Antonio M. Artola, CP San Pablo de la Cruz, Maestro de la muerte mística. Texto y Comentario Espiritual de su Tratado Pasionistas, Lima, 2012, 110 pp
Se presenta en Lima la primera edición peruana de esta obra del conocido teólogo pasionista, P. Artola, que 25 años atrás años publicó La muerte mística según San Pablo de la Cruz texto crítico y síntesis doctrinal (Universidad de Deusto, Bilbao, 1986)
Se dedica la misma a la Comunidad de Madres Pasionistas de Santa Gea de Begoña (Bilbao) "celosa conservadora de una copia de la Muerte Mística de San Pablo de la Cruz descubierta el día del Inmaculado Corazón de María y fiesta de los Santos mártires romanos Juan y Pablo, 26 de junio de 1978" (p.7).
En la "Introducción" se nos presenta al autor, "el más grande místico del siglo XVIII" y el alcance de su tratado: "la vida deífica perfecta (que) equivale al nacimiento del alma en Dios, y de Dios en el alma. Por ello, para el Santo (Pablo de la Cruz), la MM tiene una dimensión negativa, y otra positiva. La negativa es la muerte a todo lo creado. Lo positivo es la unión pura con la divinidad en el morir de Cristo en su Pasión" (p.12)... En Rm 6, 3-10 la nueva vida del cristiano comienza con la reproducción del morir y resucitar de Cristo. En san Pablo de la Cruz, el acto místico es una realidad espiritual en la que intervienen un morir y un nacer místicos. Este acto se prolonga luego en un estado que sigue incluyendo inseparablemente los mismos elementos del comienzo, a saber: el morir y el nacer místicos. Desde esta concepción de la vida mística surge el ideal de una existencia concebida como una tensión continua hacia la reproducción de las disposiciones espirituales de Jesús en su muerte física. Para expresarlo adecuadamente utiliza la categoría mística de la agonía, que no es sino un vivir doloroso y divino en espera del morir definitivo -el somático- que prepara el triunfo con Cristo en la gloria. Por eso, la MM en esta vida, es siempre una muerte en agonía que solo será muerte perfecta en el morir físico que asemejará al alma a Cristo en su morir sobre la cruz" (p.12).
El cuerpo del libro se distribuye en cinco capítulos, el primero dedicado a las peripecias del mismo que supone una suerte de "sepultura y resurrección", ya que se escribió en 1713 como ayuda personal de la carmelita de Vetralla, Sor Ángela María Cencilla, y no se recupera hasta 1976. El segundo capítulo es el tratado en sí -"Muerte mística. Holocausto del puro espíritu de una alma religiosa" (pp.25-34) que resulta ser un santo concentrado de espiritualidad misionera del martirio. Me recuerda el aniquilamiento y despojo de san Pablo, las nadas de San Juan de la Cruz, el "morir porque no muero" o "tragarse la muerte" de Santa Teresa, el Tercer grado de humildad o el sentirse cadáver para obedecer de San Ignacio. Todo lleno de un altísimo voltaje espiritual: "No buscaré ni amaré otra cosa sino solo a Dios, porque solo en esto gozaré el Paraíso, la paz, el contento y el amor; y me armaré de un odio santo e implacable contra todo cuanto me pudiera apartar de Él. ¡Jesús mío, jamás pecado en el corazón!" (VI, p.28). En realidad esta muerte mística se consuma en los tres votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia.
Junto al tratado se ofrecen "textos paralelos de las cartas" (pp.35-56) que vienen a ser un comentario supletorio para ayudar a que las líneas tratadas anteriormente puedan convertirse en vida, y vida santa.
El capítulo tercero se dedica a comentar –y se hace con belleza y maestría- esta sublime doctrina. Parte –sección A- de las diversas maneras de reproducir la muerte de Jesús. Se explica en qué consiste "morir del todo a sí mismo y vivir solo para Dios", el estado de la Muerte Mística como espiritualidad del querer de Dios, los aspectos dolorosos de la Muerte Mística, la muerte "en perpetua agonía", un reproducir la muerte de Jesús, que no es otra cosa que "la ofrenda de la pura y desnuda voluntad en la obediencia". La sección "B" se dedica a aplicar la Muerte Mística a la Vida Religiosa, viviendo los votos, especialmente la obediencia (santo martirio de la voluntad pura, sacrificio espiritual perfecto) para imitar al modelo que es Cristo a través de la kenosis.
Los capítulos cuarto y quinto se dedican a comparar el tratado con la "Noche oscura" de San Juan de la Cruz, al definir la Muerte Mística como noche activa y pasiva de los sentidos y del espíritu. Por último, se analizan los puntos de encuentro entre los grandes santos de la Cruz, Juan y Pablo, que ofrecen "una maravillosa muestra de la fuerza modeladora del bautismo cristiano que es con-crucifixión con Cristo" (p.98)
El epílogo muestra algunas conclusiones que realzan el valor del escrito. San Pablo de la Cruz es el único en componer un tratado de tales condiciones sobre la Muerte Mística, auténtico contrapunto a la doctrina quietista, verdadero corazón de la espiritualidad personal de San Pablo de la Cruz, y cima de su vida mística. La Muerte Mística resulta ser "la aceptación de la propia muerte física en algún momento de la vida, con las disposiciones del morir físico de Jesús en la cruz" (p.103). Termina con una abundante y selecta bibliografía para quien desee profundizar en tan sugestivo y consolador tema.