jueves, 1 de marzo de 2012

Ante los bicentenarios de las independencias iberoamericanas: Redescubrir su identidad

Semanario Alfa y Omega, Madrid: Jueves, 01 de marzo de 2012 Desde la fe 27

Fotos: 1. Maestro y amigo P. Fidel, autor del artículo. 2. Retrato de San Martín en el Museo Nacional de Pueblo Libre en Lima. 3. Con Emilio Martínez, coordinador del congreso “La Iglesia ante la Independencia” en la Plaza de Pueblo Libre, con el “cabezón” de Bolívar al fondo.

 

 

Ante los bicentenarios de las independencias iberoamericanas Iberoamérica necesita redescubrir su identidad

 

El sacerdote español padre Fidel González Fernández, comboniano, profesor de Teología en la Universidad Pontificia Urbaniana y consultor del Consejo Pontificio de la Cultura, explica las heridas aún abiertas que dejaron los procesos de independencia colonial, y que la Iglesia debe contribuir a restañar

 

A partir de la segunda década de este siglo, en casi todos los países del continente iberoamericano, se multiplican las celebraciones con motivo del bicentenario de las independencias. La Iglesia no podía faltar a la cita. El continente hispanoamericano representa más del 40% de la población católica del mundo, y las independencias fueron todas llevadas a cabo por católicos y, con frecuencia, bajo estandartes que evocaban la protección de la Virgen. Comenzando por México, donde el cura Miguel Hidalgo levantó, en 1810, el estandarte de la Virgen de Guadalupe como bandera de la independencia, al grito de ¡Viva la Virgen de Guadalupe, viva Fernando VII [preso de Napoleón], viva México, mueran los «gachupines» [los peninsulares españoles afrancesados]! Algo semejante ocurre desde Río Grande hasta la Tierra de Fuego, un reguero de pólvora prendido en todo el continente.

El abogado uruguayo don Guzmán Carriquiry Lecour, antiguo Subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos y actual Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL), ha publicado El bicentenario de la Independencia de los países latinoamericanos. Ayer y hoy (Ediciones Encuentro). «Nuestros procesos de independencia -escribe- no fueron, salvo excepciones, grandes levantamientos de pueblos contra un poder colonial. Hubo españoles y americanos en ambos bandos, sobre todo muchos americanos en los ejércitos realistas. Y esto sucedió no sólo por el sistema practicado de reclutamientos forzosos en uno y otro bando. La crisis española se transformó en muchas partes en guerra civil, antes que en revolución de independencia. Oficiales españoles eran indios como Santa Cruz, que luchó por varios años contra los americanos insurrectos antes de plegarse a la lucha por la independencia. Del mismo modo, en los llanos venezolanos, en Colombia o entre los chilenos, peruanos y alto-peruanos, los españoles contaban con el apoyo de los sectores criollos más humildes... Incluso cabe recordar que hubo peninsulares liberales que combatieron junto a los patriotas alzados», como Francisco Xavier Espoz y Mina, famoso guerrillero, durante la guerra contra Napoleón en España. Los libertadores pertenecieron, con frecuencia, a las ricas minorías criollas de latifundistas, comerciantes e intelectuales. Estos criollos, de descendencia española, pero nacidos en América, a veces desde generaciones atrás, constituían una oligarquía bien afianzada en las tierras y sentimientos americanos, y se veían marginados en las responsabilidades públicas por parte de los peninsulares.

Una nueva gesta patriótica

Muy pronto, el proceso de las independencias entra en una segunda fase. En ella asistimos a una lucha, a veces feroz, entre conservadores y liberales, hijos gemelos de la misma madre, pero con divergencias violentas que, por otra parte, se ven claras en la misma España. Esta lucha lleva, a menudo, a una sucesiva fragmentación del poder de los nuevos países en nuevas unidades y al nacimiento de formaciones políticas radicales, con una balcanización dentro de los nuevos Estados, o a la creación de otros. Uno de los hechos más clamorosos en la formación de estos nuevos Estados es, sin duda, la derrota de los grandes padres de la independencia. No es puro caso que los más famosos protagonistas de la emancipación americana hayan muerto perseguidos, exiliados e incluso ajusticiados: Hidalgo, Morelos, Artigas, San Martin, Bolívar, Iturbide, Morazán, Sucre... Por ello, nos preguntamos con Carriquiry: ¿cuál fue el coste de la independencia? Y compartimos la respuesta: se produjo a costa de las condiciones del subdesarrollo en las décadas siguientes; a costa de la dependencia neocolonial, sobre todo del imperio económico inglés, primero, y del estadounidense, luego; a costa de la balcanización de los antiguos dominios españoles; a costa del empeoramiento de la situación de los indígenas (uno de los puntos más olvidados y trágicos); a costa de la constitución de polis oligárquicas: minorías de comerciantes y hacendados acaudalados, junto con sus doctores, concentrados en las capitales o en las ciudades-puerto, que cultivaban sus propios intereses, promulgaban Constituciones que dejaban fuera de la vida pública a las grandes mayorías de los nuevos países, convertidas en un proletariado ingente. Al mismo tiempo, estas nuevas oligarquías lucharán ferozmente entre sí y empujarán a los nuevos Estados en una sima de anarquías, donde una pléyade de caudillos, verdaderos jefes bandoleros, imponían Gobiernos y Constituciones según su capricho. En esta lista de costes, hay que añadir el desmantelamiento eclesiástico y la crisis de la cristiandad indiana, que deja a la Iglesia sin obispos, sin sacerdotes y sin obras de caridad ni de educación. Sólo quedaba en pie la religiosidad popular campesina.
Por eso, hoy se necesita relanzar una propuesta clara de experiencia cristiana que lleve al redescubrimiento de la propia identidad, una nueva gesta patriótica -dice Carriquiry- que nada tiene que ver con las antiguas proclamas románticas del liberalismo decimonónico, sino que ahonda sus raíces en el sano realismo cristiano, como subraya Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate.

Fidel González Fernández, mccj

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