, con el Estado a la cabeza liderado por el presidente Bustamante y Rivero, militante católico democristiano.

Creciente activismo católico siguió en la década de 1950 por parte de la Asamblea Episcopal y los distintos prelados verificados en acuerdos, admoniciones o exhortaciones sobre la enseñanza católica, el comunismo, la masonería o el rotarismo, en el contexto de constantes migraciones del campo a la ciudad y unas ciudades en plena expansión, indicativo del aceleramiento en los cambios sociales en curso. Un momento clave fue el V Congreso Eucarístico Nacional y Mariano (8 al 12 de diciembre de 1954), que el arzobispado de Lima aprovechó para lanzar una Gran Misión en los distritos y barrios, así  como en las nuevas zonas urbano marginales de la ciudad. El impulso será continuado por el nuevo Cardenal Juan Landázuri, nombrado en mayo de 1955, y apoyado por destacados sacerdotes como el futuro obispo auxiliar José Dammert, quienes se volcaron en la Misión de Lima y la creación de la Oficina Nacional de Educación Católica, Cáritas del Perú y otras iniciativas pastorales.

Un gesto del Papa Pío XII para el Perú, será su solicitud a Richard Cushing, arzobispo de Boston, fundador de la Sociedad de Santiago Apóstol, de enviar  a partir de 1959 sacerdotes al Perú. Su actitud propiciaría que entre 1940 y 1960 17 nuevas congregaciones y sociedades sacerdotales llegaron al Perú, entre españoles, de países europeos latinos, de Estados Unidos, Canadá e Irlanda, y de muchos otros lugares. Cuando en 1958 se erigió la prelatura nullius de Tarma, en la sierra central peruana, se les encargó la conducción a los combonianos alemanes –ya estaban en la zona y al sur de Lima–. Los padres Marynoll desde 1943 ayudaron en la diócesis de Puno, en la sierra sur del país, donde sólo había 28 sacerdotes para 45 parroquias y asumieron la formación sacerdotal en la diócesis, para en 1957 asumir la prelatura de Juli, tras su desmembramiento de la diócesis de Puno. Las prelaturas nullius comprometían a las congregaciones y sociedades sacerdotales nuevas, y aparte de las mencionadas, los misioneros del Sagrado Corazón se hicieron cargo de la prelatura de Caravelí; los carmelitas norteamericanos asumieron la Prelatura de Sicuani, desmembrada del Cusco; los Oblatos italianos, que ya trabajaban en varias ciudades, se hicieron cargo de la de Huari en 1958, en la sierra de Ancash; al mismo tiempo que los Sagrados Corazones lo hicieron con la de Ayaviri, en Puno. Un año antes, en 1957, el Opus Dei asumía el reto de trabajar en la prelatura de Yauyos, en la sierra de Lima

En 1952, a invitación del arzobispado de Lima, llegaron los Columbanos para hacerse cargo de la pastoral en los barrios marginales y populares del norte de la ciudad, buscando, además, como los Marynoll, vocaciones para el clero diocesa[1]no. Por su lado, la St. James Society se estableció en Apurímac y Andahuaylas, en la sierra sur-central, y en la ciudad de Lima. Igualmente, la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana, ocsha, fundada en 1958, distribuyó muchos sacerdotes por diversas regiones del país, o la Société des Missions-Étrangères, promovida por el episcopado canadiense.

Cuando falleció Pío XII, a la par de los cambios sociales producidos, la Iglesia peruana había crecido en número de diócesis, vicarías y prelaturas. Si en 1938 en la asamblea de obispos participaron 11, para la Conferencia Episcopal de 1958 estuvieron convocados 32 prelados: cuatro arzobispos, once obispos, ocho vicarios apostólicos, cuatro prelados, un prefecto apostólico y cuatro prelados auxiliares, coadjutores. La iglesia peruana, y en ella el conjunto de católicos, procuraban enfrentar los desafíos de los tiempos contemporáneos de la mejor manera, en las ciudades y en las selvas, desiertos o serranías andinas. «El Perú es una tierra recia» se expresó una vez el papa, y vislumbró: «aquellos valores que ellos llevan consigo, crecerán también con grandeza nueva y renovado esplendor». Y el Papa acompañó este proceso.

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